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África. Una oportunidad geopolítica, una bomba de relojería

África. Compartimos un interesante artículo de Luís Gonzalo Segura, que brinda un panorama político sobre lo que acontece en ese continente permanentemente atacado por Occidente.
Redacción
África es una oportunidad geopolítica, un escenario más en el juego geopolítico mundial que, de súbito, ha atraído la atención de las potencias geopolíticas, pero, también, es una bomba de relojería: Marruecos y Argelia se encuentran en una escalada militar de imprevisibles consecuencias, Libia es un país desangrado y a la deriva, Francia acaba de retirarse de Malí arrastrando a regañadientes a sus acompañantes europeos y el resto del Sahel muestra una alarmante inestabilidad política –en 2021 acontecieron seis golpes de Estado en la región, de los que cuatro de ellos consiguieron derrocar a los gobiernos de Malí, Chad, Guinea y Sudán–. Por si no fuera suficiente, la mayoría de los 1.200 millones de habitantes se encuentran en la más absoluta miseria; la falta de gobernanza es alarmante; las actividades terroristas, cada vez más importantes; y el crecimiento demográfico, un factor de imprevisibles consecuencias.

Un polvorín político

Los datos actuales y las estimaciones no dejan duda alguna, África es un continente en disputa. En la actualidad, de los 34 conflictos armados existentes en el mundo, 16 se hallan en África y, como ya hemos comentado, en 2021 se produjeron seis golpes militares en el Sahel de los que cuatro tuvieron éxito.
Existen dos elementos fundamentales que explican el caos político de la región: la endémica corrupción de la clase política africana y la interesada actuación extranjera en el continente. Quizás, incluso, realmente pueda ser solo una razón, ya que no pocos consideran que la primera de las razones esgrimidas se encuentra subordinada a la segunda, es decir, la corrupción nace, en gran medida, de la actuación extranjera.

Libia, la mecha que incendió el continente

No es sencillo llegar a un acuerdo sobre lo que sucedió en Libia tras las revueltas de 2011, como no lo es la lectura en general de lo acontecido en las primaveras árabes, pues el relato varía según los intereses. Pero es innegable que el país norteafricano es, hoy, un país sumido en el caos y el desgobierno. Pero lo ocurrido en Libia tras la caída de Muamar el Gadafi va mucho más allá de los menos de siete millones de habitantes del basto país que ocupa la centralidad del Magreb –entre Egipto al este y Túnez y Argelia al oeste–.
De hecho, Libia se ha convertido en una de las grandes amenazas para África, uno de esos oscuros lugares del planeta en el que el tráfico de armas y personas se ha realiza con total impunidad –cuyo mayor lucro acaba, en muchos casos, en personas no nacidas en el continente–. Por ello, resultó clave en la insurrección armada en el norte de Malí y en el asentamiento de grupos terroristas. De hecho, en Libia opera el Estado Islámico, en el lago Chad, Boko Haram; y en el norte de Malí, Al Qaeda.

Un desastre económico y social

África es un desastre económico se mire por donde se mire, pues se trata del continente más pobre del mundo. Pero, sorprendentemente, incluso en un inframundo económico semejante hay realidades diferentes. Por ejemplo, los cinco principales países del Sahel (Mauritania, Malí, Níger, Chad y Sudán) tenían una renta por habitante de 642 dólares en el año 2016, lo que suponía casi la mitad de la renta en el África Subsahariana y, para hacernos una idea de lo que ello supone, un 2,5 % de la española.
Por desgracia, no solo su situación era calamitosa, sino que las perspectivas de futuro eran aún más alarmantes, ya que la economía en esta región se encontraba en retroceso –la economía de Chad se contrajo un 7 % ese mismo año–. De hecho, en los últimos años la economía de todo el continente se ha visto afectada por los bajos precios del petróleo y la disminución de la demanda de las materias primas. Por ello, África redujo su crecimiento económico en más de la mitad en solo cinco años, pasando del 5,1 % en el año 2014 a un 2,5 % en el año 2018.
Europa es el actor geopolítico más relevante en África. En primer lugar, porque, con gran probabilidad, se trata del mayor expoliador de la riqueza continental. Y, en segundo lugar, porque si el futuro africano se presenta inquietante, ello repercutirá directamente sobre el Viejo Continente.
Esta catastrófica situación económica ha tenido y tiene un impacto brutal en los habitantes del continente, que se encuentran entre los más pobres del mundo. Baste señalar que tres de los cuatro países con peores índices de Desarrollo Humano se encuentran en el Sahel o que, en el año 2030, el 90 % de la población por debajo del umbral de la pobreza será africana.

El inquietante crecimiento demográfico

Debido a la crisis política, económica y social, las altas tasas de fecundidad de África, las más elevadas del planeta, no son ni mucho menos un motivo de esperanza, sino todo lo contrario. Así pues, por ejemplo, que la tasa de fecundidad se sitúe en Níger en siete hijos por mujer solo añade más sombras al futuro africano. Y es que África es un continente joven, con más de la mitad de la población por debajo de 24 años.
Por tanto, añadir altas tasas de fecundidad a una población joven suponen un cóctel explosivo que aumentará la población africana de manera exponencial en las próximas décadas –el Sahel, por ejemplo, pasará de unos setenta millones de habitantes en la actualidad a casi doscientos millones en las próximas tres décadas–. Una predicción aterradora, pues resulta impredecible el gran impacto que causará este aumento demográfico en las endebles estructuras políticas, económicas y sociales del continente.

Crisis climática

Y si a la crisis política, económica, social y demográfica le agregamos la crisis climática, África amenaza con pasar de ser el continente fallido, esto es un gran desastre humanitario, a convertirse en la mayor catástrofe humanitaria que haya acontecido en toda la historia de la humanidad con unas dimensiones nunca contempladas. Y es que África se está transformando en un gran desierto debido al implacable avance de la desertificación por todo el continente, de tal manera que, por ejemplo, en el último medio siglo, uno de cada seis árboles del Sahel ha desaparecido y el lago Chad ha visto reducida su extensión en un 90 %, pasando de 25.000 a 2.500 km2.
Y, sin embargo, África es uno de los continentes más ricos en reservas minerales del mundo, pues no solo posee más de sesenta tipos de minerales diferentes, sino que en sus entrañas se encuentran el 90 % de los platinoides del planeta; el 80 % de coltán; el 60 % de cobalto; el 70 % de tántalo; el 46 % de los diamantes; y el 40 % del oro. A lo que hay que añadir una gran riqueza energética, muy variada y relativamente bien distribuida: energía solar en el Sahel, uranio y potencia hidrográfica en el centro continental y energías fósiles en diversos puntos (petróleo en Guinea, carbón en el sur o gas en el norte).
De los peligros y las riquezas, el interés geopolítico

Hace solo unos días, el 21 de febrero, se reunieron los líderes europeos y africanos en una cumbre que pretendía relanzar las relaciones entre ambos continentes tras la reciente retirada de Francia de Malí –y del resto de los países europeos, aunque algunos con ciertas reticencias, como es el caso de España o Alemania–. Unas relaciones muy deterioradas por la desconfianza mutua.
Europa no es el único actor geopolítico, pero dado sus lazos históricos con el continente, sí ha sido desde antaño el más relevante. En primer lugar, porque, con gran probabilidad, se trata del mayor expoliador de la riqueza continental en términos históricos y globales. Y, en segundo lugar, porque si el futuro africano se presenta inquietante, ello repercutirá directamente sobre el Viejo Continente, a diferencia de los otros tres grandes actores geopolíticos que actúan en la región (Estados Unidos, China y Rusia).
Lejos de tener una perspectiva global, en sentido geográfico e histórico, incluso en términos de futuro, Europa ha pretendido en cada momento anteponer sus beneficios, sin comprender que ello colisiona, precisamente, contra sus intereses.
Sin embargo, los datos demuestran que, realmente, las acciones europeas se encaminan más hacia el expolio que hacia el desarrollo continental. Por un lado, que África posea el 17 % de la población mundial, pero solo consuma el 4 % de toda la energía generada en el planeta, demuestra hasta qué punto el continente se encuentra subdesarrollado y, también, expoliado. Por otro lado, otro dato que fortalece esta tesis lo encontramos en la ayuda europea de los últimos años, ya que se manifiesta indudablemente insuficiente, cuando no alarmantemente ínfima, pues, por ejemplo, entre 2014 y 2020, la Unión Europea dedicó 5.000 millones de euros a los cinco países del Sahel con el Fondo Europeo de Desarrollo y otros 1.500 millones con el Fondo Fiduciario de la Unión Europea para África.
Baste señalar que el Fondo Europeo para la Paz, creado para apoyar las misiones militares de países europeos en el extranjero, asciende a 5.000 millones de euros o que los países europeos gastan casi más dinero en proyectar a sus militares al continente que lo que dedican al desarrollo de este –solo España gastó más de 120 millones de euros en el año 2019 por su presencia en Malí, Senegal, Somalia y República Centroafricana–.
Debido a esta deficitaria ayuda, que realmente no pretende el desarrollo africano, sino el mantenimiento del control geopolítico, sobre todo por la vía política y militar, y la dependencia de las élites políticas y económicas africanas, en el año 2016, Nigeria tuvo que reducir el 30 % su programa de alimentación más importante para aumentar el gasto en seguridad. Y nadie en el Viejo Continente acudió a su rescate.

Jugadores nuevos, y no tan nuevos

El expolio africano, que se ha materializado de múltiples formas, incluso en forma de pago deuda, ha provocado que África sea un continente fallido, de lo que, obviamente, los mayores responsables –y beneficiados en términos económicos– son los países europeos que tanto se enriquecieron en el pasado. Sin embargo, lejos de tener una perspectiva global, en sentido geográfico e histórico, incluso en términos de futuro, Europa ha pretendido en cada momento anteponer sus beneficios, sin comprender que ello colisiona, precisamente, contra sus intereses.
Esta limitada visión europea ha sido clave en el desastre político, económico, social y climático del continente, pero también ha sido esencial para la entrada, cada vez con mayor fuerza, de actores geopolíticos que amenazan con minimizar la influencia europea en África. Porque Europa, al igual de Estados Unidos, aspiran al control del continente mediante el control político y militar, de ahí que el elemento más importante de los norteamericanos en el continente sea el AFRICOM.
Por el contrario, China está interviniendo en África de manera radicalmente opuesta. Por un lado, concedió créditos entre 2006 y 2016 por valor de 120.000 millones de euros –comprenderán ahora lo que significan los 5.000 millones de euros de ayuda europea en cinco años– y, según el FMI, el gigante asiático posee entre el 15 y el 30 % de la deuda africana. Ello ha provocado que la influencia china sea cada vez más importante y que la tasa de crecimiento comercio bilateral entre ambas, China y África, haya alcanzado el 15 % en 2018, la mayor del planeta. Por otra parte, China no solo se ha limitado a la influencia económica, sino que también es el mayor proveedor de armas del África Subsahariana. Pero, y esta es una gran diferencia, ni lo uno ni lo otro se subordina al control político o militar. No es que sea lo mejor para África, pero sí es el camino más sencillo y, puestos a elegir dependencia, parece que la elección siempre se conduce por el sendero con menos obstáculos.

Jugando con fuego

Así pues, de mantenerse las actuaciones geopolíticas tendentes a compensar con ayudas oficiales al desarrollo o rentas por la extracción de las materias primas extraídas, África seguirá siendo un continente mayoritariamente empobrecido y minoritariamente bañado en oro, pues estas actuaciones generan que los flujos que entran en el continente se repartan entre unos pocos y que estos, en lugar de rendir cuentas ante sus ciudadanos, lo hagan ante sus patronos, los distintos actores geopolíticos. Y, lo que más debería preocupara Europa es que será esta la que sufrirá las consecuencias de esta actuación con mayor severidad, sobre todo, por su incuestionable proximidad ante una potencial migración de incalculables dimensiones y consecuencias.
Por todo lo expuesto, los europeos deberían ser los primeros interesados en transformar el juego geopolítico extractivo actual en un programa de desarrollo continental real y honesto. De momento, siguen jugando, como el resto de los jugadores geopolíticos, porque África sigue siendo un juego. Un juego con 1.200 millones de personas.

Fuente: Rebelión

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