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América Latina y Argentina frente al ascenso de China

Desde 2011 China se ha posicionado como el principal importador mundial de bienes y, en ese contexto, como el primer consumidor mundial de energía, minerales y alimentos.

Por Gabriel Merino*

En tanto gran taller industrial mundial —cuyo producto industrial es igual a la suma del producto industrial de Estados Unidos, Alemania y Japón— y en tanto gran mercado de consumo en plena super-expansión —que ya cuenta con 400 millones de personas con ingresos reales equivalentes a los europeos— el gigante asiático es el gran importador mundial de materias primas.

Para ponerlo en números, hacia 2017 China representaba el 19% de la población y 15% del PIB (nominal) mundial y demandaba el 59% del cemento mundial, 56% del níquel, 50% del cobre, 47% del aluminio, 50% del carbón, 50% del hierro, 47% de la carne de cerdo, 31% del arroz, 27% de la soja, 23% del maíz y 14% del petróleo. En los últimos años la mayoría de estos números continuaron en aumento.

La relación con América del Sur, gran productora de materias primas, resulta estructural y tiene como uno de sus fundamentos principales la transformación material del sistema mundial. Esto se pone de manifiesto al observar que el volumen de comercio entre China y América Latina aumentó de $17 mil millones en 2002 a $480 mil millones en 2023. Un proceso extraordinario, que también se ve en materia de inversiones en infraestructura, instalaciones de empresas y préstamos por parte de China. La contracara es la caída en la relación comercial con Estados Unidos y Europa, las regiones metropolitanas históricas, tanto en su forma colonial como neocolonial y postcolonial. Dicho proceso es todavía más profundo en Suramérica: Chile, Perú y Brasil tenían como principal destino exportador a la Unión Europea en 2001, mientras que ahora el principal destino es China.

En materia de inversiones, una expresión de este cambio de época es, por ejemplo, la instalación de una fábrica de autos eléctricos en Brasil por parte de la empresa China BYD, que lidera globalmente este rubro clave de la transición energética en curso. Esta empresa, que ya opera allí desde 2013, ha comenzado las obras en el complejo de Camaçari, en Salvador de Bahía, que otrora perteneció a la Ford, ya sin fábricas en Brasil. Unos se marchan y otros llegan… Por otro lado, compañías chinas de energía anunciaron en 2023 inversiones por USD 13 mil millones, mientras que entre 2007 y 2021 invirtieron USD 32 mil millones.

La super-expansión material de China, tanto de su mercado interno como a nivel mundial, tiene como consecuencia una transformación sistémica en tanto China deviene (junto a Asia Pacífico) en el principal polo mundial de desarrollo de las fuerzas productivas, bajo una combinación de modos de producción que se sintetiza en la fórmula “socialismo de mercado” y da lugar a otro modo de “globalización” que coexiste con el viejo proyecto en crisis.

También en el plano institucional avanzó enormemente la relación entre China y ALC. Una expresión de ello, como parte del nuevo multilateralismo emergente, es el Foro China-CELAC que ya tiene 10 años. El hecho de que China apueste por la CELAC reafirma a su vez la validez de este organismo como interlocutor internacional, lo que posibilitó sostener este espacio de multilateralismo regional a pesar de las presiones en su contra. Por otro lado, 22 países de ALC forman parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta y gran cantidad de países han suscrito con China alianzas estratégicas y alianzas estratégicas integrales (máximo nivel de cooperación para Beijing).

Como no podía ser de otra forma, todo esto representa una amenaza de ‘seguridad nacional’ para Estados Unidos, que doctrinariamente establece como una amenaza para su hegemonía continental —pilar de su proyección mundial— la presencia de otras potencias adversarias en el hemisferio Occidental y el desarrollo de procesos políticos que busquen mayor autonomía regional. Dos cuestiones que suelen ir de la mano, ya que los procesos autonomistas se apoyan en un marco de asociaciones más amplias, que permiten un mayor grado de maniobra política y estratégica.

Ya desde 2009 y particularmente en 2011 estas dos cuestiones —la creciente presencia de China y otras potencias como Rusia e Irán, así como el establecimiento de UNASUR y el CELAC, y el liderazgo autonomista de Brasil— aparecen en los informes de amenazas de seguridad nacional del Senado de los Estados Unidos. Incluso, distintos jefes del Comando Sur del Pentágono —como Laura Richardson y Kurt Tidd— y otros funcionarios y legisladores estadounidenses han señalado públicamente que las inversiones en infraestructura ‘crítica’ por parte de China como una amenaza para la “seguridad nacional” y una “influencia maligna”. Una cuestión notable es que parecen haber redescubierto la teoría de la dependencia que tanto criticaban y despreciaban décadas atrás.

Relaciones China-Argentina

Hace 52 años se restablecían las relaciones diplomáticas entre China y Argentina. Ello se daba en el contexto del acercamiento propiciado por Washington con Beijing durante la presidencia de Nixon, cuyo objetivo era alejar a China de la URSS aprovechando las fuertes tensiones que había entre las grandes potencias comunistas. Se abría de esta manera el candado para las relaciones con la China comunista en el “patio trasero”.

El breve período democrático nacional y popular abierto en 1973 significó mirar de otra forma hacia el gigante asiático que estaba despertando y ya se establecía como uno de las cinco principales potencias mundiales, aunque muy por detrás de las superpotencias de la época. Así lo refleja el propio líder argentino Juan Domingo Perón, que volvía a ganar las elecciones presidenciales en dicho año luego de 18 años de proscripción del peronismo, fuerza política históricamente identificada con la idea de establecer una “Tercera Posición” en los países del Tercer Mundo y converger en el Movimiento de Países No Alineados.

En una carta a Osvaldo Maurín escrita en 1965, Perón afirmaba que: “Este mundo occidental, tan mal calificado como ‘mundo libre’, es una descarada simulación de valores inexistentes, un mundo en decadencia, en el que lo único sublime de las virtudes es su enunciado. Los hombrecillos encumbrados que ven el peligro, tiemblan, pero no se corrigen. Así vamos marchando hacia el abismo porque otro mundo nuevo, con valores reales, avanza desde Oriente con la intención de tomar el mando de la Historia. O nos liberamos nosotros o nos liberarán los chinos… Ya el problema no es ideológico como han pretendido hacernos creer”.

En el 2004, con la presidencia del peronista Néstor Kirchner —que expresó un giro nacional popular en el país, como parte de un movimiento regional contrario al neoliberalismo y al alineamiento total a Washington— se firmó el primer “acuerdo estratégico” entre Argentina y China. El acuerdo era otra de las tantas manifestaciones de los primeros indicios de la transición del sistema mundial en curso, que tiene como uno de sus elementos fundamentales la crisis de la hegemonía estadounidense.

Ya en 2001 y aunque el gran capital transnacional estadounidense hiciera grandes negocios con China, Estados Unidos había modificado el encuadramiento de la relación política con Beijing, que pasó de “asociación estratégica para el siglo XXI” al de “competencia estratégica”. Y hacia el año 2005, durante un debate sobre “La influencia de China en América Latina” organizado por el Subcomité para el hemisferio occidental del Congreso de Estados Unidos, legisladores y funcionarios del Departamento de Estado y del Pentágono coincidían en que la influencia de China crecía cada día más en Argentina, Brasil, Venezuela y el resto de América Latina y que ello representaba una amenaza.

Para 2014, durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner y en nueva fase de la crisis del sistema mundial —donde se agudizan las contradicciones entre las fuerzas imperiales del Norte Global y los poderes emergentes—, la relación entre China y Argentina da un nuevo salto con la firma de una Asociación Estratégica Integral y un conjunto de acuerdos. Estos se suscribieron en el marco de la visita oficial del presidente chino Xi Jiping y entre los veinte (20) convenios firmados se incluyó la realización de las represas hidroeléctricas “Néstor Kirchner” y “Jorge Cepernic” en la provincia de Santa Cruz por unos 5 mil millones de dólares con financiamiento chino, obras para el estratégico ferrocarril Belgrano Cargas, la construcción de una central nuclear (que sería la cuarta para Argentina) y la instalación de una base de observación espacial en la provincia de Neuquén. También se firmó un swap para fortalecer con yuanes las reservas del BCRA por un monto equivalente a 11 mil millones de dólares, en plena embestida de los fondos buitres contra la Argentina y un proceso acelerado de pérdida de reservas para poder cumplir con los vencimientos de deuda externa.

Unos días antes de la visita de Xi Jinping a la Argentina, transcurrió la cumbre de los BRICS en Fortaleza, Brasil, en la que se lanzó una nueva arquitectura financiera mundial con centro en Beijing, a través de la firma de un tratado constitutivo del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS y del Acuerdo de Reservas de Contingencia (una especie de Fondo en caso de problemas en la balanza de pagos de alguno de los miembros).

Estos avances importantes en las relaciones políticas se corresponden con el fortalecimiento de las relaciones materiales. Hasta el 2020 Argentina era el tercer destino más importante en América Latina de la Inversión Extranjera Directa proveniente de China, detrás de Brasil y Perú, con un acumulado de 25 mil millones de dólares. Además, el comercio bilateral entre ambos países aumentó de 2 mil millones de dólares en el año 2000 a 16.3 mil millones de dólares en 2019, donde las exportaciones argentinas representaron 7 mil millones de dólares y las importaciones 9 mil millones de dólares.

China es el segundo socio comercial de Argentina después de Brasil; de hecho, se convirtió en su primer socio comercial durante los momentos más críticos de la pandemia en 2020, mientras el comercio entre los socios del MERCOSUR caía, que más allá de la coyuntura de la Pandemia, también refleja un proceso de desindustrialización y especialización primario-exportadora de ambos países sudamericanos en los últimos años. Cabe destacar que la balanza comercial de Argentina con China registra un déficit desde 2008, el cual se redujo considerablemente en 2019 pero volvió a aumentar en 2020, convirtiéndose en el mayor en comparación con otros países y bloques regionales.

En el gobierno de Mauricio Macri se produjo un giro en la relación con China. Si bien al principio pareció que iba a haber una continuidad, el gobierno de la Alianza Cambiemos, tanto por razones ideológicas y políticas internas, como por su alineamiento a Estados Unidos y Occidente, puso en suspenso la mayor parte de las grandes inversiones en infraestructura que se habían anunciado y algunas que ya habían comenzado. Ello quedó más claro todavía a partir del momento en que el Pentágono en enero de 2018 prioriza la competencia estratégica entre potencias y luego, entre otras iniciativas, el gobierno estadounidense lanza la Guerra Comercial contra Beijing y declara una Nueva Guerra Fría.

Este alineamiento de Argentina dio pocos frutos. Ni siquiera permitió generar un escenario de desarrollo de subdesarrollo, es decir, de acumulación y desarrollo de las fuerzas productivas bajo las condiciones de la dependencia. La “lluvia de inversiones” que provendría del Norte Global nunca llegó y sólo se produjeron inversiones financieras especulativas que exacerbaron los problemas de la economía nacional, las transferencias de excedentes y la consecuente descapitalización. Fenómeno propio de la fase de estancamiento económico relativo del Norte Global, un proceso de financiarización de carácter estructural y la crisis de la globalización neoliberal; lo cual contrasta con la expansión material de China y otros emergentes.

El 3 de septiembre de 2020 la Cámara de Senadores de la Argentina, presidida por Cristina Fernández de Kirchner, aprobó por unanimidad el proyecto del Poder Ejecutivo que avalaba el ingreso del país al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII) —institución creada en 2016 con centro en Beijing y que fue propuesta en 2013 como entidad financiera multilateral estrechamente vinculada a la IFR. La incorporación de Argentina al BAII ya había sido aprobada en 2017. Sin embargo, ésta como otras tantas iniciativas vinculadas con China estaban frenadas. Incluso durante los dos primeros años del gobierno de Alberto Fernández la mayoría de los proyectos que se habían paralizado durante el macrismo continuaron en la misma situación, provocando importantes debates internos.

El viaje del presidente argentino Alberto Fernández a China en febrero de 2022 para adherir a la IFR y firmar trece acuerdos de cooperación significó un importante acontecimiento en la política exterior, ya que marcó un quiebre con la dinámica en la que había entrado la relación con la potencia asiática a partir de 2017-2018 y que, en buena medida, había continuado bajo su propio gobierno. Se acordaron inversiones por 23.700 millones de dólares, en dos tramos: el primero de 14.000 millones en proyectos ya aprobados, bajo el mecanismo del Diálogo Estratégico para la Cooperación y Coordinación Económica (Decce); y el segundo que se estimó en 9.700 millones y que Argentina presentará en el Grupo de Trabajo Ad Hoc. Además, se conoció que un total de 14 empresas chinas cerraron contratos para invertir en la Argentina y desplegar en lo inmediato diferentes proyectos de desarrollo económico.

El ingreso de la Argentina a la IFR expresa tanto una decisión coyuntural marcada por la necesidad de divisas, financiamiento e inversiones, y el cambio en la conducción política del país (aunque existan profundas contradicciones internas), así como también un proceso histórico de carácter estructural. Este proceso tiene una dimensión económica clara —se trata de dos economías complementarias en una situación de super-expansión material de China—, pero también política y estratégica. En la escala mundial, está en relación a la convergencia en profundizar la situación de multipolaridad relativa, construir un nuevo multilaterialismo multipolar y democratizar la distribución del poder y la riqueza mundial, en plena crisis del sistema mundial y en pleno conflicto por la construcción de otro sistema mundial y del próximo orden. En la escala regional, el ascenso de China y otros poderes generan un margen de maniobra para construir un bloque continental que permita trazar mayores niveles de autonomía relativa y una senda de desarrollo con justicia social. Aunque esto último dependa, en realidad, de los procesos políticos regionales y de la naturaleza político social de los proyectos desde los cuales se establezca la relación con China.

Así como el acuerdo estratégico de 2004 entre China y Argentina fue parte de un proceso político que en 2005 rechazó la iniciativa estratégica ALCA impulsada por Estados Unidos —un “Cambio de Época” como se definió—, el ingreso de la Argentina a la IFR va en paralelo con el fracaso de Washington de retomar la hegemonía hemisférica. Este fracaso está en relación a su imposibilidad para ofrecer otra cosa más que la periferialización de América Latina, es decir, otorgar al menos, una alternativa para hacer funcionar la fórmula del desarrollo del subdesarrollo. Pareciera que el camino es mucho palo y muy poca zanahoria, por eso hasta los tradicionales alineamientos se encuentran bajo presión.

La disputa en el “Patio Trasero”

El periodista Román Lejtman de Infobae (órgano mediático editorialmente ligado al neoconservadurismo americano) describe en un artículo sobre la reunión en Washington del presidente argentino Alberto Fernández con Joe Biden (Lejtman, 2 de abril 2023), el tipo de ‘negociaciones’ que se establecen en torno a la “amenaza” China, el “enemigo global” de Estados Unidos. Según sus fuentes, el gobierno argentino habría acordado el congelamiento de los “proyectos geopolíticos” de China, en referencia a proyectos de inversiones en infraestructura en Argentina, a cambio del apoyo de Estados Unidos en las negociaciones con el FMI. En Washington no se oponían a que Argentina utilice el swap de 18.500 millones de dólares en pleno estrés financiero y tampoco objetaban el volumen comercial —algo lógico, ya que en todo caso buscan mediarlo con sus propias compañías. Pero se oponían a que China acceda al “control de la Hidrovía” (la vía de navegación comercial más importante del Cono Sur), le venda aviones JF-17 a la Fuerza Aérea argentina que otorgarían un poder de disuasión real y autonomía con respecto a la OTAN, o construya centrales nucleares en el país. Además, se planteó “consolidar una relación estratégica”, donde se establecieron tres áreas claves que debían coordinar Argentina y Estados Unidos: alimentos y proteínas, energía y seguridad energética global y minerales críticos (donde es fundamental el litio).

Es decir, Washington no ofreció ni una central nuclear alternativa, ni aviones de última generación (sólo los viejos F-16 descartados por Dinamarca), ni grandes obras de infraestructura, ni nada por el estilo, sino el apoyo en el FMI para renegociar el acuerdo que haga posible pagar el enrome crédito destinado en gran parte a la fuga de los fondos financieros (en buena medida anglo-estadounidenses) ‘atrapados’ luego de que estallara la ‘bicicleta financiera’ de 2016-2017. No fue posible saber si todo lo que aparece en dicho artículo periodístico es cierto o es una operación de prensa, o ambas cuestiones. Pero lo que sí es cierto es que luego sucedió exactamente lo que allí decía que se había acordado.

También es para destacar que el nuevo gobierno de Argentina, encabezado por Javier Milei, no sólo rechazó la invitación a formar parte de los BRICS+, sino que se ha alineado totalmente con los Estados Unidos en cada uno de los frentes y focos de la GMH mencionados, bajo una política para-colonial. Sin embargo, frente a los escasos resultados de tal alineamiento y las condiciones materiales e históricas que enfrenta Argentina, ya está entrando en crisis la política exterior enfrentada a China.

Reflexiones finales

La situación general de transición de poder interpela directamente a América Latina. En primer lugar, porque es parte fundamental del Sur Global y como tal se encuentra atravesada por un conjunto de tendencias históricas y espaciales del mundo emergente. En segundo lugar, porque como se observó en las dos grandes transiciones de poder anteriores –como en las guerras napoleónicas o el período de Guerras mundiales en el siglo XX— se producen en la región y en  las periferias y semiperiferias mundiales, procesos disruptivos que agudizan las luchas nacionales y las disputas geopolíticas en torno al ascenso y el declive en el sistema mundial, el ‘desarrollo’ y el ‘subdesarrollo’, la ‘liberación’ o la ‘dependencia’. Son tiempos de revoluciones y contrarrevoluciones, en el sentido amplio del concepto. En tercer lugar, porque América Latina es históricamente una periferia colonial y neocolonial constitutiva del ascenso y la posterior hegemonía atlantista. Pero esta situación se ve desafiada por tendencias políticas regionales autonomistas y la creciente presencia de poderes emergentes, en donde se destaca China, produciendo otras condiciones histórico-espaciales para poner en discusión el lugar de América Latina en el sistema mundial.

En este escenario ¿América Latina está en “disputa”? ¿Los actores centrales de dicha disputa serían Estados Unidos y China? Sin dejar de observar de que dicha formulación tiene elementos en los que apoyarse, aquí se entiende que resulta un tanto imprecisa y se ajusta más a la narrativa de Nueva Guerra Fría del Occidente geopolítico. A través de dicha narrativa se intenta representar un mundo bipolar, organizado políticamente bajo la antinomia ‘democracias vs dictaduras’ o también ‘democracias’ vs ‘autocracias’, que busca presionar por el alineamiento al Occidente geopolítico, a tener que optar entre dos supuestos bloques y a legitimar distintos tipos de intervenciones y acciones de guerra híbrida.

Ese encuadre de una región en disputa deja a la región en una situación pasiva, sin posibilidad de desarrollar una estrategia propia, como si debiera debatirse entre dos alineamientos, en los cuales juega el rol de ‘patio trasero’. Es decir, la región no tendría la posibilidad de insertarse como polo emergente, con autonomía relativa, en un escenario relativamente multipolar con ciertos rasgos bipolares. Ello desconoce, además, la propia realidad de los países latinoamericanos, atravesados por la lucha de proyectos políticos estratégicos que, de acuerdo a la coyuntura política, buscan distintos equilibrios, participan de distintas iniciativas e intentan aprovechar las distintas opciones que se presentan (a pesar de las tensiones internas y muchas veces la falta de estrategias claras). En todo caso, la disputa en América Latina es entre proyectos políticos-estratégicos que plantean diferentes formas de articulación e ‘inserción’ política y económica regional y mundial, en un escenario de tensión estructural entre fuerzas unipolares y polos emergentes.

Nuestra América se encuentra en una especie de trilema, que aparece entrecruzado y coexistiendo: 1) avanzar en una mayor periferialización regional, atada y subordinada al  polo de poder angloestadounidense en declive; 2)  Ir hacia una especie de neodependencia económica con China y otros emergentes, establecida de hecho por las obvias asimetrías económicas y el sostenimiento del proyecto neoliberal primario exportador, combinada con una subordinación estratégica al establishment occidental (con sus distintas fracciones en pugna). Esto podría otorgar alguna viabilidad a los proyectos de factorías primario-exportadoras de los viejos grupos dominantes ligándose al centro emergente en lo económico, que posibilita el crecimiento exportador, pero manteniéndose subordinados al Occidente geopolítico y como periferia del sistema mundial. 3) Aprovechar el escenario de crisis mundial y multipolaridad relativa, así como el ascenso de China y las oportunidades que esto ofrece (incluso porque no presenta un patrón imperialista de desarrollo y necesita del ascenso del Sur Global), para construir un proyecto nacional-regional de desarrollo y establecer un polo emergente con el que participar con voz propia en el escenario mundial.

*Analista de política internacional. Sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) de Argentina. Investigador del CONICET y profesor de la UNLP y de otras instituciones de grado y postgrado. Es Coordinador del Grupo de Trabajo de China y el Mapa del Poder Mundial de CLACSO. Este artículo ha sido publicado en el portal nodal.am

Fuente: PIA

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