Dilemas del eje Lula-Petro-AMLO y la huida hacia adelante. El rol de Venezuela, China y EEUU.
Por Javier Vadell
La consolidación del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) en México y los liderazgos de Gustavo Petro en Colombia y Luis Inácio Lula da Silva en Brasil parecen ir configurando el triángulo estratégico de América Latina y el Caribe (ALC) de cara al turbulento y escenario geopolítico y económico global.
La integración regional y las preocupaciones con el desarrollo devienen de la misma historia de ALC, proceso del cual Brasil ha sido un gran protagonista. Fue en esta región donde se intentó pensar estos temas con gran originalidad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, con éxitos y fracasos.
En esta búsqueda incesante por desarrollo y una inserción internacional favorable, Brasil es desafiado por la compleja coyuntura hemisférica en una transición que preanuncia cambios estructurales.
Brasil mirando hacia América Latina y el Caribe
Así pues, frente a las grandes dificultades para retomar una agenda integracionista en una región políticamente polarizada y fragmentada, los recientes cambios en las coyunturas políticas en ALC condicionan los movimientos de la actual política externa brasileña. Observamos, que ella está gradualmente girando para una visión más latinoamericanista y amazónica y menos “sudamericanista”, principalmente debido al “desacoplamiento” de la Argentina de Javier Milei, un gobierno recargado de narrativas y prácticas agresivas hacia Brasil y abiertamente hostil a toda propuesta de integración latinoamericana.
En este escenario, sería importante destacar algunos acontecimientos de relevancia que definen los rasgos de la delicada situación regional:
1) En primer lugar, el legado progresista de López Obrador y la consolidación de Morena con la victoria aplastante de Claudia Sheinbaum para la presidencia de México, a iniciarse en este próximo octubre;
2) en segundo lugar, la presencia de Gustavo Petro como presidente de Colombia, más abierto al diálogo con Venezuela y con actitudes en política externa que pretenden ser más autónomas con relación a los Estados Unidos;
3) en tercer lugar, las posturas de Lula como un equilibrista político frente a este panorama. Estos tres actores representan el principal “arco progresista” y prointegración de la geopolítica latinoamericana;
4) y en cuarto lugar, el triunfo de Milei en Argentina, que gobierna el tercer Estado más importante económicamente de ALC, que se presenta como contrapunto político neoliberal y antiintegración al “arco progresista”.
5) Finalmente, pero no menos importante, debemos destacar los impactos de la polémica reelección de Nicolás Maduro, que aceleró tensiones regionales y globales con EE.UU. y con la Unión Europea (UE).
Frente a este panorama regional convulsionado y fragmentado, Brasil parece estar inclinando su estrategia geopolítica hacia el ´norte´, articulando la cuestión amazónica con Petro e intentando resolver la “cuestión venezolana” con López Obrador y Petro. Como expresó recientemente el periodista Breno Altman, la lógica de la política externa brasileña es la de no alineamiento activo, es decir, buscar construir sobre la base de negociaciones con EE.UU., la UE, China y Rusia, una situación intermedia en la que sea posible obtener ventajas para Brasil y para Sudamérica.
Sin embargo, un no alineamiento activo en este caso puede perjudicar el principio de no intervención, preocupación esencial del presidente mexicano López Obrador. Al intentar agradar a griegos y troyanos, dentro de su propio gobierno y en la arena internacional, Brasil puede está jugando peligrosamente.
La importancia de Amazonas: regionalismo pragmatismo y cuestión climática
La cumbre entre Lula y Petro en Colombia fue marcando el camino que apuntamos. Ella ocurrió en Bogotá en abril de 2024 y en esa oportunidad el presidente brasileño se encontró con su par colombiano para elevar la relación bilateral al nivel de “relaciones estratégicas”. También en esa oportunidad ambos mandatarios reconocieron a la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) como “único organismo de cooperación de los ocho países amazónicos y coincidieron en que la promoción del desarrollo sostenible, armonioso, integral e inclusivo de la Amazonía debe incluir la participación activa de los pueblos indígenas, poblaciones afrodescendientes y comunidades locales y tradicionales y el respeto y promoción de los derechos humanos como eje central de las políticas públicas regionales.”
En la Declaración conjunta sobresalen tres aspectos:
1) el intento por reavivar la OTCA como único organismo aglutinador para las cuestiones amazónicas con la innovación institucional que implicaría la implementación de mecanismo de pagos de deuda por recursos de preservación de la naturaleza, biodiversidad y fauna autóctona, la llamada REDD+ (sigla en inglés de Reducing emissions from deforestation and forest degradation, que busca desarrollar un conjunto de políticas y programas para enfrentar las causas de la deforestación/degradación forestal, promover un desarrollo verde, social y económico, fomentar la conservación, el manejo sostenible de los recursos naturales y aumentar reservas de carbono;
2) el pedido explícito del gobierno colombiano para que Brasil apoye el ingreso de Colombia al BRICS;
3) la delicada cuestión de las elecciones venezolanas.
Venezuela, una vez más…
Desde la consolidación territorial de Brasil con el gran protagonismo del Barão de Rio Branco, que se preocupó por acabar y resolver todos los conflictos fronterizos en la primera década del siglo XX, los gobiernos brasileños sucesivos intentaron no “contaminarse” con las luchas fragmentarias de Hispanoamérica. No obstante, por ser el mayor país del subcontinente sudamericano, su rol geopolítico fue adquiriendo cada vez más importancia. Desde inicios del siglo XX, que coincide con un acercamiento estratégico con Argentina, todo progreso en lo que se refiere a integración regional fue realizado con el “hermano” del Sur.
El ingreso de Brasil a los BRICS desde 2009 marcó una nueva era de la política externa brasileña, dejando de lado el casi exclusivismo atlantista, con gran peso en las relaciones con los Estados Unidos, para adquirir un alcance global, en consonancia con el creciente peso económico que la República Popular de China ejerce en Brasil, del cual desde entonces es el principal socio comercial.
En tiempos cambiantes y turbulentos, las maniobras de timón suelen ser necesarias. Por el lado de ALC y frente a la imposibilidad coyuntural de reconstruir algún tipo de integración con Argentina, Brasil se enfoca en su amplia frontera Amazónica, en los diálogos bilaterales con Colombia y en los entendimientos con México para realizar una especie de mediación y conciliación en la disputa política de Venezuela. Aunque parezca tarea imposible, el real objetivo es intentar estabilizar y “administrar” su frontera norte.
Pero este triángulo de diálogo y de acercamiento a Venezuela postelecciones no parece estable. México está cada vez más firme en seguir a rajatablas la “doctrina Estrada”, aquella formulación mexicana, enunciada en 1930 por Genaro Estrada Félix, secretario de Relaciones Exteriores de la presidencia de Pascual Ortiz Rubio, relativa a la aplicación de los principios de igualdad jurídica de los Estados, autodeterminación de los pueblos y no intervención, que rechaza la práctica del reconocimiento de gobiernos por motivos políticos. Por otro lado, el principio de no intervención está en el artículo 4 de la Constitución brasileña y forma parte de los cinco principios de coexistencia pacífica enunciados en la Conferencia de Bandung en 1955. Sin embargo, las posturas de Brasil y Colombia parecen más vacilantes con un ojo em la estabilidad regional y otro en el humor de EE.UU.
Este juego de equilibrista de Brasil entre el derecho internacional y un realismo táctico puede resultar peligroso mientras intenta encontrar salidas a su cerco geopolítico, que es territorial, mediático y comunicacional, con rasgos de guerra híbrida.
Polarizaciones: elecciones en EE.UU. y la carta china de Brasil
El “triunvirato” México, Colombia y Brasil pretende estabilizar la región con una intensa cooperación para neutralizar la inestabilidad venezolana como producto de la polarización interna en el país. Ese sería el pilar fundamental para intentar restablecer, en este momento, las bases de algún tipo de integración regional y reformular la inserción internacional en un mundo multicéntrico. Este escenario tiene que ser interpretado a partir de múltiples y simultáneos condicionamientos que ejercen impactos diferenciados y contradictorios en la región latinoamericana y caribeña: las polarizaciones políticas, las fuerzas centrípetas y las centrífugas.
1) Polarizaciones: las polarizaciones políticas son regla en la región y no excepción y ellas están atravesadas por múltiples dimensiones. De Alaska a Tierra del Fuego los embates entre diversas fuerzas progresistas y extremas derechas agresivas y reaccionarias cohabitan con las propias contradicciones de cada país y sus conflictos de clase;
2) Fuerzas centrípetas: los procesos ambiciosos de integración regional permanecerán congelados. Frente a la necesidad imperiosa de cooperar para estabilizar la cuestión venezolana, los grandes países de la región, a excepción de Argentina, tienen la necesidad de equilibrar la geopolítica regional con especial preocupación con el norte de Sudamérica y la región de América Central y el Caribe, zona de influencia mexicana.
3) Fuerzas centrífugas: ellas son más poderosas y multifacéticas. Podemos dividirlas en dos frentes que coinciden con las facciones de poder en EE.UU.: a) Una elite globalista hoy en el poder anclada institucionalmente en el Partido Demócrata, que apuesta por un discurso persuasivo, pero que “terceriza” el intervencionismo vía la Cuarta Flota del Comando Sur; b) Por otro lado, la facción republicana, que aglutina las fuerzas de las extremas derechas periféricas cargadas de narrativas ideológicas agresivas y prácticas económicas neoliberales, que retroalimentan la fragmentación, se articulan con redes globales en cuya pirámide de poder está el ala republicana trumpista y los oligarcas polifuncionales como Elon Musk. Ambos segmentos, hoy en plena disputa electoral que se resolverá en noviembre, representan dos tácticas diferentes para estimular las fuerzas centrífugas en la región.
Frente a este escenario, el gobierno brasileño está sufriendo el impacto directo de una doble puja electoral, en el propio país y la mencionada recién en el país norteamericano. Como destacó la Folha de São Paulo en un artículo del 1º de septiembre, la prohibición de la Plataforma X (antigua Twitter) por parte del Juez del Supremo Tribunal Federal (SFF) de Brasil, Alexandre de Moraes ya está impactando en la campaña y en los debates electorales estadounidenses, exhibiendo otros aspectos de la fuerte polarización de la sociedad de esa nación y de la “guerra” virtual de narrativas entre Elon Musk y los poderes del Estado brasileño. Según el mismo medio brasileño, tanto Lula como la familia Bolsonaro, que sufre serias acusaciones con relación al golpe de Estado fracasado del 8 de enero de 2023, se mantienen en silencio.
Simultáneamente, el gobierno Lula juega al equilibrista para no desagradar ni al gobierno demócrata de EE.UU. —que puede ser un aliado circunstancial en la disputa con la ultraderecha— ni al electorado brasileño, que posee fuertes características conservadoras (recordemos que en las elecciones del 6 de octubre de 2024 se elegirán: 5.567 intendentes y viceintendentes y aproximadamente 58.000 concejales).
El dilema para Brasil en este 2024 es muy complejo, pero la clase dirigente y empresarial sabe que siempre tiene a disposición la carta asiática para jugar: China.
Después de las elecciones, la política externa tiene una prioridad: la cumbre del G20 que tendrá lugar en Rio de Janeiro en noviembre de este año, donde Lula se reunirá con los principales mandatarios del mundo.
Las expectativas se centran en un potencial encuentro entre el presidente brasileño y su par chino, Xi Jinping. La carta china de la Franja y la Ruta para coronar una sociedad estratégica de éxito puede ser la oportunidad para “huir hacia adelante” e intentar, por lo menos circunstancialmente, neutralizar el laberinto latinoamericano.
La cumbre de los BRICS en Rusia, que se llevará a cabo del 22 al 24 de octubre de este año, puede ser la antesala y preparación de este proceso de fuga.
Fuente: Tektonikos