La invasión de Ucrania por parte de Rusia obliga a China a ejercitar una moderación activa que puede permitirle incrementar su influencia y su respetabilidad entre los países africanos, asiáticos o latinoamericanos
Por Xulio Ríos
Como no podía ser de otra forma, la onda expansiva de la invasión de Ucrania por parte de Rusia también llegó a China. De una parte, obligándola a posicionarse en una incómoda tesitura que involucra a dos países, uno agresor y otro agredido, con los que mantiene importantes relaciones diplomáticas; de otra, explicándose para hacer entender que su principio de no injerencia no representa un doble lenguaje que puede deteriorar aún más las relaciones con EEUU y los países occidentales que le urgen a tomar partido.
La crisis de Ucrania “no es algo que queramos ver”, dijo Xi Jinping a Joe Biden en su cumbre virtual celebrada en marzo de 2022. Y China tiene sobradas razones para justificar dicha percepción. Culturalmente hostil a los enfrentamientos militares directos, aun reconociendo su proximidad estratégica al Kremlin y su rechazo de esa arrogancia estadounidense que le conmina a la genuflexión permanente, su agenda apunta en otra dirección. Para China, cuando las principales economías debieran estar centradas en la recuperación pos-pandémica, en la recomposición de las cadenas industrial y de suministro mundiales, esta guerra no puede ser más inoportuna y dañará las condiciones de vida de muchas personas en todo el mundo.
Conciliar la comprensión con el agresor y la solidaridad con el agredido no es tarea fácil
La posición oficial china ante la invasión rusa de Ucrania se podría resumir en lo siguiente: defensa clara de la soberanía e integridad territorial, comprensión de la ansiedad rusa ante el expansionismo militar de la OTAN y un hipotético ingreso de dicho país en la Alianza, y llamamiento a la moderación, a la búsqueda de una salida diplomática con implicación de la ONU.
Conciliar la comprensión con el agresor y la solidaridad con el agredido no es tarea fácil. China se remite a los principios de su política exterior, de los que no se apea (Joyaux, 1993; Ríos, 2005). La integridad territorial es un capítulo mayor que, al igual que la no injerencia en los asuntos internos, tiene bien presente su propia fragilidad en esta materia, tal como se puede apreciar en los conflictos en Tibet, Xinjiang, Hong Kong y, por supuesto, Taiwán (Gill, 2007). Y la defensa de una seguridad compartida parte del axioma lógico de que no puede establecerse de forma unilateral, premiando a unos a costa de otros. Al señalar esto, recuerda que la política de cerco establecida en Europa frente a Rusia guarda grandes similitudes con la que está trazando EEUU en su entorno inmediato mediante la promoción del AUKUS, el reflote del QUAD y el fortalecimiento de las alianzas anti-China de todo tipo en el Pacífico Occidental, entre otros.
Las relaciones de China con Rusia y Ucrania
Rusia y China no han esperado a la crisis actual para edificar una asociación más sólida (Xi, 2018). Las sanciones aplicadas a Rusia en 2014 por la anexión de Crimea, seguidas de las impuestas por Estados Unidos a China desde 2018 en el marco de su guerra comercial, han cimentado una relación que aboga por la búsqueda de una mayor autonomía económica y financiera frente a los países occidentales. Las dos áreas principales que ilustran el entendimiento entre ambos países son la energía y las finanzas.
En el primer caso, el acuerdo para crear el primer gasoducto que unirá los yacimientos de gas de Siberia con China se firmó unos meses después de la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014. El “Poder de Siberia” es un oleoducto de 8.000 km de longitud, de los cuales 3.000 km están en Rusia y 5.000 km en China, para dar servicio a tres zonas de población desde el norte del país hasta Shanghái. Entró parcialmente en funcionamiento en 2019 y suministra más de 10.000 millones de metros cúbicos de gas. Es mucho, pero sigue siendo poco comparado con los 136.000 millones de metros cúbicos que Gazprom exporta actualmente a Europa. Cuando el gasoducto llegue a Shanghái en 2024, las entregas podrían alcanzar los 38.000 millones de metros cúbicos.
Un segundo proyecto, el “Poder de Siberia 2”, está en estudio. Esta vez se trataría de un gasoducto desde la parte occidental de Rusia a través de Mongolia. Permitiría a Gazprom sustituir las entregas a Asia o Europa en caso necesario, lo que no ocurre con el actual oleoducto. De confirmarse, no entraría en funcionamiento antes de 2030.
En el ámbito del petróleo, Rosneft firmó en febrero un acuerdo a largo plazo con la china CNPC para el suministro de 100 millones de toneladas de crudo durante 10 años, es decir, 10 millones de toneladas al año. Este acuerdo es significativo, pero de pequeño alcance en comparación con el nivel actual de las exportaciones de petróleo ruso, que fue de 230 millones de toneladas en 2021. El petróleo es también un mercado global mucho más diversificado que el del gas, y la asociación con China no es tan importante para Rusia.
En definitiva, la asociación energética ruso-china ofrece a Moscú un importante potencial de diversificación de sus exportaciones a medio plazo, pero no le da los medios para sustituir rápidamente a los clientes asiáticos por los europeos.
En lo financiero, la “desdolarización” de la economía rusa apareció como una necesidad al mismo tiempo que el cambio de estrategia sobre el gas, cuando el Kremlin tomó conciencia del peso de las sanciones financieras estadounidenses tras la invasión de Crimea. En China, también se percataron de ello en 2018, cuando Donald Trump dio alas a una amplia política de sanciones económicas y comerciales contra China.
Ya en 2014, los dos países firmaron un acuerdo de canje de 24.500 millones de dólares del banco central para facilitar las transacciones comerciales en yuanes o rublos. Firmado por tres años, este acuerdo se ha renovado periódicamente. Durante una visita de Xi Jinping a Rusia en junio de 2019, se firmó un nuevo acuerdo para sustituir el dólar en las liquidaciones internacionales entre ambos países y abandonar gradualmente el sistema SWIFT, que rige las transacciones de divisas y es utilizado por los principales bancos internacionales.
China estableció en 2015 el Sistema de Pagos Interbancarios Transfronterizos (CIPS), que gestiona las transacciones financieras internacionales en yuanes. Paralelamente, Rusia ha desarrollado el SFPS basado en el rublo, que gestiona algo más del 20% de las transacciones en divisas de Rusia en la actualidad, según el Instituto de Finanzas Internacionales. Pero muy pocos bancos europeos o estadounidenses están vinculados a ella. Por otra parte, los bancos chinos y rusos están conectados a estos dos sistemas de liquidación, que también están abiertos a terceros países que desean liberarse del dólar, especialmente Irán, que ya no tiene acceso al sistema SWIFT.
China es el mayor socio comercial de Ucrania. Las relaciones son importantes en la agricultura y la minería
En 2013, el 90% de las transacciones comerciales entre China y Rusia estaban denominadas en dólares. En 2021, esta cifra se había reducido al 36,6%, según datos del Banco Central de Rusia y el Servicio Federal de Aduanas. Pero la principal moneda que ha sustituido al dólar es el euro, que actualmente representa el 47% de las liquidaciones de divisas entre ambos países. El binomio rublo-yuan no supera el 16% de las transacciones monetarias bilaterales. Si Occidente mantiene una línea común en materia de sanciones financieras, la capacidad del yuan y el rublo para sustituir a las actuales monedas de liquidación no es inmediata, sino que requerirá la renegociación de todos los contratos existentes con los socios extranjeros, que pueden no tener la flexibilidad o la voluntad de hacerlo.
En general, la cooperación financiera ruso-china está sentando las bases de un sistema financiero internacional menos dominado por el dólar. Pero, al igual que en el caso de la energía, se trata de un proyecto a medio y largo plazo que no permitirá a Rusia librarse de las sanciones financieras de Occidente.
Por lo que respecta a Ucrania, sin ser comparables a los de Rusia, los vínculos con China no son insignificantes. China es el mayor socio comercial de Ucrania. El comercio bilateral alcanzó los 19.300 millones de dólares en 2021, según las estadísticas ucranianas, frente a los 146.000 millones del comercio ruso-chino. Las relaciones son importantes en la agricultura y la minería: el 30% de las importaciones chinas de cebada proceden de Ucrania y el 60% de las exportaciones ucranianas de mineral de hierro van a parar a China, que también exporta una amplia gama de productos manufacturados a Ucrania, según China Media Group. Además de ser Ucrania un “granero de Europa”, entre 2015 y 2020 también fue el mayor proveedor de maíz de China. La porción de maíz ucraniano en las importaciones totales de China se mantuvo por encima del 60 por ciento durante ese período. El maíz de Ucrania generalmente sale desde Kiev, y se dirige a los puertos del este y sur de China. En 2020-2021, el 54 por ciento de la cebada ucraniana se exportó a China, lo que representa el 28 por ciento de las importaciones chinas de cebada.
Ucrania es uno de los socios europeos de las “Nuevas Rutas de la Seda” y es un importante centro logístico entre el continente europeo y China, con un enlace ferroviario recientemente inaugurado. Beijing esperaba aprovechar el acuerdo de libre comercio del país con la Unión Europea. Las grandes empresas chinas han invertido en telecomunicaciones (Huawei está muy presente en Ucrania), en agroalimentación con COFCO y en energías renovables con algunos grandes proyectos de energía eólica. Ahora, China tendrá que lidiar primero con la destrucción causada por la guerra, que interrumpirá todos los flujos logísticos, y luego querrá restablecer los vínculos comerciales anteriores. Ucrania también dejará de ser la puerta de entrada al mercado europeo con la que contaban las empresas chinas. La forma en que Moscú tenga en cuenta los intereses chinos en Ucrania afectará a la cooperación entre ambos países.
La interpretación de la guerra por parte de China
Ya antes de la invasión, las autoridades chinas declararon su apoyo a las “preocupaciones razonables” de Moscú sobre Ucrania. Ese apoyo, sin embargo, no debiera entenderse como una luz verde a la guerra sino, sobre todo, como una desautorización de las políticas expansionistas de EEUU y la OTAN. En este sentido, el acercamiento entre los dos vecinos, se cimienta también en la reafirmación de sus visiones geoestratégicas (Cabestan, 2015).
En los últimos años, dejando atrás épocas convulsas (Feitjö, 1976), Moscú y Beijing han entrado en una auténtica luna de miel. Xi Jinping llama regularmente a Putin su “mejor amigo”. Los dos han hablado unas 40 veces desde 2013, ya sea por videoconferencia o cara a cara. El presidente ruso fue el primer líder extranjero con el que Xi Jinping se reunió en persona desde que comenzó la pandemia de Covid-19.
No obstante, durante el encuentro entre Putin y Xi del 4 de febrero, antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing, el líder chino evitó cuidadosamente ponerse del lado de Rusia sobre Ucrania. “China simpatiza y apoya las demandas de Moscú de poner fin a la ampliación de la OTAN, que ambos países consideran una ilustración de las alianzas de la Guerra Fría”, decía la declaración conjunta chino-rusa tras las conversaciones. Pero esta declaración no menciona explícitamente a Ucrania, sino que se centra en la cooperación económica entre Rusia y China.
Poco después, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, aclaró la posición de China: la integridad territorial es “una norma de las relaciones internacionales contenida en la Carta de la ONU. Esta es también la posición de principio de China. Y esto también se aplica a Ucrania”, subrayó para la agencia oficial de noticias Xinhua.
Cabe recordar que China no reconoció la anexión de Crimea en 2014. Y reaccionó oficialmente al “reconocimiento por parte de Rusia de dos territorios separatistas” en Ucrania apelando al respeto de la Carta de las Naciones Unidas. Para Beijing, de haberse cumplido con los acuerdos de Minsk de 2015, no se habría llegado a esta situación.
En esta guerra, la mayor decepción china probablemente es la relativa a la Unión Europea, cuya diplomacia, considera, debiera haberse esforzado mucho más en evitar el conflicto. Esta interpretación equidistante debía habilitar a China para mantener el contacto con todas las partes.
El impacto en las relaciones con Occidente
Dicha actitud explica también su abstención (al igual que grandes países como India) ante los pronunciamientos del Consejo de Seguridad o de la Asamblea General de la ONU, instando la condena de la invasión rusa de Ucrania y en las que se pedía a Moscú que cesara inmediatamente su agresión y retirara sus tropas.
Unas horas antes de que comenzara la agresión a Ucrania, Estados Unidos acusaba a Moscú y Beijing de hacer causa común para crear un nuevo orden mundial “profundamente antiliberal”. Sin embargo, el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, en una conferencia de prensa ordinaria, añadía inmediatamente que aun existía la posibilidad de que China hiciera uso de su influencia para hacer entrar en razón a Vladimir Putin.
La decisión rusa de invadir Ucrania no está exenta de peligro político para Xi Jinping. La población rusa no está entusiasmada con el alcance del conflicto y los ucranianos tratarán de resistir esta agresión por todos los medios. No puede descartarse que a medio plazo pueda conllevar la propia caída de Vladimir Putin, especialmente cuando la sociedad rusa aprecie en mayor medida el sufrimiento derivado de las sanciones ya impuestas o por imponer por Occidente.
China no quiere encontrarse un día en la misma situación y convertirse en un Estado paria de la comunidad internacional. Tampoco quiere provocar un mayor deterioro de sus relaciones con Estados Unidos, que ya están en su punto más bajo en treinta años.
Aun así, cabe tener presente que su actitud es también compartida por no pocos países en la comunidad internacional, especialmente, naciones en desarrollo. De hecho, Beijing ha desarrollado una importante labor diplomática aunque se resista a liderar una mediación. Lo hace a partir de postulados propios: defensa de la soberanía e integridad territorial, rechazo de la guerra y las sanciones, diálogo y negociación como salida fundamental. Se trata de un ejercicio de independencia que también excluye elegir bando, a pesar de las presiones que le llegan, fundamentalmente, de Washington.
En esta guerra, la mayor decepción china probablemente es la relativa a la Unión Europea, cuya diplomacia, considera, debiera haberse esforzado mucho más en evitar el conflicto. En China, esta UE es básicamente irreconocible y no necesariamente mejor cuando se embarca en un dogmatismo alternativo que abdica de su compromiso tradicional preferente con la búsqueda de salidas pacíficas. Ahora, Europa no solo padece directamente las consecuencias de esta guerra en forma de catástrofe humanitaria sino que al implicarse en ella con suministros militares e hiper sanciones contra Moscú no hace otra cosa que profundizar la crisis y castigarse a sí misma. Por otra parte, el sueño de la “autonomía estratégica” se disipa de forma abrupta mostrándose más unida que nunca… a EEUU que, sin disparar un solo tiro, logra recuperar un liderazgo muy cuestionado tras sus fiascos exteriores de los últimos años, retirada de Afganistán incluida.
Para China el entendimiento con la UE sigue siendo clave y, en la medida en que la disputa hegemónica se intensificará en los próximos años, solo es posible un diálogo moderador y constructivo si Bruselas piensa y actúa por sí misma, desempeñándose como un contrapeso estratégico de EEUU. En las semanas previas a la invasión, Xi Jinping multiplicó su diplomacia telefónica con los más importantes gerifaltes de la Unión alentando la moderación y un distanciamiento de la posición estadounidense. El fracaso fue absoluto, especialmente con el Berlín del socialdemócrata Scholz que dio carpetazo al Nord Stream 2 –como exigía Washington- y propició una auténtica involución militar, también aplaudida por los Verdes. Beijing aspiraba a relanzar el acuerdo sino-europeo en materia de inversiones aprobado in extremis en 2020 y pendiente de ratificación.
Los planes de China apuntan en otra dirección. Un buen ejemplo es el acuerdo al que llegó con París. Con el Elíseo muy dolido aún por la jugada de EEUU con Australia forzando la anulación de un contrato multimillonario de submarinos, China aceptaba, por ejemplo, formalizar una alianza para la gestión compartida de varios proyectos de infraestructura en terceros países por valor de 1,7 billones de dólares. Se trata de un gran paso en la dirección constructiva con Europa y que a China tanto le interesa. A EEUU, obsesionado con la pugna hegemónica, no tanto. Tocar a rebato ahora para un supuesto renacimiento occidental contra China y Rusia, metiendo los dos países en el mismo saco, solo contribuye a alentar dinámicas de bloques antagonistas y resucitar guerras frías trasnochadas. La UE debiera movilizarse para evitarlo.
En este marco, para China, hoy día, las relaciones con Estados Unidos y Europa son más importantes que las de Rusia. La preferencia contable, que es una exigencia estratégica ineludible, es contundente. Entre 2015 y 2020, la inversión china en Rusia al margen de los hidrocarburos cayó de casi 3.000 millones de dólares a solo 500 millones. Al mismo tiempo, y a pesar de un grave descenso debido a la aprobación de leyes destinadas a frenarlas, en Europa siguen acercándose a los 10.000 millones de euros, es decir, 20 veces más.
Con Estados Unidos, donde las empresas chinas invirtieron 38.000 millones de dólares en 2020, la diferencia es aún más sustancial. Si nos fijamos en el comercio, punto fuerte indiscutible de China, las diferencias muestran, más allá de las apariencias, una irresistible atracción china por el mercado estadounidense. En 2021, el comercio entre Estados Unidos y China ascendió a casi 700.000 millones de dólares, mientras que el comercio con Rusia, a pesar de un rápido aumento desde 2020, se limita a 140.000 millones de dólares anuales, la mayor parte de los cuales consiste en importaciones chinas de gas y petróleo. El déficit para la Casa Blanca, por cierto, asciende a la mitad de aquella cifra.
Si la guerra se enquista y las sanciones avanzan y se profundizan, China tendrá que retratarse una y otra vez. Su premisa de partida es que las sanciones no son eficaces. Y, probablemente, su opción será estudiar caso por caso, con prudencia y evitando a la vez que se la vea como una comparsa incondicional de Moscú. Lo ha hecho ya, suspendiendo cautelarmente las actividades del BAII (Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras) en Rusia y Bielorrusia, o dejando en stand by algunos proyectos de sus grandes empresas estatales. Veremos cómo se maneja para esquivar la implementación de las sanciones financieras, si opta o no por acelerar los movimientos para promover una alternativa al sistema SWIFT o por significar aun más el papel del yuan en los pagos internacionales en detrimento del dólar y el euro.
Consecuencias para Taiwán
La cuestión de Ucrania representa también un test para China de la determinación de EEUU para defender Taiwán. China observará atentamente esta crisis porque también puede aprender de Rusia ciertas tácticas que podrían inspirarle para conducirse en el problema de Taiwán, incluyendo los despliegues de fuerzas sobre el terreno. Para China y Rusia, la clave es mantener a distancia a EEUU de sus respectivas zonas de interés.
Sin duda, Ucrania y Taiwán son dos problemas diferentes, aunque alguna similitud si tienen. En un caso, el detonante ha sido la seguridad, en otro lo determinante es la soberanía, y la integridad territorial perfila a ambos. China dice que Taiwán es un problema “interno”. EEUU, a pesar de que no deja de advertir que sobre Taiwán pende la misma amenaza de invasión que sobre Ucrania, adopta aquí un enfoque matizado. El asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, enfatizó ante el Club Económico de Washington que “la política estadounidense es garantizar a toda costa que no se produzca una invasión de la isla por parte del Ejército Popular de Liberación”, algo que en Ucrania dejó prácticamente al albur de Vladimir Putin. En la misma línea, el líder de la minoría de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, pidió que se acelere el suministro de armas a Taiwán. En lo que va de mandato, Biden ya les ha colocado el equivalente a casi mil millones de dólares. El ex asesor de seguridad nacional de EEUU, John Bolton, urgió el estacionamiento de tropas estadounidenses en Taiwán. Ese es el “ambiente”.
Lograr la reunificación entre el continente y la isla de Taiwán forma parte de la agenda política promovida por Beijing desde 1949 (Fravel, 2008; Ríos, 2021). De no ser por la guerra de Corea, es probable que se gestara por la vía militar. A diferencia de la etapa maoísta, en el denguismo pasó a primer plano la reunificación pacífica. Los capitales y las empresas taiwanesas fluyeron a raudales hacia el continente para implicarse en su desarrollo y a la vez obtener pingües beneficios. Aun hoy día, el comercio exterior de Taiwán no puede prescindir del mercado continental (más del 40 por ciento) a pesar de los llamamientos a una mayor diversificación a través de la llamada “Nueva Política hacia el Sur” que promueve la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen.
Esa estrategia de reunificación pacífica y oblicua, basada en una activa integración económica y social a ambos lados, vivió su momento más dulce entre 2008 y 2016, durante el mandato de Ma Ying-jeou. Este, que llegó a reunirse con Xi Jinping poco antes de su relevo, impulsó desde 2010 importantes acuerdos económicos. Y en lo político, el acercamiento fue igualmente significativo, con base en el entendimiento estratégico sellado por el PCCh y el KMT, los viejos rivales que se avenían a colaborar de nuevo para cortar el paso al independentismo. La “tregua diplomática” puso fin a la “diplomacia de chequera” que hacía bailar el número de aliados en función de los números reflejados en un determinado talón bancario…
Tan positiva atmósfera se afianzó con un dique legal: una ley continental, conocida como Antisecesión, estipulaba en 2005 la posibilidad del recurso a la fuerza en caso de que Taipéi decidiera avanzar hacia la soberanía de pleno derecho.
En 2014, las cosas en Kiev y Taipéi se torcieron casi al mismo tiempo. Cuando Victoria Nuland, adjunta a la Secretaría de Estado de EEUU para Europa, dijo aquello de “Que se joda la UE” mientras deshojaba la margarita de a quien situar al frente de los golpistas contra Viktor Yanukovich en Kiev, en Taiwán se gestaba una crisis muy próxima.
La cuestión de Ucrania representa también un test para China de la determinación de EEUU para defender Taiwán
En este caso, los estudiantes protagonizaron el que se llamó “Movimiento Girasol” que puso fin a la senda de acercamiento a través del Estrecho liderada por Ma Ying-jeou.
Al asaltar y ocupar durante semanas el Parlamento y la sede del Gobierno, impidieron la firma de un acuerdo sobre el comercio de servicios que Ma pretendía aprobar; pero, sobre todo, dividió al gobernante KMT que en las elecciones locales llevadas a cabo ese mismo año cosechó una importante derrota, presagio de la que acontecería en las legislativas siguientes. Fue así como el soberanismo, representado por el Minjindang o PDP (Partido Democrático Progresista), con el impulso del Movimiento Girasol, llegó al poder en 2016.
La alternancia en Taipéi, sin el dramatismo “de color” de los acontecimientos de Kiev, se completó con un cambio significativo de la política de EEUU hacia China. Washington es aquí un actor no menos trascendental y bien conocedor de que Taiwán es uno de los problemas más delicados en la estabilidad china. En momentos en que la política de confrontación pasa a primer plano, Taiwán se convierte en el verdadero corazón de esa estrategia del Indo-Pacífico cuya premisa básica es la amenaza estructural que China supone para la hegemonía de EEUU. Y a medida que la isla se aleja de la unificación y en paralelo se ubica al abrigo de EEUU, este también se aleja de sus compromisos previos con Beijing.
Si para China, Taiwán es un interés central en el que no puede transigir porque afecta a su soberanía e integridad territorial, axiomas que Washington dice defender a capa y espada en Ucrania, la actual política de EEUU no se orienta a calmar los ánimos sino, más bien, a sacar a China de sus casillas. Así, su discurso alienta la creencia del expansionismo chino y de su presencia militar. ¿En qué se basa? Reiteración de maniobras militares, denuncias de ataques cibernéticos, desinformación, etc. Pero hasta el momento, ninguno de los aviones que surcan los cielos próximos a Taiwán se ha adentrado siquiera en su espacio aéreo, tal como apuntó el general retirado taiwanés Chi Lin-liang.
Con la artillería rusa arreciando sobre la martirizada ciudad ucraniana de Mariúpol, visitaba la isla una delegación bipartita de seis legisladores estadounidenses. El republicano Lindsey Graham señaló que “vamos a empezar a hacer que China pague un precio mayor por lo que está haciendo en todo el mundo”, aseguraba al Taipei Times el 16 de abril de 2022. El objetivo es, claramente, caldear las tensiones y no rebajarlas. Está por ver que EEUU incluya a Taiwán en su propuesta de “Marco Económico del Indo-Pacífico”, pero la implicación en materia militar va en aumento en forma de capacitación y otras prestaciones. EEUU también busca fórmulas para incrementar la visibilidad internacional de Taiwán como un país de facto independiente. Todo ello enerva a China y alejará una solución política.
Por su parte, la derecha europea, en los gobiernos y en las instituciones comunitarias, va sumándose paso a paso al discurso estadounidense, reiterando visitas o declaraciones en la misma línea con el argumento de la necesidad de “frenar la expansión del autoritarismo”. Por no hablar de Japón, donde el ex primer ministro Shinzo Abe no deja de comparar a Taipéi con Kiev pidiendo a EEUU que “ayude a defender a Taiwán” y ponga fin a su “ambigüedad estratégica”. Abe es partidario de estacionar armas nucleares estadounidenses en Japón para convertirlo en un actor regional más importante.
Pero no hay indicios de que se vaya a producir un cambio sustancial de política priorizando una hipotética solución militar. Las urgencias de China son otras. En mayo de 2020, el general retirado Qiao Liang, coautor del libro “Unrestricted Warfare” (Qiao&Wang, 2015), de importante difusión a nivel global, en unas declaraciones a la revista Bauhinia de Hong Kong, advertía sobre el hecho de que una invasión perjudicaría innecesariamente el objetivo de modernización del país. EEUU, sin embargo, azuza la posibilidad. Algunas autoridades militares le pusieron incluso fecha: 2027, cuando se celebre el centenario de la fundación del Ejército Rojo. Y mientras la “amenaza china” va tomando cuerpo en las mentes de unos y otros, sirve de excusa para fortalecer la hegemonía regional y global de EEUU con sus planes QUAD, AUKUS, etc.
Lo verdaderamente realista sería negociar con China con garantías y no embarcarse en una estrategia ilusoria que a EEUU puede interesar por su enfrentamiento estratégico con Beijing pero no a Taipéi, quien lleva todas las de perder. En el ejército taiwanés predomina esta percepción a la vista del desequilibrio operativo en el Estrecho y también en las fuerzas nacionalistas. EEUU, como dijo Ma Ying-jeou, vendería armas y a lo sumo proporcionarían inteligencia, pero nunca enviarían tropas. Si alguna similitud hay con Ucrania es que, en caso de guerra, los taiwaneses pondrían los muertos.
Este escenario crispado tiene, sin embargo, un alto valor político para el PDP en la medida en que le reporta apoyo electoral como le resta al KMT, lo cual conviene igualmente a Washington. Y este año se celebrarán elecciones locales el 28 de noviembre por lo que cabe esperar que este clima perdure.
El riesgo de una respuesta china de cierta contundencia –no necesariamente una invasión– también puede aumentar en función de la propia evolución interna en un año igualmente muy sensible por la celebración del XX Congreso del PCCh. No obstante, para China, hoy por hoy, la alternativa más inteligente sigue siendo la paciencia activa, el atributo que mejor puede devolver la irritación a la Casa Blanca.
¿Una China mediadora?
En paralelo a la intensificación de la guerra en Ucrania, numerosas voces han apelado a una mediación china en el conflicto. Por lo general, esa petición se basa en el argumento de la proximidad de Beijing a Moscú y que, por tanto, sería quien mejor en condiciones está para influir en Vladimir Putin, haciéndole “entrar en razón”. Lograr la paz en Ucrania sería para China, sin duda, un gran éxito diplomático que ayudaría a realzar y elevar su estatus internacional y mejorar su imagen. Esto nadie lo pone en duda. Pero precisamente esas mismas razones hacen improbable que alguien en particular se lo ponga fácil.
China ha rehuido la petición. Y puede que esto no sea una opción coyuntural sino de principio. En primer lugar, no está claro que Zhongnanhai tenga tanta influencia en el Kremlin. Es verdad que hay una “cuasi-alianza” basada en intereses mutuos pero cada cual perfila y tiene muy en cuenta los suyos propios. En segundo lugar, fijando su posición de partida ante el estallido de la guerra, la diplomacia china se ha movilizado desde el primer momento para apoyar los esfuerzos de pacificación ya sea a través de fórmulas bilaterales y multilaterales. En tercer lugar, Beijing se esfuerza por transmitir una imagen de neutralidad al dialogar con las principales partes –que no las únicas- del conflicto y poniéndose a disposición de la comunidad internacional para procurar una evolución de la guerra hacia el pronto retorno de la paz. Por el momento, no se ha comprometido a unirse o acoger ninguna conversación de paz.
¿Hay una solución china para esta crisis? Su idea de partida, la de desempeñar un papel constructivo, es calificada por muchos como “equilibrista”. Las insistentes insinuaciones de que practica un doble juego, dando, en la práctica, todo el apoyo al Kremlin, tanto para paliar el impacto de las sanciones occidentales como para asegurar su victoria en la contienda, pretenden minar su credibilidad, generar contradicciones y afear su posición ante la opinión pública. Pero las potencias occidentales no pueden desempeñar ese papel, tal como reconoció el propio Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, justamente por ser parte activa. Si queremos de verdad que China tenga un papel mediador en esto debiéramos reforzar su posición y no debilitarla exigiéndole, por ejemplo, la adopción de un mensaje contundente contra Rusia en coherencia con su defensa de la integridad y la soberanía territorial.
En primera línea de este propósito de erosión de la posición china destaca, sin duda, el papel de EEUU. Washington presenta las “medias tintas” de Beijing, bendecidas por los menos, como un ejercicio de hipocresía, advirtiendo un día sí y otro también contra la cercanía auxiliadora de China a Rusia, a quien vilipendia por ser “poco crítica” con Moscú. Si la equidistancia puede ser una ventaja decisiva para mediar, la Casa Blanca trata de minarla constantemente con veladas acusaciones de si estaba al corriente de la invasión, si contribuye a propagar la desinformación rusa, etc.
No cabe esperar de China que secunde a pies juntillas las sanciones occidentales que considera “no basadas en el derecho internacional” a pesar de haber sido dispuestas por países que no dejan de acusarla de no respetar “el orden basado en (nuestras) reglas”.
Igualmente, ha dejado en claro que EEUU debe respetar los derechos e intereses legítimos de China en el manejo de los lazos con Rusia. Beijing no solo no se va a coordinar con nadie para imponer sanciones a Rusia sino que tampoco va a quedar de brazos cruzados si las potencias occidentales pretenden pasarle factura por ello. Por tanto, China velará por sus intereses.
Responder a la inquietud europea por la guerra es un dato relevante para China en la medida en que ha dedicado muchos esfuerzos a hacer ver a Bruselas que no es de su interés un seguimiento ciego de las políticas de Washington. China considera que a Europa le conviene poner fin cuanto antes a la contienda, pero no tiene claro que a EEUU le interese lo mismo pues cuanto más se alargue el conflicto más se muscularán las dependencias interatlánticas y podrán abrirse brechas en el entendimiento sino-ruso.
En la conversación mantenida el 15 de marzo con el ministro español Albares, su homólogo Wang Yi reiteró este parecer, invitando a la UE a poner de su parte para establecer un diálogo equitativo. China también “comprende” a la UE y está en disposición de llevar a cabo una política constructiva, dijo, que ponga fin a este drama.
China, por tanto, “no portará la bandera“ para el diseño de una salida a la guerra en Ucrania. Tampoco se desentenderá, pero no secundará las exigencias de alineamiento con las tesis occidentales y apoyará los esfuerzos de unos y otros para lograr la paz, empujando en esa dirección, apelando a la desescalada y, sobre todo, urgiendo soluciones integrales e inclusivas para lograr una seguridad europea equilibrada y garantista para todos.
La guerra en Ucrania y el XX Congreso del PCCh
El XX Congreso del PCCh tendrá lugar en el otoño de 2022. A la importancia habitual de estos conclaves se suma, en este caso, el interés por la reiteración del mandato de Xi Jinping en un inusual tercer periodo. En los preparativos previos es inevitable el debate acerca de la posición de China sobre la guerra, especialmente habida cuenta que en el auge de las relaciones Beijing-Moscú, hay una impronta personal muy destacada de los líderes de ambos países y, en lo que viene al caso, de Xi Jinping.
La profundización de la relación entre Rusia y China en los últimos lustros es una de las características del mandato de Xi Jinping. Se trata de un giro estratégico de larga data, que podríamos remontar a 1989, con el reseteo de las relaciones a manos de Gorbachov y Deng Xiaoping. Desde entonces, han experimentado un fuerte pulo, acelerado en lo que llevamos de siglo XXI. La actitud de EEUU, a cada paso más confrontativa a medida que China mejora posiciones y que sus autoridades explicitan su rechazo de plano a cualquier propósito de pasar a formar parte de sus redes de dependencia, ha hecho el resto.
En la clausura de las sesiones parlamentarias anuales, el primer ministro Li Keqiang daba curso a un mensaje mucho más modulado, instando a la cooperación y a evitar un enfrentamiento con EEUU, enfatizando que las diferencias “pueden y deben superarse”. Para Li, la principal prioridad de la política exterior china debiera ser recomponer la relación con EEUU. Y eso, a día de hoy, también pasa por Ucrania. La melodía conciliadora de Li daría a entender que la “alianza sin límites” con Rusia nunca debe ser impedimento para la concreción de alguna forma de coexistencia con EEUU.
La posición habitualmente expresada por el ministro de Exteriores Wang Yi o también por su inmediato superior, Yang Jiechi, es de clara y abierta oposición a EEUU y de rechazo de la influencia occidental, muy en línea con el presidente Xi. Por el contrario, la de Li Keqiang sugiere evitar el cara a cara con EEUU para así reducir el riesgo de represalias que puedan poner en peligro la consecución de los objetivos de desarrollo, de los que debe responder en primera instancia como principal responsable. De ahí, quizá, la obsesión por evitar un escenario que pueda desembocar en una grave ruptura con Occidente.
En esa misma línea cabe destacar el pronunciamiento del actual embajador chino en Washington, Qing Gang, apelando a la prudencia y a guardar cierta distancia, sugiriendo alejarse rotundamente de cualquier esquema que conduzca a una confrontación directa con la OTAN o la UE. Todo ello, entiéndase bien, sin alterar el discurso formal de amistad con Rusia. En el centro de las preocupaciones, evitar que las relaciones con Occidente se deterioren aún más a causa de su posición ante la invasión rusa de Ucrania. El portavoz de la embajada china en Washington, Liu Pengyu, aseguró, por ejemplo, que China y EEUU “pueden y necesitan cooperar para poner fin al conflicto entre Rusia y Ucrania a pesar de sus diferentes enfoques”.
A dicha diatriba en el aparato se ha sumado cierto debate interno que ha trascendido. Hu Wei, profesor del Instituto de Estudios Marxistas de la Escuela del Partido Comunista de Shanghái, presidente de la Asociación de Investigación de Políticas Públicas de Shanghái pero, sobre todo vicepresidente del Centro de Investigación de Políticas Públicas del Consejo de Estado (del entorno del primer ministro Li), en un artículo publicado el 5 de marzo en el US-China Perception Monitor reveló que las operaciones contra Ucrania han generado una gran controversia en China, con partidarios y opositores (de la guerra) divididos en dos campos diametralmente opuestos”.
Para Hu Wei, “esta operación militar es un error irreversible”, enfatizando que “China no puede estar atada a Putin y debe cortar sus lazos cuanto antes” porque “hay pocas esperanzas de victoria y las sanciones occidentales han alcanzado un nivel sin precedentes”. En consecuencia, Beijing debería desprenderse de esta carga lo antes posible y acercarse a las posiciones occidentales. Tales afirmaciones suponen un claro desentendimiento de la política seguida hasta ahora, conducida por el Ministerio de Relaciones Exteriores en línea con las instrucciones del propio presidente chino. Hu Wei cree que China debe evitar quedar aislada pues en ese caso, más temprano que tarde, deberá enfrentarse a las sanciones que le impondrían Estados Unidos, pero también la Unión Europea, Japón, Australia y otros países.
Persistir en la vía actual solo añadiría justificaciones para la política occidental de cerco y contención de China, algo en curso ya desde hace años, no solo a consecuencia de la guerra en Ucrania. Por el contrario, un giro en esta cuestión podría desarmar el objetivo de EEUU de ir a por sancionar a China y por enfrentarse a ella de forma coordinada con sus aliados en la región y en el mundo. Asimismo, de posicionarse más claramente, ganaría el aplauso de buena parte de la comunidad internacional y le permitiría mejorar la relación con Occidente, cuestión de importancia vital para moderar las tensiones….
En el contexto del XX Congreso del PCCh, estas visiones abren una profunda discusión que puede afectar no solo a la estrategia china a propósito de Rusia en la guerra y más allá, sino a la propia posición general de Xi, que internamente podría ser cuestionado en su infalibilidad de lograr estas divergencias cierto apoyo en el aparato del Partido.
¿Dos caras de la misma moneda o discrepancias sustanciales? Sabido es que Xi Jinping y Li Keqiang, si bien comparten aspectos sustanciales como la preservación de la hegemonía sistémica del PCCh, divergen en otros aspectos, especialmente en materia de modelo económico. Li, próximo a Hu Jintao y su vivero de la Liga de la Juventud, fue el principal promotor durante su mandato como viceprimer ministro (2008-2012) del documento “China 2030”, elaborado en colaboración con el Banco Mundial. Su esencia era la apuesta por promover una nueva ola de reformas liberales con especial afectación a las empresas estatales, al papel del mercado y del sector privado, etc. La política seguida por el gobierno chino a partir de 2012 no ha sido esa, sino más bien la contraria, en línea con la reafirmación de los postulados marxistas de preferencia de Xi en el contexto de un rechazo más amplio de las influencias liberales occidentales.
En las dos sesiones, Li dejó entrever que el año próximo abandonará el cargo. Se ignora si dejará también el Comité Permanente del Buró Político, órgano clave donde, al no haber cumplido aún los 68 años de rigor, podría seguir de generalizarse la supresión del límite de los dos mandatos consecutivos. Si bien Xi Jinping opta a un tercer mandato presidencial a pesar de haber superado los 69 años, la polémica en torno a la estrategia a seguir en la guerra ruso-ucraniana (que revela también que no todo es tan monocorde internamente) puede acabar afectando al retrato final de la cúpula del poder chino a partir del próximo congreso.
Fuente: ALAINET