Democracia es un concepto que algunos parecerían acomodar de acuerdo al contexto y a sus necesidades. Es etimológicamente, “gobierno del pueblo”, pero es importante analizar su real significación y el marco en el cual se utiliza esa palabra, la cual en principio es muy simpática, diríase de muy positiva connotación.
Por Carlos Andrés Ortiz*
Es elemental analizar el ámbito real en el cual existe y se practica la democracia en cada país, pues puede ser una participación popular (del pueblo) masiva y activa, con el voto como canal de expresión; influyendo en los actos de gobierno, con apenas cierta semejanza a la democracia ateniense, pues las masivas poblaciones actuales tornan imposibles los debates que involucren a todos. Claro está que el modelo “perfecto” de democracia en la Atenas de aquellos años de los grandes filósofos, en la cual todos los ciudadanos tenían voz y voto… reservado eso para los hombres -exclusión que con toda lógica hoy sería inaceptable-; y era muy sui generis, pues como notable contradicción, era una sociedad que tenía esclavos.
Difícil sino imposible, compatibilizar democracia con esclavitud.
En la actualidad, y considerando las enseñanzas que da la historia, al menos de los últimos dos siglos pasados y lo que va del actual, se pueden constatar diversas tergiversaciones de las prácticas de “pureza” democrática, muchas de las cuales la alejan mucho del ideal participativo y supuestamente igualitario que se dice representar.
Más allá de las claras presiones de la parte patronal y de los sectores “naturalmente influyentes” de las oligarquías y otros abulonados al “poder establecido”, en Argentina utilizaron el voto cantado (con el que era imposible votar contra patrones de estancia y otros personajes importantes), luego se pasó al voto secreto, en un contexto en el que era práctica frecuente cambiar las urnas o cambiar los sobres, en marcos de presiones directas en las cuales muchas veces se dirimía a tiros quienes podían o no votar, en procesos muy turbios ocultados por historiadores del academicismo mitrista pero expuestos con mucho detalle por revisionistas de la talla de José María Rosa y otros. En la década infame (1932-1943) los conservadores acuñaron el concepto de “fraude patriótico” para justificar los desmanes que perpetraban para manipular los resultados eleccionarios y seguir abulonados al poder.
Después de esos prolongados, azarosos e impresentables antecedentes de “democracia de baja intensidad”, en Argentina se instauró un sistema de votación que se considera un muy buen modelo que evita fraudes y otras maniobras “non sanctas” en los actos eleccionarios.
Y funcionando bien, cuesta “entender” que desde sectores ultra liberales y similares, presionen para establecer el voto electrónico, que dificultaría mucho los controles y restaría transparencia al acto eleccionario, o directamente facilitaría los fraudes, difícilmente detectables.
Anteriormente, en Argentina, después de superada la década infame, los gobiernos de tipo oligárquico, proclives a negociados de entrega de soberanía y otros desmanes muy perjudiciales para los Intereses Nacionales, llegaron reiteradamente al poder mediante golpes de Estado, o influían fuertemente en gobiernos civiles débiles (como los de Frondizi y después Illia, que fueron derrocados por sus aciertos, más que por sus errores, que molestaban al establishment ultra conservador), ambos presidentes civiles tenían el Poder muy condicionado en el marco de la proscripción política del Sector Nacional del pensamiento político, corporizado en el peronismo.
Ya para entonces las FFAA habían sido totalmente cooptadas, desde 1955, -con pocas excepciones- por lo más reaccionario y antinacional del contexto político argentino. De esa forma, desde 1976 las FFAA, bajo el pretexto de la violencia guerrillera, con la presión de las bayonetas, nos metieron en el antinacional neoliberalismo, dóciles a los dictados del poder financiero transnacional, y sus impulsores Reagan – Tatcher.
Pero las técnicas de los poderes imperiales cambiaron y se adaptaron, habida cuenta del desprestigio general que en Sudamérica tuvieron los gobiernos militares. Entonces, el fraude electoral tuvo un nuevo formato, básicamente de prometer en las campañas políticas medidas de corte Nacional, con mejoras sociales concretas, para luego, instalados en el Poder Formal, aplicar medidas totalmente opuestas, con un desparpajo total que haría empequeñecer a estafadores de la mafia.
En Argentina, el nivel de descaro de ese tipo de estafa electoral, lo perpetró Menem, quien basó su campaña en el ideario Nacional del peronismo tradicional, con invocaciones históricas al Chacho Peñaloza; pero apenas llegado al poder, se volcó totalmente al liberalismo más reaccionario y antinacional, corporizado en los Alsogaray y los privatizadores y desreguladores a ultranza, que rifaron el patrimonio estratégico nacional y afectaron muy gravemente a la industria y al desarrollo tecnológico argentino, además de endeudarnos brutalmente.
El menemato, y su continuación, el delarruato, fueron las materializaciones de una misma descomunal estafa, que utilizó la democracia de muy baja intensidad, con las complicidades de los medios concentrados, para avalar las destrucciones socio económicas, inicialmente disimuladas por la convertibilidad, que bajó la muy alta inflación, pero acentuó la primarización de la economía nacional, ante la imposibilidad en ese contexto de devaluar para compensar los efectos negativos de la inflación, que siguió -a menores tasas pero continuamente- degradando la competitividad de nuestra economía.
Después de los doce años de 2003 a 2015, en los que el PBI creció, los salarios reales aumentaron, bajó la desocupación, se promovió la reindustrialización y el desarrollo tecnológico, en un marco de fuerte desendeudamiento y recuperación de empresas estatales estratégicas, en un periodo no exento de errores que no pudieron opacar los muchos aspectos positivos, pero hubo falencias en la comunicación al pueblo, de los muchos logros alcanzados y de los concretos peligros de una vuelta al neoliberalismo.
Macri llegó al poder mintiendo descaradamente, pues prometió mejoras y que no afectaría ningún derecho adquirido, afirmando con impostada suficiencia, que terminar con la inflación “es algo muy fácil de lograr”, además de prometer hacer crecer a la economía, todo eso en un listado casi interminable de falsedades y promesas huecas. Claro que contó con el apoyo total de los medios concentrados, siempre serviles a los “poderes detrás del trono”, sin omitir que algunos de esos medios concentrados evidenciarían ser de propiedad del presidente endeudador e industricida.
Sin duda, Macri llegó a la presidencia ganando las elecciones, o sea democráticamente. Pero su gobierno fue un compendio de destrucciones intencionales, de endeudamiento sistemático como mecanismo para facilitar la fuga de divisas, con el interludio de la timba financiera promovida e institucionalizada por sus operadores del sistema financiero al que pusieron al servicio de la especulación económicamente no solo improductiva, sino muy nociva para la salud económica de Argentina.
En síntesis, la democracia imperante en el período macrista, fue totalmente careciente por completo del más elemental patriotismo.
O sea, formalidades democráticas, carentes de contenido y motivaciones positivas, con exclusión real del pueblo, el cual fue intencionalmente empobrecido y marginado; eso mientras se perpetraban impresentables operaciones de uso del poder, “atendiendo de los dos lados del mostrador”, como sucedió en múltiples sectores de la economía. Por caso, poner a un accionista y alto ejecutivo de Shell, a manejar la Energía; el larguísimo caso del Correo Argentino, con su concesión a una empresa de Macri, cuya abultada deuda por cánones impagos, pretendió cancelarse por monedas; los pasamanos de algún parque eólico; los aumentos en las tarifas de peajes, para aumentar su valor, previo a la venta en uno de los corredores viales más transitados…y el listado sigue; sin olvidar dichos y acciones de claro desprecio por la soberanía nacional.
Cabe calificar como “democracia de muy baja intensidad”, la practicada durante el período macrista; un formato democrático, carente por completo de patriotismo y de respeto por el pueblo, que fue empobrecido.
Después de eso, la tibieza y la escasa iniciativa del período “albertista”, pavimentó el camino para que el anarco libertarismo, con sus “socios” neoliberales, accedan nuevamente al poder formal, en un proceso de manipulación mental que logró que muchos jóvenes y otros cuantos confusos en grados sumos, se enfervoricen vivando medidas de genocidio económico y del proyectado desguace nacional que pretende retrotraernos al hoy impracticable y muy nocivo contexto que fue vigente en el siglo XIX.
Dentro de los confusos crónicos, el grueso de los uniformados, cegados por el odio antiperonista instalado como supuesta “verdad absoluta” que no pueden cuestionar ni menos razonar, llegan al absurdo de aplaudir enfervorizados las medidas de destrucción sistemática e intencional que libertarios y sus socios pretenden perpetrar. Y apoyan al anarquismo, el cual por definición odia y quiere destruir al Estado, del cual los uniformados son empleados.
O sea, avalan la destrucción del Estado, que es no solo su empleador, sino que es la argamasa que une a la Patria Argentina, a la cual dicen querer.
Muchos se llenan las bocas hablando de democracia, pero ni se les ocurre pensar, ni menos aun entender, que la democracia carente de patriotismo, es un cuerpo sin alma; está muerta. Y como tal, está en situación de acelerada putrefacción.
De no rectificarse pronto y profundamente, estaremos embretados en un perverso proceso que nos llevará a la disolución nacional.
*Analista de Temas Económicos y Geopolíticos.
Fuente: Portal del autor (caoenergía.blogspot.com)