Un tipo de discurso que se fundamenta en la creación de dos espacios antagónicos: los humanos y aquellos que no lo son.
Por Xavier Villar*
Tal y como escribió la pensadora jamaicana Sylvia Wynter, la lucha es entre el concepto de ‘Humano’, reducido a su dimensión occidental y el resto de cuerpos que han sido construidos desde la visión del primero como mera biología sin humanidad.
Siguiendo esta línea de pensamiento, el profesor Osamu Nishitani explica que el mundo está dividido, desde la ideología occidental, entre lo que él llama humanitas y anthropos. Los primeros serían aquella población capaz de razonar y de alcanzar un conocimiento universal, lo que les facilita su proyección política en el futuro, mientras que los segundos serían incapaces de construir este tipo de pensamiento complejo. A nivel político, por tanto, los primeros son aquellos que cuentan con la agencia suficiente para poder construir la historia, mientras que los segundos se encuentran, debido a su pasividad, a merced de los primeros.
Este tipo de pensamiento tuvo su origen en la llamada modernidad occidental. Es más, se puede decir que desde Descartes (pensador francés del siglo XVII) en adelante, la idea del pensamiento occidental como ‘objetivo’ o ‘imparcial’, así como ‘racional’ y ‘científico’, se convirtió en la forma más explícita de racismo que aún persiste en la actualidad. Este racismo puede ser definido como epistemológico, ya que universaliza el conocimiento occidental como aplicable a todas las personas en el mundo, al mismo tiempo que deslegitima otras formas de conocimiento al considerarlas “no científicas” o “no modernas”.
En la llamada modernidad occidental se produjo un desplazamiento de la figura de Dios como centro para que la figura del hombre occidental ocupara ese mismo lugar. En otras palabras, ocurrió un cambio ideológico mediante el cual el hombre blanco occidental se situó como ser supremo dentro del orden del ser.
Al mismo tiempo que este cambio discursivo se producía, se exportaba la violencia inherente a esta división del mundo entre humanitas y anthropos. El filósofo martiniqués Aimé Cesaire, en su conocido “Discurso sobre el Colonialismo”, escribió que “se ha destilado un veneno en las venas de Europa”. El veneno del que hablaba Cesaire era precisamente esa visión colonial y genocida creada por la ideología occidental. Al mismo tiempo, esa visión colonial llevaba aparejada de manera necesaria la racialización y posterior división del mundo en términos raciales. Hay que señalar que cuando se habla de “raza” no se está hablando de fenotipos, es decir, de biología, sino que se está hablando de una tecnología para la gestión de la diferencia humana, cuyo principal objetivo es la producción, reproducción y mantenimiento de la supremacía blanca tanto a nivel local como planetario.
Debido a todo lo anterior, el “Hombre”, entendido como occidental, se construye como el Hombre Imperial, del que habla el pensador puertorriqueño Nelson Maldonado-Torres. Se trata de un tipo de humanidad que se convierte en egolatría. Una egolatría perversa que opera en función del rechazo de la otredad. Al final, el narcisismo se vuelve homicida, y el mandamiento “No matarás” se transforma en un proyecto de identidad basado en el principio “Yo mato, por lo tanto existo”.
Este discurso fue interiorizado por los llamados “reformadores islámicos” de finales del siglo XIX o principios del XX. Estos intelectuales, entre los que se cuentan figuras como Al Afgani, Abduh, etc., aceptaron de manera totalmente acrítica las nociones de “civilización”, “cultura”, “modernidad” y “progreso”. Muchos de esos intelectuales entendieron, por tanto, que la única forma de superar el supuesto atraso de los países musulmanes era mediante la adopción del discurso occidental y todas sus categorías. Este tipo de discurso, por mucho que estuviera envuelto en un exterior “islámico”, no dejaba de ser una visión colonial autoimpuesta.
En Irán, este tipo de discurso racista de origen occidental fue el que sirvió de guía a la dinastía Pahlavi (1925-1979) para su proyecto de construcción nacional. Sin entrar exhaustivamente en el análisis de la expresión de este discurso en el Irán pre-revolucionario, es interesante mencionar algunos detalles. Este era un discurso esencialista que privilegiaba una visión mítica del pasado pre-islámico, el cual fue “destruido por la invasión árabe-musulmana”. Como se puede observar, esta definición encapsula todo el pensamiento occidental.
Del mismo modo, es la distinción entre humanitas-antrophos la que está en la base del movimiento colonial en Palestina. La idea de que las vidas y cuerpos palestinos no cuentan porque su humanidad no está plenamente asegurada es producto de ese complejo ideológico al que se le ha dado el nombre de “modernidad occidental”. En el contexto palestino, la Resistencia palestina, tanto a nivel material como a nivel ideológico (es decir, el negarse a aceptar su deshumanización), se ve envuelta en un proceso de constante re-racialización, que los sitúa siempre como “nativos revoltosos” y como tales, como objetivos del programa de genocidio sionista.
Ahora bien, esa Resistencia pone de manifiesto que el discurso occidental sobre la ausencia de agencia política de los musulmanes es simplemente un discurso que pretende crear aquello que describe. Del mismo modo que la Revolución Islámica, ambos momentos forman parte de un mismo discurso que busca rehumanizar al Otro de Occidente.
Es por esto que, desde un punto de vista político-ideológico, la existencia del Eje de Resistencia representa un riesgo vital para la ideología occidental, una ideología ya debilitada por la Revolución Islámica de 1979.
En otras palabras, y a modo de conclusión: el sistema de dominación occidental ya no posee la misma fuerza ni las mismas capacidades para reproducirse. Es un paradigma agotado que se encuentra en una postura defensiva. Sin embargo, esta postura defensiva es absolutamente genocida.
Fuente Hispantv / La Haine