Son los tiempos del RIGI. Entonces, debemos adaptarnos a “los cambios del cambio” y comprender de una vez por todas, que no hay “relato” sin negocio; y no hay negocio sin una comadre sueca por detrás, preocupada por las ballenas, las mariposas y los desmontes. Pase y vea todo lo que se puede aprender atrás de la camelina.
Por Pablo Casals
Con el asunto de controlar las emisiones de carbono, el cambio climático y la transición energética, tomaron cuerpo una serie de negocios que involucran a todas las ramas de las actividades productivas. Nada de lo que se dice es mentira, como tampoco son verdades absolutas.
Son temas y cosas que están en evolución. Los ojos del mundo están puestos en ellos. El Gobierno argentino, por ejemplo, renombro a su tradicional estructura de Agricultura, Ganadería y Pesca, con el mote de “Bioeconomía”. Pero lo que interesa en esta nota es el rol que están jugando a nivel global las multinacionales de comercialización de granos y combustibles.
Tal esa así que firmas como Bunge y Chevron vienen desarrollando y financiando distintos negocios y experimentaciones a través de sus asociadas locales, o bien proveyendo insumos y asesoramiento técnico logístico. Así, lo cultivos de servicio desde la campaña 2022-2023 – la de la pronunciada sequía -, el tema cobró protagonismo. Tal es así que hace menos de un año se conoció que ambas multinacionales adquirieron la empresa Chacraservicios, entidad que se había especializado en la investigación de la Camelina (o falso lino); cultivo que viene siendo promocionado para la recuperación de suelos.
El modelo de experimentación-negocio-mercado es bastante simple. Por un lado, para quienes lo demanden, se ofrecen en el combo los insumos del paquete tecnológico, la capacitación y el mercado. El precio de la camelina está fijado al de la soja Chicago, más un “plus” en dólares, por el mero hecho de producir y comercializar la oleaginosa. La misma es promocionada por la alianza Bunge-Chevron para la producción de biocombustibles a partir de la extracción del aceite, y forraje con el expeller residual.
Una estrategia que se completa con un esquema de cupos, que campaña tras campaña se va ampliando. Según las propias firmas implicadas, por el momento se restringe a 40.000 hectáreas. Las mismas se concentran en la zona núcleo bonaerense, y desde el año pasado se comenzó a extender hacia San Luis y La Pampa con resultados positivos. Es bien simple el esquema: regulan el mercado con cupos controlados que solamente compran estas empresas, atienden el precio, y planifican la inserción territorial.
Así, lentamente, con todos los argumentos de forma y norma según las nuevas tendencias mencionadas al principio, las multinacionales y sus subsidiarias argentinas – de a poquito -, van instalando un nuevo cultivo de ciclo completo. En tal sentido, proveen de semillas y agroquímicos, lo cual también les permite a las “multis”, colocar sus propias importaciones en el mercado interno.
Lógicamente, el cultivo posee ventajas, que también se acoplan a las distintas rotaciones acostumbradas entre los productores según las demandas del mercado. Que su destino sea el biocombustible, suma en el precio y en el asunto de la reducción de la huella de carbono. Parce un chiste, pero a pequeña escala, implica un componente en el valor que “sirve” a los bolsillos flacos criollos.
Otra cosa a favor, es que resultaría ideal para barbechos largos – de mayo a diciembre -, luego de la soja de primera y camino a maíz tardío. En criollo, se mantienen las dos cosechas por campaña, combinando los dos cultivos gruesos de mayor cotización y demanda del mercado, junto a un recuperador de suelos cada vez más cotizado por la industria del biocombustible.
A priori es un negocio redondo. Pero hay más.
La camelina, por sus características, demanda menos cantidad de herbicidas y hace buenas raíces. Así, entre los aportes al suelo – que ahorran fertilización -, más la disminución de la cantidad de agroquímicos, los costos se reducen en forma importante; máxime se aportamos también que la siembra debe realizarse a “surco abierto”, sin necesidad de usar tapadoras. En ese sentido, su tratamiento es similar a la alfalfa.
Por último, el moñito: la siembra se realiza por contrato y para eso se requiere de certificación de lote. Si el mismo es producto de un desmonte anterior a 2008, la consideración internacional es mucho mayor en cuanto a precio, crédito y continuidad de contratos.
En criollo, Bunge, Chevron, sus subsidiarias y “socios estratégicos”, más la bolsa de Chicago, se “inventan” la guita a partir configurar problemas, ofrecer soluciones, garantizar mercados, crear cultura, y tomar posicionamiento global.
Mire, es simple: El consumidor de mediano/alto ingreso estadounidense y europeo, quiere salvar a las ballenas y no contribuir con los factores contaminantes. Hay una manera de hacer biocombustible con una oleaginosa barata, de buen rinde, y que posee beneficios derivados hacia otras implicancias (la siembra gruesa). Al mismo tiempo, puede cobrar el subproducto a alto precio, y pagar un buen toco a sus proveedores.
Todo se genera de un solo mostrador y a golpe de teléfono. La guita la pone algún Sillycon boy o una comadre sueca. No importa.
Acá el productor y los intermediarios por unos años podrán hacer alguna diferencia, siempre y cuando no varíe el paquete tecnológico y las regalías del mismo.
¿O ustedes creen que no van a pagar regalías por la semilla, y el método?
Este es el país del RIGI y el negocio es de ellos.
Fuente: Bunge/ Chevron / El Semiárido / Archivo Chasqui Federal