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¡Inventamos y no erramos!

En el «Día del Pensamiento Nacional», en homenaje al nacimiento del escritor y pensador Arturo Martín Jauretche, queremos compartir un recorrido histórico por la vida intelectual de uno de los grandes exponentes del pensamiento y la acción de la política nacional. Por el César Díaz*

Luego de los dos golpes de Estado que derrocaran a los gobiernos populares de H. Yrigoyen y de J. Perón, muchos pensadores argentinos se propusieron encontrar  algún tipo de explicación, tanto a la crisis política como a los cambios sociales y culturales. En ambos momentos Arturo Jauretche se destacó por su capacidad de separar lo incidental de lo permanente, lo profundo de lo superficial, lo sustantivo de lo adjetivo, diferenciando el hecho de las apariencias.

El golpe de 1930 y su consecuente década infame, oficiaron como un excelente impulso creador para aquel pequeño grupo de jóvenes yrigoyenistas que habían realizado un certero análisis de la realidad argentina para emerger del desconcierto generalizado. Jauretche, sabía muy bien que las recetas aplicadas por los fraudulentos gobernantes eran concebidas en otras latitudes y solo beneficiaban a una minoría oligárquica. Buscó en consecuencia el cotejo de sus pareceres con amigos que compartían inquietudes y desvelos. Así debe haber consultado con Homero Manzi, su gran referente de la militancia yrigoyenista. Con Scalabrini Ortíz, posiblemente, haya intercambiado ideas de cómo comunicar a la sociedad tamaño ocultamiento, ya que juntos participaban de la revista «Señales». Resulta impensado, asimismo,  que no escuchara atentamente al experimentado Manuel Ortiz Pereyra cuando sugería ir desmantelando las zonceras que los enemigos del pueblo inculcaban de mil modos distintos. Así, surgió la única solución posible al dilema de la dominación extranjera: “elaborar un método nacional”.

El propio Jauretche ha escrito «fácil fue comprobar en el organizado silencio que todo el aparato de la publicidad hizo a nuestra acción que el interés perseguido por este era silenciar las posiciones nacionales, pues contrastaba ese silencio con la publicidad y la información amplia de que gozaban las tendencias importadas de izquierda y de derecha, porque el secreto consistía precisamente en eso: dividir el pensamiento argentino en función de problemas extraños o no inmediatos, de ideologías o de dogmas, para hurtar al pueblo el conocimiento de la realidad y sus soluciones». Por supuesto, la labor estuvo colmada de sinsabores, carencia de recursos materiales, de medios de comunicación. Sin embargo, su convicción lo impulsaba a producir conceptos que se instalaron en la opinión pública hasta hoy, y que forman parte del “método nacional”. Así, términos como: cipayos, vende patria, zonceras, permitieron comprender las causas del «coloniaje de la patria».

En 1946, colaboró con su ingenio comunicacional en Descamisada y en el diario Democracia, luego la función pública lo alejó del periodismo y cuando renunció a la presidencia del Banco de la provincia de Buenos  Aires tomó distancia y se retiró de la vida pública. Fueron los sordos ruidos conspiradores del 55 los que lo devolvieron a la trinchera de lo nacional.

Junto a Scalabrini Ortiz, desde las columnas del Líder, volvieron a impregnar de esperanza a un pueblo abatido. Cuando este diario fue intervenido, Jauretche, continuó la batalla desde otro periódico y así, en noviembre de 1955, salió «El 45», constituyéndose en el primer semanario de la resistencia. Con la intención de aglutinar en la dispersión y marcar rumbos, tras el golpe palaciego que entronizó a Aramburu pero mantuvo a Presbich, denunciaba «cambia el gobierno, pero no los economistas o sea […] ellos son los que mandan». De ahí en adelante no hubo hoja, por pequeña que fuera, que no contara con su colaboración con el firme interés de combatir “la ignorancia aprendida”.

Conoció el exilio y no dejó de escribir. En «Los profetas del odio» -1957-, advertía a sus lectores: «intenté definir las características de nuestra ‘intelligentzia’ practicando un muestreo en tres libros de [Martínez Estrada, Borges e Irazusta], donde comprobé la incapacidad de esa ‘intelligentzia’ para conocer la naturaleza profunda de nuestros hechos».

Al volver al país desde las páginas del semanario Qué, la agudeza de este linqueño incorruptible lo llevó a esgrimir, a propósito de las declaraciones del vicepresidente de Frondizi, A. Gómez, quien habló de la necesidad de asegurar los fueros del periodismo. “Yo opino todo lo contrario, lo que hay que asegurar son los fueros de la opinión pública, para que la gente del negocio periodístico no pueda desfigurar la verdad, por lo menos en la información, como se hace sistemáticamente”.

Entrados los años 60, el pertinaz polemista,  elaboró otro sugestivo modo de decodificar la realidad, se trataba de la propuesta del «estaño» como método de conocimiento. Privilegiaba el saber interpretativo del escritor, basado en su experiencia, por encima del dato científico cuya validez dependía de quien lo interpretaba.

En «El medio pelo», Jauretche elegía con olfato comunicacional que todos quedaran incorporados «en el lenguaje llano de todos los días, hilvanando recuerdos, episodios o anécdotas, diré mis cosas como se dicen en el hogar, en el café o en el trabajo. Seré muy feliz si el lector adquiere en esta modesta lectura, el hábito de someter las suyas a la crítica de su modo de pensar lo habitual, utilizando la comparación, la imagen, la analogía y las asociaciones de ideas con que se maneja en su mundo cotidiano».

En la misma década dio a publicidad una nueva categoría de análisis que no ha perdido vigencia: «la colonización pedagógica», que  manejada por los sectores dominantes «es el mecanismo que hace  personajes, los academiza, les da nombre, premios y hasta oraciones fúnebres».

En “Manual de zonceras argentinas”, recuperará las enseñanzas brindadas por Ortiz Pereyra y dará nociones básicas para desarticular las falsedades antinacionales que impedían al pueblo hacerse de las herramientas para dejar de ser engañado. Con maestría inigualable, el veterano luchador sintetizaba el ardid: «el humorismo popular ha acuñado aquello de ‘¡Mama, haceme grande que zonzo me vengo solo!’. Pero esta es otra zoncera, porque ocurre a la inversa: nos hacen zonzos para que no nos vengamos grandes».

El éxito editorial alcanzado y  el particular modo de transmitir al público sus ideas, lo hizo protagonista de innumerables entrevistas. En una de ellas declararía con humildad, pero con la plena conciencia de la tarea realizada: «es notorio, que hoy la inmensa mayoría de los argentinos habla un idioma que hace 40 años hablábamos solamente unos pocos. Cuando nosotros emprendimos la lucha para formar una conciencia nacional, opuesta a la mentalidad liberal colonialista, nunca creímos que en el precario tiempo de nuestras vidas lograríamos la victoria que hoy tenemos delante de los ojos. Así que, tengo derecho a sentirme un triunfador».

En suma, don Arturo, bien pudo inspirarse en aquella frase de Simón Rodríguez, quien profetizó que los latinoamericanos «o inventamos o erramos». Fue así que Jauretche asumió la tarea de idear una metodología nacional para estar a la altura del maestro de Bolívar y, al «inventar», «acertó»!

*Director del Cehicopeme

Fuente: FPyCS – UNLP

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