Crisis energética nacional, crisis energética regional y crisis energética mundial. Argentina, mostrando las verdades de un país semicolonial y dependiente; con toda la potencialidad para ser una nación libre y soberana, pero que a la luz de los hechos, el “semi” se va cayendo, y que lo “colonial. La región -salvo Brasil que está en la suya – nos está esperando. Y el mundo sigue girando, es esa dinámica de la modernidad donde rusos y orientales hacen el gasto, los yankees son la policía, y los ingleses los ladrones. Compartimos un texto de Gabriel Arias, donde rescata a James Lovelock y luego realiza un balance sobre la energía nuclear nacional. Sí, leamos a un inglés y pensemos en argentino.
Redacción
Escribió Arias: “Lo que sigue es un texto original de James Lovelock escrito a posteriori de la primera gran ola europea de calor de 2003, que mató a aproximadamente 20.000 personas sólo en Europa Occidental. Parte de la información que manejaba Lovelock hoy debería actualizarse. Alguna la añadimos en un comentario al pie.”
«No tenemos tiempo para experimentar con fuentes de energía visionarias; la civilización está en peligro inminente«
James Lovelock – 24 de mayo de 2004
Sir David King, el jefe científico del Gobierno, fue previsor al decir que el calentamiento global es una amenaza más grave que el terrorismo. Es posible que incluso lo haya subestimado, porque, desde que habló, la nueva evidencia del cambio climático sugiere que podría ser aún más grave y el mayor peligro al que se ha enfrentado la civilización hasta ahora.
La mayoría de nosotros somos conscientes de algún grado de calentamiento; los inviernos son más cálidos y la primavera llega antes. Pero en el Ártico, el calentamiento es más del doble que aquí en Europa y, en verano, torrentes de agua derretida ahora caen desde los glaciares de kilómetros de altura de Groenlandia. La disolución completa de las montañas heladas de Groenlandia llevará tiempo, pero para entonces el mar habrá subido siete metros, lo suficiente como para hacer inhabitables todas las ciudades costeras bajas del mundo, incluidas Londres, Venecia, Calcuta, Nueva York y Tokio.
Incluso una elevación de dos metros es suficiente para sumergir la mayor parte del sur de Florida.
El hielo flotante del Océano Ártico es aún más vulnerable al calentamiento; en 30 años, su hielo blanco reflectante, un área del tamaño de los EE. UU., puede convertirse en un mar oscuro que absorba el calor de la luz solar del verano y acelere aún más el fin del hielo de Groenlandia. El Polo Norte, meta de tantos exploradores, no será entonces más que un punto en la superficie del océano.
No solo el Ártico está cambiando; los climatólogos advierten que un aumento de cuatro grados en la temperatura es suficiente para eliminar los vastos bosques amazónicos en una catástrofe para su gente, su biodiversidad y para el mundo, que perdería uno de sus grandes acondicionadores de aire naturales.
Los científicos que forman el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático informaron en 2001 que la temperatura global aumentaría entre dos y seis grados centígrados para el año 2100. Su sombrío pronóstico se hizo perceptible por el calor excesivo del verano pasado; y según los meteorólogos suizos, la ola de calor en toda Europa que mató a más de 20.000 personas fue completamente diferente de cualquier ola de calor anterior. Las probabilidades de que no fuera una mera desviación de la norma eran de 300.000 a uno. Era una advertencia de que lo peor estaba por venir.
Lo que hace que el calentamiento global sea tan grave y urgente es que el gran sistema terrestre, Gaia, está atrapado en un círculo vicioso de retroalimentación positiva. El calor adicional de cualquier fuente, ya sea de los gases de efecto invernadero, la desaparición del hielo del Ártico o la selva amazónica, se amplifica y sus efectos son más que aditivos.
Es casi como si hubiéramos encendido un fuego para calentarnos y no nos hubiéramos dado cuenta, mientras amontonábamos combustible, de que el fuego estaba fuera de control y los muebles se habían incendiado. Cuando eso sucede, queda poco tiempo para apagar el fuego antes de que consuma la casa. El calentamiento global, como un incendio, se acelera y casi no queda tiempo para actuar.
¿Entonces, qué debemos hacer? Podemos seguir disfrutando de un siglo XXI más cálido mientras dure, y hacer intentos cosméticos, como el Tratado de Kioto, para ocultar la vergüenza política del calentamiento global, y esto es lo que me temo que sucederá en gran parte del mundo. Cuando, en el siglo XVIII, solo vivían mil millones de personas en la Tierra, su impacto fue lo suficientemente pequeño como para que no importara qué fuente de energía usaran.
Pero con seis mil millones, y creciendo, quedan pocas opciones; no podemos seguir extrayendo energía de los combustibles fósiles y no hay posibilidad de que las energías renovables, eólicas, mareomotrices e hidráulicas puedan proporcionar suficiente energía a tiempo. Si tuviéramos 50 años o más podríamos hacer de estas nuestras principales fuentes. Pero no tenemos 50 años; la Tierra ya está tan invadida por el insidioso veneno de los gases de efecto invernadero que incluso si detenemos de inmediato la quema de combustibles fósiles, las consecuencias de lo que ya hemos hecho durarán 1.000 años. Cada año que seguimos quemando carbono empeora las cosas para nuestros descendientes y para la civilización.
Peor aún, si quemamos cultivos para combustible, esto podría acelerar nuestro declive. La agricultura ya utiliza demasiada tierra que la Tierra necesita para regular su clima y su química. Un coche consume de 10 a 30 veces más carbono que su conductor; imagine las tierras de cultivo adicionales necesarias para satisfacer el apetito de los automóviles.
Por todos los medios, utilicemos el pequeño aporte de las energías renovables con sensatez, pero solo una fuente disponible de inmediato no causa el calentamiento global y esa es la energía nuclear. Es cierto que quemar gas natural en lugar de carbón o petróleo libera solo la mitad de dióxido de carbono, pero el gas sin quemar es un agente de efecto invernadero 25 veces más potente que el dióxido de carbono. Incluso una pequeña fuga neutralizaría la ventaja del gas.
Las perspectivas son sombrías, e incluso si actuamos con éxito en la mejora, aún habrá tiempos difíciles, como en la guerra, que llevarán a nuestros nietos al límite. Somos duros y se necesitaría más que la catástrofe climática para eliminar todas las parejas reproductoras de humanos: lo que está en peligro es la civilización. Como animales individuales no somos tan especiales, y en cierto modo somos como una enfermedad planetaria, pero a través de la civilización nos redimimos y nos convertimos en un bien preciado para la Tierra; sobre todo porque a través de nuestros ojos la Tierra se ha visto a sí misma en todo su esplendor.
Existe la posibilidad de que nos salve un evento inesperado, como una serie de erupciones volcánicas lo suficientemente graves como para bloquear la luz solar y enfriar la Tierra. Pero sólo los perdedores apostarían sus vidas a probabilidades tan bajas. Independientemente de las dudas que haya sobre los climas futuros, no hay dudas de que los gases de efecto invernadero y las temperaturas están aumentando.
«Nos hemos mantenido en la ignorancia por muchas razones, y la más importante entre ellas es la negación del cambio climático en los EE. UU., donde los gobiernos no han brindado a sus científicos climáticos el apoyo que necesitaban. Los grupos de presión verdes, que deberían haber dado prioridad al calentamiento global, parecen más preocupados por las amenazas a las personas que por las amenazas a la Tierra, sin darse cuenta de que somos parte de la Tierra y dependemos totalmente de su bienestar. Puede ser necesario un desastre peor que las muertes europeas del verano pasado para despertarnos.
La oposición a la energía nuclear se basa en el miedo irracional alimentado por la ficción al estilo de Hollywood, los grupos de presión verdes y los medios de comunicación. Estos temores son injustificados, y la energía nuclear desde su inicio en 1952 ha demostrado ser la más segura de todas las fuentes de energía. Debemos dejar de preocuparnos por los riesgos estadísticos minuciosos de cáncer de los productos químicos o la radiación. Casi un tercio de nosotros morirá de cáncer de todos modos, principalmente porque respiramos aire cargado con ese carcinógeno omnipresente, el oxígeno. Si no logramos concentrar nuestras mentes en el peligro real, que es el calentamiento global, podemos morir incluso antes, como lo hicieron más de 20.000 desafortunados por el sobrecalentamiento en Europa el verano pasado.
Me parece triste e irónico que el Reino Unido, que es líder mundial en calidad de sus científicos de la Tierra y el clima, rechace sus advertencias y consejos y prefiera escuchar a los Verdes. Pero soy un Verde y ruego a mis amigos en el movimiento que abandonen su objeción equivocada a la energía nuclear.
Incluso si tuvieran razón sobre sus peligros, y no la tienen, su uso mundial como nuestra principal fuente de energía representaría una amenaza insignificante en comparación con los peligros de olas de calor intolerables y letales y el aumento del nivel del mar para ahogar todas las ciudades costeras del mundo.
No tenemos tiempo para experimentar con fuentes de energía visionarias; la civilización está en peligro inminente y tiene que usar la energía nuclear, la única fuente de energía segura y disponible, ahora o sufrir el dolor que pronto le infligirá nuestro ultrajado planeta.
Lovelock escribió esta advertencia en un mundo algo distinto del actual, con 6000 millones de habitantes en lugar de los actuales 8000 millones. En aquel momento la humanidad parecía tener un mayor margen de maniobra para evitar que en el siglo XXI se cruzara el límite de 2 grados Celsius como calentamiento promedio del mundo medido respecto de la temperatura promedio en 1850.
Y ojo, se entendía que 2 grados más que en el arranque de la Primera Revolución Industrial implicarían desastres económicos, políticos, migratorios y sanitarios, pero manejables. Los desastres están bien en curso, los vaticinios de 2003 hoy son simples descripciones. De manejables, por ahora, no tienen nada.
Por encima de 3 grados de calentamiento promedio empezaría lo que Lovelock llamó (no tenía pelos en la lengua): «the culling», las muertes en masa, en general por hambre, y con las migraciones y guerras como agravantes, y un colapso de la civilización actual. El Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, o IPCC, eludía ese vocabulario (y sigue haciéndolo), pero dice que con 3 grados habría inundación permanente de casi todas las ciudades y ecosistemas costeros del mundo, que son el espinazo de la producción agropecuaria e industrial, y del comercio internacional.
El IPCC de entonces, demasiado dependiente en 2003 del qué dirán los estadounidenses y los europeos, hacía malabarismos comunicacionales por no sostener a rajatabla la opción nuclear y pelear de frente con la economía carbo-dependiente del mundo. Es una lástima haber perdido a este hombre: Lovelock era el IPCC, pero sin bozal.
Casi dos décadas tras esta declaración de Lovelock todo es bastante peor. En 2004 parecía que Europa y EEUU volvían con infinita cautela a reconsiderar la electricidad nuclear, pero después del accidente de Fukushima en 2011, regresaron a su cómodo anatema.
Las economías del Extremo Oriente, básicamente de China y la India, no pararon en ningún momento de apostar al átomo, sin embargo. No se pueden dar el lujo. Dependen demasiado del peor combustible fósil: el carbón. Peor, porque comparado con el gas natural, produce la mitad de potencia con el doble de contaminación.
Y es una contaminación por ahora intratable. Los habitantes de las megalópolis de India y China sufren pérdidas considerables de expectativa de vida por EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) y por trastornos circulatorios causados precoces por respirar aire contaminado con partículas de hollín tipo PM 2,5. Van de cabeza a lo nuclear, porque tienen que descarbonizarse sí o sí, o enfrentarán problemas de gobernabilidad.
Sus dirigencias saben que por su urbanización e industrialización comparativamente rápidas, se están volviendo las principales fuentes de inyección de carbono en la atmósfera. Y como tales, serán pasibles de tasas aduaneras unilaterales por parte de sus mercados en Occidente. ¿Proteccionismo? Sí, y con fundamento.
Eso sucederá en cuanto se inunden permanentemente las tierras polderizadas bajo el nivel del Mar del Norte en Holanda, Bélgica y la costa alemana de Frisia Occidental. O en cuanto ciudades como Londres, Miami, New Orleans y New York deban retroceder a sus terrenos más altos. Y cuando empiecen a despoblarse las zonas más desprotegidas y expuestas a mareas de huracán de la península de Florida y de las desembocaduras fluviales en regresión en el Golfo de México.
Las guerras comerciales de hoy serán un poroto frente a lo que se viene. Y no hay guerra comercial libre de complicaciones militares. ¿O acaso la guerra de Ucrania no es por gas y petróleo?
Cuando Lovelock escribió este texto, aquellas primeras olas de calor en Francia -el único país de la UE que no sucumbió enteramente al antinuclearismo- trajeron una novedad entonces insólita: Francia es un país con una excelente red fluvial. Parte de la flota nucleoeléctrica francesa se construyó entre 1974 y fines de los ’80, y está sobre ríos como el Ródano y el Garona. Se recalentaron.
Nunca se pensó que estos plácidos ríos pudieran calentarse tanto debido a la temperatura de la atmósfera. Era una locura siquiera pensar que excederían el límite térmico fijado para refrigerar los circuitos secundarios de las centrales nucleares construidas a sus orillas. Pero sucedió. Desde entonces, cada ola de calor en Francia obliga a sacar temporalmente de servicio las fábricas de las únicas fuentes eléctricas de base libres de carbono de Europa. En revancha, se echa mano del carbón.
Con todo, Francia teóricamente saca del átomo el 71% de su electricidad. Es un descenso respecto de la situación de fines de siglo, cuando era el 85%, y dominado por el ecologismo berreta, el país no hizo planes coherentes de extensión de vida de su flota, la mitad de las cuales necesita parar largamente para reparación de componentes críticos: generadores de vapor, bombas de circuitos primario y secundario, revisión de la integridad estructural de recipientes de presión y edificios de contención.
Cierta dirigencia francesa creyó que sería más fácil vivir del gas de Libia. Para algo invadieron ese país «en nombre de la democracia», junto con la OTAN, y tumbaron a su presidente vitalicio, Muhammar Gaddaffy. No consiguieron más gas. Sólo se compraron una guerra civil que sigue desde 2011. Entonces decidieron hacer un mega-ajuste de los combustibles líquidos y gaseosos y de las tarifas eléctricas, y se compraron una revuelta social masiva: la de los Chalecos Amarillos. Y ahora no saben para qué lado agarrar.
Desde que privatizaron EDF, la empresa que construyó la flota nuclear existente, no les sale una bien. La base de las 58 centrales nucleares de Francia es un PWR de 900 con tres circuitos primarios de refrigeración. Llegó a ser, a fuerza de fabricación en gran escala de sus componentes, el reactor más barato del mundo. Pero la administración privada sucesora, AREVA, diseñó un reactor de 1600 MW para adopción de toda la UE, y como cada estado miembro contribuye con componentes, la logística es tan enrevesada, y resulta tan complejo y difícil de construir que no hay uno que se haya podido terminar sin más de una década de demora, y sobrecostos enormes. Pero entre tanto, no se mantuvieron las viejas y confiables centrales de EDF, y es probable que en promedio la mitad de ellas deba salir 2 o 3 años de servicio más para reparaciones urgentes que para una extensión de vida de 20 años decentemente planificada. Ante la mala administración de los gerentes noventistas, hoy Francia piensa renacionalizar la energía nuclear.
Alemania está en peores líos desde que Angela Merkel, anteriormente conservadora y pronuclear, cedió a la presión de los Verdes y aceleró el «phase out» de las 18 excelentes centrales nucleares que construyó Siemens en el país en los ’60 y ’70. El hecho es que Alemania, pese a su impresionante despliegue de parques eólicos y solares, tuvo que reabrir sus minas de hulla y lignita, e incluso empezó a importar carbón polaco, y luego electricidad de sus vecinos -incluida la electricidad básicamente nuclear de los franceses- y así se volvió el país más carbodependiente de Europa. Empezada la guerra de Ucrania, Alemania descubrió que su industria depende en casi 50% del gas ruso.
Y como es difícil que tu enemigo te siga vendiendo grandes volúmenes, o al menos te haga precio, aunque la guerra sea a través de intermediarios, hoy Alemania encara un invierno de bañarse literalmente con agua fría, y quemar cada vez más carbón.
No hay modo logístico alguna de que la UE pueda vivir de GNL (gas licuado) estadounidense, aunque Biden logre multiplicar el fracking en las formaciones de shale, y se multipliquen las instalaciones de licuefacción en la costa este, y Europa multiplique los barcos metaneros y las plantas regasificadoras sobre el Atlántico y el Mar del Norte.
Y mientras eso sucede, debido al calor y la sequía, se incendian decenas de miles de hectáreas de bosques nativos europeos que, en general, habían resistido razonablemente el fuego durante los últimos 18.000 años. En cuanto a los pinares implantados, arden como cajitas de fósforos.
Por ahora, el único país que parece beneficiarse con el calentamiento global es Rusia. Por una parte, porque ha vivido toda su vida con más de un 60% de su superficie embutida en el Círculo Polar Ártico y sometida a fríos despiadados. Por otra, porque por primera vez en la historia nacional aspira a tener puertos relativamente libres de hielo sobre la costa Norte, tanto la europea como la siberiana. Amén de que eso está transformando a Rusia en una potencia naval, algo que nunca fue, la está volviendo una fuente de exportación de GNL de los países del Sureste Asiático.
Y por último, el desastre climático en curso favorece a Rusia porque Rosatom y Atomtroyexport son los mayores constructores y exportadores de centrales nucleares del planeta, y tienen buena tecnología convencional, muy probada y mejorada: los reactores VVER de tercera generación, básicamente inspirados en los Westinghouse de primera generación.
Es un diseño muy superior a la basura que desplegaron -porque era mucho más barata- en Chernobyl, los RBMK. También es mucho mejor que la que le compró Japón a la General Electric y que fracasó estrepitosamente en Fukushima (los GE-Mk1). Y obviemos toda comparación con la flota nucleoeléctrica actual inglesa, en la que no hay ninguna central que tenga edificio de contención. Por suerte, esas máquinas están de retiro, pero no hay un programa nacional de sustitución. En tierras de Lovelock, el átomo sigue siendo anatema. Algo culturalmente casi inevitable en un país que en los ’70 todavía era industrial, y después de Margaret Thatcher se simplificó a una especie de emirato gasífero con elecciones y con paraíso fiscal.
Tal vez en esto de ser los grandes vendedores de centrales del mundo en desarrollo a los rusos los sustituya China en 10 o 20 años. Pero hoy por hoy, posicionados en el cambio climático, los rusos te venden tanto el problema (su gas y su petróleo) como la solución (sus centrales nucleares). Geopolíticamente, tienen buenos «fundamentals». La OTAN, no tanto. Ni siquiera la jefatura real de la OTAN, los EEUU, donde los últimos gobiernos federales han tratado de resucitar la energía nuclear nacional más o menos con cardioversor, por ahora sin resultados visibles.
Blanco sobre negro y en términos climáticos, el mundo todo está bastante peor que en 2004. El IPCC cada vez pierde más la compostura, sin llegar a hablar jamás demasiado claro. Los científicos de 192 países son una fuerza poderosa, pero lo que no pueden hacer es pelearse a muerte con sus jefaturas políticas.
Cuando Lovelock hablaba de «culling», que es matar una parte de un rebaño para salvarlo y además preservar su área de pastoreo, no estaba hablando de una política nazi de exterminio selectivo. Pero cuando priman la escasez de alimentos y la inutilización de tierras productivas por inundación o por guerras causa grandes oleadas migratorias, ese tipo de fenómeno histórico surge espontáneamente. Y la cadena se rompe siempre por lo más débil y lo más extranjero.
La Europa de hoy, racista y antiemigrante, se va pareciendo bastante a la de 1930, pero por otras causas. Los emigrantes climáticos, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), son 21,5 millones. En realidad son muchos más, si les sumamos los desplazados por guerras secundarias al cambio climático. Es el caso de buena parte de las guerras civiles que hoy suceden en África y Medio Oriente: las distintas sectas mahometanas, o todas ellas y la cristiandad, chocan menos cuando hay comida para todos.
Pero los cambios de temperatura y de regímenes pluviales garantizan que no alcance. El ACNUR añade otro dato: partes de la India, de Asia Central y del Sahel Africano, así como la mayor parte del centro de Australia, empiezan a volverse inhabitables durante buena parte del año por temperatura. Y no tanto por las máximas, sino por la suba de las mínimas. El ACNUR proyecta 1200 millones de refugiados climáticos para 2050. Y en ningún lado los estarán esperando con la mesa puesta, sino más bien con armas en la mano.
El mundo parece irse de cabeza a quebrar el límite de los 3 grados sobre la media de 1850 más o menos promediando el siglo, y las consecuencias demográficas y políticas de esta deriva son de pesadilla. A todo esto, los alemanes de izquierda están muy preocupados porque hay partidos propatronales que se oponen al cierre de las últimas tres centrales nucleares aún operativas. Somos una especie particularmente reacia a la percepción de la realidad a escala macro.
Y aquí en Argentina, donde el cambio climático, tras tres años seguidos de sequía nos dejó con el fondo del Paraná habilitado para caminar, seguimos bajo bloqueo antinuclear. Misteriosamente, todos los planes de construcción de centrales nucleares y de sus plantas auxiliares fracasan. Tenemos la potencia nuclear instalada que se programaba para 1987.
Todo se inaugura tarde o se cierra prematuramente: Atucha III, terminada con 27 años de demora, la 5ta Central CANDÚ, que sólo existe en diseño básico, el CAREM, que tal vez se finalice en 2017 (con 27 años de demora también), la Planta Industrial de Agua Pesada (sin la cual se paran las dos primeras Atuchas y Embalse) cerrada, y sin recursos humanos.
Aquí ni siquiera hay un movimiento antinuclear fuerte. Para dejar el otrora vibrante Programa Nuclear Argentino en su tamaño de fines de los ’80 alcanzó con una desinversión masiva y continuada, que sólo aflojó entre 2006 y 2016, y con la campaña constante de los autodenominados exsecretarios de energía. En ese club, cada cual carga con un prontuario admirable de apagones masivos, tarifazos demenciales o ambas cosas. Pero nuestros medios amplifican cada gansada que dicen: el átomo es caro, es inseguro, etc.
En fin, extrañaremos mucho a Lovelock.
Fuente: AgendAr