Sin ofensa ni temor 150. Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Reproducimos un artículo de Roberto A. Ferrero que data de 2013. En estas líneas el autor organiza brevemente un repaso histórico y las ideas fundamentales de los Libertadores de nuestra Patria Grande.
Editor Federal
1. De Venezuela a Méjico, la misma idea
La idea central del pensamiento político latinoamericano -el objetivo de la unidad de América Latina- estuvo presente como un objetivo natural, obvio, desde el comienzo mismo de la lucha por la independencia y estrechamente ligada a ésta en los proyectos de los Libertadores. Ninguno de éstos imaginaba liberarse de la tutela de España al precio de la balcanización de la Patria Grande.
Ese ideal se formuló a lo largo del primer siglo independiente en opiniones doctrinarias, planes de confederación, tratados bi y multilaterales, campañas militares, congresos y misiones diplomáticas, que encabezaron, promovieron o apoyaron de distintas formas los caudillos militares y civiles de la emancipación, que se sentían todos miembros de una sola gran nación.
Francisco de Miranda, el Precursor, formuló en su exilio de Inglaterra planes de independencia y unidad ya en 1790, y luego en 1798 y 1801. El Proyecto de 1790 preveía una monarquía constitucional (“mixta y similar a la de Gran Bretaña”, decía) para un vasto Estado latinoamericano extendido desde el paralelo 45 al norte hasta el Cabo de Hornos al sur, y desde el Pacífico al oeste hasta el Atlántico, la frontera brasilera y el Mississippi al oeste. Su jefe ejecutivo debería ser un descendiente de los Incas, con el título de Emperador.
En la “Proclama” de 1798 a los hispanoamericanos Miranda les proponía que “los cabildos del ‘Continente Colombiano’ destinen al cuartel general del ejército libertador –que pensaba enviar con ayuda de Inglaterra- delegados encargados de formar un Congreso, para establecer un gobierno provisional”. Tres años después, para el caso del triunfo de las armas libertadoras, diseñaba un proyecto de “gobierno Federal” para la nueva república confederal que proponía llamar “Colombia”, con capital en Panamá, que trocaría su nombre por el de “Colombo”. El tipo de gobierno, más centralizado que el del plan de 1790, era original: desempeñarían el Poder Ejecutivo dos “Incas”, uno asentado en la capital y el otro itinerante, pero en caso de peligro grave, el “Consejo Colombiano” -las cámaras legislativas- podrían autorizar el nombramiento de un Dictador interino por el término de un año.
La Revolución Venezolana, que creó su Junta independentista el 19 de abril de 1810, proporcionaría a Miranda la oportunidad de realizar sus ideas, pero antes envió a Londres, en procura de apoyo, una comisión que integraban Andrés Bello, Simón Bolívar y Luis López Méndez, quienes en la capital inglesa se contactaron con el Precursor. Para fines de año, éste ya se encontraba en Venezuela.
Mientras tanto, en Buenos Aires se había producido el 25 de mayo la destitución del Virrey español y sus sustitución por la llamada “Primera Junta” argentina, que ya en el mes siguiente se dirigiría al Cabildo de Santiago de Chile -enfrentado al Capitán General español García Carrasco- exponiéndole la necesidad de que “se forme en la América entera un plan vigoroso de unidad”. Luego, en noviembre, comisiona al Dr. Antonio Álvarez Jonte para explicar a la Junta independentista chilena que en el interín (16 de Julio) se había formado, las intenciones de su similar porteña a fin de lograr “la consolidación del glorioso sistema que ha abrazado esta parte de América”, adelantando “la conveniencia de establecer y fomentar una alianza mutua entre las dos Juntas, haciendo de los dos pueblos una verdadera confederación”. El gobierno trasandino envió entonces a Buenos Aires, en diciembre, un proyecto redactado por Martínez de Rozas, “para convocar un Congreso que promoviese un plan general de defensa y diera las bases para la formación de una Confederación Americana con un poder central y autonomía de cada una de sus partes”. Infortunadamente, nuestra Primera Junta, por gravitación en contrario de su influyente secretario, Dr. Mariano Moreno, lo rechazó.
También se desdeñaría, de parte de Manuel Moreno -aun influido por las ideas de su hermano Mariano- un plan de confederación que le propondría en Londres, en 1811, Luis López Méndez, diplomático que mencionamos arriba de la Junta Revolucionaria de Venezuela. Como se sabe, el gobierno de Buenos Aires había designado para ese mismo papel a Mariano Moreno, a quien acompañaban como secretarios Tomás Guido y Manuel Moreno, pero al fallecer el primero en alta mar, su hermano asumió la titularidad de la gestión. Llegado a la capital británica, el argentino no tardó en relacionarse con López Méndez, quien tenía instrucciones tempranas de Caracas en el sentido de la unión hispanoamericana, porque -decía Venezuela- “miraría como una calamidad para la América la más absoluta disgregación de las partes libres de la Monarquía española, cuando la identidad de origen, religión, leyes, costumbres e intereses parecen sugerirles una confederación tan estrecha como lo permita la inmensa extensión que tienen nuestras poblaciones”.
De manera que López Méndez propuso a su colega un proyecto de “una confederación con todos los países que hubieran constituido un gobierno independiente; ellos se reunirían en un punto central de la América del Sur. Para concertar la reunión, Venezuela podría invitar a Santa Fe (Bogotá. RAF) y Quito, en tanto Buenos Aires lo haría con Chile y Perú”. Pero Moreno, dice Heredia, “no mostró más interés en adelantar la concreción del proyecto…”
En Méjico, donde las fuerzas patriotas están trabadas en dura lucha contra el dominio español, el Libertador José María Morelos, seguidor de Miguel Hidalgo, se da tiempo, sin embargo, a fines de 1810, para emitir un documento por el que se disponía, entre otras cosas, que en adelante ya no se llamará a los hijos del país “indios, mulatos ni castas, sino todos generalmente americanos”.
Fusilado Hidalgo por los españoles a mediados de 1811, mientras Morelos combatía en el Sur, el General doctor Ignacio López Rayón, -segundo del heroico cura de Dolores-formaba un gobierno rebelde, la “Suprema Junta Gubernativa de América” o Junta de Zitácuaro, en el estado de Michoacán y comisionaba a Simón Tadeo Ortiz y Ayala con la misión de viajar por la América del Sur para trabajar por “la unión recíproca de Méjico con los países de esa parte del continente”. Simultáneamente, promovía la aparición de un órgano periodístico independentista que se llamó “El Despertador Americano” (no “mejicano”, como podría presumirse).
Aprisionado López Rayón y fusilado Morelos en 1815, sus ideales de transformación social y unidad hispanoamericana no morirían con ellos. Ese mismo año, uno de los lugartenientes de Morelos, el general Vicente Guerrero, había llamado a Simón Bolívar “para que asumiera el mando de las tropas independientes”, lo que prueba que los revolucionarios mejicanos reconocían la dimensión continental de la lucha.
Simón Bolívar, discípulo y después enemigo del Precursor, y propulsor de una poderosa “Confederación de los Andes” (la Gran Colombia, más Perú y Bolivia) e inspirador del célebre Congreso de Panamá de 1826, conoció a Miranda en 1810, como dijimos. En esa ciudad ratificó las grandes ideas del ilustre exiliado sobre la unidad de la América Española y las expuso -sin mencionarlo- en la conocida “Carta de Jamaica” que escribió en Kingston el 6 de septiembre de 1815. Allí dirá, entre otras consideraciones de carácter realmente profético, que “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse”. Partidario de esa idea, era sin embargo escéptico sobre las posibilidades de concretarla en un corto plazo: “más no es posible (la unidad), porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América”.
En 1817, respondiendo a una misiva de apoyo y felicitaciones de Juan Martín de Pueyrredón, entonces Director Supremo de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, dice el “Alfarero de Repúblicas” -como le llama Towsend Ezcurra-: “Una ha de ser la Patria de todos los americanos, ya que en todo hemos tenido una perfecta unidad”, para señalar a continuación: “Cuando el triunfo de las armas de Venezuela complete la obra de su independencia, o que circunstancias más favorables nos permitan comunicaciones más frecuentes y relaciones más estrechas, nosotros nos apresuraremos, con el más vivo interés, a entablar, por nuestra parte, el pacto americano que, formando de todas nuestras repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con un aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las naciones antiguas. La América así unida, si el cielo nos conceder este deseado voto, podrá llamarse la reina de las naciones y la madre de las repúblicas”.
Y en 1818, dice Soto Hall, “el Libertador ya define su resolución y sus intenciones a este respecto” en múltiples documentos y proclamas.
Por fin, después de Ayacucho creyó que el tiempo de Hispanoamérica había llegado y que las dificultades tenidas antes por insuperables podían sin embargo ser superadas por la voluntad mancomunada de los pueblos y sus dirigentes. El proyecto del Congreso Anfictiónico se hacía más concreto.
En América Central, los cinco países que constituían la llamada “Capitanía General de Guatemala”, se habían declarado independientes de modo pacífico en 1821, uniéndose a Méjico, del que se separaron formalmente el 1° de Julio de 1823.
La Asamblea Nacional Constituyente, que tomó la trascendental resolución, acordó el 6 de noviembre ¡“excitar a los cuerpos deliberantes de ambas Américas para conformar una Confederación general que representase unida a la gran familia americana y garantizase su libertad e independencia”! Además, dispuso rendir homenaje a Bolívar, a Fray Bartolomé de Las Casas y al Abate de Pradt, gran defensor de la independencia hispanoamericana.
Como escribe Ricardo Barón Castro, a través de esos homenajes, “los legisladores centroamericanos manifiestan, con diáfana claridad, su posición de americanos que no están dispuestos a renegar de la unidad que les legó su pasado…”
2. Los Libertadores del Sur
Disposición análoga a la primera de Morelos adopta el primer Congreso paraguayo, que se había reunido en Asunción después que los guaraníes hubieran derrotado a la invasión porteña y elegido su propia Junta de gobierno rebelde el 14 de mayo de 1811. En junio, efectivamente, el Congreso decretaría que “En lo sucesivo, todo americano, aunque no sea nacido en esta provincia, quedará enteramente apto para obtener y ocupar cualquier cargo o empleo…”.
Es que, aparentemente aislados de las nacientes tormentas de la Independencia por su mediterraneidad geográfica, y contrariamente a lo que ello induciría a pensar, los patriotas paraguayos estaban imbuidos del mismo espíritu hispanoamericano que reinaba en los países vecinos. El mismo se revela además en la Nota que ese Congreso enviaría a la Primera Junta de Buenos Aires, en la que le decía con fecha 20 de junio: “La confederación de esta Provincia, con las demás de nuestra América y principalmente con las que comprendía la demarcación del antiguo Virreinato, debía ser de interés más inmediato. Más asequible y por lo mismo más natural, como pueblos, no solo de un mismo origen, sino que, por el enlace de particulares y recíprocos intereses parecen destinados por la naturaleza misma a vivir y conservarse unidos”. Añadía que la “voluntad decidida” del Paraguay era la de “unirse a esa ciudad (Bs. As.) y demás confederadas, no sólo para conservar una recíproca amistad, buena armonía, comercio y correspondencia, sino también, para formar una sociedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad”. Y porque así sentían y pensaban los hermanos guaraníes es que miles de ellos integraron los ejércitos sanmartinianos y dejaron más de cuatro mil cadáveres en los campos de Sudamérica, desde San Lorenzo a Chacabuco y Ayacucho. El coronel Bogado, paraguayo de pura cepa, después de esa batalla final, regresó a Buenos Aires al frente de los restos del glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo después de casi 15 años de combatir: eran siete sobrevivientes con sus banderas y sus armas.
Tanto como Morelos en Méjico o Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay, José Gervasio Artigas, dio comienzo en la Banda Oriental -como se le llamaba entonces- a una transformación agraria y política de vastos alcances, cristalizada institucionalmente en su famoso “Reglamento para tranquilidad de las Campaña” de 1815, pero paralelamente no dejó de expresar nunca su ideario de unidad hispanoamericana, como lo demostró documentadamente Arturo Ardao en varias ocasiones. Ya en abril de 1811 se refería a “los americanos del sur” como “compatriotas” y consideraba a la América del Sur como “nuestra patria”.En abril de 1814, dirigiéndose al Directorio porteño, añadía: “La independencia que propugnamos para los pueblos no es una independencia nacional; por consecuencia ella no debe conducirnos a separar de la gran masa que debe ser la Patria Americana a ningún pueblo, ni a mezclar diferencia alguna en los intereses generales de la revolución”. Repetidamente se expidió con extrema claridad sobre el tema: “El espíritu que respira nuestra Nación Sudamericana”, “La libertad de América forma mi sistema” o “Ver libre mi Nación del poderío español”, dijo en diversas ocasiones. Incluso pensó el líder oriental ponerse a la cabeza de las fuerzas que liberarían a toda Hispanoamérica, pero no lo pudo hacer porque su base natural de sustentación -la Banda Oriental-estaba siendo atacada e invadida permanentemente por españoles, porteños y portugueses.
El General San Martín se orientó también siempre en el mismo sentido latinoamericano que Bolívar, como cuando en 1816, en carta a Tomás Godoy Cruz, le decía: “Los americanos o Provincias Unidas no han tenido otro objeto en su revolución que librarse del mando del fiero español y formar una nación”, o como cuando hacía referencia a los cuidados que la autoridad debe tener con “los habitantes del hemisferio americano”.
Varios años más tarde, otro gobierno argentino -el de Juan Martín de Pueyrredón– dará a San Martín, a punto de cruzar los Andes a la cabeza del Ejercito Libertador, la indicación de que hiciese “valer su influjo para persuadir a los chilenos a enviar sus diputados al Congreso de la Provincias Unidas, con el objeto de constituir una forma de gobierno general para toda la América, unida en nación”, reiterando así las sugestiones de Álvarez Jonte y Martínez de Rozas de años atrás.
Caberecordar que este Congreso, el 9 de Julio de 1816, habría de declarar la Independencia de las “Provincias Unidas en Sudamérica” y no “del Río de la Plata”, como se cree generalmente (20). Vale la pena señalar que en los Libertadores y en el lenguaje de la época “América” equivalía al aun no inventado término de “Latinoamérica”, de cuño francés.
También en Chile, Bernardo O’Higgins, discípulo de Miranda, formado a su lado en Londres, en vísperas de la batalla de Maipú llama a los americanos a constituir “la Gran Confederación de la América Meridional”. Coincidentemente, en noviembre de 1818, San Martín formulará su programa de la “Unión de los tres estados independientes” que acaba de liberar del dominio español. Dirá en su Proclama de esa fecha a los peruanos: “Afianzados los primeros pasos de vuestra existencia política, un congreso central compuesto de los representantes de los Tres Estados (Argentina, Chile y Perú) dará a su respectiva organización una nueva estabilidad; y la constitución de cada uno, así como su alianza y federación perpetua, se establecerá en medio de las luces, de la concordia y de la esperanza universal”.
O’Higgins, depuesto de su cargo de Directo Supremo de Chile y exiliado en el Perú en 1823, escribirá aSimónbolívar ofreciéndole “acompañarle y servirle bajo el carácter de un voluntario que aspira a una vida con honor o a una muerte gloriosa y que mira el triunfo del general Bolívar como la única aurora de la independencia en la América del Sur”.
Lo mismo que el Libertador chileno piensa su compatriota Ramón Freyre, otro soldado de la Emancipación. Igualmente, era firmepartidario de la unidad continental el general Juan Gregorio de Las Heras, veterano de las dos guerras argentinas en Chile, quien después de ser Gobernador de Buenos Aires en 1824 volvería al país trasandino para radicarse, falleciendo allí en 1866.
3. Los otros latinoamericanos: Haití y Brasil
La idea de la unidad de intereses de los latinoamericanos nunca estuvo ausente tampoco en la primera de las revoluciones de la Emancipación: la Revolución haitiana. Durante el período más terrible de la guerra, cuando España había recuperado el dominio de todas sus colonias con la sola excepción de nuestro país, los Libertadores de Haití demostraron con hechos más que con proclamas su firme adhesión al ideario de la abolición de la esclavitud y la unidad de los pueblos del Caribe e Hispanoamérica. Ya desde el principio del alzamiento, antes de finalizar el Siglo XVIII, los jefes negros y mulatos de la isla habían enviado sus agentes a las diversas colonias antillanas y hasta a las costas de Venezuela, con suerte diversa: algunos fueron capturados y ajusticiados, como Debuisson y Laport en la Jamaica inglesa, pero otros lograron conmover vastos conjuntos de esclavos en diversas regiones, que no lograron triunfar. Muerto en Francia, prisionero, el gran Toussaint Louverture, y declarada la Independencia de Haití el 1° de enero de 1804, lo gobernó su sucesor Jean Jacques Dessalines hasta 1806. En esta fecha, el país se dividió: el Norte fue gobernado por Henry Christopher, un emperador negro de costumbres fastuosas y tiránicas, que estableció un sistema semi esclavista de trabajo, mientras que el Sur quedó a cargo del general Alejandro Petión, un mulato patriota e instruido que prestó a Bolívar y demás jefes v venezolanos una ayuda inestimable. Bajo Petión, escribe Ramos “por primera vez en la historia de Haití los obreros rurales reciben el pago de sus salarios en dinero y la Constitución establece la enseñanza pública y gratuita… Se entrega tierras a los campesinos e introduce el concepto de democracia agraria…”. El mismo autor lo categoriza como “factor decisivo en la emancipación del Nuevo Mundo”.
Efectivamente, Petión proporcionó al exiliado venezolano más de seis mil fusiles, municiones, abastecimiento, víveres, importantes cantidades de dinero, varias goletas, 30 oficiales, 600 soldados y hasta una imprenta completa para la expedición libertadora que partió de Los Cayos el 31 de marzo de 1816. Derrotado por segunda vez (la primera había sido en 1812, con Miranda), volvió a Haití a solicitar nueva ayuda y su presidente le contestó desde Puerto Príncipe: “Si la fortuna se ha reído de Ud. por dos veces, quizá le sonría en la tercera oportunidad…cuente con todo lo que de mi dependa: Dese, pues, prisa y venga a esta ciudad”. Y volvió a rearmarlo y hasta tomó la excepcional medida de destinar a la segunda expedición toda la recaudación de los derechos de anclaje de todos los puertos nacionales. A cambio, solo le pidió que declarara el fin de la esclavitud en las tierras que liberara. El 18 de diciembre, Bolívar volvió a partir, esta vez para triunfar para siempre ocho años después en Ayacucho, para comenzar en los meses siguientes a la gran batalla a dar forma organizativa a las ideas unitarias esbozadas en la “Carta de Jamaica”.
Pero no únicamente a Simón Bolívar ayudó la generosidad del gran haitiano, porque ella se dilataría además sobre cuanto patriota deseaba luchar por la independencia y la unidad continental. Como escribe Paul Berna, “Haití, pues, de 1815 hasta 1818, se había convertido en bastión de la Revolución Hispanoamericana gracias a la franca y decidida ayuda de Petión”.
El Brasil proclamará su independencia respecto a su metrópolis portuguesa, en medio de un inesperado clima de solidaridad iberoamericana, que ya se venía conformando como resultado de los grandes acontecimientos militares y políticos de las campañas bolivarianas. Juan IV, que había gobernado el país como “rey de Portugal, Algarves y Brasil”, se volvió a Europa en abril de 1820, después de que un alzamiento en Río de Janeiro lo obligara a jurar la Constitución liberal de Oporto. Quedó entonces como Regente su hijo Pedro I, que gobernó con el partido Liberal o “brasileño”encabezado por el profesor José Bonifacio de Andrade (1763-1838). Los patriotas de este partido habían venido preparando la independencia y en septiembre de 1822 -ante la noticia de que las cortes lusitanas “habían anulado todos los actos de Pedro, declaraban criminales las juntas gobernativas que habían reconocido su autoridad y consideraban culpables de alta traición y dignos de ser sometidos a juicio a sus ministros y consejeros”-, aconsejaron al Regente que se pronunciara por la separación y se proclamara Emperador. Este lo hizo así el día 7, a orillas del río Ipiranga.
Hasta aquí la leyenda simplificada de la transformación del Brasil de colonia en nación soberana con gobierno imperial. Sin embargo, las cosas no fueron tan tranquilas para los patriotas que vivieron aquellas jornadas. La colectividad de terratenientes y comerciantes portugueses era muy importante y de ideas absolutistas y las tropas lusitanas permanecían acantonadas en algunas ciudades brasileras del Norte y en la “Provincia Cisplatina”, como se denominaba el Uruguay desde que se lo incorporara en 1817.
Es en prevención de una resistencia de estas fuerzas anti-independentistas que José Bonifacio pensó en la ayuda y/o alianza con los países de habla castellana que lo rodeaban y que ya casi habían concretado para la fecha su propia emancipación. De allí que el jefe liberal y ministro de gobierno y relaciones exteriores de Pedro I, ya en mayo -antes del “Grito de Ipiranga”- manifestara en la corte, delante de veinte personalidades extranjeras, “que necesitaba la Gran Alianza o Federación americana, con entera libertad de comercio, que, si Europa la recusara, se le cerrarían los puertos y se adoptaría el sistema de China, y si decidieran atacarlo, sus florestas y montañas serían fortalezas”. Hasta el joven Pedro compartía la idea, según informaba su esposa, Leopoldina de Habsburgo, a su padre Francisco I de Austria y a su reaccionarísimo ministro, el príncipe Clemente Metternich: los brasileros, les decía el 23 de junio, “están trabajando para formar una Confederación de Pueblos, con sistema democrático, como en los Estados libres de América del Norte. Mi marido, que infelizmente ama todo lo novedoso, está entusiasmado, como me parece…”. Por ello, apenas institucionalizada la independencia, en las Instrucciones para el embajador Correa da Cámara del 13 de octubre, José Bonifacio, temiendo una acción conjunta de todas las potencias colonialistas de Europa, le decía por ante la faz de los países hispano parlantes “que una Liga ofensiva y defensiva de cuantos estados ocupamos este vastísimo Continente, es necesaria para que todos y cada uno de ellos puedan conservar intactas su Libertad e Independencia, altamente amenazadas por las indignantes pretensiones de Europa…” .
Y sus temores no eran infundados, porque los ejércitos portugueses resistieron durante casi un año en Bahía, en Marañón y en Montevideo, ciudad esta última donde los encabezaba el general Álvaro da Costa.
Para acabar con la resistencia realista, Pedro I no acudió a comandantes brasileros, sino a dos militares que se habían distinguido en las aún pendientes luchas contra la monarquía española: en tierra al general Pedro Labatut, quien había sido oficial de los ejércitos bolivarianos, y en mar, al almirante Thomas Cochrane que había dirigido la expedición marítima sanmartiniana al Perú en 1821. Ellos acabaron con la oposición armada portuguesa en julio de 1823 y el general Carlos Federico Lecor con la de Da Costa en noviembre.
Para entonces, ya casi pasados los apuros, el ministro De Andrade había perdido el poder y sustituido en julio por los dirigentes del partido absolutista o “portugués”. “Desde ahí hasta la abdicación de don Pedro -dice Caio Prado Junior- son ellos los que gobiernan”. Sus estadistas ya no pensaron en la alianza con los países vecinos, sino en suprimir la libertad de prensa, atiborrar de privilegios al comercio portugués de Río de Janeiro, ignorar los intereses agrícolas del país y preparar la guerra contra la Argentina de 1827, “en tanto esperaban la hora propicia para unir nuevamente el país a la antigua metrópolis”.
Quien sí fue un verdadero latinoamericano, fue el general José Inacio Abreu e Lima (1794-1869). Obligado a huir del Brasil al fracasar la revolución separatista de Pernambuco de 1817, había emigrado a Estados Unidos y luego pasó a Venezuela, incorporándose de muy joven a las filas del ejército de Bolívar con el grado de Capitán. Peleó en la batalla de Cúcuta, fue ascendido a General y -muerto el Libertador- no reconociéndole su grado el presidente Santander de Colombia, viajó a Estados Unidos y a Europa, regresando más tarde a su patria donde intervino en la “Revolta Praiera” republicana de 1848 y terminó sus días enrolado en las ideas del socialismo utópico.
“Abreu -escribe Vamireh Chacón- estuvo entre Bolívar, Santander, Páez; en una fase de su vida pensó más en Hispano América que en su propio país; fueron suyas las mismas preocupaciones de Artigas, San Martín, Sucre”.
Tales eran las ideas de unidad de quienes nos dieron la Independencia.
Córdoba, 14 de noviembre de 2013
Fuente: Revista Patria Grande