Compartimos el siguiente artículo referente a la situación estructural y coyuntural del Brasil que recibió Lula a partir del 1° de enero. No se trata solamente de las reacciones o tropelías de los partidarios bolsonaristas. Se trata además de -en probablemente poco tiempo-, reconstruirlos avances logrados durante sus primeros gobiernos, avanzar un paso más; y como si fuera poco, responder a las expectativas que el resto del continente tiene sobre su figura y su posible gestión. En la nota que sigue, Barrios, realiza un buen análisis y nos otorga panorama respecto de lo enunciado.
Por Miguel Ángel Barrios *
El 1 de enero asumió como presidente por tercera vez en Brasil luego de imponerse en segunda vuelta por el 50,9 % al 49,1% a Jair Bolsonaro, el ex obrero metalúrgico Luis Inácio «Lula» da Silva.
La importancia del triunfo de Lula radica en la importancia geopolítica semicontinental de Brasil, como actor capaz de reimpulsar un camino integracionista de la Patria Grande en América del sur y por la proyección mundial del nuevo presidente en su perfil de estadista. Esta asunción se da como parte de un cambio epocal, en una tercera guerra mundial, mal llamada guerra de Ucrania, precedida por una pandemia global y un confinamiento casi total.
América Latina y América del sur participarán de un «orden» mundial, sea éste multipolar, unipolar, unimultipolar o apolar, de una única y posible manera: si logramos concretar la Patria Grande. Brasil es imprescindible para esta segunda independencia.
Desde un principio supimos que la tarea de Lula sería y será gigantesca debido a que no caímos en los «fáciles triunfalismos» o en el vulgar slogan de que «la izquierda le ganó a la derecha», como si las preguntas y respuestas de los años 70 todavía fueran las mismas hoy en día.
Cualquier análisis de las elecciones donde Lula sacó el récord de 60 millones de votos sería incompleto y falaz si no confirmamos al mismo tiempo que Jair Bolsonaro obtuvo unos sorprendentes 58 millones de votos, un resultado que mostró un virtual empate técnico.
Cuando se observa geográficamente el mapa electoral está claro que el norte y el nordeste votaron homogéneamente por Lula y el sur lo hizo, también homogéneamente, por Bolsonaro, con las grandes urbes costeras (Río de Janeiro, San Pablo) dentro de su bolsa de votos.
Esto requiere entender la cultura política del Brasil en lo que hace a su historia, su mezcla de conservadorismo y modernismo, la negritud y las esclavitud, las inmigraciones europeas del sur, las fuerzas regionales, el peso de las Iglesias neopentecostales, el crimen organizado y el narcotráfico y por supuesto la enorme cuota de violencia.
Debe quedar claro como una lección aprendida en estos comicios que el bolsonarismo ha penetrado a fondo en la sociedad brasileña y ha llegado para quedarse. No se trata de un accidente pasajero, sino de una condición estructural del Brasil “moderno”.
Hay un consenso extendido respecto a que Bolsonaro consiguió hacer una conciliación entre estas diversas fuerzas conservadoras y logró centralizar todos estos apoyos.
Hay un dato que pasa desapercibido y que magnifica aún más la presencia bolsonarista en la política brasileña. En las elecciones legislativas del 2 de octubre, realizadas junto a las presidenciales, el Partido Liberal de Bolsonaro eligió a 99 representantes en la Cámara de Diputados, lo que ayudará a crear el mayor grupo parlamentario de la historia. Además, de los 27 senadores elegidos, ocho son bolsonaristas.
No contamos con un estudio sociológico pormenorizado de los votantes de Bolsonaro, pero allí están sus banderas en defensa de la familia tradicional y contra la corrupción, su postura sobre las mujeres, la defensa de la religión evangélica, el «temor» al comunismo. Otra atracción para las clases medias y altas ha sido el programa económico liberal, todo lo cual le genera apoyo externo desde la arquitectura de las finanzas mundiales y desde lo ideológico con el programa anticatólico y fascista que promueve el gurú de Trump, Steve Bannon, y las afinidades con grupos extremistas en Estados Unidos.
La consolidación del bolsonarismo fue coadyuvada por el rechazo de un importante sector de la sociedad al Partido de los Trabajadores fundado en 1.980 por Lula. Los hechos de corrupción denunciados contra los gobiernos del PT lo lesionaron y la victoria permite afirmar un dato central: el lulismo es más grande que el propio PT.
En el PT quedaron algunos sesgos de sectarismo ultraizquierdista y en Lula, con su madurez, se produjo un desplazamiento pragmático desde ser un solitario líder del Brasil hasta pasar por encima de la categoría ideológica de la izquierda clásica. Es un precio alto, al punto del desdibujamiento, pero la llegada al poder tiene sus escalones bien establecidos y no pueden desconocerse.
En su primera semana de gobierno Lula tomó medidas en dirección a desmantelar al «nuevo» Brasil. En las primeras 48 horas después de su investidura firmó medio centenar de decretos y quince medidas revocatorias de decisiones adoptadas en la era Bolsonaro.
Una de ellas fue muy importante, consistió en tomar el control del acceso de armas de la sociedad que según estimaciones de diferentes organismos han sobrepasado el millón de unidades con un aumento sideral de los clubes de tiro. También fue importante el restablecimiento del Fondo Amazonia para combatir la desforestación del pulmón verde del planeta y el reingreso activo del Brasil al Mercosur y la Unasur.
En cambio, otras medidas firmadas generaron polémica, como la exención de impuestos a la gasolina dispuesta por Bolsonaro y que Lula anuló. Hubo polémica por las divergencias entre el Ministro de Justicia y Seguridad Pública, Flavio Dino, y el Ministro de Defensa, José Múcio. Dino calificó de «terroristas» a los acampes bolsonaristas en Brasilia, los cortes de rutas y el no reconocimiento a Lula como presidente. Múcio en cambio dijo que eran «manifestaciones» de la democracia.
En mi caso personal, estuve en Brasilia a mediados de diciembre dictando seminarios y me llamó la atención el asentamiento de campamentos bolsonaristas a lo largo de la ciudad, casi como si fueran zonas liberadas.
Lula asume con problemas urgentes que podemos ordenar didácticamente en cuatro cuestiones prioritarias:
El bolsonarismo radical: Lula tiene que concentrarse ante fuerzas violentas fascistas que no reconocen la victoria y cuentan con un liderazgo instalado por ahora en los Estados Unidos.
En los últimos años entre el ejército y la policía ofrecieron hasta 8 mil cuadros de gobierno para la administración Bolsonaro, en un proceso de partidización e ideologización preocupante, constituyéndose en el brazo armado del bolsonarismo.
Diversos estudios calculan en 33 millones las personas con hambre en Brasil, un 15,5 % de la población del país, una proporción bastante mayor al 9,5% de personas que pasaban hambre en Brasil durante el primer gobierno de Lula en el 2004.
El gasto social que Lula prometió aumentar (Plan Bolsa de Familia) genera dudas en las variables macroeconómicas.
La cuarta prueba es detener la tala de árboles en la Amazonia, el mayor bosque tropical del mundo.
Si Lula logra responder en parte sustancial estos cuatro enormes desafíos logrará disipar esta fuerza política inédita que surgió en Brasil, que amenaza con constituirse en un bloque político estable y sólido. De lo contrario los elementos terroristas agazapados y no tanto, lo irán jaqueando. Incluso podría verse obligado a derivar más hacia la derecha de lo admisible.
Por ahora solo un gobierno de unidad nacional, como dijo Lula el día de su victoria, será el punto de partida. En esta lucha por encontrar el rumbo a la vez justo y posible se juega el destino de la Patria Grande.
*Dr. en Ciencias de la Educación. Dr. en Ciencia Política
Fuente: La Señal Medios