Cada año, a poco andar de comenzar la siembra trascurrido junio, viene la primera aplicación de fertilizantes. Eso ya comienza configurar el esquema de precios que tendrá todo el año de trabajo en la cadena. Luego, esos costos se trasladan a la góndola y el mostrador del almacén amigo.
Redacción
Para las lectoras y lectores que no son ni productores ni proveedores agropecuarios probablemente esta nota carezca de interés, o directamente sea “chino mandarín”. Ocurre, sin embargo, que en un país tan sujeto al esquema agroexportador y con las industrias de base en franco descenso – más allá de los dibujos explicativos y saltos ornamentales que realiza el Gobierno Nacional -, la situación que vamos a describir, cobra importancia para el futuro del equilibrio de precios y costos del mercado interno nacional.
Estamos en la recta final de junio, la siembra de la fina comenzó y se acerca la época de mayor demanda de fertilizantes. Lo hemos mencionado en otros informes sobre este sector: Argentina consume aproximadamente 5,5 millones de toneladas de las cuales importa cerca del 80%.
Por lo tanto, el “campo” arranca las campañas con uno de sus principales insumos a precio dólar, y eso más tarde, se traslada a los precios de toda la cadena. Es decir: el paquete de biscochos que usted comprará en febrero de 2024, tendrá en su precio de góndola o mostrador, parte del costo en dólares de fertilizante utilizado para que el trigo crezca.
Una explicación sumamente simplista, pero que baja a tierra tanto la realidad de la producción agropecuaria como la de los precios de los alimentos. Lógicamente, no todo es responsabilidad de la importación de fertilizantes, pero “principio tienen las cosas”.
Antes de continuar, haremos una descripción elemental de los tipos de fertilizantes más utilizados en Argentina. No se enojen los agrónomos, pero hay que explicar.
Por un lado están los nitrogenados (la urea), y por otro los fosfatos (el fósforo). Esta nota hace especial hincapié en estos últimos. Así tenemos las dos estrellas a base de amonio: los fertilizantes fosfatados monoamónicos (MAP), y los fertilizantes fosfatados diamónicos (DAP).
En criollo, la utilización de uno u otro depende – a grandes rasgos – del nivel de pH del suelo. El pH significa la cantidad de partículas (o iones) de hidrógeno que posee el suelo a trabajar. Según ese nivel, podemos describir a “la solución del suelo” como ácida, neutra o alcalina.
Por ejemplo: un suelo alcalino (o básico) tiene el pH elevado. Entonces ese suelo tendrá poca capacidad de infiltración, de lenta permeabilidad. Un suelo “pobre”, apelmazado, que “chupa poco”; y por lo tanto, si el drenaje es normal, se notaran encharcamientos prolongados luego de las lluvias.
Entonces, como el suelo es muy alcalino, lo indicado es balancear el pH aportándole materia ácida. Allí entonces, es conveniente aplicar los MAP.
En caso contrario, cuando los suelos poseen el pH bajo y mayor contenido ácido, para balancear es preferible utilizar los DAP, y crear una zona básica o alcalina.
Dicho esto – que esperemos se haya comprendido -, comentaremos parte de los últimos informes del mercado de fertilizantes, ante la casi inexistencia de informes oficiales sobre el tema. Algo lógico: cuesta hacer propaganda de gestión con estos temas.
Según el mundillo de los fertilizantes y algunas estadísticas oficiales sobre comercio exterior, la demanda de estos productos fue considerablemente baja en los primeros cinco meses del año. De enero a mayo ingresaron al país algo más de 200 mil toneladas. La mitad que en el mismo periodo de 2022, donde ya de por sí habían disminuido las importaciones considerablemente.
Los causales fueron las dos sequías. La causada por la falta de lluvias, y la de dólares. Para fines de mayo, la importación de fertilizantes fosfatados oscilaba entre los 450 y 510 dólares por tonelada. El traslado al mercado interno tenía por entonces un promedio de 880 a 900 U$S/tn.
Según el cultivo y las características de los suelos, varían los kilos por hectárea de aplicación de los mismos. En el caso del trigo, las aplicaciones rondan los 20 kg/ha.
La tendencia d ellos precios debería disminuir por entonces, dado que la oferta de fertilizante fue abundante por parte de las naciones productoras: China, Estados Unidos, Marruecos y Rusia.
Los proveedores en Argentina, son al mismo tiempo y mayoritariamente importadores. Su esquema es en dólares, y el descalabro cambiario también los afecta en sus negocios. Por lo tanto trasladad precio y formas de comercialización que perjudica aún más al equilibrio de precios internos.
Una de las estrategias de comercialización que utilizan es la venta por pagos diferidos a 180 días (diciembre). No aceptan pesos. Entonces, mientras ellos resguardan valor, la maniobra también les permite la imposición de sobreprecios (un cargo de 85% sobre el costo de importación).
Por otra parte, los compradores de fertilizantes (empresas agroexportadoras que a su vez son proveedoras de insumos y servicios al productor), tampoco largan los dólares y por lo tanto ofrecen granos como moneda de cambio, a precio actual (el famoso “disponible”) o a precios futuros (que en la jerga se denominan “fowards”).
Hasta el pasado viernes, el precio de importación había descendido a 480 dólares, en consonancia a los montos internos: 6% (850 U$S/tn). Si bien la pretensión es que las compras en el mercado local levanten un poco.
Sin embargo, el sobreprecio sigue siendo alto. Según alguna de las fuentes consultadas, si la tonelada hacia el mercado interno comenzara a circular en breve a 650 dólares las condiciones cambiarían.
Sucede que está teniendo lugar la puja de todos los años, de cara a los precios y márgenes generales de la cadena agropecuaria. El “mercado” juega de esa forma.
Como se dijo al principio, todo este tire y afloje sobre los fertilizantes, es una de las movidas iniciales de la campaña, junto con los precios del combustible y la energía.
Luego van al grano, a la harina y a los bizcochos según el caso. “Principio tienen las cosas» dijimos, ¿no?
Fuentes: INDEC / SAGyPN / IF / Bichos de Campo / FAA