Tiemblen los Tiranos 192. Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Transcribimos un fragmento del libro “La voz del Gran Jefe”, donde su autor aborda aspectos del gobierno del General San Martín en Cuyo. Su designación tuvo lugar el 14 de agosto de 1814.
El Editor Federal
El Libertador llevó adelante una política que trascendió por lejos la organización militar con miras a organizar el Ejército que se precipitaría sobre los españoles que acechaban tras la cordillera de los Andes. Su política integral iba desde medidas impositivas, para que pagaran más los que más tenían, el desarrollo de la industria, la educación, la salud pública, hasta el sistema carcelario.
“Conozca el mundo que el genio americano abjura con horror los crueles hábitos de sus antiguos opresores y que el nuevo aire de libertad que empieza a respirarse extiende su benigno influjo a todas las clases del Estado.”
Oficio de San Martín al Cabildo de Mendoza, 25 de marzo de 1816
A los amantes de la historia basada exclusivamente en “fechas y batallas”, aquella que nos arruinaba la mente en el secundario, a los que siguen queriendo ver un San Martín exclusivamente militar, hay que recomendarles que analicen al San Martín político, a aquel que durante poco más de dos años gobernó con gran eficiencia, equidad y honestidad las provincias cuyanas.
Cuando llegó a Mendoza, en los primeros días de septiembre de 1814, hacía menos de un año que la región había obtenido, tras largos pedidos, la condición de gobernación intendencia. Desde los inicios de la invasión española y hasta 1776, Cuyo había estado bajo la jurisdicción de Chile, con el que seguía manteniendo estrechos vínculos económicos, sociales y culturales, para luego ser incorporada al Virreinato del Río de la Plata, pero integrando la intendencia de Córdoba. Recién el Segundo Triunvirato, a fines de noviembre de 1813, creó la gobernación de Cuyo y nombró al frente al coronel Juan Florencio Terrada,[1] quien sería enviado a la Banda Oriental pocos días antes del nombramiento de San Martín. Interinamente, asumió el cargo a Marcos Balcarce.[2] La capital de la nueva jurisdicción era la ciudad de Mendoza, mientras que en San Juan y San Luis ocupaban el cargo de teniente de gobernador, respectivamente, Manuel Corvalán[3] (reemplazado en abril de 1815 por José Ignacio de la Roza)[4] y Vicente Dupuy.[5] Todos ellos pronto se convirtieron en firmes colaboradores de San Martín, tanto en la administración de la región como en el esfuerzo que requirió crear, organizar y abastecer al ejército libertador. (…)
La heroica resistencia
En ese complicado clima político, el principal peligro era que los realistas emprendieran el cruce de la cordillera para invadir las Provincias Unidas. Toda la temporada en que los pasos estaban abiertos, en los meses de la primavera y el verano de 1814 y 1815, ese temor estuvo latente y las fuerzas con que se lo podía enfrentar eran escasas y apenas si contaban con armamento. Lo que en definitiva se convertiría en la base del Ejército de los Andes, comenzó a formarse ya en los últimos meses de 1814 con las medidas para movilizar al pueblo cuyano en defensa de su propio suelo.
Para hacerlo, no contaban más que con sus propios recursos, que eran muy limitados. A fines de 1814, las milicias cuyanas, unos 900 hombres en las tres provincias, apenas si estaban equipadas y entrenadas. El principal cuerpo armado, los 200 miembros de la división auxiliar que había vuelto a las órdenes de Las Heras, más otros tantos expatriados chilenos que se pusieron a las órdenes de O’Higgins, debían ser reforzados con nuevos reclutas, a los que había que equipar. San Martín, desde fines de 1814, pidió refuerzos, incluidos por lo menos 150 granaderos.[7] Pero las prioridades del gobierno en Buenos Aires eran otras: principalmente la guerra civil que venía librando en el Litoral contra el federalismo artiguista, que cuestionaba radicalmente la base ideológica y material del poder porteño y, en menor medida, en el Ejército del Norte.
El Estado como agente de la economía
Tampoco las cuentas eran favorables. Desde 1810, el “librecambio” impuesto por los intereses porteños había perjudicado la actividad vitivinícola cuyana al abrir a la competencia extranjera el principal mercado de los vinos mendocinos y los aguardientes sanjuaninos. Para compensar esa pérdida, el tradicional mercado chileno, abierto al ingreso de ganado en pie, harinas y frutas secas, entre otros productos, había cobrado nuevo impulso. Buena parte de los recursos fiscales de Cuyo provenían ahora del comercio trasandino. Pero con la caída de Chile en manos del enemigo, también esa fuente de ingresos se cerró, y San Martín se vio obligado a adoptar una “economía de guerra”, para obtener recursos de donde pudiera y reducir los gastos al mínimo indispensable.
Para llevarla adelante y no morir en el intento, emprendió una política que significaba movilizar y unir a la población, combinando la defensa de los intereses locales ante el gobierno central con la necesidad de hacer frente al peligro realista y distribuir de la manera más pareja posible el esfuerzo. En 1814, ante la falta de fondos para cubrir los gastos, tomó decisiones que dejaron en claro a los cuyanos cuáles eran las prioridades de su nuevo gobernador. Debía remitir a Buenos Aires lo recaudado por un “derecho extraordinario de guerra”, establecido por el gobierno central que gravaba los productos cuyanos con el supuesto fin, según se establecía en los papeles, de comprar mulas para el Ejército del Norte. También tenía que mandar a Córdoba, sede del obispado del que seguía dependiendo Cuyo, el diezmo eclesiástico. San Martín decidió hacerse de esos fondos para aplicarlos a los gastos de Cuyo. Estas medidas de emergencia, que aliviaban solo temporariamente la situación, le permitieron pagar las cuentas pendientes y cerrar ese difícil año sin imponer más sacrificios a los cuyanos.
Un gobierno ejemplar
Al año siguiente, cuando tuvo que establecer una “contribución extraordinaria de guerra”, la fijó como un impuesto a la riqueza, a razón de medio peso por cada mil de bienes declarados. Así, la contribución recaía más sobre los más ricos, lo que era toda una novedad en el sistema impositivo vigente desde la colonia, cuyos principales rubros eran los que gravaban las operaciones comerciales y que se trasladaban a los precios, perjudicando particularmente a los más pobres.
Entre la extraordinaria y extensa obra de gobierno de San Martín en Cuyo cabe destacar los siguientes puntos:
Expropió las propiedades de los españoles prófugos, declaró de propiedad pública las propiedades de los españoles muertos sin testar.
Gravó con un peso cada barril de vino y con dos, los de agua ardiente que se vendieran fuera del territorio.
Estableció un laboratorio de salitre y una fábrica de pólvora y un taller de confección de paños para vestir a sus soldados.
Creó canales, desagües, caminos y postas existentes y mejoró los ya existentes.
Construyó el bello paseo de la Alameda y embelleció la ciudad de Mendoza.
Impulsó planes de fomento agrícola, que incluyeron la venta de tierras públicas que hasta entonces no eran cultivadas, en la zona de Barriales (actual General San Martín), en la provincia de Mendoza, y en Pocito, provincia de San Juan.
En Barriales, además de propiciar la colonización de un pueblo, se construyó un canal de riego siguiendo la notable tradición de los habitantes originarios de la región, los huarpes. El propio San Martín, en octubre de 1816, adquirió 50 cuadras en esa zona, donde estableció una chacra.[8]
En Pocito, la medida fue tomada por el teniente de gobernador sanjuanino, José Ignacio de la Roza, quien hizo dividir parcelas de quintas y chacras, que también se completarían con las obras del primer canal matriz de riego, que permitiría incorporar a la producción tierras en lo que entonces era el departamento de Angaco (actuales Albardón, Angaco y San Martín).8
Las tierras incorporadas a la producción se destinaron principalmente a cultivos de alfalfa (vinculados a la actividad ganadera) y de trigo. En los años siguientes, los intentos por introducir el cultivo del tabaco en San Juan y la plantación de moreras en Mendoza, con vistas a iniciar la cría de gusanos de seda, fueron parte de una búsqueda de alternativas a las dificultades que afectaban a la producción vitivinícola.
Fundó de la mano de fray Luis Beltrán la metalurgia a nivel nacional, indispensable para fabricar las armas del ejército. La fragua y los talleres montados en Mendoza fueron, en su tiempo, el mayor establecimiento industrial con que contó el actual territorio argentino: unos 700 operarios trabajaban en ellos.
Organizó y reglamentó el servicio de correos y de policía; empleó a los desocupados en el blanqueo de las casas y en el cuidado de la ciudad.
Dictó la primera ley protectora a nivel nacional de los derechos del peón rural, obligando a los patrones a certificar por escrito el pago en tiempo y forma de su salario.
Fomentó la salud y la educación para todos.
Reglamentó el sistema carcelario.
Prohibió los castigos corporales que se aplicaban a los niños en las escuelas.
Promovió la primera ley de protección a un producto nacional, el vino cuyano.
Su acción no tenía límite ni se frenaba ante ningún poder terrenal o eclesiástico. Tenía un afinado servicio de inteligencia que lo mantenía al tanto de todo lo que pasaba en su jurisdicción. Así pudo enterarse de que el padre Manuel Benavídez estaba extorsionando al vecino Francisco Javier Guiñazú, amenazándolo con denunciarlo como colaborador de los españoles. San Martín sabía que Guiñazú era un patriota y dictó el siguiente decreto ejemplificador: “Resultando los antecedentes de un falso calumniante, ordeno que el Padre Fray Manuel Benavídez salga inmediatamente de esta ciudad para San Juan a disposición del Prelado del Convento de su orden, a quien se oficiará que vele sobre su conducta con apercibimiento que en el menor desliz en lo sucesivo se le aplicarán las penas de la ley, considerándosele el hombre más prostituido en su corazón indigno de cargar el hábito que profana”.[9]
La política de San Martín le ganó el afecto de los auténticos patriotas de todas las clases y la resistencia de no pocos poderosos criollos y españoles a los que no les gustaba para nada este “excesivo” intervencionismo estatal. A éstos San Martín les recordaba: “Cuando América por un rasgo de virtud sublime quebrantó las cadenas de la opresión peninsular, juró a la patria sacrificarlo todo por arribar al triunfo de aquel glorioso empeño. Así es que desde entonces debió desaparecer entre nosotros el ocio, la indiferencia, la molicie y todo cuanto podía enervar la fuerza de aquella valiente resolución. Consecuente a esto, la actividad, la dureza de la vida armada, es el verdadero carácter que debe distinguirnos. No es suficiente el sacrificio de nuestra fortuna. Es preciso dar el sosiego, nuestra existencia misma”. [10]
San Martín y el vino cuyano
San Martín tenía la suficiente claridad política, no muy frecuente en esos tiempos de guerra, para comprender que sin el fortalecimiento de la economía cuyana eran escasas las posibilidades de contar en poco tiempo con recursos suficientes para defender a la gobernación de un ataque realista y pasar a la ofensiva con su proyecto libertador. Y al igual que su querido amigo y compañero Manuel Belgrano, era un defensor de nuestra producción nacional. (…)
Como gobernador, San Martín apoyó los reclamos de los cabildos cuyanos, luego defendidos por el diputado mendocino ante el Congreso de Tucumán y operador político de San Martín, Tomás Godoy Cruz, para que el Directorio bajase los muy altos impuestos y derechos de tránsito que gravaban a la producción local de vinos, aguardientes y frutas secas.[11]
Señala Maurín Navarro: “Los vinos y aguardientes de Cuyo, decía Godoy Cruz, a pesar de los aumentos de los derechos a los extranjeros, eran perjudicados por la concurrencia de estos últimos, agregando el diputado por Mendoza que la medida solicitada era universalmente adoptada por las distintas naciones para fomentar la industria nacional y que, a favor de la protección, llegarían a superar la calidad y desalojar los vinos del exterior. Al referirse a los derechos de exportación que percibía la Aduana de Buenos Aires expresaba que una parte de los vinos de Cuyo se exportaban a Montevideo y Brasil, en cuyo casos los derechos de exportación recaían sobre los productos nacionales, cosa reprobada en los buenos principios de economía”.[12]
Como signo de los intereses que predominaban en el Directorio, el proyecto fue rechazado por el Congreso, ya establecido en Buenos Aires. El diputado José Malabia,[13] al fundamentar ese rechazo, sostuvo dos argumentos: que las cargas internas y los derechos de exportación eran necesarios para el tesoro nacional, “destinado a emplearse en utilidad y beneficio de todas las provincias”, y que la manera más eficaz para mejorar la calidad de los productos nacionales era la competencia de los importados.[14]
En igual sentido se manifestaron los comerciantes del Consulado y una “comisión de árbitros” consultados en 1817 por el director Pueyrredón, en estos liberales términos que les sonarán familiares a los lectores:
“Que si bien los cuyanos han sufrido quebrantos como consecuencia de los donativos y anticipaciones que hicieron generosamente al glorioso Ejército de los Andes, no debe concederse la prohibición de introducir caldos extranjeros por las siguientes razones:
”1º los derechos que pagan los caldos extranjeros son excesivamente altos;
”2º el sistema liberal se opone a prescribir artículos de comercio;
”3º los caldos nacionales son de inferior calidad y no pueden reemplazar a los importados;
”4º los caldos cuyanos no conseguirán la exclusividad del mercado, aunque se prohibiesen los extranjeros, porque el contrabando de estos artículos no tendría límites;
”5º si se prohibiese la importación, dejaría el Estado de percibir las ingentes sumas que le producen en la actualidad.”[15]
Como bien señalaba Godoy Cruz, esas actitudes no hacían más que avivar las rivalidades internas, lo que en pocos años más se hizo evidente con la disolución de las autoridades nacionales y el largo período de guerras civiles, que se prolongó durante buena parte del siglo XIX.
La educación como un derecho humano
San Martín fundó escuelas y bibliotecas, porque la educación popular era una prioridad para cambiar las cosas en serio. Así lo expresaba en esta notable circular dirigida a los preceptores de las escuelas públicas cuyanas, firmada el 17 de octubre de 1815: “La educación forma el espíritu de hombres. La naturaleza misma, el genio, la índole, ceden a la acción fuerte de este admirable resorte de la sociedad. A ella han debido siempre las naciones la varia alternativa de su política. La libertad, ídolo de los pueblos libres, es aún despreciada de los siervos porque no la conocen. Nosotros palpamos con dolor esta verdad. La independencia americana habría sido obra de momentos, si la infame educación española no hubiera enervado en la mayor parte nuestro genio. Pero aún hay tiempo. Los pobladores del nuevo mundo son susceptibles de las mejores luces. El destino de preceptor de primeras letras que Ud. ocupa le obliga íntimamente a ministrar estas ideas a sus alumnos. Recuerde Ud. que esos tiernos renuevos dirigidos por mano maestra formarán algún día una nación culta, libre y gloriosa. El gobierno le impone el mayor esmero y vigilancia en inspirarles al patriotismo, y virtudes cívicas, haciéndoles entender en lo posible que ya no pertenecen al suelo de una colonia miserable, sino a un pueblo liberal y virtuoso”.[16]
Fundó, con la colaboración de Godoy Cruz, el primer Colegio secundario de Mendoza, el de la Santísima Trinidad, que fue inaugurado el 17 de noviembre de 1817 bajo la dirección del padre José Lorenzo Guiraldes. Su plan de estudios estaba basado en el del Instituto Nacional de Francia, y en una primera etapa incluía materias como filosofía, física, matemáticas, historia, geografía, dibujo, nociones de derecho. Tiempo después se incorporaron las matemáticas superiores, la arquitectura civil, militar e hidráulica. A pesar de su nombre, el colegio no incluía en su programa la teología como materia especial.[17]
San Martín le escribía en este sentido al comandante José Godoy: “Un establecimiento tan útil a que las luces del siglo impelen a todo pueblo culto no podía confiarse a otras manos [que] a las de estos verdaderos amantes del bien público. Yo espero que terminadas las inevitables alteraciones de la guerra adquirirá la obra todo su cumplimiento. Pero ínterin llega ese tiempo de serenidad provengo a ustedes que después de reintegrados de los sesenta y seis pesos, resto de la cantidad que han suplido a los fondos, tengan la bondad de erogar las entradas sucesivas (sin prejuicio de los capitales) a favor de la manutención del Ejército. Promoviendo al mismo tiempo el dejar la casa (no obstante que sirve de cuartel) con la teja que aún existe. Ustedes conocen demasiado el espíritu que mueve al gobierno para esta providencia. Primero es ser que obrar. Las armas nos dan por ahora la existencia. Asegurada ésta por los esfuerzos militares, podremos entonces dedicarnos al interesante cultivo de las letras, que ahora la guerra y escasez suma de recursos paralizan desgraciadamente”.[18]
El Cabildo mendocino al anunciar la noticia, declaraba que “…si el guerrero ha sido el instrumento necesario para salvar la nación en las crisis peligrosas, el sabio debe serlo para constituirla estable y brillante en las delicias de la tranquilidad” E instaba: “Demos a la Patria hombres útiles en todos los ramos y su prosperidad será indudable y permanente […]. Padres de familia: la educación es el mejor patrimonio que en herencia podéis dejar a vuestros hijos”[19]
En agosto de 1817 decidió ceder una parte de la renta de la finca que le había donado el Cabildo Mendocino para aumentar la calidad educativa del Colegio: “Convengo en que la asignación del tercio de los productos de la finca que se me ha donado se aplique al Colegio; pero con calidad que sea para la dotación de una cátedra de matemáticas y geografía. V.S. sabe que estas dos facultades son la llave de la verdadera ilustración; porque sin ellas la historia y la crítica serán un adorno puramente superficial; y el teólogo, el jurista y el filósofo nada valen si carecen del conocimiento y cronología de los sucesos con el grande arte de compararlos y darles aquella colocación precisa, profunda y discreta que sólo pueden inspirar las matemáticas”.[20]
Nada de castigos corporales
San Martín prohibió aplicar castigos corporales a los alumnos de las escuelas y debatió con el Cabildo de Mendoza, que insistía a pedido de algunos “maestros” en su aplicación, a pesar de que la Asamblea del Año XIII los había prohibido. Los cabildantes le enviaron a San Martín el siguiente oficio en el que le decían que los alumnos “se hallan en el caso de absoluta incorrección y desenfreno, por lo que parece al Cabildo muy conveniente que V.S. permita la pena de azotes”.[21]
El gobernador San Martín no se anduvo con vueltas y les contestó con toda su ironía y genialidad a los cultores de “la letra con sangre entra”: “Siendo el trasero una parte corporal y a los ojos modesto muy mal quista, donde se pretende castigar, cuando no puede ser oída, ni puede ser vista, declaro no ha lugar. Sólo se concede al suplicante dar doce azotes a lo sumo en la palma de la mano con el guante”.[22] Los maestros que violasen esta norma recibirían durísimos castigos, eso sí, no se aclaraba dónde.
Pionero de la salud pública
San Martín tenía muy claro que el Estado debía atender a la salud de la población. El 17 de diciembre de 1814, cuando el peligro de un ataque realista desde Chile era inminente, se tomó el tiempo para firmar un bando que establecía la vacunación obligatoria contra la viruela, con estos fundamentos: “Uno de los primeros cuidados del gobierno debe ser el aumento de la población y conservación de los habitantes del Hemisferio Americano para que haya brazos suficientes al cultivo de la agricultura y ejercicio de las artes y comercio, al mismo tiempo que no falten quienes presenten sus pechos al tirano que intenta oprimir los sagrados derechos de nuestra civil libertad que con gloria sostenemos”.[23]
Por el mismo bando se creaba una junta sanitaria compuesta por facultativos y se les ordenaba a los sacerdotes actuar como enfermeros.
Al año siguiente, creó juntas para inspeccionar los hospitales cuyanos, que además de las condiciones de atención debían fiscalizar el uso de los fondos.
La reforma del régimen carcelario
Ese ideario también alcanzaba al sistema carcelario. Dictó un reglamento sobre orden, higiene y visitas y dispuso la construcción de un nuevo establecimiento. San Martín, que como todos los jefes militares de entonces no dudaba en aplicar duros castigos a desertores y enemigos de la revolución, lejos estaba de compartir los criterios de los partidarios de la “mano dura”. En los considerandos del reglamento, del 23 de marzo de 1816, decía: “Me ha conmovido la noticia que acabo de oír de que a los infelices encarcelados no se les suministra sino una comida cada veinticuatro horas. La transmito a Vuestra Soberanía sin embargo del feriado, para que penetrado de iguales sentimientos propios de su conmiseración, se sirva disponer se les proporcione cena a horas que no altere el régimen de la cárcel. Aquel escaso alimento no puede conservar a unos hombres, que no dejan de serlo por considerarles delincuentes. Muchos de ellos sufren un arresto precautorio solo en clase de reos presuntos. Las cárceles no son un castigo, sino el depósito que asegura al que deba recibirlo. Y ya que las nuestras, por la estúpida educación española, están muy lejos de equipararse a la policía admirable que brilla en las de los países cultos, hagamos lo posible por llegar a imitarlas. Conozca el mundo que el genio americano abjura con horror las crueles actitudes de sus antiguos opresores y que el nuevo aire de libertad que empieza a respirarse extiende un benigno influjo a todas las clases del Estado”.[24]
NOTAS
1. Juan Florencio Terrada (1782-1824) era porteño e integró las milicias desde 1798. Se destacó en la lucha contra las invasiones inglesas y comandó el batallón de infantería Granaderos de Fernando VII (popularmente conocido como “Granaderos de Terrada”), encargado de la custodia de los últimos virreyes. En mayo de 1810 su papel fue clave para la caída de Cisneros. Después dirigió a sus hombres en los dos sitios de Montevideo. Opuesto a Alvear, se sumó a la Logia en 1815, fue secretario de Guerra del director Pueyrredón, cargo desde el cual contribuyó a la creación del Ejército de los Andes.
2. Marcos González Balcarce (1777-1832), nacido en Buenos Aires, desde 1790 integró la milicia de Blandengues, luchó contra los portugueses en las Misiones y contra los invasores ingleses, que lo capturaron en Montevideo en 1807 y lo enviaron preso a Inglaterra. Con la invasión napoleónica de España, fue liberado y enviado a la Península, donde combatió en 1809. Regresado a Buenos Aires, participó en la Revolución de Mayo, integró el tribunal que en 1811 absolvió a Belgrano en la causa por la campaña al Paraguay y después actuó en el segundo sitio de Montevideo. En 1813 fue enviado al frente de una división de 300 hombres para auxiliar al gobierno de Chile, que luego siguió al mando de Juan Gregorio de Las Heras hasta la derrota de Rancagua. En 1815, Marcos Balcarce regresó a Buenos Aires, donde ocuparía en distintos momentos el cargo de secretario de Guerra. Hermano de Antonio González Balcarce, era tío del futuro yerno de San Martín.
3. Manuel de la Trinidad Corvalán (1774-1847) nació en Mendoza, pero se educó en Buenos Aires, donde participó en la milicia de Arribeños, contra las invasiones inglesas. Tras la Revolución de Mayo fue comandante de la frontera de Mendoza y, en 1814, teniente gobernador de San Juan. San Martín lo designó jefe de órdenes y, en reemplazo de fray Luis Beltrán, director de parque y maestranza, quedando en Mendoza durante las campañas libertadoras a Chile y Perú. En 1824 se estableció en Buenos Aires, donde adhirió al partido federal. General y edecán de Rosas, tendría destacada participación en la guerra civil contra los unitarios.
4. José Ignacio de la Roza (1788-1839), nacido en San Juan, se doctoró en leyes en Santiago de Chile. Al producirse la Revolución de Mayo estaba en Buenos Aires, donde conoció a San Martín en 1812. Regresó a San Juan en 1814, donde fue teniente de gobernador hasta 1820, cuando fue depuesto y desterrado. En 1821 se reunió en Perú con San Martín, que lo nombró auditor de guerra.
5. Vicente Dupuy (1774-1843) era porteño; participó en la Defensa de Buenos Aires en 1807 e integró los “chisperos”, que dirigían French y Beruti durante la Revolución de Mayo. Actuó en el segundo sitio de Montevideo; fue teniente gobernador de San Luis desde 1814, hasta que fue depuesto en 1820. Desterrado, se sumó al Ejército Libertador en la campaña del Perú.
6. Los dos escuadrones de Granaderos a Caballo que había llevado a Tucumán continuaban en el Ejército del Norte; los otros dos estaban empeñados en la desastrosa guerra civil contra los federales en la Banda Oriental y el Litoral.
7. Edgardo A. Díaz Araujo, La vitivinicultura argentina – I. Su evolución histórica y régimen jurídico desde la conquista a 1852, Universidad de Mendoza – Fundación Idearium, Mendoza, 1989, pág. 95. El Cabildo mendocino, encargado de la venta de tierras, le otorgó otras 200 cuadras para su hija, María Mercedes, que había nacido meses antes.
8. Emilio Maurín Navarro, Contribución al estudio de la vitivinicultura argentina, Instituto Nacional de Vitivinicultura, Mendoza, 1967, págs. 85 y 89-92.
9. En Alberto Palcos, Hechos y Glorias del general San Martín, El Ateneo, Buenos Aires, 1951, pág. 105.
10. Augusto Barcia Trelles, San Martín en América, Tomo 3, Aniceto López, Buenos Aires, 1943, pág. 333.
11. Emilio Maurín Navarro, Contribución al estudio de la vitivinicultura argentina, Instituto Nacional de Vitivinicultura, Mendoza, 1967, pág. 88-89
12. Ibídem, pág. 88-89.
13. José Severo Feliciano Malabia (1787-1849) era diputado por Charcas (la actual Sucre, en Bolivia), lo que muestra que los intereses vinculados al puerto de Buenos Aires abarcaban una amplia red en todo el territorio del ex Virreinato.
14. Maurín Navarro, op. cit., pág. 89.
15. En Horacio Juan Cuccorese, Argentina. Manual de Historia Económica y Social, tomo I: Argentina criolla, Macchi, Buenos Aires, 1971, pág. 197; citado por Díaz Araujo, op. cit., pág. 165.
16. En Anales, Tomo II, Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Históricas, Mendoza, 1944, págs. 547-548.
17. Horacio Rivarola, “San Martín en la educación argentina”, conferencia pronunciada el 14 de agosto de 1963.
18. Libros copiadores de oficios, y denuncias de bienes girados por San Martín como Gobernador Intendente de Cuyo, En Museo Mitre, Documentos del Archivo de San Martín, Imprenta de Coni Hermanos, Buenos Aires, 1913, tomo II, página 279.
19. Rivarola, op. cit., pág. 14.
20. Juan Draghi Lucero, “Oficios firmados por el General San Martín (1817)”, Revista de la Sociedad de Historia y Geografía de Cuyo, Mendoza, cuarto trimestre de 1946, tomo II, pág. 66.
21. En Lucio Funes, El general San Martín, un aspecto desconocido de su carácter, Buenos Aires, 12 de diciembre de 1937.
22. Ibídem.
23. Bando de San Martín, 17 de diciembre de 1814, citado en Camogli, Nueva historia del cruce de los Andes cit., pág. 43-44.
24. Barcia Trelles, op. cit., tomo 3: San Martín en América, pág 338.
Fuente: Felipe Pigna, La voz del gran jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín, Buenos Aires, Planeta, 2014, págs. 193-213.