Tiemblen los Tiranos 197. Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. El siguiente trabajo es de la autoría de Daniel Enrique Yépez*. El educador e historiador tucumano nos pone como lectores en el espíritu de época donde fundamentalmente se forjó como figura política Domingo Sarmiento, la barbaridad del crimen del Chacho Peñaloza, y los primeros puntales de la Argentina moderna y semicolonial. Tal vez la mejor introducción a este trabajo, esté en la bajada al título principal que esgrime su autor: “Padecimiento y despojo de Victoria Romero de Peñaloza”.
Editor Federal
Victoria Romero tenía marcada la cara por un sablazo. Si bien se cubría la cicatriz con un manto, bajo esa tela latía el amor que sentía por su esposo, por su tierra y sus ideas, a quien defendió con coraje. La herida se produjo durante la batalla del Manantial, en 1842, cuando fue cercado por soldados enemigos y Doña Vito, situándose al frente de la tropa gaucha partió a rescatarlo. Esa determinación frente a la adversidad era una de las marcas en el orillo de su personalidad. Vino al mundo en Chila, La Rioja, en 1804, caserío inmerso en los llanos donde convivió con la pobreza, algunos animales y tierras que su familia trabajaba.
Como no existían escuelas, fue analfabeta, pero aprendió lo necesario para ayudar a sus padres en las tareas del campo, manejando el cuchillo, las armas de fuego y montando como experimentada jineta. Muchacha campesina, que se transformó en una joven bella y codiciada por pretendientes que rechazó. Sólo aceptó y amó toda su vida a don Ángel Vicente Peñaloza, El Chacho, a quien conoció cuando tenía 18 años y enseguida se casaron, radicándose en Huaja. En los años siguientes sus dos primeras hijas morirían a poco de nacer y una tercera, Ana María, fue la única sobreviviente.
Cuando El Chacho se sumó a las tropas de Facundo Quiroga, Victoria decidió seguir a su marido y combatir contra los unitarios. En 1829, el federal Juan Manuel de Rosas fue nombrado Gobernador de Buenos Aires, y Peñaloza, como tantos provincianos, rápidamente entendieron que -aunque se decía federal-, seguía manejando la Aduana y el puerto a su antojo, utilizándola -como recurso nacional- en exclusivo beneficio de los ganaderos y latifundistas de la provincia de Buenos Aires. Frente a esta decepción con el “Restaurador de las Leyes”, Peñaloza se sumó a la Coalición del Norte para combatirlo.
En 1862, Mitre presidente de la Nación agravó la situación del interior, favoreciendo aún más a la provincia de Buenos Aires. Los trece ranchos no tardaron en rebelarse frente al creciente despojo y sometimiento portuario. Mitre envió sus tropas a combatir al Chacho y a las fuerzas federales de Cuyo, pero sus informantes le hicieron saber que La Rioja y Catamarca epicentros de la rebelión montonera, se alzaban contra el centralismo portuario porque estaba sumidas en la miseria y sus habitantes padecían el peor de los atrasos y despojos de sus riquezas. En 1863 las tropas de Peñaloza fueron derrotadas y el caudillo, que estaba herido, se rindió. Eso no impidió que un oficial de Mitre, Pablo Irrazábal, lo asesinara a sangre fría con su lanza, frente de una desesperada Victoria, que se arrojó sobre los asesinos de su marido. Nada pudo hacer. Sarmiento siempre oportuno y piadoso escribiría:
«No sé qué pensarán de la ejecución del Chacho. Yo, inspirado en los hombres pacíficos y honrados he aplaudido la medida precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza al inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses. Murió en guerra de policía; ésta es la ley y la forma tradicional de la ejecución del salteador». (La cursiva me pertenece).
“Guerra de policía”. Esta cruda afirmación no deja dudas sobre el significado de la represión mitrista: había que exterminarlos física y moralmente porque no trataban con disidentes políticos, sino con delincuentes comunes y carne de presidio. Suprimirle la condición de opositores políticos a las masas populares mediterráneas, fue una operación discursiva e ideológica para quitarle legitimidad a la oposición política que interpusieron a la prepotencia porteña. Era des-personalizar a los sujetos disidentes y a su proyecto político, negándoles el derecho a luchar por su auto-determinación. Estos “civilizados” que combatían la barbarie del gauchaje criollo, se ensañaron con el cadáver de El Chacho, degollándolo primero y luego clavando su cabeza en un poste de la plaza de Olta, para escarmiento de “la chusma”. No contento con semejante crimen, Irrazábal mutiló una de sus orejas y la envió a San Juan para que sea exhibida en público.
Victoria fue tomada prisionera y luego de ser torturada y engrillada, también fue entregada al gobernador Sarmiento. El “prócer de la educación argentina” a fin de humillarla públicamente, la obligó a barrer la plaza de la ciudad todos los días de su cautiverio, arrastrando las cadenas que sujetaban sus tobillos, mientras condecoraba al asesino del Chacho. La Vito, como cariñosamente la llamaban en su pueblo, fue liberada después de ser despojada de todos sus bienes materiales por el “padre de la educación argentina”. Sumergida en indigna miseria, le envió una carta a Urquiza, quien supo ser amigo del Chacho pidiéndole ayuda, pero nunca tuvo respuesta. La Chacha, murió en 1889 a los 85 años de edad.
Pero la historia del sometimiento de los “trece ranchos”, como despectivamente denominaba Sarmiento a las provincias federales, le faltaba el holocausto final: el genocidio del hermano pueblo guaraní, con el costo de un millón de muertos. La brutal represión promovida por el gobierno de Mitre no sólo se limitó a imponer el orden de los sepulcros blanqueados en el interior provinciano, sino que se extendió a la región guaranítica. Lejos de ser otra nación u otro país -como erróneamente se enseña en las instituciones del sistema educativo-, era uno de los territorios que conformaron las antiguas Provincias Unidas del Sud. Herencia que nos legara la geo-política borbónica, cuando fundó el Virreinato del Río de la Plata en 1776.
La fuerza centrífuga de la balcanización continental, luego de frustrarse el proyecto emancipador bolivariano y sanmartiniano, asociado a la construcción de una gran nación latinoamericana, impulsó un segundo proceso de división interior. Este se localizó en la geografía de las Provincias Unidas del Sud, recibiendo el nombre de balcanización endógena e implicó la pérdida de la región guaraní, corolario del desmembramiento de la Banda Oriental, del Alto Perú y de los territorios de Santa Catarina, Paraná y Río Grande, hoy integrados a Brasil.
Miles de hombres, mujeres y niños fueron masacrados por la “Triple Alianza”, conformada por el Imperio Esclavista Brasileño, el Partido Blanco Uruguayo de los tenderos montevideanos y el bloque de la Burguesía Comercial Porteña, liderada por Mitre y los latifundistas bonaerenses, cuyo referente era Carlos Tejedor.
Primera Conclusión. El Sello Identitario
En estos tiempos aciagos, muchos nos preguntamos por qué docentes, jubilados, estudiantes, trabajadores e importantes segmentos de la sociedad, no votaron al psicópata de la motosierra, sino que votaron contra sí mismos. Pues, no se trataba solamente de repudiar la decadencia irrefutable de un peronismo-kirchnerismo, inerte, progre y liberalizado, espejo de un “final de época”, sino de un proceso de alienación cultural y pedagógica de antigua data, vigente en el sistema educativo formal.
Cuestión que ser relaciona con el sentido estratégico que los sectores sociales privilegiados de la aristocracia terrateniente pampeana le asignaron a la educación media, como continuidad de la escuela. Me refiero a una función política, verbalista, universalista, enciclopédica y eurocéntrica, cuyo objetivo era formar ciudadanos del mundo aptos para la vida social, como eslabón previo a la Universidad. La máxima expresión institucional de esta política fueron los Colegios Nacionales fundados por Mitre, cuyo mandato y función política era formar una capa dirigente de jóvenes ilustrados con mentalidad de administradores del país-estancia, defensores del librecambio y de la exportación, como así también de la utilización del Estado para favorecer intereses privados. Este proyecto educativo, síntesis político-cultural de la hegemonía de la oligarquía dirigente, fue profundamente anti-industrialista y funcional a los intereses de la patria ganadera, constituyéndose en el discurso dominante que impondría su sello indeleble a los principios fundantes de la educación argentina.
Discurso civilizatorio que debía responder a la demanda de la oligarquía latifundista, que había optado por un modelo de producción agro-pastoril, basado en la rentabilidad de la tierra y que aparte de requerir baja densidad de mano de obra y excelentes relaciones con los mercados europeos, no necesitaba de profesionales calificados, tampoco de técnicos, ni mano de obra especializada. Las consecuencias políticas, ideológicas, económicas y sociales de este modelo afectaron decisivamente las posibilidades de crecimiento de una clase burguesa rural de medianos propietarios y sobre todo de una burguesía industrial, propiciando -a la vez- la emergencia de una mentalidad especulativa en las clases esenciales, desinteresadas en invertir los excedentes de la renta agraria en el desarrollo industrial. Como antítesis de la concepción alberdiana, para Sarmiento la escuela sería el dinamizador social por excelencia y primer peldaño de un proceso civilizatorio que -actuando como fuerza militar- penetre hasta los rincones más lejanos de un país en crisis y rebeldía.
Segunda Conclusión. El Sentido de Educar
Desde esa perspectiva, se ha pergeñado una sistematizada esquizofrenia mediática, destinada a idiotizar a los argentinos, alejándolos de la realidad y estupidizando sus conciencias individuales y colectivas. Reduciéndolos -como piadosamente lo hiciera la «pedagogía de la evangelización»- durante el extenso yugo colonial a «fieles siervos del Señor». Hoy, como lacayos tributarios de una sostenida enajenación ideológica, habitamos nuestro fragmentado territorio conformando una masa lobotomizada e informe, una multitud descerebrada, sometida a constantes estímulos provenientes de la “Galaxia de la Imagen” y de un neo-conductismo globalizado, hedonista, consumista, deshumanizado y reaccionario, sazonado con gotitas de un edulcorado «progresismo» carente de sustancia y endulzado con aspartamo.
Y este es el problema central, pues los discursos pedagógicos vaciados de contenidos críticocontextuales, mestizos, latinoamericanos y endógenos, no nos educan para pensar, para cuestionarnos, para preguntarnos y revisar con celo las proposiciones organizadoras de los “saberes formales” del currículum escolar. O para hacer realidad lo que afirmaba el gran maestro pernambucano cuando se preguntaba: “¿Qué es la educación?” Y contestaba: “La educación verdadera es praxis, acción y reflexión del hombre sobre el mundo para transformarlo…”.
En realidad, nos educan para la pasividad, el conformismo y el desconocimiento-desprecio de lo propio. Para castrar nacientes rebeldías o domesticar utopías. Es decir, para repetir textos universalistas, abstractos, enciclopédicos y farragosos. Para “competir”, “triunfar”, para no ser ovejas «descarriadas». Para actuar «correctamente», para ser «derechos» y «humanos», pero sin Patria, sin historia crítica, territorio, pan ni trabajo. Para ser sensibles “intelectuales” «identificados con los que menos tienen», pero sin liberación nacional, autonomía política y emancipación espiritual, en el marco de una Patria libre, justa y soberana. Sobre todo, cuando sobrevivimos en un país desigual, unitario, mitrista en historia, sarmientino en educación y sometido al doloroso cáncer liberal-eurocéntrico que nos carcome, correlato de una decadente y secular anglofilia cultural.
Así la como guerra es la extensión de la política por otros medios; la política es la extensión de la educación, por otros medios. Ergo, esta cuestión cardinal de la estratégica batalla cultural, tenemos que tomarla nosotros. Como trabajadores de la Educación y miembros de la comunidad educativa, no nos resignamos a que la derrota espiritual y el despojo material prosiga infectando el tejido social y avanzando sobre nuestro territorio. Nos pongamos de pie con las armas de la crítica, de la acción y de nuestra condición patriótica y hagamos un buen uso del “curriculum real”, cada vez que cerremos la puerta del aula y nos encontremos con nuestras/os alumnas/os.
Rompiendo la rutina, trabajemos y aprendamos juntos los temas de candente actualidad. Esos contenidos inmediatos, holísticos, situados y emancipadores que nos duelen como nación inconclusa, como el tema Malvinas y Lago Escondido, por ejemplo, y que fueron propiedad inaccesible del “curriculum oculto”, de la negación histórica y de una educación tecnocrática, liberal, oligárquica, despolitizada y sin pueblo. No podemos seguir transitando lo cotidiano de la educación y del país, lejos de la realidad y de los dolores de nuestra Patria, la cual, hoy nos necesita más que nunca.
*Licenciado en Pedagogía, Orientación Histórico-Filosófica; Magíster en Ciencias Sociales, Orientación Historia y Doctor en Ciencias Sociales, Orientación Historia de la Educación. Docente-Investigador de las Universidades Nacionales de Tucumán y Jujuy (J). Profesor del Nivel Terciario de Formación Docente, Escuela Normal Superior “Juan B. Alberdi” (J).
Fuente: Cortesía del autor y facilitado por Laura Roldán.