Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. “El Revisionismo ¿para qué? Una respuesta y otras cuestiones”, titula Roberto Ferrero, en un artículo publicado en Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas en los primeros meses del año.
El Editor Federal
I
¿Para qué el Revisionismo Histórico? La respuesta a esta inquietante pregunta, formulada en un sentido más genérico (“La Historia ¿para qué?”) por el respetado historiador mejicano Carlos Pereyra (1), es sencilla una vez que se conocen los aportes y el lugar de los Revisionismos en la Historiografía argentina.
Y decimos “los” revisionismos” porque -aunque Tulio Halperín Donghi los coloca maliciosamente a ambos en la misma bolsa- hay dos versiones paralelas pero distintas de esta corriente de ideas (2). Una de ellas es el Revisionismo Clásico, nacido en los años Treinta, como revisionismo portuario, con los precedentes de Ernesto Quesada y Adolfo Saldías, corriente que sin afán peyorativo alguno podemos también llamar “rosista”, ya que el eje de sus esfuerzos fue la reivindicación de la persona y la ejecutoria de don Juan Manuel de Rosas, no tanto como defensor de la soberanía nacional, sino más bien como prototipo del líder autoritario y católico que se les aparecía como un precedente de los “Duces” que en Europa imponían su hegemonía por encima de la decadente democracia burguesa. Y todo con olvido del verdadero Federalismo del Interior y el Litoral, carencia que con las investigaciones de José María Rosa, Fermín Chávez y Federico Ibarguren se fue superando en las décadas posteriores y haciendo más popular a la vieja causa.
La otra versión es la del Revisionismo Científico nacional, nacido de la original fusión de un marxismo no-dogmático con el nacionalismo popular revolucionario, obra principalmente de Aurelio Narvaja, Jorge Abelardo Ramos y Enrique Rivera. Paradójicamente, esta versión no fue una creación intencionada de estos autores, porque para ellos el conocimiento de la historia (como res gestae) no era un fin en sí mismo ni ellos pretendían ser historiadores. Como ha escrito con perspicacia Omar Acha, Ramos nunca tuvo “la intención de legitimarse en la tribu de los historiadores” (3). Sus textos (en realidad, ensayos históricos) tenían un carácter instrumental-político, vale decir, eran un medio para mejor conocer el origen, la estructura y el funcionamiento de la sociedad rioplatense para concretar una estrategia socialista que fuera más adecuada que las lamentables ristras de necedades que esgrimían socialistas y comunistas enfeudados a un punto de vista extranjero.
Pese a esta inmediatez política, el paradigma “abelardista” -llamémosle así por el nombre de su principal representante- resultó tan sólido y fructífero que dio lugar al nacimiento -ahora sí- de una corriente historiográfica propiamente dicha, con cultores tan destacados como Norberto Galasso, Honorio Diaz, Daniel Parcero, Julio Fernández Baraibar, Luis Alberto Rodríguez, Víctor Ramos y Horacio Chitarroni Maceyra en Bs. As; Alfredo Terzaga, Enzo Alberto Regali, Luis F. Moyano y Alejandro Franchini en Córdoba, Elio Noé Salcedo en San Juan, Julio Rondina y Gustavo Battistoni en Santa Fe, Salvador Cabral en Misiones, Roberto Zalazar en el Chaco, Gregorio Caro Figueroa, Daniel Yepez y Daniel Campi en el Noroeste, Ramón Herrera y Raúl Dargoltz en Santiago del Estero, Hugo Alberto Santos en Tierra del Fuego y Rubén Bourlot en Entre Ríos.
Sabemos que estas dos corrientes son los extremos polares del Revisionismo, entre los cuales caben matices transicionales como los del peronismo de raíces marxistas (Puiggrós, Duhalde y Ortega Peña, Hernández Arregui, etc.), como la del trotskismo posadista representado por Alberto J. Plá (4),o la corriente “integracionista” de Rogelio Frigerio, Marcos Merchensky y Félix Luna, en la cual el proceso histórico, a contramano de la realidad, no es visto como una lucha de clases y de intereses, con sus combates y sus armisticios, sino como la progresiva integración de todos los partidos y de todos sus dirigentes en una unidad superior que es la Nación, en donde todos son “buenos” y cada uno ha aportado algo de positivo para su feliz culminación. “También para nosotros rige la ley de la síntesis integradora” (5), diría Frigerio. Pero como ésta no es una historia del Revisionismo, no ahondaremos en el tema, creyendo que con el señalamiento de las características de las dos mayores tendencias podemos intentar contestar la pregunta que se hace.
II
Estas dos corrientes se percataron de que la historia (como studiun rerum gestarum, como Historiografía) se afanaba en una ruta de doble mano: por un lado, ocultando sucesos vergonzosos de los próceres liberales, y por el otro, negando o disimulando las conductas progresivas y constructivas de los rivales del Liberalismo, fundamentalmente de los caudillos autonomistas de los años XX y de los jefes federales de los Sesenta (el Chacho, Felipe Varela, López Jordán).
Ante estas posiciones, ambos revisionismos, desde distintas perspectivas y con aportes variados, sacaron a la luz, por ejemplo, los ofrecimientos hechos por Carlos María de Alvear a Gran Bretaña para que se hiciese cargo de nuestro país (6) y revelaron también la pertinaz campaña hecha en Chile por Sarmiento en 1843 para que la oligarquía vasco-portaliana chilena nos arrebatara los Estrechos y Tierra del Fuego misma, conducta llevada a cabo desde las páginas del diario “El Progreso”, y que el recopilador de sus Obras “Completas” no incorporó a ese corpus literario, alegando que no había podido encontrar las ediciones de 1843 de esa publicación, cuando era notorio que se encontraba a disposición del público en la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile (7).
Esto en el primer caso; en el segundo, en la falsa y difamatoria pintura hecha de los Caudillos, resulta paradigmático lo sucedido con el Gobernador de Córdoba (1820-1829), Brigadier Juan Bautista Bustos, considerado por los intelectuales del liberalismo como un “estúpido coronel” (J.M. Paz), un “tipo bastardo” (B. Mitre) (8). Aquí, los cultores del Revisionismo Científico cordobés -Alfredo Terzaga, Denis Conles, Luis F. Moyano- siguiendo a Enrique Martínez Paz y Rolando M. Riviere, mostraron cómo el caudillo de Arequito era todo lo contrario a lo afirmado por sus detractores liberales: en una década tan convulsiva como la que le tocó vivir, convocó congresos para organizar la nación, hizo dictar por diputados constituyentes debidamente electos la Constitución de Córdoba de 1821, impuso el carácter laico del juramento de asunción del gobernador, protegió la Universidad local, hizo actualizar su programa de estudios, creó la Junta Protectora de Escuelas y fundó numerosas instituciones escolares, trajo a Córdoba una imprenta, pues se carecía de ella, e impulsó la impresión de numerosos periódicos. Creó además la Academia de Jurisprudencia (9). Estos ejercicios de denigración hechos sobre la base de ignorar conscientemente la realidad fáctica, fácilmente podrían multiplicarse por cien o doscientos.
III
Ahora sí podemos contestar al interrogante planteado: ¿para qué el Revisionismo? Pedro De Paoli, la voz ortodoxa del Revisionismo católico, hispanófilo y rosista nacido en los años ’30, respondió hace ya muchos años a la pregunta: para el biógrafo de Facundo, el Revisionismo Histórico sirve, centralmente, para conseguir “la restauración de los valores morales de nuestro pueblo; el reconocimiento de sus orígenes ancestrales y de la fuerza misional latina, católica e hispánica” y secundariamente para lograr “la rectificación formal de la historia oficial en su tergiversación de los hechos y los hombres de nuestro pasado histórico” (10). Naturalmente, nuestra respuesta proviene de otro lugar de enunciación: de adhesión a la segunda versión revisionista que, despojada de la mística teleológica del “depaolismo”, con sentido laico y secular afirma que el Revisionismo -al menos el Revisionismo Científico- es una concepción que sirve para evitar que los hechos vergonzosos de los hombres de la oligarquía puedan volver a esconderse, para consolidar la trayectoria de quienes fueron fieles a los intereses de su pueblo, para denunciar la entrega del patrimonio económico y espiritual de la nación y poner de relieve el ocultado papel de los trabajadores en el devenir de la sociedad argentina o, lo que es lo mismo, para que la verdad histórica resplandezca en el firmamento rioplatense, acompañada con el afán expreso o tácito de lograr en algún momento una versión alternativa de la entera Historia Argentina.
IV
Esta misión autoadjudicada de vigilancia y de desmantelamiento de las falsas afirmaciones de la historia oficial y sus continuadoras vergonzantes, es un interminable “combate por la historia”, por la verdadera historia, para repetir las palabras de Lucien Febvre (11). Y lo es porque aquellas presentaciones falsas “a designio” (Sarmiento dixit), en la medida en que son una sublimación de los intereses y los puntos de vista de las clases dominantes del país, gozan de una extraordinaria resistencia. Cambian de máscara, pero conservan siempre el mismo núcleo duro. Así, vemos como las fantasiosas creaciones de Mitre, Vicente Fidel López, Sarmiento, Zinny, Groussac y cía., ya desprestigiadas y anticuadas en los años Veinte del pasado siglo, vuelven bajo la forma de la Nueva Escuela Histórica (NEH) capitaneada por Ricardo Levene. Más allá de sus críticas a aspectos metodológicos y/o secundarios del mitrismo y al abandono de los juicios más arbitrarios, denigratorios y carentes de base fáctica de Mitre y de López, esta corriente acordaba en el fondo con las tendencias centrales del dueño de “La Nación”, porque ambas se inspiraban en la matriz de la cultura liberal más antinacional, aquélla que iba del Puerto al Interior, a diferencia del liberalismo nacional de Roca y Juárez Celman, que iba de las provincias a la gran Capital. Como se puede leer en los dos tomos de sus “Lecciones de Historia Argentina” de 1925/1932 hasta la reedición de1951, el Dr. Levene mantiene incólume su admiración por Rivadavia y por el General Mitre, justificando siempre el avasallamiento de las provincias (12).
En los años Sesenta, estas versiones ya apolilladas de la interpretación histórica fueron abrumadas por el Revisionismo de ambas ramas. En medio del clima mundial de ascenso de la descolonización y auge de la nacionalización de las clases medias en nuestro país y en casi toda Latinoamérica, los libros de Ramos, de Rosa, de Ortega Peña y Duhalde, de León Pomer, de Hernández Arregui, de Chavez, de Puiggrós y Astesano, fueron un éxito de venta y de lectura, tanto que Arturo Jauretche estimó que el Revisionismo se había impuesto definitivamente (13).
No fue así. Triunfante el Revisionismo en la conciencia popular de aquellos años, el liberalismo histórico, más o menos atenuado, había encontrado refugio en los límites del sistema universitariorestaurado por la Revolución Libertadora. Bajo una nueva máscara: la de la Historia Social, predicada por el medioevalista José Luis Romero (1909-1977) y sobre todo por Tulio Halperin Donghi (1926-2014) desde su cátedra vitalicia en Berkeley (EE.UU), se expandió rápidamente y consiguió dar el tono a toda la producción histórica académica.
No obstante la incorporación de nuevas temáticas, con su pretendida asepsia ideológica, con estudios “científicos” y “objetivos”, los cultores de esta nueva presentación, han eludido siempre el abordaje de los grandes aspectos de la cultura oligárquica y la dependencia nacional. Igualmente, han desconocido el rol protagónico de las fuerzas populares y no han podido disimular su adhesión al clásico paradigma sarmientino (ahora presentado como la oposición entre “democracia y autoritarismo” o “Progreso contra atraso”) (14). No han disimulado tampoco su vieja inquina antinacional, antirosista y antiperonista, que desautoriza su pretendida imparcialidad “científica”.
José Luis Romero, precursor de la corriente, admirador rendido de Juan B. Justo (15), se afilió en 1945 al Partido Socialista cipayo para mejor combatir al peronismo, y una década después fue designado Interventor de la UBA por la Revolución Libertadora. En 1965 dedicó un capítulo entero de su mediocre librito “Breve Historia de la Argentina” -un “Grosso chico” académico- para denigrar al movimiento nacional (16). Halperín Donghi, a su vez, acusaría al peronismo de “una demagogia practicada cada vez más desembozadamente”, de mantener “un vasto sistema de espionaje” y de “tomar por asalto a la Universidad de Buenos Aires”, llevando adelante una “brutal depuración” de profesores adversarios (17), por supuesto todos inocentes “democráticos” (provenientes de la Década Infame…).
Este posicionamiento ideológico de los cultores locales de la Historia Social, que decían inspirarse en la famosa revista de Marc Bloch y Lucien Febvre “Les Annales d’histoire economique et sociales”, en realidad poco tenía que ver con aquellos historiadores franceses que con espíritu amplio, recurrencia a otras ciencias sociales y un pensamiento verdaderamente popular y democrático, trataban de superar la corriente de la historia clásica puramente narrativa imperante en Europa aún en la primera mitad del Siglo XX. (18). El cuasi-extranjero Halperín Donghi, queriéndolo homenajear a Romero, mostró la ubicación histórico-política del precursor y a la vez la suya al escribir: “Así, Las Ideas políticas en la Argentina (libro de Romero. RAF) razona y continúa la interpretación del pasado nacional propuesta por los clásicos de la historiografía argentina y sobre todo por Mitre, incorporando armoniosamente a esa visión del pasado aportes de la Nueva Escuela” (19)
Una variante supuestamente “de izquierda” de esta corriente es la producción de Milcíades Peña-con mucha recepción en académicos jóvenes- viciada por la invención de absurdas categorías como la “sub-oligarquía juarista”, su desprecio juanbejustista por la estirpe de nuestros gauchos y su enfermizo odio contra el peronismo y Abelardo Ramos, contra el cual enfila groseros insultos que llenan la ausencia de argumentos de refutación adecuados. Hoy y desde hace años, no casualmente sintonizando con el retroceso general de los movimientos populares, la escuela de la “Historia Social” y sus derivaciones controlan casi todo el sistema universitario, (salvo la Universidad de Lanús, el INDEAL y algunas cátedras), las editoriales, las secciones históricas de la prensa gráfica y televisiva y demás aparatos de reproducción ideológica. Ni hablemos de la tradición historiográfica del comunismo criollo, del Manual de Juan José Real a los libros de Leonardo Paso (Leonardo Voronovitsky), porque ella está completamente inserta en la línea del mitrismo más primitivo. Por algo dijo Rodolfo Ghioldi, dirigente de la cabeza bicéfala del PCA, que “Mitre no ha sido superado”.
V
Naturalmente, el Revisionismo -ambos Revisionismos- para mantener sus verdades y su hermenéutica y descubrir otras nuevas, debe dominar solventemente las ciencias auxiliares –como la sociología, la estadística, la geopolítica, la economía, la antropología cultural, la arqueología o la psicología social- ; abrir el abanico de realidades dignas de ser estudiadas, utilizar la metodología más moderna de las ciencias históricas y ser capaz de autocriticarse y desprenderse de sus errores más evidentes (20).
Estas adquisiciones facilitarían la profesionalización de los autores revisionistas, profesionalización cuya ausencia general era señalada con gozo por Halperín Donghi, quien sin embargo olvidaba (¿) que los concursos amañados que los mantenían fuera de las cátedras o la hostilidad a quienes lograban penosamente incorporarse marginalmente a ellas, no eran precisamente situaciones que facilitaran esa profesionalización. Deberían también los revisionistas integrarse fraternalmente con las demás corrientes similares de Latinoamérica, como ya en parte se ha hecho con el revisionismo boliviano de Andrés Soliz Rada, el trasandino del Centro de Estudios Chilenos (CEDECH) de Pedro Godoy Perrín y Leonardo Jeff y las tendencias uruguayas de Reyes Abadie , Vivián Trías y Methol Ferré.
Respecto al Uruguay, país tan hermano – la tierra purpúrea que Gran Bretaña separó de las Provincias Unidas del Río de la Plata – es importante señalar que el Revisionismo Histórico se estableció formalmente desde 2008 en todos los Institutos de Formación Docente, en la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) y en la Asociación de Profesores de Historia del Uruguay (APHU), lo que asegura su propagación y su multiplicación en la opinión general. Con esta histórica instauración de una nueva currícula, que desplazó a la hasta entonces predominante Teoría Independentista Clásica o “TIC” (21), los orientales han contestado ya, con hechos concretos, la pregunta de que para qué existe y para qué sirve el Revisionismo.
VI
Una reflexión final, para cerrar. El filósofo liberal italiano Benedetto Croce, en uno de sus más importantes libros, “Teoría e Historia de la Historiografía, de 1915, formuló su famosa tesis: “La verdadera historia es historia contemporánea”. No pretendía con ello – como a veces se lo ha interpretado – decir que los hechos del pasado eran semejantes a los del presente, cosa absurda de por sí. Croce, en realidad, no se refería en esa frase de síntesis ligeramente alegórica al conjunto fáctico que ha quedado atrás en el tiempo, sino simplemente a la historiografía, a la “obra historiográfica”, que surge de la pluma del historiador por imposición inadvertida del tiempo presente, “porque es evidente – dice – que sólo un interés de la vida presente puede movernos a indagar un hecho del pasado” (22).
Y añade más adelante: “la historia muerta revive y la historia pasada se reconstruye como presente, a medida que el desenvolvimiento de la vida lo requiere” (23). Y pone el ejemplo de la civilización de griegos y romanos, “que reposaron en sus sepulcros hasta que la nueva madurez del espíritu europeo, en el Renacimiento, los despertó”. La época del Renacimiento simpatizó con ellas y las reconoció como de su propio actual interés (24).
Así ocurrió también entre nosotros y Arturo Jauretche lo escribió muy croceanamente: “De la necesidad de un pensamiento político nacional ha surgido la necesidad del revisionismo histórico” (25). En las obras de los autores revisionistas, también “la historia muerta revive” y se hace contemporánea en el sentido de Croce.
Pero hay que agregar que si la historiografía verdadera es siempre contemporánea, también es futuro, porque indefectiblemente tiene un aliento encubierto hacia el porvenir, un contenido que apunta a su consumación en la construcción de una sociedad diferente, que sería patriarcal y autoritaria en el viejo Revisionismo rosista y socialista nacional en las aspiraciones del Revisionismo científico, federal y latinoamericano. De manera que, más allá de los sinceros deseos de objetividad y profesionalismo de muchos honestos historiadores, es hoy imposible separar netamente a la historiografía de la ideología y la política (26).
NOTAS
1) Carlos Pereyra y otros: “Historia ¿Para qué?”, Siglo XXI Editores, Méjico 2021.
2) Decimos maliciosamente porque no se puede presumir ignorancia en un historiador erudito y culto como Halperín Donghi. El profesor de la Universidad de Berkeley (EE.UU) desconoce la distinta naturaleza epistemológica entre las dos versiones del revisionismo argentino y sólo las distingue por una periodización entre “el viejo y el nuevo revisionismo” o entre antiguos adeptos y “nuevos reclutas” (V. Tulio Halperín Donghi: “El Revisionismo Histórico Argentino”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires 1971, passim).
3) Omar Acha: “Nacionalismo y Socialismo. Jorge Abelardo Ramos y la Izquierda Nacional”, Revista “Taller” N° 13, Buenos Aires 2000, pág. 108. En un libro posterior de 2009 (“Historia Crítica de la Historiografía Argentina. Vol. 1: Las Izquierdas en el Siglo XX”, Prometeo Libros, Buenos Aires 2009), Acha desnuda su hostilidad y parcialidad contra el Socialismo Nacional y Ramos, no vacilando en falsear los datos históricos como, por ejemplo a pág. 211, donde afirma que Ramos en 1949 firmó su célebre libro “América Latina, un país” con el pseudónimo de “Víctor Guerrero”, cuando es notorio y está impreso en el volumen, que no temió firmar con su propio nombre y apellido. Agrega Acha, falsamente también, que se trata de un “breve libro” ¡que tiene 247 páginas! Y que es uno de los más importantes por haber tratado sistemáticamente, por primera vez, el tema de la unidad latinoamericana.
4) Alberto J. Plá era a J. Posadas -máximo caudillo del Partido Obrero Revolucionario Trotskista (PORT)- lo que Milcíades Peña era a Nahuel Moreno, jefe del grupo “Palabra Obrera”: expositores cultos de los puntos de vista más rudimentarios de sus respectivos mentores, claro que en un nivel en el que Plá superaba a Peña. En sus libros “La Burguesía nacional en América Latina”, CEAL N°38, Bs. As 1971 (págs.91/95) e “Ideología y Método en la Historiografía Argentina”, Ed. Nueva Visión, Bs. As. 1972 (pág.136), Plá citaba largamente a Posadas en defensa de su teoría del “Estado Revolucionario”. Con el pseudónimo de “Camarada Llanos”, Plá integró secretamente en los años ’60 el Comité Nacional del PORT, del que se retiró silenciosamente en los años posteriores. Se destacó como profesor en las Universidades de Puebla (Méjico) y Rosario y Buenos Aires entre nosotros. Falleció en el año 2008.
5) Rogelio Frigerio: “Historia y Política”, Editorial Concordia, Buenos Aires 1963, pág. 55. Ver también Marcos Merchensky: “Las corrientes ideológicas en la Historia Argentina”, Ediciones Crisol, Buenos Aires 1979, y Félix Luna: “Breve Historia de los Argentinos”, Editorial Planeta Bolsillo, Buenos Aires 1997.
6) Felipe Cárdenas (h): “Los tres renuncios del general Alvear”, revista “Todo es Historia” N°15, Buenos Aires, Julio de 1968, pág. 22 y passim.
7) “Más afortunado” que ese compilador, como dice burlonamente Ricardo Font Ezcurra, este historiador revisionista los encontró fácilmente en la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, donde obtuvo copias auténticas certificadas por el Prosecretario de la institución, don Alfonso Campos el 9 de septiembre de 1938 La breve biografía de Enrique R. Lavalle no menciona el episodio, pero tampoco lo hace el voluminoso libro (700 páginas) de Ricardo Rojas… (V. Ricardo Font Ezcurra: “La Unidad Nacional”, Editorial La Mazorca, Buenos Aires 1944, pág.261 a 333)
8) Juicios citados por el Dr. Enrique Martínez Paz en su libro “La formación Histórica de la Provincia de Córdoba”, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba 1983, pág. 82
9) V. el cit. libro de Martínez Paz y “Juan Bautista Bustos” de Denis Conles Tizado, Ediciones del Corredor Austral, Córdoba 2001, y “Juan Bautista Bustos, héroe y estadista federal”, de Alfredo Terzaga, Luis Moyano y otros, Ediciones del Copista, Córdoba 2012.
10) Pedro De Paoli: “El Revisionismo Histórico y las desviaciones del Dr. José María Rosa”, Ediciones Theoría, Buenos Aires 1965, pág. 7.
11) Lucien Febvre: “Combates por la Historia”, Ed. Ariel Quincenal, Barcelona 1974.
12) En pleno gobierno del General Perón -de quien era muy amigo- escribía el Dr. Levene: “Rivadavia fue un civilizador: con sus ideas y sus obras realizadas anticipó la Argentina grande del porvenir” (pág. 233); Rosas era sencillamente “la Tiranía” sin más, en cuyo transcurso “escritores y poetas argentino refugiáronse en el extranjero, para realizar su campaña en favor de la libertad” (pág.295)…y de paso aliarse a los invasores franceses para humillar a su Patria, podría haber agregado; “El genio moral de Mitre es la estrella polar de su existencia y por eso nunca perdió la brújula en medio de la tempestad o la confusión dominantes” (pág. 398). (Ricardo Levene: “Lecciones de Historia Argentina”, Tomo II, 22ª Edición, Lajouane Librería y Editorial, Buenos Aires 1951, págs. cits.). “Su admiración por Bartolomé Mitre fue inclaudicable”, asegura Omar Acha en su artículo “Ricardo Levene, un historiador del Centenario” (Revista “Todo es Historia” N°463, Buenos Aires Febrero 2006, pág. 39). En realidad, más que Levene fue el profesor Alfredo B. Grosso quien más contribuyó a difundir las ideas históricas de Mitre, Vicente Fidel López y los liberales, con sus famosos “Curso de Historia Nacional”, en sus dos versiones (por su tamaño): el “Grosso chico” y el “Grosso grande”. Aparecido en 1893, fue reeditado continuamente durante más de medio siglo, educando en el mitrismo a miles de maestros y centenares de miles de estudiantes primarios y secundarios con su manual sencillo, lineal, sin cuestionamientos y muy bien ilustrado. En 1934, en un artículo aparecido en el diario “La Nación”, al cumplirse 40 años de su aparición, Sigfrido Radaelli lo reivindicó con gran cariño y lo calificó como “un libro de historia inmemorial y fabulosa” (Sigfrido A. Radaelli: “La irreverencia histórica”, Colección Megafón, Editorial TOR, Buenos Aires 1934, págs.132)
13) Honorio Alberto Díaz: “Historia y Contrahistoria”, Plexo Libros, Buenos Aires 2001, pág. 82.
(14) Las raíces sarmientinas de la “Historia Social” las confesaría el propio José Luis Romero en un reportaje que le hizo Félix Luna en 1986. Contaría Romero en la ocasión: “Y un día, leyendo a Sarmiento me dije: pero si aquí está la clave… Me sumergí en otra lectura del Facundo, que he leído muchas veces. Y compuse el esquema, primero como una hipótesis de trabajo sobre si en toda América Latina se daba este esquema que proponía Sarmiento, y llegué a la conclusión que sí, que se daba” (Cit. en Omar Acha: “José Luis Romero, el humanista”, en Revista “Todo es Historia” N° 455, Buenos Aires Junio 2005, pág. 50). Este Acha se caracteriza por su admiración a los historiadores liberales (Romero, Levene…) y su inquina contra Jorge Abelardo Ramos, cuyo pensamiento deforma maliciosamente junto con Ariel Eidelman.
15) “Auténtico maestro, Justo condensó innumerables y fecundas enseñanzas en sus palabras y en sus actos: unas explícitas y otras enceradas en la potencialidad de su mente. Por eso hay que volver a él una y otra vez…”. (José Luis Romero: “El Drama de la Democracia Argentina”, CEAL, Buenos Aires 1989, pág. 82.)
16) José Luis Romero: “Breve Historia de la Argentina”, Buenos Aires 1994, Capitulo XIII, págs.127 a 137.
17) Tulio Halperín Donghi: “Historia de las Universidad de Buenos Aires”, EUDEBA, Buenos Aires 1962, págs..186 a 193.
18) El célebre historiador británico Eric J. Hobsbawm, llevado por un cierto “patriotismo” inglés y atendiendo más a las formas que a los contenidos (porque aduce que la revista de los franceses no llevó el nombre de “Annales d’ histoire social”, sino otro más largo que incluía lo “economique”), niega que ella sea el inicio de la nueva escuela, cuya paternidad reclama para la revista inglesa “Comparative Studies in Society ad History”, aparecida recién en 1958. Pese a la autoridad de Hobsbawm, es evidente que la de Bloch y Febvre era realmente una historia social. (V. Eric J. Hobsbawn: “Marxismo e Historia Social”, Universidad Autónoma de Puebla, Méjico D.F., 1983 pag. 24.)
19) Tulio Halperín Donghi: “Ensayos de Historiografía”, Ed. El Cielo por Asalto/Imago Mundi, Buenos Aires 1996, pág. 93.
20) Por ejemplo: la tesis de Jorge Abelardo Ramos de que la Independencia de Hispanoamérica es un subproducto del fracaso del liberalismo en España, siendo que los hechos demuestran que es anterior al mismo, o la fantástica afirmación de Eduardo B. Astesano de que Facundo Quiroga no era -como sí era- uno de los más ricos terratenientes de La Rioja, financista e inversor y hombre de alta alcurnia, sino “un peón rural que va a las ciudades a trabajar en la construcción” (V. Eduardo B. Astesano: “Martín Fierro y a justicia social”, Ediciones Relevo, Buenos Aires 1963, págs.118-120).
21) En el Uruguay, donde todos son artiguistas, el clivaje entre el Revisionismo oriental y la TIC se establecía en el nivel de que los cultores de esta última orientación (Francisco Bauzá, Pivel Devoto y José Pedro Barrán) sostenían una tesis nacional pero estrechamente “uruguayista”, no rioplatense, con lo cual secuestraban al Protector como sólo caudillo oriental y fundador de un Estado que en realidad nunca estimó posible.
22) Benedetto Croce: “Teoría e Historia de la Historiografía”, Editorial Escuela, Buenos Aires 1965, pág. 12
23) Benedetto Croce: op. cit., pág.21
24) Benedetto Croce: ídem, ídem.
25) Arturo Jauretche, cit. en Honorio A. Díaz: op. cit., pág. 47.
26) Dice con entera razón Radaelli: “Toda revisión del pasado supone una correlativa revisión de lo que es actual. La historia nos ayuda a manejarnos hoy y a explicarnos hoy muchas cosas; inversamente, nuestra manera actual de comprenderlas moldea y define muchas reconstrucciones y revisiones” (Sigfrido A. Radaelli, op. cit., pág. 21).
Fuente: Revista Patria Grande