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Sin ofensa ni temor 120:  Nación o disolución

Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Compartimos con ustedes el siguiente artículo Elio Noé Salcedo*, donde de da cuenta de diversos intentos de un pueblo federal que intentaba construir una Nación, contra otro que pugnaba por disolverla.

El Editor Federal

En momentos que vuelven a cuestionarse los principios que hicieron del nuestro un país federal, cabe preguntarnos: ¿es que volvemos al proyecto de un país unitario o, en su defecto, de provincias fuertes, por un lado, y provincias débiles por el otro, si es que eso no significa apostar a la desaparición de algunas de ellas por inviables, como se pretendía en la década del ´90? ¿La casta económica que gobierna desde el centro político del país, vuelve a extorsionar a la República con “esto o nada”? ¿Peligra la organización federal de la República, que podría poner en trance de disolución, como en la primera mitad del siglo XIX, la unión nacional?

Todos esos interrogantes nos llevan a tratar de recordar brevemente cómo fue que nos constituimos como entidad nacional y qué papel jugaron las fuerzas profundas del interior de la Patria, ahora tan minimizadas y bajo el peligro de perder los derechos adquiridos bajo la organización federal del país (derechos traducidos hoy en recursos coparticipables, obras públicas, subsidios, salarios de los empleados provinciales, etc.). ¿Se pretende acaso que volvamos a los tiempos del Directorio, de Rivadavia o de Mitre?

Recordemos que, para “Buenos Aires”, es decir para los intereses de la oligarquía pampeana, hoy asociada y dominada por intereses financieros internacionales concentrados, había solo una alternativa: la organización del país bajo las condiciones de privilegio del poder porteño o bonaerense instituido (que no le garantizaba tampoco ningún derecho a las provincias) o en su defecto, libraba cada provincia a su propia suerte, situación en la que Buenos Aires conservaba el puerto único y las cuantiosas rentas de la Aduana (que pertenecían a todos) solo para sí (como hoy pretende administrar discrecionalmente el Estado sin Congreso, sin las Provincias, sin los argentinos y argentinas y sin interés patriótico. De eso se trató la lucha civil durante el siglo XIX, hasta la llegada de Julio Argentino Roca al poder en representación de las provincias (“Liga de Gobernadores”), que creó el Estado Argentino moderno, ese que ahora quiere destruir, en forma coherente con aquel proyecto de no país, la casta oligárquica y unitaria de siempre.

Una vez que hubo fracasado el proyecto bolivariano, sanmartiniano y artiguista de fundar una sola Patria Grande en los territorios que España dominó hasta el 9 de diciembre de 1824 (hasta la gloriosa Batalla de Ayacucho), la necesidad de lo ex virreinatos por construir entidades nacionales para encarar su futuro estuvieron a la orden del día, salvo por la oposición de las oligarquías comarcanas a integrar todos los territorios heredados a un proyecto nacional, anteponiendo a ello la rentabilidad de sus negocios e intereses privados, limitados a la ciudad-provincia de Buenos Aires, frente a los de las provincias interiores y la mayoría de los argentinos. Esa lucha entre porteños y provincianos llevó 70 años (1810 – 1880).

Fueron esos intereses exclusivos y excluyentes del Puerto (sede de la oligarquía) los que, después de intentar poner a Paraguay de rodillas, sin conseguirlo, lo dejaron librado a su propia suerte, y cuando se hubo convertido en una potencia por sus propios fueros y resultaba una competencia para la oligarquía porteño-bonaerense y sus socios ingleses, lo arrasaron con la guerra de la Triple Alianza. De ese genocidio poco se habla, sencillamente porque devela una de las razones por la que no pudimos ser libres, independientes y soberanos desde el siglo XIX. Esos mismos intereses nos impedirían serlo también en el siglo XX, a pesar de que lo intentamos fuertemente (1916-1930 y 1943-1955), como así también en el siglo XXI (2003-2015 y 2019-2023), más allá de nuestros propios errores, déficits y omisiones que resultaron letales para los intereses nacionales.

Fueron esos mismos intereses portuarios -con su visión de Patria Chica y hasta con la pretensión de Buenos Aires de erigirse en un Estado independiente, que se desentendieron del destino del Alto Perú (Bolivia), ante la sorpresa del propio general Bolívar que le terminó dando su nombre a la nueva “Nación”; y fueron esos mismos intereses de la casta portuaria, socia y cómplice del poder extranjero de turno, los que se desligaron para siempre de la Banda Oriental, desgarrando un poco más la gran Nación Latinoamericana y originando una nueva “nación”, una vez que se cercioraron de que Artigas se sintió derrotado y desterrado para siempre en Paraguay, ya sin poder hacer realidad la Patria Grande que había concebido.

Tampoco les interesó nada el territorio al sur de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza, dejado al arbitrio de algunas tribus pampeanas y araucanas (que ocupaban espacios acotados del gran territorio pampeano y patagónico), pero sobre todo, de las intenciones de las potencias extranjeras -como la que ya había ocupado arteramente nuestras Islas Malvinas, para quedarse con esos territorios, como hoy siguen pretendiendo. De allí que la Campaña del Desierto tampoco pueda ser reducida ni a una cuestión racial ni a una cuestión militar ni a una cuestión ideológica, porque fue parte de una gran política de recuperación e integración de la Pampa y la Patagonia al territorio nacional amenazado. De no ser así, hoy no existirían y/o no serían argentinas las provincias de La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego con sus proyecciones marítimas y antárticas. Sólo basta con poner el interés nacional por delante de los intereses ideológicos, políticos o sociales de un momento histórico.

Desde un primer momento, que coincide con el inicio de la Revolución de Mayo, con la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata y finalmente con la instauración del Directorio porteño, la pandilla de contrabandistas e intermediarios que constituyeron esa verdadera casta social y económica que conocemos como oligarquía argentina, pujó por ese proyecto de exclusivismo porteño, socio en los negocios con el extranjero, en contra del proyecto nacional, industrializador y creador de un mercado interno y de bienestar para todos y cada uno de los argentinos. Hoy los reconocemos como los dos proyectos de país en pugna, que podemos resumir en la opción de Patria o colonia, o en su defecto, Patria o semi colonia.

Por esa razón, no nos extrañe que los intentos por constituir una entidad nacional con todas sus reglas, deberes y derechos -después de fracasar en el intento de construir la gran Nación Latinoamericana- provinieran del Interior de nuestro país y no de “Buenos Aires”, sede histórica del poder oligárquico, que el tan acusado general Julio Argentino Roca federalizó, integrando además los territorios del sur y la Patagonia a un mismo proyecto nacional.

Aquella República Federal, teniendo siempre en cuenta el gran ideal de Federación Latinoamericana, fue concebida e intentada institucional y militarmente por los caudillos del Interior en distintos momentos de la primera mitad del siglo XIX.

La lucha por la organización nacional y federal

Gervasio Artigas llevó esa propuesta a la Asamblea del Año XIII, a través de sus diputados orientales, que impulsaban a su vez las autonomías provinciales y la independencia de España. Por esa sencilla razón sus fueros fueron rechazados por la Asamblea, ya copada en parte por los intereses porteños.

Con igual propósito, el federalismo artiguista lo intentó nuevamente en 1815, al declarar la Independencia de España y de todo otro poder extranjero en Arroyo de la China, actualmente Concepción del Uruguay, durante el llamado Congreso de Oriente, al que concurrieron representantes de la Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, las Misiones y Córdoba. Esa fue la razón, a excepción de Córdoba que sí lo hizo, por la que las provincias del litoral argentino (equivocadamente o no) no asistieron al Congreso de Tucumán de 1816, Congreso convocado por el Directorio a instancias de San Martín, que para encarar la autonomía nacional de toda América necesitaba la declaración de la Independencia y de esa manera enfrentar -con sus manos libres, y no como súbditos- a sus antiguos camaradas de lucha en la guerra contra los franceses, tarea independentista a la que los intereses porteños también se opusieron de distintas maneras, desterrando de por vida a nuestro héroe nacional.

Hubo otro gran intento de organización nacional en la Convocatoria al Congreso de Córdoba de 1821, que pocos días después de la sublevación de Arequito (8/9 de enero de 1820) realizó su jefe militar, el cordobés Juan Bautista Bustos. En efecto, dicha convocatoria se realizó el 3 de febrero de 1820 -a menos de un mes de la rebelión militar en Arequito, plantándose ante las órdenes del Directorio porteño que pretendía reprimir al federalismo del Interior- y a solo dos días de haberse producido la batalla de Cepeda, en la que el federalismo del Litoral derrotó y derrocó al Directorio porteño. Sin embargo, dejado Buenos Aires a su propio arbitrio (no puesto en caja como correspondía, después de ser derrotado por las armas) el magno Congreso fue boicoteado y hecho fracasar por Rivadavia (fundador y jefe del partido unitario desde el Primer Triunvirato).

Hubo un tercer intento –así lo entendieron las provincias que enviaron sus representantes- convocado desde Buenos Aires en 1824 por el general Las Heras (a cargo de las Relaciones Exteriores de todo el país), con la intención de promulgar una Constitución Nacional. Consultadas las provincias sobre el carácter que debía tener dicha norma nacional, se pronunciaron por el sistema federal. Sin embargo, esa nueva convocatorio e intento de organización nacional se vio frustrada por los agentes de Rivadavia en el Congreso, que adulteraron la votación, la convirtieron a espaldas de los representantes federales en una constitución unitaria y terminaron eligiendo a Bernardino Rivadavia como presidente de la República en 1826, con el repudio de todo el Interior.

En esas circunstancias tomó dimensión nacional la figura de Juan Facundo Quiroga. “Esta vez fueron los del Interior profundo (Cuyo y Noroeste) -señala el historiador Alejandro Franchini-, los que reaccionaron más violentamente, acaudillados por el riojano Juan Facundo Quiroga”.

Un cuarto gran intento lo constituyó el Congreso Federal Constituyente concebido y organizado por el Federalismo del Litoral, conducido por Estanislao López. Esa gran Asamblea Constituyente y la organización federal de la República era el propósito principal del Pacto Federal de 1831, firmado en principio por Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires, al que adhirieron enseguida Corrientes y Córdoba, y al que se plegaron después las demás provincias, conformando una Comisión Representativa con dicho fin.

Aquel propósito nacional también fue boicoteado esta vez por el gobierno de Buenos Aires, al retirar su representante de dicha Comisión (con excusas totalmente secundarias), haciendo fracasar ese nuevo intento de organización nacional, para terminar quedándose por más de veinte años con todo el poder y los recursos del puerto de Buenos Aires y de su Aduana (pertenecientes a todo el país), hasta que el entrerriano Justo José de Urquiza, con el apoyo de todo el federalismo del Interior, hiciera realidad la Constitución Federal de 1853. En desacuerdo, Buenos Aires (bajo el liderazgo de Mitre) se separó de la Confederación y creó un Estado independiente aparte, con representantes diplomáticos en el extranjero y todo. Nada de lo que pueda pasar en el presente nos podría sorprender en nuestra buena fe. 

Volviendo un poco atrás, podríamos agregar a esa importante lista de grandes intentos institucionales por hacer realidad la organización federal de la República, la determinante batalla de La Ciudadela, en Tucumán, ganada por el general Juan Facundo Quiroga en noviembre de 1831 contra la Liga Unitaria comandada por el general La Madrid, después del apresamiento del general Paz poco tiempo antes.

Si, como dice el historiador firmatense Gustavo Battistoni, “desde diciembre de 1828 hasta el 4 de noviembre de 1831, cuando Quiroga destroza a las tropas de la Liga del Interior al mando de La Madrid, nunca nuestra patria estuvo en tal peligro de disgregación”, deberíamos considerar entonces a aquella batalla de La Ciudadela en Tucumán como un hito en el camino de la organización y la constitución federal de la República y reconocerle a su jefe militar triunfante, por bien ganada, la dimensión que adquirió a partir de esa determinante batalla.

Sin duda, los más serios antecedentes federales del riojano estaban en su nunca desmentida lucha militar contra el poder rivadaviano, que en sí misma constituye otro hito en la construcción de esa patria federal, pero cuyas evidencias no terminan allí.

Por eso creemos importante profundizar en algunos pormenores de esa “otra historia” y revisarla una vez más -aunque sea brevemente- desde el punto de vista del “Interior profundo”, como intentaremos hacer, Dios mediante, en una segunda parte.

*Docente en Universidad Nacional de San Juan El artículo se tituló originalmente: “Proyecto de “Nación” vs. proyecto de disolución”.

Fuente: Revista Patria Grande

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