Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Elio Noé Salcedo* repasa el pensamiento de Perón de cara a poner sobre la mesa una serie de principios de cara a establecer las “bases” de la política, la economía y la cultura latinoamericanas, con el objetivo de poder rescatar a nuestro “Continente-Nación” de todo poder y opresión extranjeros.
El Editor Federal
Lo decía el gran estadista argentino: “Será preciso que comencemos a hacer nuestra propia historia continental, como lo señalaron nuestros libertadores, y no como lo pretenden los mercaderes…” (“Doctrina Universal. Continentalismo. Ecología. Universalismo”, 1975).
“Ningún país -decía el general Juan D. Perón- podrá realizarse en un continente que no se realice. Los países deben unirse progresivamente sobre la base de la vecindad geográfica y sin imperialismos locales y pequeños”. No obstante –advertía- “tiene que tenerse presente que el mundo en su conjunto no podrá constituir un sistema sin que a su vez estén integrados los países en procesos paralelos. Construir el mundo en su conjunto exige liberarse de dominadores particulares. Mientras se realice el proceso universalista, existen todavía dos únicas alternativas para todos los países del Tercer Mundo: neocolonialismo o liberación”.
Tampoco deberíamos dejar de lado esta otra advertencia: “Si esa integración universalista la realizara cualquiera de los imperialismos, lo harían en su provecho y no en provecho de los demás”. Por eso, el Tercer Mundo –en este caso, América Latina y el Caribe- “no dejará en el futuro que los imperialismos puedan resolver el problema de la Organización Universal en su propio provecho y beneficio y en perjuicio de todos los demás”, ya se trate de economía, de salud o de educación. Por el contrario, el general Perón preveía que el Tercer Mundo, una vez unido, fortalecido, emancipado y realizado, organizaría “un sistema cooperativo de gobierno mundial” que conduciría a “la anulación de todo dominio imperialista y donde nadie será más ni menos que nadie”.
En vista a ese sistema mundial “cooperativo”, el general Perón preveía: “a) en lo político, configurar un poder con capacidad suficiente de decisión nacional; b) en lo económico, producir según las necesidades del pueblo y de la Nación, logrando una real justicia distributiva; c) en lo socio-cultural, desarrollando un profundo nacionalismo, como única manera de preservar el ser nacional, la identidad como Nación; d) en lo científico-tecnológico, preservarnos ecológicamente y construyendo la base científica y técnica de la comunidad liberada”.
Demostrando que su nacionalismo abarcaba la dimensión continental y/o latinoamericana, Perón señalaba las siguientes consignas: “La Comunidad Latino Americana y su Mercado Común sólo podrán alcanzar el destino que les concierne si son capaces de constituir una integración real, que no solo piense en el futuro, sino que también anhele realizarlo… Si una Comunidad Latinoamericana aspira a realizar su destino histórico no puede terminar en una integración económica, es preciso que además piense en el mundo que la circunda, para evitar divisiones que los demás puedan utilizar para explotar a sus pueblos, elevando el nivel de vida de sus doscientos millones de habitantes (hoy más de seiscientos millones), para dar a Latinoamérica, frente al dinamismo de los “grandes” y al despertar de los continentes (u otros bloques o países emergentes), el puesto que le corresponde en los grandes asuntos mundiales pensando ya en su integración política futura, si no quiere sucumbir a la prepotencia de los poderosos”.
“Nuestra lucha –aseguraba el estadista argentino- no es, en el orden de la política internacional por la hegemonía de nadie, sino simplemente y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra al país, y, en tercer término, lo que conviene al resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones”.
En 1953, al intentar concretar esa integración entre la Argentina, Brasil y Chile (ABC), fiel reflejo de lo que le proponía el Gral. Perón, presidente de la República Argentina, le contestaba el Gral. Carlos Ibáñez del Campo, Presidente de la República de Chile en el discurso pronunciado en la cena de camaradería de las FF.AA en Buenos Aires, el 7 de julio de 1953: “… Las circunstancias determinadas por la alta investidura de mi cargo me imponen la tarea de manifestar ante vosotros el trascendental significado que tiene para el continente la concertación del Pacto que nuestros países han resuelto poner en marcha…”. “El afianzamiento de nuestra amistad es el paso más decisivo para abrir nuevos horizontes a la confraternidad continental…” *.
“Los pueblos latinoamericanos -coincidía el general Ibáñez del Campo- no pueden permanecer ajenos ni escapar a la influencia de esta corriente histórica, que tiende a superar las viejas fórmulas de entendimientos y a evitar la dispersión de los esfuerzos nacionales… estamos en condiciones de comprender que nuestro futuro depende de los frutos que produzca esta confraternidad -no a través de las palabras como se ha hecho tradicionalmente-, sino por intermedio de una acción realista y resuelta, como es el caso del Tratado de Unión Económica Chileno-Argentina, primera etapa de una política de proyecciones más profundas, que señala las promisorias posibilidades de llegar un día al gran entendimiento que vislumbrara Simón Bolívar”… “Nuestro Pacto debe entenderse como el primer eslabón práctico de la hermandad que une desde su origen a todas las repúblicas hispano-latinas del Nuevo Mundo”.
“La finalidad del convenio chileno-argentino es muy clara y precisa: tiende hacia la complementación de nuestras economías en un juego de recíproco beneficio; a la intensificación del intercambio comercial a través de mutuas compensaciones al apoyo común en favor de nuestro desarrollo industrial y agrícola, con vistas al aprovechamiento racional de las capacidades, consolidando de esta manera nuestra seguridad económica y el bienestar de nuestros trabajadores”. Imaginemos la gloriosa Cordillera de los Andes siendo una vez más -como en 1817- el puente de nuestra Unidad, Independencia y Bienestar definitivo para los pueblos a uno y otro lado del macizo andino.
De esa manera, concluía el presidente de Chile, “en este instante histórico para América surge desde la eternidad el mensaje de nuestros libertadores, y ellos, en conciliábulo íntimo frente al infinito, alzan sus aceros rindiendo homenaje a la herencia de sus pueblos, a sus hombres que hoy se levantan en rebelión de libertad creadora y de justicia social” [1].
Si todavía faltaban razones o argumentos para adoptar una política latinoamericana, en línea con los intereses argentinos, el general Perón advertía tiempo después de ver fracasado aquel intento de 1953 (entre otras causas por el suicidio del presidente Getulio Vargas de Brasil, presionado por los intereses norteamericanos): “El año 2000 nos encontrará unidos o dominados… Nosotros los latinoamericanos, disponemos de las mayores reservas porque nuestros países están todavía vírgenes en la explotación, pero también por eso el futuro se nos presenta más amenazador…”. “Nada hay hoy más importante en la política internacional que eso, porque si no nos organizamos y preparamos para defendernos, nos lo van a quitar todo… por teléfono, si es necesario”. Por eso, sintetizaba Perón, “nuestra política internacional ha de estar dirigida a la unidad latinoamericana y a la conformación de un Continente unido, solidario y organizado, para defenderse”.
En ese mismo sentido, no hace mucho planteábamos la necesaria latinoamericanización de nuestra reivindicación Malvinense a nivel político, económico, cultural y educacional, como camino posible para recuperar el ejercicio de la soberanía plena en Malvinas.
Si la guerra de Malvinas despertó y avivó el espíritu latinoamericano -reflexionábamos-, no nos caben dudas de que para rescatar las Malvinas debemos recuperar nuestro destino latinoamericano y ese espíritu y/o conciencia nacional de Patria Grande que se vio expresado contundentemente en los días de la guerra de 1982. En ese sentido, creemos, no podemos rescatar las Islas Malvinas del dominio británico y de la OTAN sin latinoamericanizar nuestro reclamo y unirlo a una estrategia política, económica, cultural y educacional integral de latinoamericanización.
Si tenemos en cuenta que “la ideopolítica -tal cual lo proclamaba el Comité Especial de la CIA en la Carta de Santa Fe en 1980- se ordena por medio de programas de educación diseñados para ganar las mentes de los hombres”, y que “las ideas que se hallan detrás de la política son esenciales para la victoria” (a confesión de parte, relevo de pruebas), estimamos que, la nacionalización, malvinización y latinoamericanización de la política, la economía, la cultura y la educación será un paso necesario y estratégico para la reconquista de nuestras Islas y de nuestro patrimonio nacional integral.
Sin una verdadera “base” política, económica y cultural latinoamericana -pensamos-, no estaremos en las mejores condiciones para rescatar nuestras Malvinas ni a nuestro país ni a nuestro Continente-Nación de todo poder y opresión extranjeros. La actual política antilatinoamericana y de entrega de la soberanía argentina es la prueba y fundamento de nuestra afirmación.
* Elio Noé Salcedo es periodista e historiador sanjuanino.
[1] Prof. Pedro Godoy P. (2006). Perón en Chile. Chile: Ediciones Nuestra América (Director del Centro de Estudios Chilenos, que reivindica la unidad latinoamericana, la soberanía argentina en Malvinas y la salida al mar de Bolivia).
Fuente: Pal’Sur