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Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Le dejamos un texto de Elio Salcedo, donde aborda la necesidad de volver a la senda del Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, en un momento del país donde pareciera que no hay esperanza. Las hay a montones al igual que las soluciones.

Por Editor Federal

¿Por qué existe la idea en muchos argentinos de que dejando de hacer lo que nos llevó a ser uno de los países más grandes y desarrollados de América Latina -en algún momento el más grande a mitad del siglo XX- lograremos mejorar como país y ser mejores? ¿Cómo es que existen países desarrollados, sociedades satisfechas, estados de bienestar, condiciones de vida digna en otros países, y nosotros debemos renunciar a todo ello?

¿Por qué sin industrialización, sin leyes laborales y sociales avanzadas, sin centralidad del Estado, sin soberanía política y económica, ni desarrollo nuclear, científico y tecnológico -que supimos tener en un pasado no tan lejano- lograríamos mejorar y ser mejores? ¿Acaso no fuimos capaces -hace apenas siete décadas-, de construir aviones, barcos, trenes, tractores, automóviles y motonetas de fabricación y marca propia, entre otros adelantos?

En lugar de hacer lo que hicieron para desarrollarse los países occidentales más conocidos desde el siglo XVIII (Inglaterra, Francia, Países Bajos, Estados Unidos, Canadá) y más recientemente los países orientales en el siglo XX y lo que va del siglo XXI (Rusia, China, India) -tal como industrializarse, crear trabajo para sus habitantes y mejorar la vida de su población-, ¿por qué nosotros creceríamos y nos desarrollaríamos haciendo lo contrario: desindustrializándonos, produciendo desocupación y empeorando las condiciones y la calidad de vida de nuestra propia población?  ¡No es avanzando hacia el abismo que saldremos del pantano!

¿Cómo fue que los países occidentales salieron de desastres y destrucciones como las guerras mundiales entre ellos, y países orientales como China, la India y Rusia pudieron superar su legendario atraso y convertirse en verdaderas potencias, ¿y nosotros no podemos salir de nuestros problemas aun siendo uno de los países más grandes y más ricos del planeta? ¿Cómo fue que nosotros mismos logramos superar la nefasta “década infame” de 1930 y convertirnos en un país avanzado a mitad del siglo XX?

¿Por qué haciendo un país más chico en todo sentido, seríamos un país más grande? ¿Podríamos evolucionar involucionando? ¿Seremos grandes volviendo a ser más chicos, dependientes e impotentes como sociedad y como país?

Con este presente, la Argentina no tiene futuro. Y si la solución no está en el presente que padecemos y con este presente no tenemos futuro, ¿dónde está la clave para darle solución definitiva -como lo hicieron los países desarrollados en su momento- a la crisis y decadencia argentina?

No será en vano recorrer, revisar y recordar ese pasado -no tan lejano- de tiempos mejores y más consistentes que el presente. Seguramente allí encontraremos las claves de nuestro propio desarrollo y de nuestro futuro. No hay más remedio para comenzar a bajar la fiebre de nuestra confusión y desconcierto, que comenzar por conocer nuestra propia historia.

En el pasado está el futuro

Aquella revolución militar de 1943, que pondría fin a la “década infame”, derivaría en la revolución popular del 17 de octubre de 1945 primero, y luego en la elección soberana y democrática del general Juan Perón como líder de esa revolución un 24 de febrero de 1946, iniciando así un ciclo de verdadera soberanía política, independencia económica, justicia social y política internacional independiente, con la vista puesta en la “unión continental sobre la base de la Argentina, Brasil y Chile (ABC)”, y a partir de allí, la construcción de “la unión continental”, como lo explicaba pormenorizadamente el mismo Perón en su disertación sobre el proyecto ABC en la Escuela Superior de Guerra de la República Argentina el 11 de noviembre de 1953.

Aparte de la unión económica para la explotación común de nuestros recursos naturales -que los países desarrollados siempre han codiciado porque “no disponen de alimentos ni de materias primas, pero tienen un extraordinario poder” (Perón dixit), y por eso nos los vendrían a quitar cuando en sus países escasearan (eso está sucediendo ahora)-, por lo mismo surgía naturalmente la necesidad de una política de defensa común, que resulta todavía “un factor decisivo para nuestra unión”.

Esa revolución nacional, popular y democrática había tenido un hito importante en la Declaración de la Independencia Económica en Tucumán el 9 de julio de 1947. A esa empresa coadyuvó la política de aquella gran década en todos los planos. La lucha por construir una política comercial independiente suponía quebrar las prerrogativas de los monopolios cerealeros de exportación y de todo otro monopolio. Y esa política requería también contar con la Flota Aérea del Estado y el desenvolvimiento de la Flota Mercante nacional, que “independizó en gran parte al país del secular transporte marítimo inglés, que proporcionaba a Gran Bretaña parte de sus “ingresos invisibles””. Lo mismo puede decirse -señala Jorge A. Ramos en La Era del Peronismo– “de la nacionalización de los seguros y reaseguros, que vulneraba directamente la finanza británica y reservaba para el país (siempre escaso de divisas) una de sus suculentas fuentes de ingresos”.

La construcción de diques y usinas, la construcción del combinado siderúrgico de San Nicolás (Plan Siderúrgico Nacional o Plan Savio), el gasoducto de Comodoro Rivadavia, la expropiación del doloso grupo Bemberg (como hubiera sido oportuna en el gobierno de Alberto Fernández la expropiación del doloso grupo Vicentín), la dirección del Comercio Exterior y el desarrollo de la energía nuclear (el primero en América Latina y uno de los pocos del mundo en aquel tiempo), todo ello acompañado con la creación de un sistema estatal defensivo en los más variados órdenes, “marca con su sello esa época”.

La Constitución de 1949 fue otro hito importante, como así también la Legislación Social y Laboral derivada de ella -orgullo argentino-, que sería motivo de la sana envidia de los trabajadores, funcionarios e intelectuales de muchas otras partes del mundo desarrollado y no desarrollado.

Si el Movimiento Obrero resultó ser la Columna Vertebral del Movimiento Nacional en su conjunto, el complejo militar industrial -a través de Fabricaciones Militares- jugó un papel de primer orden en la política estatal del peronismo histórico: “El Ejército (brazo del Estado nacional) suplía el raquitismo del capital argentino, levantaba Altos Hornos en el Norte, mientras la Marina iniciaba la explotación de cuencas carboníferas en el Sur. Esas fábricas no solo producían armas (que hacía falta para la defensa de la soberanía territorial), sino que su actividad fundamental estaba dirigida a proporcionar a la industria liviana y mediana los accesorios y materias primas requeridas para su continuidad productiva” donde se tejía al mismo tiempo la soberanía plena y el pleno empleo.

Industrias estratégicas, servicios públicos, recursos naturales y energéticos, energía nuclear, comercio exterior, finanzas, etc., pasaron a formar parte efectiva de la Nación y de su control, como correspondía a un país en desarrollo, apelando al fortalecimiento de la Nación y de sus posibilidades a través de la nacionalización y/o estatización, según el caso. La política de crédito y protección industrial, que beneficiaba directamente al empresariado nacional grande, mediano y pequeño, fue otros de los baluartes de la política peronista.

El éxito de esta política de progreso, modernización, justicia social y desarrollo nacional residía en la soberanía política y económica, y para eso había que contar con un Estado fuerte en la era de los países ricos dominantes y los países pobres dominados, de la competencia imperialista, de los monopolios y del poder económico y financiero cada vez más concentrado y más fuerte. Esa situación no ha mejorado, sino que se ha agravado -sin que la Argentina y los argentinos hayamos podido realizarnos-, por lo que no hay ninguna razón, al contrario, para desestimar el modelo nacional histórico que nos permita realizarnos como país y como “comunidad organizada”, modelo que el peronismo implementó en su primera década de existencia.

Aunque faltó un “elemento capital”, que Perón más descuidaba -asegura Ramos-, y que “finalmente lo perdió”: “la ideología política capaz de modelar todo el proceso en las nuevas condiciones de lucha”. Es lo que queremos decir hoy cuando apelamos a la falta y necesidad de formación de una profunda conciencia política nacional capaz de contagiar, reunir, movilizar y proyectar, no solo a un sector de la población sino a su inmensa mayoría y sus sectores fundamentales: los trabajadores y movimientos sociales; una parte importante de las clases medias; los empresarios nacionales; los militares patriotas; las mujeres del pueblo; los religiosos y laicos de todas las confesiones; y todas las minorías sociales, tras un ideario nacional y colectivo que nos contenga a todos. Si nos ganaron la batalla cultural, como se dice, es eso.

Si en aquella década revolucionaria para nuestro país se encuentran muchas claves para la solución de nuestros males bicentenarios -a tono con el camino seguido antes y después por los países más desarrollados y avanzados del mundo-, hubo además un segundo gran intento en nuestro país entre 1973 y 1976, que ya sabemos cómo terminó por la acción de la casta económica y de sus cómplices y verdugos. Comenzaba por entonces una etapa de nuestra vida que hasta hoy no ha podido definirse sin tener que volver atrás cada tanto. Por eso necesitamos comenzar y concluir esa etapa del desarrollo nacional -como sucedió en los países desarrollados-, que sea definitivamente sin vueltas atrás y a favor de todos y cada uno de los argentinos sin excepción. El derrotero actual no parece ser el camino.

El Modelo Nacional de 1974

A su vuelta a la Patria, siendo ya presidente por tercera vez, Perón volvería sobre sus pasos de 1946. El Plan Económico que aplicó Perón “en líneas generales, suponía un grado notable de democratización y nacionalización planificada”. Estas fueron sus principales medidas:

1) Ley de Inversiones Extranjeras;

2) Impuesto a la renta normal y potencial de la tierra (ley agraria);

3) Suspensión de desalojos rurales;

4) Corporación de la Pequeña y Mediana Empresa;

5) Corporación de Empresas del Estado;

6) Nacionalización de las exportaciones de granos y carnes;

7) Nacionalización de los depósitos bancarios;

8) Eliminación de las financieras extra bancarias;

9) Registro de agentes extranjeros;

10) Promoción minera;

11) Aplicación estricta de la Ley de “Compre Nacional”;

12) Impuesto a la renta presunta para profesionales con más de diez años de ejercicio liberal de la profesión;

13) Ley de represión a la evasión fiscal;

14) Ley de Abastecimiento (sancionada el 20 de junio de 1974).

Dato destacable, el proyecto del secretario de Agricultura, Ing. Horacio Giberti, por primera vez en la historia argentina proponía aumentar la producción agropecuaria y gravar con un impuesto a los latifundistas improductivos. Las Ligas Agrarias del Noroeste, inspiradas por izquierdistas urbanos, rechazaron la Ley Agraria por reformista, coincidiendo con los latifundistas pampeanos que la rechazaron también, pero por revolucionaria.

El 1º de mayo de 1974, al concurrir como presidente de los argentinos para inaugurar el período de sesiones del Congreso Nacional, Perón lanza el “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional”, que el lector podrá consultar en Internet o conseguir en librería.

En sus reflexiones sobre “Las luchas sociales en la década del 70”, Horacio E. Paccazochi sostiene que en el “Modelo Argentino” Perón “ratifica las posiciones centrales del programa del ‘45. En economía, el redimensionamiento del crédito hacia la producción nacional y la creación de un fuerte mercado interno. Abogaba por la independencia tecnológica como condición indispensable para la liberación nacional. Planteaba conceptos modernos para la época, como la preservación del medio ambiente, dándole a la ecología un lugar importante en un programa de gobierno. Reafirmaba que el destino nacional estaba indisolublemente ligado al de nuestros hermanos de Latinoamérica. Y hacía hincapié, en base a la dolorosa experiencia del ‘55, en la unidad nacional, sin la cual los argentinos no podríamos alcanzar los objetivos propuestos”. Lo demás, de entonces hasta ahora, es historia conocida.

Más allá de todo lo vivido, y dado el nefasto presente que nos embarga y nos anula como país, como sociedad y como personas, no podríamos encontrar en aquel proyecto ni en la experiencia de 1946 – 1955 nada que sea anacrónico o desfasado en el tiempo, cuando todavía nuestro país requiere de la revolución industrial, social, educativa, científica y tecnológica que los países desarrollados concretaron para darles a sus habitantes el bienestar y beneficios con los que hoy cuentan. A falta de un presente promisorio, la cabal conciencia de ese pasado revolucionario nos llevará al futuro. Si nos ganaron la batalla cultural, como se dice, es eso.

Fuente: Revista Patria Grande

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