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Sin ofensa ni temor 143: La colonización cultural

Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. El fenómeno de la colonización cultural y pedagógica es un hecho que ostenta raíces históricas lejanas, y constituyó una de las principales herramientas de dominación en las llamadas «semicolonias». Compartimos un artículo de reciente publicación a cargo de Francisco José Pestanha*, en el cual nos ilustra al respecto.

Por Editor Federal

Es la memoria un gran don,

calidá muy meritoria;

y aquéllos que en esta historia

sospechen que les doy palo,

sepan que olvidar lo malo

también es tener memoria.

José Hernández (1879)

En un artículo publicado recientemente habíamos expresado, refiriéndonos a la obra de Jauretche, que para el autor existía una verdadera colonización simbólica que denominó «colonización pedagógica». Jauretche no fue el único autor que escribió sobre esta cuestión, pero su obra es un referente indispensable para entender cómo funcionan esos mecanismos coloniales en la realidad.

La denominada «colonización cultural» o también llamada «pedagógica» se constituye para quienes describe una serie de estrategias sutiles de opresión que se manifiestan en razón de la existencia de relaciones asimétricas en el sistema de despliegue y ejercicio del poder a nivel internacional. Situación ésta que queda implícita tanto en lo estatal como en lo corporativo. En definitiva, estas estrategias constituyen modos y procedimientos deliberados cuyo objetivo central es presentar como universales —dotados de cientificidad incuestionable— aquellos contenidos, categorías y métodos emergidos de contextos histórico-culturales particulares, presentados bajo la ficción de la neutralidad.

Si bien el fenómeno de la colonialidad, de la colonización cultural y pedagógica se constituye en un hecho que ostenta raíces históricas lejanas, para autores como Jorge Abelardo Ramos la colonización cultural constituyó una de las principales herramientas de dominación en las llamadas «semicolonias». Su origen, entonces, es remoto y su objetivo principal radica en la alienación. Es decir, en la separación psíquica de un individuo del entorno al que pertenece —de su ecosistema— a fin de evitarle sentir y reflexionar con relato a su mismidad. A fin de cuentas, evitar su raigambre con la realidad, con sus intereses y los de su comunidad.

La colonización cultural se promueve a partir de la seducción ideológica respecto a objetos materiales y simbólicos idealizados, como enseñaba el maestro Ernesto Goldar:

“Entendemos por alienación aquel trastorno intelectual temporal que se produce cuando al momento de conocer carecemos de la consciencia (denominada por Fermín Chávez «apercepción») respecto a aquellos factores que determinan nuestra observación. Si bien es una estrategia que apunta a lo general, en principio afecta la percepción de cada individuo en particular”.

De esta forma, ciertas categorías ideológicas y pautas culturales son incorporadas acríticamente, sin el tamiz reflexivo necesario. Se ha dicho que, alienado así el individuo, experimenta al mundo capitalista —central, tecnológico, dominante— de manera pasiva, como un receptor inanimado, como un sujeto sin vida, como no-sujeto pero, aún con ello, lo incorpora.

No obstante, el individuo en su faz colectiva —que es natural y que se constituye por relaciones de proximidad— comienza de un momento a otro a reaccionar, destruyendo espejismos a fin de concluir con una situación opresiva, es decir, se inicia en una suerte de proceso ascensional de rebeldía progresiva. En tal sentido, Scalabrini Ortiz proponía «volver a la realidad como imperativo inexcusable», recobrando la virginidad de la mente. De este modo comienza el camino hacia la recuperación de la consciencia, que en su esencia colectiva es la propia consciencia nacional.

Respecto a lo anterior, Fermín Chávez enseñaba que desentrañar las ideologías de los sistemas centrales —en cuanto ellas representan fuerzas e instrumentos de dominación— es una de las tareas primordiales de los trabajadores de la cultura en las regiones de la periferia; pero la realización cabal de esta tarea presupone, a su vez, la construcción de un instrumento adecuado. Necesitamos, pues, de una nueva ciencia del pensar, esto es, de una epistemología propia. Leopoldo Zea, por su parte, explicaba así el fenómeno de la recuperación de la consciencia: «Consciencia es reflexión consciente de nuestras circunstancias y de nuestro pasado histórico. Consciencia sobre sí, consciencia concreta de una realidad».

Jauretche, en plena sintonía, afirmaba:

“Tuvimos que destruir hasta en nosotros mismos, y en primer término, el pensamiento en que se nos había formado como al resto del país. Y desvincularnos de todo medio, de publicidad, de información, de acción, pues ellos estaban en manos de los instrumentos de dominación. Empeñados en ocultar la verdad, renunciar a todas las doctrinas y las soluciones que daban las cátedras. Era como andar con el arco y la flecha, en medio de ametralladoras y cañones. […] Oponíamos el sentido común y las conclusiones de un pensamiento inmediato a un pensamiento infatuado de sabiduría prestada”.

El maestro Cirigliano también nos interpelaba a pensar desde nosotros mismos, afirmaba que «pensar desde sí, para ser uno mismo, es liberarse, es despojarse de lo ajeno, deseducarse. El pensamiento ajeno, cuando uno no es libre, no ayuda, ocupa desalojando nuestra posibilidad de pensar lo nuestro desde nosotros mismos».

Resulta importante destacar además —como lo hacían Fermín Chávez y Jauretche— que el absurdo de sostener «civilización versus barbarie» fue la dicotomía que trastornó los supuestos culturales, hasta el punto de hacer creer a los nativos que «civilización» consistía en la sola y mecánica adopción de la «silla inglesa y la levita». Trajo a consecuencia una concepción naturalista de la sociedad, bajo la cual sucumbe el ethos de nuestro pueblo, de nuestra incipiente germinación cultural.

Carla Wainsztok —en plena sintonía y ya en la actualidad— sostiene que «todo proyecto pedagógico es político y no existe la neutralidad. O formamos y nos formamos para la libertad, para la emancipación, para la patria grande, o nos deformamos en pos de la tiranía del mercado y de los sectores dominantes».

A esta pedagogía de la colonización, entonces, habría que oponerle una pedagogía para la descolonización. Si como sostuvimos: el enciclopedismo, el eurocentrismo, el generalismo y el universalismo, fueron medios constitutivos de la colonización pedagógica, llegará un tiempo en que las reformas pedagógicas dejarán de concentrarse en el presunto «nivel de madurez» del estudiante, para dirigirse a un proceso de inversión de esos presupuestos.

Como enseñaba Jauretche: «… evitaremos que bajo la apariencia de los valores universales se sigan introduciendo como tales los valores relativos solo en un momento histórico o lugar geográfico, cuya apariencia de universalidad surge exclusivamente del poder de expansión universal que han dado los centros donde nacen». Es decir, la deflexión de los seudovalores irradiados —en apariencia absolutos— y que, por repetida comprobación empírica resultan relativos o, peor aún, de escaso provecho autóctono.

Es necesario pues, para un proceso de descolonización y de una verdadera reforma educativa —la que incluya a todos los niveles de la formación de los estudiantes de nuestro país—, invertir este fenómeno mediante un acto de recuperación de la autoconsciencia. Modificar sustancialmente los presupuestos sobre los cuales se asientan los contenidos educativos.

La colonización cultural y la pedagógica han sido el sustento no solamente de la sujeción de nuestro país en el pasado, sino que siguen constituyendo en la actualidad ardides artificiosos cuyo objeto es separar a los argentinos de su verdadera realidad y sus verdaderos intereses. Siguiendo el sentido, la verdadera conquista de la libertad deberá atravesar una serie de instituciones que necesariamente se verán obligadas a modificar sus valores y sus prácticas. Tal como enseña Ana Jaramillo: «primero se introduce la colonización por la cabeza y luego por los bolsillos». Por lo tanto, teniendo en cuenta que la colonización cultural es precondición de la colonización material, será necesario empezar por el principio, es decir, por implementar una verdadera pedagogía para la descolonización.

Para finalizar, no resulta imposible —para que nuestro país retome su proceso de liberación trascendente— que se proponga y promueva desde el Estado una inversión de valores y de contenidos educativos, integrados, como instrumentos de neutralización de esa élite supranacional que continúa exacerbando la alienación del sujeto en los países de la periferia. Parafraseando a Hernández con algo de metonimia: sepan que olvidar lo malo, también, es recuperar memoria.

* Francisco José Pestanha es abogado, docente y ensayista. Profesor titular ordinario del seminario Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa).

Fuente: Revista Viento Sur

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