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Sin ofensa ni temor 4: La vieja trampa liberal de la palabra “administrar”

Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Reproducimos un interesante artículo publicado el pasado 12 de enero, donde se analiza una de las más evidentes dificultades históricas que han tenido los gobiernos populares latinoamericanos durante todo el siglo XX y lo que va del XXI: gobernar no es lo mismo que tener el poder.

Por Sergio Barrios Escalante*

Estructuras dominantes y gobiernos en América Latina

Las lecciones históricas brindadas por Venezuela y Bolivia en los primeros años de este siglo XXI muestran que “administrar el poder” significa tener la capacidad de refundar un Estado, y no solo de administrar los aparatos gubernamentales.

Introducción

Según Wallerstein, todas las áreas, zonas, regiones, naciones y continentes forman parte de una misma macro-estructura, a la cual el bautizó como “sistema-mundo capitalista”. Hobsbawm, por su lado, llegó a la misma conclusión, al afirmar que el verdadero colapso de la extinta Unión Soviética (principal vitrina del “socialismo real” a lo largo de casi todo el siglo XX), se produjo cuando esta potencia se empezó a integrar gradualmente al sistema financiero capitalista (allá por los años 70´s). En otras palabras, cuando este “sub-sistema” se integró a uno mayor, al del furioso y desbocado capitalismo, el único que había fuera de la órbita de la URSS.

En cierto sentido, Margaret Tatcher, con otra intención y desde la perspectiva y los intereses de clase de la más rancia y extremista derecha neoliberal, redondeó la misma idea, al afirmar, en los años 80´s, palabras menos, palabras más, que “fuera del capitalismo no había ninguna alternativa”.

Desde la perspectiva de la sociología crítica latinoamericana se llegó igualmente a conclusiones similares, en particular, bajo la vertiente de la llamada “teoría de la dependencia”, al sostener que en esencia, bajo la integración subordinada al sistema capitalista hegemónico, lo único que se podía desarrollar en América Latina era el “subdesarrollo”.

Dicho todo lo anterior, presentado muy esquemáticamente pero a manera de contextualización general, me permito entrar rápidamente en materia, bajo el pretexto de lo que pareciera ser una inocente pregunta, a saber: ¿cuál es la naturaleza real de la dinámica existente entre las viejas estructuras oligárquicas y el funcionamiento actual de los gobiernos en Latinoamérica?

De Árbenz a Giammattei, de Pinochet a Boric

Para nadie es un secreto que existe en nuestra región latinoamericana una especie de “perenne oscilación pendular”, que se manifiesta a veces como bendición, y a veces como maldición. “Bendición” (al menos para los desposeídos y los estratos progresistas), cuando el péndulo se orienta hacia la izquierda, con la irrupción –generalmente por la vía electoral-, de gobiernos democráticos.

Maldición (y sin entrecomillado), cuando el péndulo se orienta o inclina hacia la derecha, con la ¿¡irrupción!? (o más bien, actualización), de gobiernos autoritarios y cleptocráticos, ya sea por medio de las urnas o a través de instancias o mecanismos ilegítimos.

Por varias décadas en nuestra región el péndulo quedó congelado en uno de sus extremos, a partir de la llamada “Operación Success”, una especie de “Plan Piloto” para derrotar por vías golpistas a gobiernos democráticos, que significó el derrocamiento ilegítimo del gobierno encabezado por Jacobo Árbenz en Guatemala, en 1954, y a partir del cual Estados Unidos diseño su “manual para derribar “gobiernos comunistas” en América Latina.

A partir de ese momento, el panorama político latinoamericano era completamente “plano”, “chato”, en el sentido de que en nuestra región “no se movía ni una hoja de árbol”, sin que mediase la voluntad y el control de los EEUU, con la sola excepción de Cuba, un solitario experimento socialista en pleno caribe, en las meras narices del imperio.

Sin embargo, un nuevo período de “ilusión democrática” nació en Latinoamérica (y en muchas otras partes del mundo dominadas por longevas dictaduras militares), con la irrupción y el triunfo de la llamada “Revolución de las Rosas”, en Portugal, en 1974, hecho considerado por muchos historiadores y politólogos, como el inicio de la oleada mundial de procesos de transición democrática, que en América Latina se manifestó con el desplazamiento paulatino (por medio de las urnas), del poder castrense enquistado ilegítimamente en casi todo el Cono Sur y en la mayor parte de América Central, con la sola excepción de Costa Rica.

Una paradoja muy importante subyacente en todo este proceso de recambios de gobiernos dictatoriales a otros de corte democrático (y sin la mediación de levantamientos armados de tinte revolucionario), fue que en la medida que la esfera política se fue “abriendo” y democratizando (al menos en apariencia y adoptando ciertos gestos y ropajes políticos), de manera simultánea y paralela, la esfera económica se fue “congelando” en el dogma monetarista y neoliberal.

Es importante subrayar que este funesto proceso económico aún no ha terminado. Pero resulta también importante señalar que en efecto, lo que parece haber terminado desde hace ya cierto tiempo, es la “ilusión democrática”, la vana esperanza que prevaleció en las masas populares latinoamericanas durante las últimas décadas del siglo XX, con respecto a que los cambios de gobierno eran la solución final a los problemas acuciantes y agobiantes para las inmensas mayorías desposeídas.

Con todo y los errores grandes y pequeños que tuvo Hugo Chávez, uno de los principales aportes de su gesta política al frente de sus tareas de gobierno y de sus tareas de Estado, fue el despertar en los sectores populares y progresistas latinoamericanos, la claridad de conciencia en torno a la insuficiencia de los cambios administrativos e institucionales (de gobierno), y mostrar en la práctica que lo importante era (y es) ir a los cambios de fondo, es decir, a los cambios estructurales. Bolivia aprendió mucho de esta lección histórica.

También resulta importante resaltar el grave error de muchos sectores sociales y políticos latinoamericanos, en particular, aquellos sectores afines y simpatizantes con la gesta refundacional conducida por Chávez, de haber aceptado y asimilado sin reparos el concepto de “Chavismo”, el cual, de manera paradójica y nada casual, ha sido explotado hasta el cansancio por la derecha latinoamericana, como una forma de deslegitimar una de las principales herencias políticas que este hijo honorable de Bolívar legó a los pueblos latinoamericanos.

En consecuencia, hoy en día en el bolsón de “chavismo” cabe todo, desde las más descabelladas acusaciones hasta las más fundadas críticas, olvidando (muchos de manera intencional y otros inocentemente), que el gran legado de Hugo Chávez Frías, fue el hacer conciencia en los pueblos de nuestro continente, que no es lo mismo “administrar el poder” que “administrar un gobierno”, en señalarnos que nada cambia de fondo mientras no se democratiza la economía. Todo lo que ha sucedido después de su muerte es materia de otro tipo de debate.

Estas lecciones históricas brindadas por Venezuela y Bolivia en los primeros años de este siglo XXI, muestran, entonces, que “administrar el poder” significa tener la capacidad de refundar un Estado.

“Administrar un gobierno”, parece relativamente irrelevante, al menos en el largo plazo y en el sentido histórico, pues en estos tiempos únicamente significa gerenciar temporalmente instituciones públicas, mientras las oligarquías y sus oscuros aliados, administran permanentemente el poder real, que como bien decía el Premio Nobel de Literatura, el portugués José Saramago, es siempre económico.

Por supuesto, la relación entre estructura y función siempre ha sido inmensamente complicada, compleja e intrincada, sea cual sea la disciplina desde la que se aborde. Aquí no he hecho más que arañar uno de sus múltiples aspectos.

Como sabemos, las dinámicas de la realidad concreta siempre son mucho más complejas; como solía decir Omar Torrijos; “Solamente en los párrafos de los libros las revoluciones se producen en línea recta”.

Resulta obvio que es mucho más fácil elucidar preguntas que responderlas a plenitud.


* Investigador social. Activista por la niñez en el proyecto ADINA. Editor de la Revista virtual RafTulum.

Fuente: ALAINET

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