Sin Ofensa ni temor 44: Ugarte, un precursor

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Sin Ofensa ni temor 44: Ugarte, un precursor

Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Compartimos con ustedes, unas líneas que escribiera Rodolfo Puiggrós respecto del rol de Manuel Ugarte, en la formación de lo que hoy denominamos «pensamiento nacional», sus alcances y lo que aún no pudo concretarse. Para el mencionado autor, Ugarte fue el ”El Precursor”

El Editor Federal

En junio de 1896 se fundó el la Argentina el Partido Socialista. Vivía el país en plenitud la etapa del trasplante de pedazos de Europa, como lo había programado el inspirador de la Constitución de 1853, Juan Bautista Alberdi. Llegaban masivamente capitales y mano de obra que desarrollaron un sistema económico agroexportador, dependiente de Gran Bretaña. También transmigraron las ideologías políticas del Viejo Mundo occidental.

Los recién llegados izquierdistas inculcaron en sus primeros conversos la concepción de un capitalismo universal homogéneo al que oponían un socialismo universal también homogéneo. Recogieron del liberalismo cultivado por la oligarquía terrateniente e ilustrada, la división de los pueblos en civilizados y bárbaros. Civilizados eran para ellos Inglaterra, Estados Unidos, Francia y Alemania, porque el elevado nivel de la educación pública permitiría pasar, según esperaban, del capitalismo al socialismo pacífica y progresivamente.

Confinaban a la Argentina y a toda América Latina en el submundo de la barbarie, cuyo atraso social requeriría una labor pedagógica a la que se consagró el Partido Socialista. El doctor Juan B. Justo, su fundador, aspiraba a formar un «proletariado inteligente y sensato», que salvara al país de la baja «política criolla», y a educar al ignaro pueblo en las idea morales del socialismo. Junto a ese proletariado socialista preveía la presencia de un «capitalismo inteligente y avanzado» para que ambos -aquél conquistando posiciones y éste cediéndolas- impulsaran la evolución pronosticada por su maestro Eduardo Bernstein: «una disminución relativamente progresista en el número de capitalistas y una riqueza creciente del proletariado».

El doctor Justo negaba con obstinación la existencia del imperialismo y, por lo tanto, de países coloniales y dependientes. Sólo admitía la antítesis civilización y barbarie. Pensaba que era indispensable civilizar primero a los pueblos para implantar el socialismo. Uno de sus discípulos ortodoxos escribía más tarde que «caemos en el absurdo nacionalista si vemos una desgracia en la acción coordinada del imperialismo».

Tales eran las ideas predominantes en el Partido Socialista, cuando Manuel Ugarte se adhirió a él, en septiembre de 1903, en una conferencia pública.

La Polémica

El ingreso de Ugarte al Partido Socialista coincidió con la invasión de los Estados Unidos en varias naciones de Nuestra América, después del anuncio del secretario de Estado, Richard Olney, de que la doctrina de Monroe significaba que su país era soberano en el continente y sus deseos debían interpretarse como órdenes.

El neófito hizo oír su voz de condena con la esperanza de que fuera recogida por sus compañeros, pero La Vanguardia, órgano oficial del Partido, aprobó el desgarramiento de Colombia y la edificación del Estado de Panamá, por donde debía pasar el canal del imperialismo. Escribía Juan B. Justo: «Mucho y bueno tenemos que aprender del gran pueblo norteamericano. Como todas las repúblicas sudamericanas, este país (Colombia) estuvo mucho tiempo convulsionado por las guerras civiles. El canal de Panamá contribuirá probablemente a su progreso, entrando de lleno en el concierto de las naciones prósperas y civilizadas».

Manuel Ugarte le respondió: «Protesto contra los términos poco fraternales y contra la ofensa inferida a esa república, que merece nuestro respeto no solo por sus desgracias, sino también por su pasado glorioso y su altivez nunca desmentida. Al decir que Colombia entrará ‘de lleno en el concierto de las naciones prósperas y civilizadas’, se establece que no lo ha hecho aún, y se comete injusticia dolorosa contra ese país, uno de los más generosos y cultos que he visitado durante mi gira”.

De su viaje por el continente, Manuel Ugarte extrajo conclusiones que esclarecieron definitivamente sus ideas. «El hecho indestructible -diría- es que sacrificando las doctrinas para preservar sus intereses, los Estados Unidos, preparan la dominación mundial para la cual se creen elegidos». Comprobó que Nuestra América «encerraba una vigorosa tendencia nacionalista, pero no en el sentido de expansión, sino en el sentido de defensa», tendencia que le convenció de que el socialismo debía partir de las realidades nacionales y latinoamericanas.

La expulsión

La Vanguardia se llenó de insultos al rebelde que desafiaba su dogmática pseudosocialista; «Ugarte viene empapado de barbarie, viene de atravesar zonas insalubres, regiones miserables, pueblos de escasa cultura, países de rudimentaria civilización. Y no viene a pedirnos que llevemos nuestra cultura litoral a nuestro norte atrasado para extenderla después, si se quiere, más al norte. No. Viene a pedirnos una solidaridad negativa, una ayuda de guerra para combatir por la hostilidad sin objeto a los Estados Unidos. Quiere complicarnos en el atraso político económico y social de esas pobres repúblicas que están a nuestra cabecera sacudidas por sus males internos, quiere la regresión para nuestra patria… ¿Y qué es, nos preguntamos los socialistas, el peligro yanqui comparado con la anarquía interna de tales naciones?».

Juan B. Justo alabó las guerras coloniales en las páginas disparatadamente antológicas de Teoría y Práctica de la Historia (Buenos Aires, edición de 1931, pags. 125 y siguientes), libro que guió los pasos de su partido. Leemos: «Con un esfuerzo militar que no compromete la vida ni el desarrollo de la masa del pueblo superior (?), esas guerras franquean a la civilización territorios inmensos. ¿Puede reprocharse a los europeos su penetración en Africa porque se acompaña de crueldades? ¿Pero vamos a reprocharnos el haber quitado a los caciques indios el dominio de la pampa? Nada extraño, pues, que a mediados del siglo pasado, la exuberante civilización norteamericana, en dos pequeñas expediciones militares, quitara extensos territorios, no al pueblo de México, formado por miserables y esclavizados peones (?), sino a la oligarquía de facciosos que lo gobernaba… No puede atribuirse a otra causa el hecho singular de que apenas libres del gobernador español, los cubanos riñeron entre sí hasta que ha ido un general norteamericano a poner orden y mantener en paz a esos hombres de otra lengua y de […] [incompleto: error de impresión] Era la torpe apología del imperialismo norteamericano”.

Ugarte se reveló altiva y enérgicamente. Decía en “El porvenir de América Latina” (segunda edición; pags. 153): «Los cerebros más independientes, los hombres más fríos tienen que simpatizar con el Transvaal cuando se opone a la arremetida de Inglaterra, con Marruecos cuando se encabrita bajo la invasión de Francia, con Polonia cuando, a pesar del reparto, tiende a reunir sus fragmentos en un ímpetu admirable de bravura, y con América Latina cuando contiene el avance del imperialismo que se desencadena sobre ella para ponerle un collar de protectorado y arrastrarla hacia el trust, hacia el prejuicio de raza y hacia la paradoja culpable de la dominación universal». Insistía en “El Destino de un Continente” (pág. 53): «Para nosotros no existe ni arbitraje, ni derecho internacional, ni consideración humana […] Así se instalaron los ingleses en Las Malvinas o en la llamada Honduras Británica, así prosperó la expedición del archiduque Maximiliano, así se consumó la expoliación de Texas, Arizona, California y Nuevo México. Estamos asimilados a ciertos pueblos del Extremo Oriente, o del Africa Central, dentro del enorme proletariado de naciones débiles, a las cuales se presiona, se desangra, se diezma y anula en nombre del progreso y la civilización”.

El hereje fue expulsado del Partido Socialista en circunstancias que engrandecen su figura: se disponía a partir a México a «contribuir a la defensa y a competir la suerte del pueblo hermano», entonces amenazado por una intervención de los Estados Unidos, cuyo presidente Teodoro Roosevelt, el del big stick, visitaba Buenos Aires y La Vanguardia se complacía de la «sencilla y entusiasta recepción» de que había sido objeto (6 de noviembre de 1913).

Lejos de su Patria, escribió más de cuarenta libros. Pronunció decenas de conferencias en memorables giras por el continente. Así vivió entre el deseo de actuar y el empujón de los que no querían que actuara, entre su impulso hacia la clase obrera, como eje de la emancipación de nuestros pueblos y los trepadores que le cerraban el paso.

Así vivió hasta los 70 años, fiel a su divisa: «Creo que el socialismo debe ser nacional». Era hombre sin compromisos, fuera del compromiso con su pasado de infatigable luchador antiimperialista. Mientras los discípulos de Juan B. Justo se asociaban con el embajador norteamericano Spruille Braden, el general Perón lo designaba embajador en México.

Una calle de esta ciudad lleva su nombre y un mural de la Universidad de Guayaquil, entre las figuras de los grandes de América Latina, aparece la suya. Su largo combate explica lo esencial de la historia argentina de este siglo. Ojalá hubiera vivido para asistir al desenlace triunfal.

Fuente: Cuadernos de El Ortiba – “Tres textos sobre Manuel Ugarte”

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