Sin ofensa ni temor 90: “Cuestiones nacionales”

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Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Menos mal que existe Battistoni* para salvarnos. El autor rescata un texto argentino que ya va por los 190 años, y se adelanta al pensamiento económico occidental por varios años. Lea; es cortito.

El Editor Federal

Los alemanes blanden orgullosos el ser los fundadores de una de las ramas más importantes de la economía política, la Escuela Histórica, que tan sustanciales aportes hizo al acervo de la ciencia social. Nombres como los de Federico List- su fundador y más eminente expositor-, Wilhelm Roscher, Bruno Hildebrand y Carlos Knies, hacen gala de un pensamiento situado, que permitió el desarrollo de las fuerzas productivas y la consolidación alemana como potencia en el marco de las naciones europeas.

Los argentinos, con nuestra incuria habitual, desconocemos que mucho antes de la aparición del libro fundador de la Escuela Histórica Alemana, el Sistema Nacional de Economía Política, de Federico List, en 1841, un doctor en leyes correntino, José Simón García de Cossio, egresado de la Universidad de San Francisco Javier en Charcas, había escrito una obra, Cuestiones Nacionales, firmada por razones políticas por el Gobernador Pedro Ferré, que no tiene nada que envidiar a lo concebido por los intelectuales germánicos. Este texto, cuyas reflexiones fueron continuadas en nuestro país por Mariano Fragueiro, el notable Alejandro Bunge, y contemporáneamente por dos de los mejores economistas argentinos, Aldo Ferrer y Alfredo Eric Calcagno.

Lo primero que nos sorprende de la lectura de este documento histórico, es su definición de la Nación Latinoamericana, categoría esencial para poder encarar estratégicamente una política económica autónoma: “Los pueblos estaban obligados a reunirse en cuerpo de Nación por la fuerza irresistible del instinto, que inspiraba esta necesidad a hombres que habitaban un mismo continente, que tienen los mismos hábitos y costumbres, que habían mezclado su sangre en el largo periodo de más de trescientos años, que se comunicaban entre sí por relaciones de interés, que hablaban un mismo idioma, y finalmente, que profesan una misma religión y un mismo culto”. Las universidades argentinas, tan atentas a cualquier definición de lo que es una nación que provenga de libros extranjeros, tendrían que empezar por enseñar este espléndido párrafo litoraleño.

Contra los partidarios del librecambio, pone el escalpelo donde más le dolía a los rentistas del puerto de Buenos Aires: “V. combate las restricciones del comercio extranjero porque harían nacer un odioso monopolio, y este lo establece pretendiendo que la Nación Argentina quede perpetuamente sometida al que ejercen sobre ella los extranjeros de todas las naciones; no hace V. más que variar de mano el monopolio que hacía antes la antigua metrópoli, estableciendo otro más depresivo porque es más general y más injusto porque es más bárbaro”. Y concluye: “Siendo indudablemente que la industria de las naciones ha llegado a su última perfección, la concurrencia de todos sus productos, obra siempre a destruir o inutilizar en cada día y en cada momento todas las tentativas nacionales; matando, digámoslo así, la industria nacional, por cuanto la desnuda del estímulo del interés que la debe desarrollar lenta y progresivamente”. Palabras de plena actualidad, en una Argentina que muchos quieren convertir en un exportador de productos primarios sin un desarrollo nacional inclusivo.

Otra observación brillante es la historización del origen de las rentas nacionales que se apropiaba el Estado de Buenos Aires en detrimento de toda la Confederación Argentina: “…las rentas nacionales fueron formadas y reconocidas muchos siglos antes que la colonia argentina se desprendiese de la antigua metrópoli, y entró a gozarlas y a distribuirlas a la par de los poderes que arrancó de las manos de los antiguos reyes…”, y afirmaba con agudeza: “Ellas pasaron al poder de la Nación por el mismo principio que la Gran Bretaña se hizo dueña de una parte de las rentas que existían en Buenos Aires, cuando las armas de esta potencia la ocuparon en 1806”. Es decir, Buenos Aires al no querer federalizar el producto de la aduana y nacionalizar el puerto, ocupaba dentro de la política nacional, ¡el mismo lugar que los invasores de la pérfida Albión!

Es importante hacer notar que el texto reivindica, más allá de aspectos puntuales, el papel de Buenos Aires dentro del entramado nacional, subrayando su carácter de provincia más importante y de mayor desarrollo cultural. La crítica de los federalistas correntinos, estribaba en la necesidad de que se integre al conjunto nacional, sin pretensiones hegemónicas, que es uno de los problemas que no hemos podido resolver los argentinos. De ahí la propuesta de Manuel Leiva en las discusiones del Pacto Federal de 1831, de que el puerto de Rosario tenga una aduana de las mismas características de las de Buenos Aires. El centralismo porteño y su protervia ahogan toda posibilidad de un desarrollo que aumente la productividad del trabajo nacional en todo nuestro territorio de manera equilibrada.

“Cuestiones Nacionales”, obra firmada por don Pedro Ferré, pero pensada y redactada por José Simón García de Cossio, es el manifiesto político más importante del Federalismo del Litoral. Conocer este magnífico trabajo y difundirlo es una tarea esencial para todos aquellos que amamos nuestro querido e injusto país.

*El texto se titula “Cuestiones nacionales”, del historiador santafesino Gustavo Battistoni; publicado el pasado 23 de mayo en EL Correo de Firmat.

Fuente: El Correo Digital

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