Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Compartimos el artículo de Facundo De Vicenzo titulado “El concepto de “lo nacional iberoamericano” en el libro El sentido de América”, la obra de Alberto Buela. El autor, tomado el concepto rescatado en el encabezado del artículo, realiza un aporte que nos da elementos para pensar mejor los movimientos políticos actuales.
El Editor Federal
El concepto de “lo nacional iberoamericano” en el libro El sentido de América – Por Facundo Di Vincenzo*
El filósofo y reconocido pensador nacional Alberto Buela (Buenos Aires, 1946) escribe:
“Es indudable que uno de los temas que en estos últimos tiempos ha sido planteado con mayor insistencia es el de lo Nacional, y así se habla de ‘Cultura Nacional’, filosofía, economía y hasta teología nacional” (Buela, 1990: 17).
Buela evidentemente encuentra que hay múltiples y diversas voces que a mediados de los años 70 hablaban de “lo nacional”. Se arropaban con esta idea, haciendo uso de esa sustancia para sostener sus lucubraciones, y en ese sentido, se la apropiaban. El filósofo menciona algunos casos, como el del nacionalismo oligarco-nativista (Anchorena), el socialismo internacionalista irrepresentativo (Selser), el liberalismo (Solano Lima) y el marxismo (Abelardo Ramos).
Rápidamente, el lector o lectora puede arribar al tema y problema: ¿cómo es posible que posiciones políticas tan dispares, algunas de ellas totalmente antagónicas y enfrentadas, converjan en llamarse nacionales? Una posible explicación a este entrevero puede hallarse en las disquisiciones que cada una de estas corrientes tiene para dar al momento de afirmarse como expresión de “lo nacional”. Alberto Buela demuestra que cada una de estas tendencias, al momento de hablar de “lo nacional”, lo explicitan negativamente, por contraposición a su contrario: ejemplo, nacional-extranjero, oligárquico-antioligárquico, intelectual-antiintelectual, colonizador-descolonizador o decolonial, hegemónico-contrahegemónico, liberal-antiliberal. En consecuencia, dice Buela (1990: 18), “lleva a entender más bien lo que no es lo nacional, que lo que es”.
Por otra parte, en una dimensión más científica y metodológica, Alberto Buela expone los trucos ocultos de esta operación, ligada a una lógica de pensamiento de raíz eurocéntrica, racionalista, positivista y evolucionista-progresista. En resumen, una cosmovisión –forma de observar el mundo– que es ajena a nuestro suelo define la esencia de lo nuestro. Aparece entonces un problema más profundo, ligado a las formas de entender las cosas que suceden en nuestro acontecer, ya que lo que prima en estas corrientes de pensamiento no es lo efectivamente real, el llamado “mandato de la realidad”, sino el mero concepto, la abstracción, que no surge de la realidad, sino del pensamiento del ser humano.
Veinticuatro años después, el filósofo nacional observa los mismos problemas vinculados con la pérdida o la ausencia de la verdadera identidad nacional, en aquel entonces íntimamente asociada a los nuevos Estados-Nación surgidos tras el desmembramiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
“Parece que nosotros hoy padecemos la opresión de otra gran tenaza, pues el mundo de nuestros días está atrapado entre la homogeneización global de un mundo-uno y el renacimiento tribal de los nacionalismos periféricos. Oscilamos entre McDonald’s y Bosnia, CNN y Ruanda, Microsoft y Chechenia. Unos están compuestos por hombres y mujeres, para quienes la cultura propia y su lengua, la nacionalidad étnica y su religión son elementos descartables y a reemplazar. En tanto que otros hurgan en sus muertos o ilusorios mitos fundadores, para desde allí enfrentar el problema de la pérdida de identidad” (Buela, 1998: 9).
En este caso, hay que destacar que Alberto Buela refiere a otro momento y escenario, el de fines del siglo XX. En aquel entonces, buena parte de los académicos más encumbrados, al hablar del nacionalismo citaban, traducían y replicaban las exploraciones realizadas por Benedict Anderson (1993) en su libro Comunidades imaginadas, Ernest Gellner (1991) con Naciones y nacionalismo y Eric Hobsbawm (1991) en su trabajo Naciones y nacionalismo desde 1780. De alguna u otra forma llegan todos ellos a la conclusión de que las naciones y el nacionalismo fueron el producto de la modernidad, afirmando que han sido creaciones, abstracciones y construcciones ideadas para sostener y perpetuar a los nuevos Estados republicanos surgidos tras las revoluciones burguesas en Francia e Inglaterra. Anderson, incluso, va más lejos que Gellner y Hobsbawm, y redimensiona el elemento utópico del nacionalismo. Según Anderson (1993: 23), las naciones son comunidades imaginadas: “porque aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”.
En resumen, y para decirlo rápidamente, observo al menos tres cuestiones que estos estudiosos, nacidos o formados en países del Atlántico Norte, no consideran. La primera, que los procesos de formación de las naciones no han sido los mismos en la Europa llamada central –Francia, Holanda, Bélgica, Inglaterra– que en otras regiones del planeta: “Y como la realidad, y en sumo grado lo social, no es algo estático, sino dinámico, en el análisis de ‘lo nacional’ hay que tener en cuenta fundamentalmente su progresiva configuración a través del desarrollo histórico” (Buela, 1990: 18).
Segundo, aferrados a su matriz liberal-marxista-antiestatista anulan la posibilidad de que los Estados Nación emerjan, surjan o se constituyan a partir de disputas de sectores populares no burgueses. En consecuencia, descartan los fundamentos particulares y creativos germinados en el transcurso de las luchas por la emancipación latinoamericana durante el siglo XIX o por las guerras de descolonización de los países periféricos –África, Asia, Europa del Este, Guerra de Malvinas–, aquello que el politólogo Marcelo Gullo (2014) define como ‘la insubordinación fundante’. Dice Alberto Buela (1990: 20): “Se quedan en la periferia de ‘lo nacional’, no por su incapacidad, sino simplemente porque la conformación de una conciencia marxista no puede ver lo nacional más que desde el espejo de la determinación fundamental que para el marxismo las relaciones entre los hombres; esto es, ‘lo económico’”.
En tercer lugar, encuentro que, imbuidos en ciencias y metodologías de corte político ideológico evolucionista, progresista y racionalista, reducen al mínimo principios filosóficos, metafísicos, espirituales e históricos que Buela expone como primordiales al momento de trabajar el concepto y la idea de “lo nacional”: “Al darle primacía a ‘lo económico’, una conciencia marxista, por más bien intencionada que se encuentre, está llevada a negar, si quiere ser coherente con su propia cosmovisión, valores efectivamente determinantes de ‘lo nacional’ como los son, por ejemplo, los ético-religiosos del pueblo” (Buela, 1990: 20).
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Una revisión a la historia del pensamiento bajo la Cruz del Sur
En una revisión de la historia de las ideas, Alberto Buela reconoce dos tendencias o líneas de pensamiento que convergen en Argentina: la hispánica y la anglo-francesa. Me interesa resaltar que, a diferencia de la mayoría de los estudiosos sobre el tema, Buela no las contrapone ni las descarta, sino que las considera articuladas:
“la [hispánica] nos otorga nuestra configuración originaria a partir del siglo XVI, y sin interferencia, nos inculca valores durante casi tres siglos. La [anglo-francesa] comienza su gesta desde los primeros años del siglo XIX y de allí conviven las dos hasta nuestros días. Una encarnada en figuras como San Martín, Belgrano, Rosas, los caudillos Yrigoyen y Perón; la otra representada por hombres como Rivadavia, Mitre, Sarmiento, Roca, Avellaneda, J.B. Justo y Rojas” (Buela, 1990: 19).
Observo en este punto dos aportes significativos sobre el tema que los estudiosos Gellner, Hobsbawm, Anderson y tantos otros no tienen presentes en sus trabajos. Por un lado, la incorporación y la importancia de una serie de personas, de figuras histórico políticas, al momento de pensar “lo nacional”. En otras palabras, y siguiendo la interpretación de la historia como algo viviente y vivificador, los líderes de las luchas por la emancipación y la liberación nacional irremediablemente actúan, con sus acciones creativas, transformando la sustancia de “lo nacional”.
Al mismo tiempo, mientras que la cosmovisión evolucionista, progresista y eurocéntrica-imperialista –OTAN– impide considerar los sincretismos, fusiones y transculturaciones propias de la esencia de “lo nacional” en las naciones de Iberoamérica, en el estudio de Alberto Buela observo que estas derivaciones y asimetrías son asumidas. En consecuencia, el filósofo nacional no cae en el embudo problemático en el que se encuentran Gellner, Hobsbawm y Anderson, obstáculo metodológico que los lleva a diseñar argumentaciones en donde prima “lo imaginario”, “lo narrativo” y “lo lingüístico”, verdadera tragedia para el oficio, pues los historiadores terminan elaborando sus estudios sobre “lo nacional” a partir del alejamiento de la historia.
Encuentro que buena parte de los llamados estudios decoloniales o de la descolonización[1], bien intencionados en su búsqueda por reconocer las contribuciones de las periferias en la historia universal, nacidos en la vorágine de estos extrañamientos (1980-1990), han sido también arrastrados por las teorías del discurso y los estudios sobre “el giro lingüístico”, y en esa medida, amontonados en un mismo embudo problemático que los anteriores, terminaron hurgando en los relatos, imaginarios, discursos, aquello que se encuentra en los acontecimientos. Observo que estas diversificaciones –los estudios de minorías: género, raciales, migrantes, desclasados, étnicos– operaron diluyendo el sentido de los acontecimientos, desintegrando y desatendiendo las dimensiones de análisis ligadas a cualquier hecho histórico –dimensión política, social, económica o espiritual– en las Américas.
Afirmaba el filósofo y antropólogo francés Paul Ricœur (Valence, 1913-2015): “la palabra es un acontecimiento” (Ricœur, 2005). Hoy ya es tiempo de corregirlo y recordar que un acontecimiento es un acontecimiento, y una palabra es una palabra. Los relatos y elucubraciones teológicas de este grupo de académicos y académicas no son el motor de la historia, y menos aún para los pueblos de Iberoamérica, región del mundo con debajo del 20% de su población con conocimientos universitarios (García de Fanelli, 2018).
Por otra parte, los decoloniales o estudiosos de la descolonización discuten la modernidad e interpelan a la matriz eurocéntrica con su esquema universal, aunque no plantean en profundidad ni estudian transformaciones culturales, históricas, políticas, económicas, sociales o religiosas que sucedieron en el periodo indiano o colonial americano. Más bien, iluminan a las voces silenciadas, llegando a concluir que América Latina es una suerte de región en donde prima lo diverso, lo múltiple y lo heterogéneo.
En ese sentido, sus trabajos terminan aportando aún más a la disgregación de una región que para Alberto Buela es una sola por naturaleza. En pocas palabras, la diversidad es un antónimo de la unidad, y en ese sentido para los iberoamericanos el uso de la palabra es política, cultural, social y geopolíticamente incorrecto y peligroso. Principalmente porque –como señala Buela– se lo utiliza con una valoración positiva. Rápidamente intentaré explicar la ligazón de este término con la cosmovisión que propone para el mundo la OTAN: liberal, individualista, mercantil, imperialista.
Varios pensadores han estudiado las cuevas ocultas del progresismo: Leonardo Castellani (1976), Julio Meinvielle (1967), Ramón Doll (1934), Alberto Buela (2020), Aleksandr Dugin (2018), Esteban Montenegro (2020). En la mayoría de los casos, rastrearon la etimología de la palabra progreso. El término progreso –progressus– que se usa en nuestros días deriva de término griego próodos, que significa “salir de sí mismo y dirigirse hacia lo otro” (Dugin, 2018: 21). Los neoplatónicos llamaron proódos al recorrido o manifestación que nace del origen, de Dios, y que se dirige hacia lo terrenal, al ser humano y su pensamiento.
Han pasado muchos años y la palabra ha sido reconvertida en nuestros tiempos. Parecería que el progresismo aceleró la marcha y desde mediados del siglo XX se ha alejado más y más de la unicidad, entendiendo por ello la identidad mestiza con su cultura iberoamericana –indígena e ibérica–, sus lenguas latinas y su cristiano plebeyo. La diversidad es la expresión de la lejanía. Es la aceptación de que somos diferentes, distintos, ajenos y, peor aún, de que esas bifurcaciones tienen una valoración positiva.
En conclusión, y siguiendo al filósofo nacional, no es positivo para nosotros, los iberoamericanos, que esas diversidades nos unan más a quienes explotan nuestros recursos, destruyen nuestros ecosistemas y nos dominan con los mecanismos más siniestros, que a nuestros vecinos y a los hombres y mujeres que viven lejos de las ciudades puertos latinoamericanas.
En nuestra región, lo distinto se ensambla, muta, se incorpora y unifica. No se acepta ni se respeta: esos son modismos de las urbes europeas mal copiados por una casta de periodistas, políticos e intelectuales –ensamblados por la colonización cultural ejecutada por la OTAN o por sus fiestas con drogas de laboratorio– que dominan los medios de comunicación hegemónicos y que hoy constituyen lo que llaman “opinión pública”.
Además, ¿la OTAN tiene pensamiento diverso cuando se trata de resolver qué se debe hacer respecto a los territorios ocupados por los imperialismos del Atlántico Norte en Iberoamérica, como las Islas Malvinas, Panamá, Puerto Rico, Guantánamo, etcétera? Al respecto, afirma Alberto Buela (1990: 35):
“No es entreteniéndose –al mejor estilo europeo– en disquisiciones eruditas respecto de tal o cual matiz o aspecto puntual de este o aquel filósofo en donde encuentra su lugar el pensador hispanoamericano, menos lo es aún, ensuciando los pizarrones al mejor estilo de la filosofía anglosajona del norte del continente, con fórmulas lógico-matemáticas carentes de predicación de existencia. Nuestro lugar propio es, a partir de nuestro genius loci –clima, suelo, paisaje– explicitar la identidad cultural. Es responder a la pregunta qué somos, sin caer, a la vez, en el mero pintoresquismo indigenista, pero de tal manera que nuestra respuesta, explicitando nuestro arraigo, tenga validez universal”.
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Iberoamérica contra Occidente
A lo largo del sustancioso libro, Alberto Buela demuestra con claridad que lo iberoamericano no se define por lo no-occidental o lo no-europeo. No obstante, justamente por no asumir esa europeización, lo iberoamericano se constituye como un bastión de resistencia a la lógica –intrínseca– imperial del “viejo continente”. ¿Qué define lo nacional iberoamericano entonces? Varios rasgos o “principios vitales”: a) la comunidad de lengua que sostiene la mayoría del pueblo iberoamericano; en este punto el filósofo incluye a los brasileños, a pesar de su idioma: “Con justa razón puede decir el Prof. Juan José Hernández Arregui que Iberoamérica, incluido Brasil, cuyo idioma es casi el nuestro, reúne los requisitos de una verdadera Nación… Iberoamérica es una cultura única” (Buela, 1990: 20; Hernández Arregui, 1973: 22); b) lo católico americanizado, que se manifiesta a nivel sensible a través de los tiempos desde la llegada de los primeros humanistas cristianos, pero también con las creencias, costumbres y tradiciones precolombinas, con las que se ensambla y sincretiza emocional y culturalmente en la devoción a la virgen María o en las ceremonias a la Pacha Mama: “este entrecruzamiento entre lo católico y lo indigenista, aun pecando de heterodoxo, es la mejor resistencia tanto a la penetración yanqui, en este plano, a través del estoicismo mormón, que tolera la explotación como mandato divino, como el racionalismo cristiano vaciado de contenido que nos ofrece la Europa decadente” (Buela, 1990: 24); c) la continuidad territorial: por historia, tradiciones, luchas, memoria y costumbres afines, en Iberoamérica prevalece una idea de Patria –tierra de nuestros padres: lo español, lo indígena– que va más allá de las fronteras “establecidas por los nacionalismos oligárquicos”; esta característica, que arraiga en el pueblo, delimita y ajusta lo nacional, negando toda voluntad imperial cuando ésta se insinúa: “derechos de nacionalidad sobre territorios alejados de ella. Gran Bretaña sobre Malvinas o Belice, Francia sobre la Guayana, EEUU sobre el Canal de Panamá, son entre otros, casos sufridos de Iberoamérica que niegan rotundamente este rasgo Nacional” (Buela, 1990: 24); d) la cosmovisión que sustenta el pueblo iberoamericano; Alberto Buela es muy preciso al momento de explicar esta noción, en realidad hasta se podría decir que engloba o abraza a todos los demás principios: es el elemento que funciona como nexo fundamental de comunidades ficticiamente separadas:[2] “Una cosmovisión es algo más que una concepción teórica del mundo. Por ello su concepto es más amplio que el de la filosofía o religión. Pues ella, además de una visión de conjunto de la naturaleza y el hombre, implica acción, es decir, vivencias concretas; es por ello que una cosmovisión no es obra de un filósofo o un santón, sino que ella se genera como la obra de una época” (Buela, 1990: 26). La cosmovisión refiere a principios configuradores de la vida que afectan a la comunidad, “al núcleo aglutinado” y que, según el filósofo nacional, afloran en situaciones límites.
La causa Malvinas como catalizadora de la cosmovisión iberoamericana
En una reciente charla que tuvimos los compañeros y las compañeras del Observatorio Malvinas de la Universidad Nacional de Lanús con el pensador nacional, Buela afirmaba que toda cosmovisión requiere de vivencias compartidas, historias que a nuestro pueblo iberoamericano le sobran. Comentaba que los enemigos y los usurpadores siempre han sido los mismos: Inglaterra desde el siglo XIX y Estados Unidos desde el siglo XX. Su misión fue y es unívocamente explotarnos. Justamente por ello, la recuperación de nuestras Islas Malvinas en 1982 fue un acontecimiento profundo, necesario, catalizador y articulador del pasado, presente y futuro de la cosmovisión iberoamericana:
“Debíamos volver a Malvinas, debíamos mostrarles a las naciones del mundo que ese es nuestro destino. Ese debió ser el comienzo de una nueva era, un catalizador para la cosmovisión iberoamericana”.[3]
*Facundo Di Vincenzo es profesor de Historia (UBA), doctorando en Historia (USAL), especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa), docente e investigador del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte” y del Instituto de Problemas Nacionales (UNLa) y columnista del programa radial Malvinas Causa Central, Megafón FM 92.1.
[1] Algunos trabajos que expresan la tendencia señalada de la corriente decolonial o de la descolonización son: Mignolo (1998); Walsh (2004); Quijano (2000).
[2] Sobre la idea de comunidad y la aparente disgregación que proponen ideólogos, intelectuales y demás difusores del posmoprogresismo, recomiendo la lectura de los textos de Podetti (1975) y Kusch (1976).
[3] La conversación se encuentra en el canal del Observatorio Malvinas: www.youtube.com.
BIBLIOGRAFÍA
Anderson B (1993): Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México, Fondo de Cultura Económica.
Buela A (1990): “Elementos estructurales de la Conciencia Nacional”. En El sentido de América, obra citada.
Buela A (1990): “Sobre una Cosmovisión Nacional”. En El sentido de América (Seis ensayos en busca de nuestra identidad), Buenos Aires, Theoria.
Buela A (1998): Aportes a la tradición nacional. Buenos Aires, Agrupación Tradicionalista Rincón del Moro.
Buela A (2020): Teoría del disenso. Buenos Aires, Nomos.
Castellani L (1976): Esencia del Liberalismo. Buenos Aires, Dictio.
Doll R (1934): Liberalismo. En la literatura y en la política. Buenos Aires, Claridad.
Dugin A (2018): Logos argentino. Metafísica de la Cruz del Sur. Buenos Aires, Nomos.
García de Fanelli A (2018): Panorama de la educación superior en Iberoamérica a través de los indicadores de la Red índices. Lima, Observatorio Iberoamericano de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad.
Gellner E (1991): Naciones y nacionalismo. Buenos Aires, Alianza.
Gullo M (2014): La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción de las naciones. Buenos Aires, Biblos.
Hernández Arregui JJ (1973): Peronismo y Socialismo. Buenos Aires, Corregidor.
Hobsbawm E (1991): Naciones y nacionalismo desde 1780. Buenos Aires, Crítica, 2012.
Kusch R (1976): Geocultura del hombre americano. Buenos Aires, Fernando García Cambeiro.
Meinvielle J (1967): Un progresismo vengonzante. Buenos Aires, Cruz y Fierro.
Mignolo W (1998): “La colonialidad del poder y la experiencia cultural latinoamericana”. En Pueblo, época y desarrollo: la sociología de América Latina, Caracas, Nueva Sociedad.
Montenegro E (2020): Pampa y estepa. Buenos Aires, Nomos.
Podetti A (1975): “Comunidad disociada y sus filósofos”. Hechos e Ideas, Buenos Aires, 8, Tercera época, enero-abril.
Quijano A (2000): “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. En La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires, Clacso.
Ricœur P (2005): El conflicto de las interpretaciones. Ensayo de hermenéutica. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Walsh C (2004): “Introducción. (Re)pensamiento crítico y (de)colonialidad”. En Pensamiento crítico y matriz (de)colonial. Reflexiones latinoamericanas, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar.
Fuente: Revista Movimiento