Leemos en el portal especializado en energía EconoJournal que la empresa estatal Dioxitek pudo acceder a los dólares necesarios para pagar una importación de concentrado de uranio. Éste es el insumo clave en la fabricación de los complejos manojos de combustible para las centrales nucleares, algo que tenemos en el país y que hasta 1997 producíamos en el país.
Por Daniel E. Arias*
¿Una minera canadiense en la Patagonia para vendernos nuestro propio uranio?
Argentina había decidido desde el vamos ser autosuficiente en combustibles nucleares en 1950, cuando se fundó la CNEA. Para mantener esa postura, tras mucho debate en 1967 decidió que sus centrales de potencia (hoy las dos Atuchas bonaerenses y la cordobesa Embalse) usaran además uranio natural, sin enriquecimiento. Y no tanto por lo caro o complejo del enriquecimiento, o porque las centrales de uranio natural son mejores, más seguras y más baratas (que lo son). Lo hizo para evitarse entreveros diplomáticos y sanciones con el objetor eterno y principal de que tengamos un programa nuclear independiente. Sí, los EEUU.
Fabricar manojos de combustibles nucleares para centrales de potencia es una ingeniería aparte. No se termina en la transformación del mineral de uranio en concentrado, ni de éste en dióxido de uranio. Tampoco de éste en pequeñas pastillas de cerámica negra de uranio, capaces de aguantar 1500o C en su interior. Se requiere también el dominio pleno de aleaciones de circonio, para construir finas estructuras de caños de circaloy que se rellenan con pastillas de uranio.
Y el resultado, tras mucha soldadura perfecta de caños y tapones, es un elemento combustible completo, capaz de soportar el diferencial de temperatura de las pastillas al rojo blanco adentro, y la presión del refrigerante a 120 atmósferas y casi 400o C, y la brutal irradiación de neutrones y rayos gamma. Es casi increíble que una estructura tan delicada soporte uno o más años en estas condiciones de trabajo. Y según el tipo de central, se cientos o miles de éstos manojos para conformar el núcleo de una central.
Cantidad de países con centrales nucleares no dominan ni importan todas estas ingenierías: compran los elementos combustibles completos, con pastillas de uranio, a su conveniencia. La tienen una fe infinita a sus proveedores. No es nuestro caso: en 1986 pudimos lograr, tras décadas de trabajo de centenares de expertos en cantidad de ingeniería distintas, que la Argentina fuera plenamente independiente en combustibles nucleares, tanto en lo que respecta a materiales como a tecnologías.
Esa independencia no duró mucho: puso brevemente todas nuestras centrales fuera de riesgo de extorsión diplomática, ese tipo de cosas que no se publican jamás pero deciden el destino de los países. Firmame esta declaración, dame esta concesión, aprobame esta ley o te quedás sin combustibles nucleares.
Para la Argentina, sería un riesgo altísimo. Sólo tenemos 3 centrales de potencia en línea, y suman unos escuetos 1763 MWe. Pero en revancha, tienen una factor de disponibilidad altísimo y que ha ido mejorando año a año, mayor del 90% en el caso de Atucha I y Embalse. Somos muy vulnerables a un apagón nuclear general.
El ciclo de combustibles tiene algunos materiales que son cuello de botella, particularmente dos metales: el uranio, por supuesto, y además el circonio, y los elementos metálicos bastante raros con los que se lo transforma en distintas superalaciones de circaloy.
Hasta los ’90 tuvimos minería propia y pleno dominio de los mismos, desde las bocaminas hasta la fabricación final del manojo, listo para su entrega a las centrales. Es una cadena larga y compleja de operaciones industriales en las que el valor del producto final depende más de la tecnología que de la naturaleza, y aquí lo tuvimos todo, «hecho en casa» y libre de patentes y de proveedores extranjeros.
Y eso por desconfiados. Un país que tiene tradición de neutralidad ante las guerras en que incurre el hemisferio norte ofende inevitablemente a perdedores y ganadores casi por igual, y eso por no tomar partido. Un boicot externo sobre la provisión de cualquiera de los metales básicos de la nos obligarían a parar las centrales. Casi 8 millones de argentinos en el AMBA y en Córdoba empezarían a vivir entre apagones. Ningún gobierno sobrevive a semejante evidencia de que no hay gobierno. No es una hipótesis: ¿no le pasó a Raúl Alfonsín, acaso?
Y hoy, con el mundo cada vez más en situación de preguerra, para comprarte un boicot lo único que hace falta es ofender a alguna de las potencias que ya están combatiendo «by proxy», en Ucrania.
La Argentina ya se comió un boicot de uranio enriquecido de EEUU en 1981, y no por neutral, ya que en el contexto de la Primera Guerra Fría entonces estaba alineada con Washington. Sin embargo, la CNEA tuvo el atrevimiento de vender dos reactores nucleares, uno de entrenamiento y otro de producción de radioisótopos en Perú, el RP-0 y el RP-10, y la represalia fue inmediata de los EEUU fue inmediata. Atucha I, entonces nuestra única central de potencia en operación, ni se enteró: quema uranio natural.
Pero todos nuestros reactores, particulamente el RA-3, fuente de radiofármacos de la medicina nuclear de Argentina y buena parte del Cono Sur, se paraban. Enfermos cardiológicos y oncológicos, a joderse.
Se paraba también nuestra exportación de los dos reactores nucleares a Perú: el RP-0 y el RP-10 se diseñaron con núcleos hechos de combustibles de uranio muy enriquecido (al 90%), lo habitual en todo el mundo en ese tipo de plantas. La provisión de ese material nos estaba garantizada por tratados firmados con los EEUU en 1958 y «bajo salvaguardias», es decir con derecho a vigilancia constante por parte del inspectorado del Organismo Internacional de Energía Atómica de que no se usara para ninguna otra cosa. Los rompieron.
En aquel momento nos tiró un cable la URSS, que nos ofreció enriquiquecido al 20%, obviando que nuestro país estuviera dirigido por la dictadura militar más anticomunista de nuestra historia nacional. Hubo que rediseñar los dos reactores peruanos, que se atrasaron un par de años en la entrega. A los EEUU el tiro les salió por la culata, porque eso nos obligó a desarrollar una planta, minúscula, experimental y deliberadamente atrasada, de enriquecimiento de uranio, la de Picaniyeu, en la estepa rionegrina, a 60 km. de Bariloche. Ha vivido poniéndonos a salvo de aprietes externos: el próximo sería contestado con la construcción de una planta de mayor tamaño y tecnología más moderna.
Tres lecciones: la economía manda sobre la la política internacional, esta última manda sobre la interna, y la decisión de 1967 de que nuestras centrales de potencia usaran uranio natural, pagó.
Pero si bien podemos enriquecer uranio, si nos obligan, lo que no podemos es inventarlo.
Rusia, hoy el primer proveedor de enriquecido del mundo y mayor exportador también de centrales nucleares, trata de asegurarse como sea la provisión de uranio. En tiempos de Mauricio Macri ofrecían resucitar la minería argentina de este metal, por pago y con la intención de llevarse parte de la producción a su país. No es que falte uranio en la inmensa geografía rusa, pero la demanda interna y externa obliga a ese país a asegurarse nuevas fuentes, y sobre todo, a negárselas a sus competidores.
Eso no prosperó. El problema de Rusia, para los gobiernos que nos hemos autoinfligido desde 2015, es ser Rusia y no EEUU, o alguno de sus países satélite en lo económico y/o militar y muy dedicados a la minería. No se sabe si por falta de morsas o de canguros, a los rusos no se les de bien disfrazarse de canadienses o australianos.
No existían minas de uranio en la Argentina hasta que la CNEA prospectó el territorio nacional y descubrió los yacimientos más bien chicos, que se han ido explotando en varias provincias. No somos un país uranífero, como lo son Canadá o Kazajistán, los mayores exportadores mundiales. Somos un país con uranio, punto. No nos da el cuero, geológicamente hablando, para exportar. A día de hoy, y si se retoma la minería nacional, tendríamos uranio suficiente para 20 o 30 años más con el pequeño plantel de centrales de potencia de NA-SA, Nucleoeléctrica Argentina SA, estatal.
Con tecnologías nuevas de explotación y la triplicación del precio de la tonelada de uranio en el mercado mundial, eso podría cambiar. Sólo que con la Ley Cavallo de minería, agravada hoy por el RIGI, o Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones, toda nueva mina de uranio de propiedad extranjera que se abra en Argentina priorizará la exportación sobre el consumo interno. Nos venderá migajas de nuestro propio uranio, si quedan, y al precio que se les cante.
Como se ve con el diario del lunes, la decisión de dejar de usar uranio argentino y utilizar los excedentes soviéticos, cuando cayó la URSS, no fue una decisión basada en precio. Fue estratégica: una de esas típicas turradas de Carlos Menem para dañar un pilar enorme de nuestra independencia energética y tecnológica.
De paso y cañazo Menem fue el primer presidente en cerrar Pilcaniyeu, como parte más de una política antinuclear integral y al ras que le exige EEUU a nuestro país. Es que somos y seguimos siendo un tábano en el lomo de esa bestia. Desde que empezamos a exportar plantas complejas, con los casos del RP-0 y el RP-10 de Perú, los venimos echando a escobazos del mercado (chico y especializado) de los reactores nucleares multipropósito. La única vez que nos ganaron una licitación fue en 1993 en Tailandia. Desde entonces, que si pintamos nosotros, ni se presentan. Estas plantas son las que no producen electricidad, pero sí radiofármacos y una diversidad de materiales y servicios complejos, y normalmente tienen una potencia inferior a las centrales de potencia, y una ingeniería totalmente distinta.
El paso siguiente (para nosotros) sería hacernos independientes en centrales de potencia, un mercado también mundial y miles de veces mayor. Ahora que los Small Modular Reactors (SMR) están de moda, nosotros tenemos uno en construcción, el CAREM. Ellos tienen decenas… de proyectos, puro Power Point, folletos y márketing, varios de los cuales copiaron del CAREM sin mayor vergüenza. Otra cosa es construirlos.
Inevitablemente, desde 1981 la política de los EEUU hacia nuestro desarrollo nuclear es aniquilarnos. Despacito y sin apuro, pero sin aflojar. No les ha ido mal, pero según nuestro record de mejores exportadores mundiales de reactores multipropósito, no todo lo bien que hubieran querido.
Si los echamos ya del mercado de reactores, en 30 años más podríamos hacerlo con el de centrales de potencia. Ellos lo saben, nosotros no.
Volvamos a la minería
Pilcaniyeu no ser reabrió hasta 2006, y no hace falta decir que en 2106 un presidente de su misma calaña la volvió a cerrar, y así quedó. Mientras sigamos teniendo gobiernos de relaciones carnales con los EEUU, como se autodenominó orgullosamente el de Carlos Menem, «Pilca» no reabre. Lo hizo brevemente entre 2006 y 2015. Luego volvimos a nuestro rol de estrella mayor de la pornografía diplomática.
La compra de uranio ruso fue aprovechada por el gobernador de Mendoza, Arturo Lafalla, en 1997. Tuvo un ataque de ecologismo y, dado que Menem le había otorgado la propiedad del subsuelo a las provincias, que antes era federal, usó su nueva autoridad de patrón para cerrar la única mina de uranio entonces en actividad en el país, Sierra Pintada, a tiro de piedra de San Rafael.
Lo hizo sin que Sierra Pintada hubiera tenido antes ningún efecto adverso sobre el agua, la tierra o la salud de trabajadores y vecinos. Sin embargo, Lafalla quedó de todos modos ante sus comprovincianos como un ecologista de pelo en pecho, y de yapa un duro capaz de pararse de manos ante el estado nacional, algo que siempre da vidas extra.
No era difícil hacerlo, el estado nacional en 1997 estaba en remate y desaparición, y Menem venía cumpliendo su mandato externo de ir liquidando el Programa Nuclear Argentino y esa decisión de Lafalla le venía como anillo al dedo. Sin oposición alguna de la oposición, además. Ésta se había vuelto tan antinuclear como el menemismo más explícito, y así de entreguista. En ese cuadro, cerrarle un activo a la CNEA era políticamente tan fácil como pegarle patadas a una vaca muerta.
La razón por la cual Sierra Pintada sigue cerrada desde 1997 es que la CNEA debe remediar los residuos habituales de toda minería: colas y agua de cantera con residuos de uranio. Y eso es cierto. Mientras tanto, como Rusia decidió volver a ser un país y no remata más sus excedentes de uranio militar, compramos concentrado de uranio de Kazajistán. Por supuesto, a un costo creciente en divisas, porque el precio internacional de este metal estratégico sube como un cohete.
Lo de remediación definitiva es algo que la CNEA ya hizo en otro complejo minero uranífero de Mendoza, el de Malargüe, iniciando actividades en 2010. La vieja planta fabril que transformaba el mineral bruto en concentrado fue desmantelada y gestionada, y sus colas de mineral (centenares de miles de toneladas de sólidos y polvos con un contenido residual de uranio), fueron encapsulados en una estructura artificial ciclópea. Está hecha de varias capas de distintos materiales geológicos traídos de distintos lugares de la provincia.
La estructura, cuya integridad ante lluvia, nieve, viento, raíces y roedores se estima en 500 años, hoy es una loma parquizada y arbolada, con senderos y miradores. La ARN (Autoridad Regulatoria Nuclear) la considera totalmente habitable. Las autoridades provinciales y municipales también: el parque se llama oficialmente «El Mirador», y allí se hacen deportes, hay bicisendas, senderos aeróbicos y peatonales y un playón deportivo. Hoy es el sitio más verde y bonito de una típica ciudad petrolera y minera bastante gris, y situada en el paisaje más bien árido de La Payunia.
Lo que se monitorea constantemente en el parque son las emisiones de radón 226 del suelo. No son mayores que las de los otros suelos naturales de la zona. El escaso uranio residual que quedó en las colas de minería es MENOR que el de las rocas de origen, en las minas Los Huemules y Sierra Pintada. Cosa obvia: la mayor parte de uranio que se pudo extraer químicamente de esas rocas, hace tiempo que forma parte de los combustibles gastados de las Atuchas I y II, y de Embalse.
El asunto con las colas es que, aunque tienen menos uranio que en la roca natural, ésta ha sido molida a grano talco. La mayor superficie de intercambio de las partículas tan finas con la atmósfera y el agua hace que la liberación de elementos de decaimiento del uranio, particularmente los volátiles, como el radón, sea más rápida que en la roca original íntegra.
Pero esas emanaciones de radón nunca fueron un peligro para la ciudad: un hippie que hubiera tomado la decisión de vivir un año entero en una carpa en medio de las colas, habría tenido el mismo riesgo de cáncer pulmonar que un fumador de un paquete por día. Pero el área quedó cerrada por Gendarmería, a nadie se la habría ocurrido la idea de usar aquellas lomadas de polvo gris como área recreativa o de acampada. Por lo demás, no ha habido avistamiento de hippies en Mendoza durante milenios.
Cuando se cerró el Complejo Fabril Malargüe, las colas estaban, además, a dos kilómetros de las casas más cercanas de la ciudad. Pero el radón que podía y puede aspirar hoy un malargüense viene mayormente de los materiales con que están hechas las casas y construcciones, o del subsuelo, y del agua freática. Esa parte de La Payunia es geológicamente uranífera, tanto en las rocas como en los suelos de llanura de pedemonte generados por su erosión.
Los malargüenses al parque lo llaman «La Empanada», porque es una cápsula redondeada con relleno. Cuando se iniciaron las obras estaba a un kilómetro de la ciudad, ahora ésta creció tanto que lo englobó. Si en 500 años la erosión hídrica y eólica y la acción de raíces y animales excavadores logran destruir las cinco capas de materiales que encierran las viejas colas de minería, no importará en absoluto. La cadena de decaimiento natural del uranio habrá eliminado las emisiones de radón hasta hacerlas indiscernibles respecto del paisaje.
El trabajo de encapsulamiento se financió con un crédito de U$ 17 millones del Banco Mundial. No se entiende que los estados nacional y provincial no pagaran esta tarea mucho antes y de sus respectivos bolsillos, en lugar de generar deuda externa, porque ambas partes se beneficiaron.
Después de todo, la primera y única planta fabril del desértico norte de la Payunia, donde se vive básicamente del chivo, del petróleo y del turismo, durante décadas fue ésa de la CNEA. «La Comisión», como le decimos los que la conocemos, es un organismo que vino a hacer, no a sacar. En la mejor tradición de YPF o Gas del Estado, hizo infraestructura de viviendas, eléctrica, de caminos, de redes de agua y hasta construyó escuelas en aquellos parajes que ayudó a poblar, y en el caso de la mina de Huemul, en un paraje remoto, desértico y frío, ponía no sólo la escuela sino los micros para traer y llevar a los chicos de los empleados.
Nuestro «estado empobrecedor» en acción, como dicen algunos imbéciles.
Algunas sumas y restas
El gobernador Lafalla, quien hoy debe andar pisando los 80 años, debió hacer algunas cuentas, antes de cerrar Sierra Pintada en 1997. No parece que las haya hecho. El uranio que salió de aquella planta minera de Malargüe desde los ’50 hasta los ’70 en 2010 habría cubierto 10 veces el consumo eléctrico de toda Mendoza durante 2010. Justamente aquel año, la provincia vivía entre apagones y «brown outs», porque no llovía una gota y, sorpresa, ya no se puede contar mucho con el agua de deshielo. Los embalses hidroeléctricos estaban semivacíos.
Eso desde entonces ha ocurrido cada vez que sobreviene un año de «La Niña», la oscilación climática del Pacífico que trae sequías cada vez más frecuentes y severas a nuestro país. La última y peor duró tres años, desde fines 2019 a principios de 2023 y fue devastadora para toda la hidroelectricidad argentina.
¿Por qué traigo a cuenta «La Empanada» de Malargüe? Porque nuestro país, con la Ley Cavallo de minería, desde los ’90 se ha dado con ferocidad a la minería metalífera a cargo de multinacionales. Como éstas ahora pueden operar como sociedades de fantasía sin bienes ejecutables, las provincias metalíferas (casi todas las cordilleranas) se están brotando de diques de colas precarios.
Normalmente estas murallas de cascajo estéril encierran barros tratados por lixiviación húmeda, cuya acidez quema la piel y la carne. Filtran líquido percolado lleno de metales pesados liberados por la molienda fina y al tratamiento extractivo ácido. El percolado baja por las cañadas naturales, porque toda la impermeabilización de los diques de colas suele ser una lámina de nylon. Ojo, nylon grueso, el Mingo Cavallo cuidó ese detalle cuando hizo traducir su ley minera del inglés. Y tales diques ocupan cabeceras de arroyos que hoy empiezan a tener un contenido de metales pesados antes inexistente. Para la agricultura, ganadería y salud pública de los pueblos aguas abajo, esta amenaza química durará milenios o siglos. Eso si los diques no se derrumban antes.
Tales son los pasivos ambientales típicos que te dejan las grandes minas a cielo abierto agotadas, cuando cierran operaciones, embolsican todo centavo que no hayan fugado y se piantan del país, cantando don’t cry for me Argentina. Te dejan, como recuerdo de su paso, miles de desconcertados despedidos y problemas crónicos de aguas en una geografía, de suyo, muy seca.
Y algunos son desastres por suceder. Un dique de colas cordillerano y a gran altura, típico de estos tiempos, hecho como la mona, sostiene precariamente, millones de toneladas de barro tóxico y fluído, y -caso de San Juan- se le pide que aguante un sismo severo, grado 6,5 en la escala Richter. Es mucho pedir.
Pero, apa, San Juan tiene al menos 2 terremotos por siglo que marcan 7,5 en esa escala. Para el caso, el de 1944 destruyó enteramente la capital provincial. El de 1977 borró del mapa la ciudad de Caucete. Si un dique de colas en las alturas se derrumba por terremoto, los barros bajan por los arroyos como un alud, enterrando alguna que otra población a su paso. No se necesita mucha pendiente para ello, la fluidez de estos barros a veces es enorme, y acatan tan ciegamente la gravedad como el agua.
Pongamos el caso de una minera que te dejó un dique de colas a espera de derrumbe y se fue. Sos un goberna de los que ya no hay, te calentaste y la querés enjuiciar, pongan la tarasca y hacemos nosotros una remediación geológica «comme il faut», onda «La Empanada» o Parque Mirador de Malargüe. Bueno, tu problema es que como bienes ejecutables aquí dejaron una puerta, una chapa con el nombre de la empresa, y un teléfono adentro que no contesta nadie.
Siempre te queda el recurso de enjuiciarlas internacionalmente. Ya puedo oír las risas de los jueces canadienses, australianos, británicos y suizos. Exagero, los suizos no se ríen.
Hablo de «La Empanada» de Malargüe porque mientras va creciendo el daño ambiental por minería metalífera, esa estructura parquizada construida por la CNEA es un ejemplo excelente pero no repetido jamás de gestión definitiva. Treinta y un años cumple la Ley Cavallo de Minería, y se acabaron las empanadas. Lo que sucedió en Malargüe es una rareza.
Pedile una obra así a las multinacionales de la Cámara Argentina de Empresas Mineras y contame cómo te va. Pediles, mientras una mina de oro, o de oro y cobre, o de vanadio, o de litio, sigue todavía activa, que vayan haciendo gestión definitiva simultánea con la explotación, antes de tomarse el piróscafo y dejarte lleno de preguntas de cómo sigue la historia. Vos pediles eso. Y después me contás cómo te fue.
Lo que demostró la CNEA en Malargüe es que el estado nacional es responsable final ante la Constitución y ante el pueblo. No puede rajarse a Canadá o a Australia y parapetarse judicialmente allí. No es una multi.
Y en el caso de Malargüe y su empanada, la CNEA se hizo cargo. Tarde, lamentablemente, 17 años tras el cierre de la planta. Pero hay dos causales de atraso: desde Alfonsín en más, la CNEA se quedó sin presupuesto y en 1997 tenía todas sus obras estratégicas paradas o cerradas. Por algo tenemos las mismas tres centrales de potencia planificadas en 1981. La otra causa es que la percepción social acerca de gestión de residuos mineros era mucho más permisiva que la actual, aunque la actual no se cumpla.
Desde el cierre de Sierra Pintada, los valores de uranio y radio 226 disuelto en el agua del sistema hídrico Tigre-Diamante bajaron más o menos a la mitad, según la Policía de Aguas de la provincia. Gran felicidad, pero antes tampoco eran altos, ni siquiera significativos biológicamente. Desde el punto de vista sanitario, la mitad de nada sigue siendo nada. ¿Tuvieron esos valores anteriores al cierre algún efecto epidemiológico? Esas cosas saltan a la vista cuando uno despliega casuística de leucemias en un mapa interactivo. ¿Cuál fue el impacto? Ninguno.
Es lógico, Mendoza es una provincia ligeramente radioactiva, y el resto del mundo también. Nuestra especie evolucionó como toda otra forma de vida en la biosfera, con radiación de fondo.
Cuando Lafalla cerró Sierra Pintada, lo hizo exigiendo una remediación total e inmediata de pasivos acumulados como condición de reapertura. En realidad, le importó un comino que la mina quedara sin remediar, lo que quería era cerrarla. Los prohombres que lo continuaron en el gobierno provincial se atrincheran en eso.
La CNEA les pidió repetidamente hacer remediación sobre la marcha, sin cerrar la mina, y por una cuestión bastante obvia. En 1997 el presupuesto de la CNEA pagaba con dificultad los sueldos, por lo demás bajísimos, del mayor y más desconcertado elenco de expertos nucleares del hemisferio sur. La producción de mineral de uranio para la CNEA era la única fuente legítima de fondos para dejar el sito emprolijado. Se necesitaba de Sierra Pintada para remedir Sierra Pintada.
Bueno, fue como hablarle a las paredes. Cuando el sanrafaelino Arturo Lafalla cerró Sierra Pintada los ecologistas mendocinos no fueron los únicos en celebrar. Los beneficiarios principales fueron las grandes empresas rurales frutihortícolas y viñateras de San Rafael, cuya demanda de mano de obra es fuertemente estacional. Al no tener la competencia de la mina como fuente constante anual de trabajo, que de yapa pagaba salarios más altos, se pudieron aplanar a estado basura los costos laborales en la zona.
Eso explica el trabajo infantil en las plantaciones de ajo. Antes del menemato, eso no existía. Hoy ya no indigna a nadie.
Mendoza hace muy bien en preocuparse muchísimo del contenido de uranio en sus arroyos y ríos. No le sobra el agua. La población se amontona en tres oasis cordilleranos de riego alimentados por deshielo, y estos ocupan sólo el 4% de la superficie provincial. El 96% de la provincia, por ende, es inexplotable e inhabitable por ser un desierto estricto ubicado a la «sombra hídrica» de los Andes.
Pero las nieves permanentes que alimentaron los oasis con fidelidad desde tiempos de los indios Huarpes, ahora están desapareciendo por el recalentamiento global, no el de Mendoza en particular, sino de todo el planeta. Mendoza es un caso agudo de un problema global, crónico y que empeora rápido.
Y con eso está en jaque la hidroelectricidad, que ha sido durante décadas la fuente de potencia de base de la industria metalmecánica mendocina, que no es poca. El futuro agrícola e industrial de la provincia probablemente dependa, en buena medida, de la desalinización por ósmosis inversa de aguas de napa hoy inservibles, y para volver a estado potable las aguas de desecho.
Pero eso requiere de una barbaridad de energía eléctrica, y de yapa con suministro constante, 24×7, es decir «potencia de base», en la jerga energética. Las fuentes intermitentes son… intermitentes, como declara su denominación. Si uno no quiere oscilaciones de tensión y frecuencia en la red que disparen apagones, se necesita potencia de base, predecible. Y si además quiere industria metalmecánica, ni te cuento. Mucha potencia de base.
¿Hay tanto gas y petróleo en Mendoza como para copar la parada? ¿Y a qué precio ambiental? Porque la actividad nuclear en la provincia no mató a nadie. Pero la combustión de hidrocarburos, sí. El smog matutino en Mendoza Capital, especialmente en invierno, acorta expectativas de vida. Mata a muchos y antes de tiempo, y de enfermedades cardiovasculares, de cánceres y de enfermedad pulmonar obstructiva crónica, cosas más bien lentas y crueles. Pero no hay ningún ecologista haciendo ESAS cuentas.
Me puedo imaginar perfectamente en una década al gobernador provincial pidiendo a la CNEA y a NA-SA, si todavía existen, una central nucleoeléctrica, o dos. Va a ser la ocasión de decirle que puede colaborar poniendo el uranio, que en Sierra Pintada tiene de sobra, al menos para una década y media. Y reabrir la mina. Y espero que de su explotación se haga cargo directamente el estado, aunque en estos tiempos suena raro.
Lo hago porque las multinacionales mineras que Cavallo nos legó aquí hacen cosas por las cuales en sus países de origen sus ejecutivos estarían presos. Eso no va a cambiar.
Éstas son las cosas que pienso cuando ahora veo que algunos celebran que Dioxitek, limosneando al Ejecutivo, podrá pagar importaciones de uranio de Kazajistán y evitar un apagón nuclear a mediano plazo. Y las pienso aún más cuando me hablan de que la solución será que vengan canadienses a vendernos nuestro propio uranio patagónico. Bueno, el que les sobre.
Puaj.
*Periodista. Editor del portal AgendAr.
Fuente: AgendAr