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Tiemblen los Tiranos 155: El poncho y la rastra no hacen al criollo

Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. El viernes conmemoramos la “Tradición”. Como somos algo herejes nos permitimos algunas licencias, tales como compartir definiciones, análisis del “Martín Fierro”, y una pequeña biografía de José Hernández.

El Editor Federal

Nota del Editor: Venimos leyendo y escuchando mil y una definiciones sobre sobre el significado de “tradición”. La verdad, es importante entrarle al asunto.

Por un lado, la bronca que genera la celebración norteamericana de “Halloween” en Argentina, sin comprender su sustento original, motivación y forma que tomó en su país de origen. Sí, raya la tilinguería y el “mediopelismo”.

Pero por otro lado, esta la celebración de LA TRADICIÓN en nuestra tierra. Hay mucho “verso” en el asunto. Cuenten nomás, cuántas personas conocen que se disfrazan de gaucho el 10 de noviembre o para las fechas patrias, pero el resto de los días pisotean todos los buenos principios criollos que caracterizan a nuestro pueblo.

Hacen acordar a aquellos fervientes creyentes de domingo: mala gente de lunes a sábado, corderos de Dios el día de misa.

En esta Redacción ya se habrán dado cuenta que somos un tanto herejes. No damos prensa a las festividades ajenas a Nuestra América o regiones del mundo hermanas (claramente, los anglosajones no son nuestros hermanos). No valoramos a la “fe de domingos”.

Siendo coherentes, tampoco legitimamos de tradición disfraz. Una cosa es acompañar a nuestros hijos a la escuela para los actos patrios, con los atuendos de gaucho, china o lo que le toque en suerte; mientras se explican algunos significados de las cosas, los rituales y los símbolos.

Otra cosa distinta es avalar los disfraces de adulto para ciertos eventos litúrgicos, sabiendo que a diario mancillan el buen espíritu criollo, creyéndose más que los demás, avalando atrocidades del extranjero y ninguneando hermanos.

Parafraseando el refrán popular: el poncho y la rastra no hacen al criollo.

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Una definición de “tradición” que nos viene bien

Los autores y editores del portal dedicado a la historia de nuestro pueblo, titulado “Revisionistas”, aportan una definición de “TRADICIÓN” que nos parece acertada, porque aborda el justo medio y contiene a todos los espíritus. Dicen los muchachos:

“La tradición es el conjunto de costumbres, creencias y relatos de un pueblo, que se van transmitiendo de padres a hijos. Cada generación recibe el legado de las que la anteceden y colabora aportando lo suyo para las futuras. Así es que la tradición de una nación constituye su cultura popular y se forja de las costumbres de cada región.

El conjunto de las tradiciones de un pueblo está integrado por festividades religiosas, ritos indígenas relacionados con las leyes de la naturaleza, supersticiones, cánticos, bailes, vestimentas, juegos, músicas, comidas, etc.”

Nobleza obliga. Si bien somos seguidores y lectores del mencionado portal – y difundimos su trabajo -, asiduamente no coincidimos demasiado con su punto de vista revisionista, aunque no acotemos nada al respecto. Pero en esto, pensamos igual.

La “tradición”, entonces, no es algo detenido en el tiempo, o una idea romántica del pasado. Estas suelen estar empalagosamente embebidas de un bucolismo rancio, berreta, incomprendido y repetido cual loro barranquero.

La “tradición” se va haciendo en el tiempo por el propio pueblo. Él es su único autor e interprete. No descarta nada, pero le suma cosas todo el tiempo sin descartar las anteriores.

En suma, la tradición también es un buen filtro ante las modas y los consumos superfluos. Incluso de los que hablan en su nombre.

Cada 10 de noviembre celebramos en Argentina el Día de la Tradición, conmemorando la fecha de nacimiento de José Hernández, el autor de la pieza literaria insignia de nuestro pueblo el “Martín Fierro”.

Compartimos seguidamente un análisis de la obra y una biografía de Hernández, escrita por Leonardo Castagnino, y publicados en el portal “la Gazeta Federal”.

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El Martín Fierro

Una nueva conciencia. – Un folleto humilde en cuya portada puede leerse» El gaucho Martín Fierro, por José Hernández», fue impreso en la Imprenta de La Pampa en 1872. Siete años después la librería del Plata presenta la primera edición, adornada con diez minas, de la vuelta de Martín Fierro, del mismo autor. Entre ambas un‚ éxito de público, que no había tenido antecedentes en él Río de la Plata, ni por su extensión, ni por su composición social. En «Cuatro palabras de conversación con los lectores», que encabeza la Vuelta, Hernández informa que de la primera parte de su poema se han sucedido once ediciones, con un total de 48000 ejemplares. Anuncia, al mismo tiempo, que del presente folleto se tiraron 20.000 ejemplares. El hecho, que no dejó de despertar la perplejidad de sus contemporáneos, altera con un solo impulso la relación entre las obras que hasta ese momento habían sido escritas en la Argentina (o por argentinos) y para las que los románticos Echeverría y Gutiérrez habían propagandizado el nombre de literatura nacional. Ida y Vuelta de Martín Fierro confirmaban a la vez la popularidad de una forma (que luego se denominará gauchesca), la oportunidad de una denuncia sobre la condición social del gaucho, y la transformación literaria del saber y la experiencia rurales.

Cada una de estas tres líneas existían antes de Martín Fierro por separado y, en ocasiones, precariamente entrecruzadas. Pero su confluencia en el poema de Hernández produce un efecto nuevo, a la vez literario e ideológico. Podría agregarse: de ideología literaria, porque Martín Fierro -propone, en una estructura formal que no es la del realismo del siglo XIX, una representación realista. ¿Cómo se produce esta alquimia en la escritura de un periodista y político de segunda fila, militante casi siempre en el bando de la derrota?

Hay que presuponer en Martín Fierro un nuevo tipo de conciencia. La mera yuxtaposición de las tres líneas enumeradas no podría haber producido ni la perdurabilidad estética ni la fuerza de su denuncia. O para decirlo más precisamente: que la fuerza de sus contenidos sociales provenga especialmente de su sorprendente ajuste verbal y narrativo, induce a pensar que José Hernández modifica, a veces de modo radical, tanto la tradición en la cual proyecta inscribirse, inaugurada por Hidalgo, como la denuncia que compartía con Diego Gregorio de la Fuente, con Nicasio Oroño, con Vicente Quesada, con Emilio Castro. Las flexiones particulares del programa social -las veremos enseguida- parecen anunciar la peculiar inscripción de su poema en la gauchesca, están destinadas a confirmar, al mismo tiempo, una comunidad cultural con el conjunto de saberes, decires y creencias rurales: la «sabiduría del pueblo», reivindicada en el Martín Fierro en oposición a la «ciencia» urbana: Porque esto tiene otra llave Y el gaucho tiene su ciencia.

Como palanca central de esta conciencia más intensa de lo rural literario y sociológico, en el Martín Fierro se elige un lenguaje. No se mimetiza ingenuamente por el acopio de interjecciones y modismos, ni por la prolijidad lexicográfica de acciones, costumbres, comidas y diversiones, con una jerga rústica que hablada por los gauchos significaría el alma de «lo gauchesco». La lengua del Martín Fierro está constituida por un conjunto no demasiado abigarrado de peculiaridades fonéticas, un puñado de arcaísmos y Americanismos y una sintaxis que elude la subordinación. Se define esencialmente por el sistema de metáforas (Hernández fue consciente de ello, como lo demuestra en sus prólogos), por el sistema de connotación, por los desplazamientos de la ironía.
El Martín Fierro, construyéndose a partir de las convenciones de la poesía gauchesca, las modifica por la recolocación de esas formas en una nueva ideología literaria y por la explicación de un programa social. Se ven enseguida los cambios operados en la convención y los desplazamientos de sentimientos, ideas, actitudes y enunciados. De este modo el material del poema, al organizar un sistema de ideas, una retórica, un saber rural y una lengua, se inscribe en la tradición gauchesca de Hidalgo a Ascasubi, pero diferenciándose de ella. Al mismo tiempo retoma los temas que Hernández haba expuesto en sus artículos en El Río de la Plata, proporcionándoles una fuerza demostrativa que se genera en las peripecias de la narración y en la perfecta representación literaria. Un nuevo tipo de conciencia sobre el gaucho (y no sólo sobre sus desdichas, sino más globalmente sobre lo rural) se impone al público culto después de la publicación del Martín Fierro, Y es, precisamente, este nuevo tipo de conciencia la que gana a sus oyentes rurales, los destinatarios de aquellos ejemplares del folleto que, según la versión ya clásica, lo compraban en las pulperías, entremezclado con cajas de velas y latas de sardinas.

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Semblanza de José Hernández

José Hernández nació el 10 de noviembre de 1834. Su padre se llamaba Rafael y pertenecía a una familia federal; su madre era Isabel Pueyrredón y pertenecía a una familia unitaria; el niño nació en el caserío de Perdriel, hoy partido de San Martín, y quedó al cuidado de sus tíos Victoria y Mariano Pueyrredón, cuando sus padres se fueron al campo para trabajar en una estancia de propiedad de Rosas. Hacia 1840 al arreciar la represión rosista contra los unitarios, los tíos de José deben emigrar, razón por la cual el niño queda a cargo de su abuelo paterno, José Hernández Plata, federal convencido. Según consta en archivos y diarios, estudió en el Liceo Argentino de San Telmo, dirigido por Pedro Sánchez hasta que abandona Buenos Aires aquejado por un mal al pecho, para reunirse con su padre en una estancia de Camarones. Previamente, en 1843, había muerto su madre, a la que no veía desde muy pequeño, y a la que probablemente no recordaba.
No es preciso destacar el clima de violencia política en que transcurrieron esos primeros años de la vida del poeta, así como los desgarramientos afectivos provocados también por razones políticas. Sea como fuere, junto a su padre logra cierta estabilidad y se despierta en él el amor al campo y el conocimiento del mundo campero. Entre tanto, había nacido su hermano Rafael, el que sería su primer biógrafo.
A la caída de Rosas, José se separa de su padre, que continúa en las faenas rurales hasta su muerte acaecida en 1857. José se interna en Buenos Aires, sacudida por todos los vientos después de Caseros. Su primera acción digna de ser recordada, y que al mismo tiempo implica una ruptura con sus padres, consiste en ponerse a las órdenes del coronel Pedro Rosas y Belgrano (hijo adoptivo de Juan Manuel), que enfrenta a las fuerzas de Hilario Lagos, militar rosista alzado contra el gobierno unitario de Valentín Alsina. Para algunos, el haber adoptado este partido guarda cierto paralelismo con la actuación de Pedro Rosas: en ambos sería algo así como un parricidio. De todos modos, la experiencia le abre el camino a la política y la batalla de San Gregorio en la que Lagos deshizo a sus represores, parece haber dejado en él ciertos recuerdos que, muy posiblemente, reaparecen en algunos versos de la primera parte del poema. O Para otros, esta forma de ingresar en la política se explica por su juventud y no tiene valor de definición; en todo caso, habla de la complejidad de los planteos después de Caseros, entre Buenos Aires, regida por unitarios (Mitre detrás de todos ellos), y la Confederación acaudillada por Urquiza.
Justamente, este conflicto separa hombres que en la oposición habían estado unidos, como Sarmiento y Alberdi; este último se convierte en el ideólogo de la Confederación e, indirectamente, serán sus ideas las que manejará en el futuro Hernández. Los rosistas no cejan en su intento de recuperar el poder hasta 1856 en que las tentativas de Flores y Costa terminan en la matanza de Villamayor por orden del gobernador Pastor Obligado. Pero antes, en 1854, el oficialismo vence a Lagos en El Tala, y Hernández, a raíz de un duelo, abandona las filas. En ese mismo año de 1856, según informa Beatriz Bosch (La Prensa, 1964), se lo encuentra en Paraná trabajando como empleado de comercio.
Otros biógrafos (Chávez) lo sitúan en Buenos Aires hasta 1858, y a partir de entonces en Paraná; Chávez, incluso, lo hace colaborar en La Reforma Pacífica, diario creado en 1856 y dirigido por Nicolás Calvo, jefe del Partido Reformista (confederacionista y federal, llamado «chupandino»), hecho que Beatriz Bosch pone en duda. Es lógico suponer, no obstante, que ya sea desde Paraná, ya desde Buenos Aires, simpatizaba con ese partido y que aún pudo colaborar desde lejos si en realidad no lo hizo desde cerca. El reformismo combatía contra el mitrismo, a cuyos partidarios se designaba con el mote de «pandilleros».
Los conflictos entre la confederación y Buenos Aires llegan a un grado extremo y se produce la Batalla de Cepeda, en la cual Hernández pelea como capitán. Triunfo de Urquiza, quien llega hasta San José de Flores. A continuación, Hernández se retira del ejército y obtiene el cargo de oficial de contaduría, pasando poco después a ser taquígrafo del senado.
En Paraná lo bautizan «Matraca» que le dura hasta 1873 que empiezan a llamarlo «Martín Fierro».
Asiste a la convención reformadora de 1860, donde conoce a Sarmiento. Pero en la próxima vuelta el triunfo es de Bs. As; es en Pavón y la derrota de Urquiza es inexplicable; en sus filas revistan José y Rafael Hernández.
Disueltos los poderes de Paraná, Hernández se dedica al periodismo en El Argentino, como tantos otros célebres argentinos. El 8 de junio de 1863 se casa con Carolina del Solar. En el mismo año es asesinado Angel Vicente Peñaloza, mítico montonero riojano, lo cual motiva una serie de artículos de Hernández recopilados con el título de Vida del «CHACHO» violento ataque a Sarmiento.
Posteriormente (febrero de 1867) se lo ve en Corrientes como ministro del gobernador López, federal y urquicista. Permanece allí, ocupando diversos cargos, hasta que López es derrocado en 1868 por fuerzas mitristas, ante la pasividad de Urquiza. Redacta el Eco de Corrientes y es decidido partidario de López Jordán, que asiste al gobernador López en la defensa de su gobierno. Desde ese diario combate la candidatura presidencial de Sarmiento pero ello no le impide trasladarse a Bs. As donde fundará el diario El Río de La Plata, decidido a oponerse a ese gobernante y cuyo programa parece un anticipo del Martín Fierro.
El diario sale durante ocho meses. Presumiblemente en octubre de 1870 regresa a Paraná para unirse a López Jordán. En 1872 regresa a Bs. As. vía Montevideo, luego de estar prófugo junto a López Jordán de una guerra declarada por Entre Ríos, preocupado por la peste del 71 ya que su familia residía en ese lugar. Allí recibe la visita de Antonio Lussich, que le muestra versos en «estilo campero».
El 28 de noviembre sale el poema que luego aparece en forma de folleto editado por la imprenta «La Pampa». A pesar de esto sigue su pelea con Sarmiento, huye a Montevideo donde se reencuentra con López Jordán; y Sarmiento pone precio a sus cabezas: $100.000 la de López Jordán y $1.000 la de Hernández.
En 1879 es elegido diputado provincial y edita La Vuelta Del Martín Fierro.
En 1881 publica su Instrucción del Estanciero, y en 1885 es elegido senador.
El 21 de octubre de 1886 murió en Belgrano. Sus últimas palabras dirigidas a su hermano Rafael fueron: Buenos Aires. Buenos Aires.

Fuente: Portal Revisionistas / Portal La Gazeta Federal

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