Tiemblen los Tiranos 68: El fusilamiento del Virrey

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Tiemblen los Tiranos 68: El fusilamiento del Virrey

Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Ayer, se cumplieron 212 años del fusilamiento de Santiago de Liniers. Héroe de la Reconquista, Virrey del Río de la Plata, fue ultimado por los revolucionarios de mayo de 1810. Reproducimos un trabajo del historiador Leonardo Castagnino al respecto. No estamos alineados con la opinión del autor y de alguna de sus fuentes mencionadas, pero el trabajo sirve para saber y pensar. No son épocas para andar haciéndose los tontos.

El Editor Federal

Las provincias no adhirieron al movimiento revolucionario de mayo de 1810 provocado por un grupo minoritario de separatistas porteños, que destituyeron a la autoridad legal y se constituyeron en una Junta conformada en su mayoría por españoles mercaderes y representantes de comerciantes ingleses. Las provincias interiores se mantuvieron prescindentes y en particular se opusieron Montevideo, Paraguay, Alto Perú y Córdoba, ésta última gobernada por Juan Gutiérrez de la Concha, Brigadier de la Marina Real.
Santiago de Liniers, retirado en Alta Gracia, al producirse la revolución separatista reacciona en su contra y se pone en movimiento. La primera reunión de los contrarrevolucionarios se lleva a cabo el 4 de junio de 1810. Previamente el joven criollo Melchor Lavin lleva un mensaje de Cisneros, con el que estuvo reunido por la noche del 25 de mayo, con la noticia de lo ocurrido y el establecimiento de una Junta revolucionaria. Lamentablemente Lavin comete el error de informarle también a su antiguo maestro el deán Gregorio Funes, que llevaría al fracaso del movimiento. En la reunión del 4 de junio estuvieron presentes el propio Liniers, Gutiérrez de la Concha, el deán Funes, el contador Joaquín Moreno, el obispo Rodrigo de Orellana, el Asesor Letrado de la Gobernación Victorino Rodríguez, el oidor de la Real Audiencia de Cuzco Miguel Moscoso, el oidor honorario Miguel Gregorio de Zamalloa, el Alcalde de primer voto José García de la Piedra, el Alcalde de segundo voto José Ortiz del Valle y el diputado Lorenzo Maza.
El deán Funes se mostró partidario de reconocer a la Junta, lo que provocó la airada reacción de Santiago de Liniers. Faltando a su palabra, Funes pone en conocimiento de lo que sucedía a Cornelio Saavedra, y este al resto de la Junta. La Junta, temerosa del prestigio de Liners, intenta hacerlo desistir por varios medios. Saavedra y Belgrano se dirigen a Liniers recalcando que la Junta sólo quería preservar los derechos de Fernando VII, una mentira a todas luces. Luego la Junta comisionó a Mariano de Irigoyen, cuñado de Gutiérrez de la Concha para hacerlo desistir, pero no tuvo suerte. Tampoco la tuvo Francisco de Letamendi, amigo de Liniers. Nada lo hacia desistir de su actitud de defender a España y al Rey, como lo hiciera en 1806 y 1807. Tampoco tuvo suerte se suegro Martín de Sarratea, que recibe por respuesta la siguiente carta de Liniers:

«Córdoba, julio 14 de 1810
Mi amado Padre y Señor; no puedo ponderarle a Vuestra Merced, mi querido padre, ese sentimiento que me ha causado el verle alucinado por los falsos principios de unos hombres que, olvidando los principios más sagrados del Honor, de la Religión y de la Lealtad, se han levantado contra el Trono, contra la Justicia y contra los Altares; bien veo que rodeado de bayonetas, el carácter honrado y pacífico de vuestra merced le hace proferir solo por el cariño y amor que me profesa, igualmente que a sus nietos. Ojalá hubiese Vmd. admitido la oferta que le hice de venirse a Alta Gracia, y no tuviese el disgusto de verle rodeado de tigres que no respiran más que sangre y codicia (…) cuales son los actores de semejante novedad. Frailes fanáticos olvidados de los preceptos los más sagrados y más sencillos de la moral, abusan de su ministerio para seducir a los hombres sencillos, de abogados cuyo único estudio es el de embrollar las verdades más claras, y fundan su mayor gloria al abrigo de sus sofismas en confundir el derecho y hacer prevalecer la iniquidad. ¿de quién se han valido estos para lograr sus pérfidos designios? de hombres que no tienen nada que perder, y los mismos que sacrificarían mañana a la hora que se apartasen de sus depravadas ideas (…) Ahora en cuanto a mi individuo: !como siendo un general, un oficial quien en treinta y seis años he acreditado mi fidelidad y amor al soberano, quisiera Ud. que en el último tercio de mi vida me cubriese de ignominia quedando indiferente a una causa que es la de mi Rey; que por esta infidencia dejase a mis hijos un nombre hasta el presente intachable con la nota de traidor? ¡Ah, mi padre! yo que conozco tan bien la honradez de sus principios, no puedo creer que Ud. piense, ni me aconseje de motu propio semejante proceder. Cuando los ingleses invadieron a Buenos Aires en buena guerra, yo era un jefe muy subalterno del Virreinato ¿Quien me obligada a tratar de su reconquista y arrojarme con un puñado de hombres a acometer una tropas veteranas y defendidas por su situación local? Entonces no trepidé un momento en emprender una hazaña tan peligrosa, y abandonar mi familia bajo el auspicio de la Providencia en medo de los enemigos. Cuando traté de defender a Buenos Aires con soldados bisoños y oponerme a las gigantes fuerzas victoriosas ya en Montevideo de las fuerzas mandadas por Elío. Cuáles fueron los resultados; el ver triunfar la buena causa; pues mi Padre, cuente Ud. que si entonces era buena, la que defiendo en el día es buenísima, sino santa y obligatoria, no digo de un militar asalariado por su Rey, honrado con las más altas distinciones de que puede decorar a un vasallo, pero que reclama la de todo súbdito bajo la pena de caer en el delito de perjuro habiéndole jurado fidelidad (,,,)
«Descanse Ud. mi amado Padre, y ponga como yo su confianza en el Señor, el que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. El que me ha precavido en tantos peligros, me precaverá en los presentes, si así me conviene y es arreglado a su justicia; pero si por sus altos decretos hallase en esta contienda el fin de mi agitada vida, creo que me tendría en cuenta y descargo de mis innumerables culpas ese sacrificio, al que estoy constituido por mi profesión, pero fiado en las promesas del Señor que dice que aún nos tendrá cuenta de la obediencia y sumisión a lo que es de nuestra obligación. Por último el Señor, el que nutre a las aves, a los reptiles, a las fieras y los insectos proveerá a la subsistencia de mis hijos, los que podrían presentarse en todas partes sin avergonzarse de deber la vida a un padre que fuese capaz por ningún título de quebrantar los sagrados vínculos del honor, de la lealtad y del patriotismo y que si no les deja caudal, le deja a lo menos un buen nombre y buenos ejemplos a imitar.
Celebraré se mantenga Ud. con salud, y expresiones a mis hermanos y hermanas, a mi tío Don Martín José, a mi tía Mariquita, reciba Ud. los cariñosos y respectivos afectos de sus nietos y de mis hijos, quedando con las veras de su respetuoso hijo agradecido. Q.S.M.B.

«Santiago de Liniers.
«Señor: estimaré comunique Ud. la presente a cuantos le pregunten por mi, que quiero que todo el mundo conozca mi modo de pensar, en la inteligencia que con el dogal al cuello, ni con la cuchilla sobre la garganta desmentiré esos sentimientos».( )

El plan de Liniers era interesar a las provincias y movilizar fuerzas hacia el norte, en cuyo trayecto se irían engrosando, hasta llegar hasta el Alto Perú y formar un Ejército de observación, para luego marchar contra la Junta revolucionaria de Buenos Aires. La propuesta de Gutiérrez de la Concha, en cambio, era hacerse fuerte en Córdoba y esperar y vencer al ejército que enviaba la Junta. Prevaleció esta propuesta, que terminaría en fracaso. Por su parte Liniers solicitó apoyo al Virrey Abascal, a Goyeneche y otras autoridades del norte. El 25 de junio de 1810, le dice en carta a José María Salazar, jefe del Apostadero Naval de Montevideo: «Las circunstancias infelices de la insurrección de Buenos Aires deben estimular a cualquier hombre honrado y en particular al real Cuerpo de Marina, a intentar el último sacrificio por conservar aquella importante plaza bajo el dominio de Su Majestad por tercera vez, pues (…) a los jefes de Marina se debió la reconquista y defensa de aquella desgraciada plaza. Yo creo a V,S. penetrado de los mismos sentimientos que me animan, pero si tiene V.S. algún reparo de comprometerse en caso desgraciado, como general del Cuerpo de la Armada tomo toda responsabilidad sobre mí, mandándolo, como le mando en nombre del Rey, la ejecución del plan que voy a exponerle en la inteligencia de que lo hago a V.S. responsable de su falta de cumplimiento, de cuyo feliz término no dudo depende el mayor servicio que podemos hacerle a nuestro amado y deseado Fernando VII, al cual mis compañeros bajo mi mando han marchado con intrepidez a empresas más arriesgadas, las han visto verificadas a las armas españolas , no dudo prestarán con el mismo celo y energía que mostraron entonces». ( ) La nota llegó a manos de Salazar el 25 de julio, pero éste se excusó de enviar tropas o armamentos, con el argumento que debilitaría su posición con el riesgo de caer bajo los sediciosos; grave error, porque aún en ese caso, triunfando Liniers sobre Buenos Aires, hubiera recuperado rápidamente Montevideo. Liniers quedó solo, sin recibir apoyo.
Otro de los grandes responsables del triunfo secesionista -dice Rivanera Carles- fue Cisneros, ya que en lugar de buscar el respaldo de Liniers, lo consideró su adversario, y peor aún, apenas asumió nombró como asesores a Castelli y Moreno, y más tarde a Saavedra. Después de su caída, recién advirtió su error y el 14 de junio le otorgó plenos poderes para organizar la resistencia en el Virreinato. «El teniente general Hidalgo de Cisneros, en su crítica situación -dice Carranza-, volvió los ojos a Liniers, en demanda de la heroica fidelidad de ese condiscípulo y amigo, al que por celos innobles se había estado intrigando para despacharlo a la Península, con el designio preconcebido y disimulado de que fuera residenciado, en circunstancias que se descuartizaban sin piedad a los franceses y a los afrancesados». ( ) El 19 de mayo, Liniers le había escrito a Cisneros, donde le hacía notar que «estás rodeado de pícaros, varios de los que más confías te están engañando» y agregaba con claridad que «la iniquidad apoyada de las riquezas van minando la autoridad». ( )
Liniers desplegó gran actividad. Convoca a milicias urbanas y se sumaron mil de caballería, aunque con poca instrucción. Montó catorce cañones del fuerte de San Carlos, y con barro se hicieron seiscientas granadas de buena efectividad.
Sin embargo, las fuerzas se fueron diluyendo. Según Paul Groussac, que investigó bien el tema ( ) «En pocas semanas, por la persuasión o el terror, la liga de autoridades realistas formadas por Concha y Liniers, había quedado desarticulada. San Juan, La Rioja, San Luis y las provincias del Norte aceptaron la situación y nombraron sus diputados al Congreso: en Mendoza, que era el centro reaccionario de Cuyo, había abortado una tentativa de resistencia encabezada por el comandante Ansay y los miembros de la Real Audiencia, y estos marchaban bajo escolta a Buenos Aires».
«Pero en Córdoba, sobre todo, era donde el derrumbe de la frágil empresa reaccionaria se pronunciaba día a día. Al principio insidiosa e hipócrita, la oposición del grupo de los Funes tornábase más briosa y audaz, al paso que venía minando las autoridades y desprendiendo de la causa realista a los individuos más influyentes del clero, del foro y del comercio -que no eran por cierto los de almas mejor templadas» … «Bajo este trabajo persistente y sordo de desorganización, dirigido desde Buenos Aires por el influjo de Moreno, se disgregaban a ojos vista los batallones movilizados; aparecían cada mañana los claros dejados en las filas por los desertores de la noche, que habían ganado el monte o la sierra, favorecida su fuga por manos ocultas. A medida que se aproximaba el enemigo, la resistencia de Córdoba se derretía como masa de nieve bajo los rayos del sol que sube. El fogoso Cabildo de días antes no había esperado la última hora para poner sordina a su intransigencia; en las últimas sesiones de julio, se manifestaba ya el cambio de viento por las abstenciones. Ignoramos lo que se discutió en la del 27, todavía presidida por el Gobernador, pues el acta correspondiente ha sido a todas luces mutilada». ( )
«Ha sido un funesto error -dice Rivanera Carles- permitir la actuación del deán Gregorio Funes y de su hermano Ambrosio. En las decisivas horas que se vivían deberían tendrían que haber sido pasado por las armas. Eso se consideró en el caso del deán, pero finalmente, ante la oposición de Victorino Rodríguez, quien arguyó que no era conveniente por su prestigio eclesiástico, no se llevó a cabo». ( ) El deán Funes ha sido un personaje nefasto, que llegó incluso a lamentar públicamente la Reconquista de Buenos Aires: «¡Oh! ¡Cuán digno de nuestro respeto y de toda la humanidad hubiese sido este general (Beresford), si desde que puso el pie en América hubiera ocupado sus armas en romper esa cadena que por tres siglos arrastrábamos con trabajo! En la general preocupación de los pueblos no faltaban hombres cuerdos, quienes dejasen conocer que triunfar para la España era añadir un nuevo eslabón a esa cadena» ( )
Ante la situación en Córdoba y la aproximación de las tropas de la llamada Expedición Auxiliadora de Ortiz de Ocampo, el 27 de junio se decide abandonar la ciudad y dirigirse al Alto Perú para unirse a las fuerzas del gobernador de Potosí Francisco de Paula Sanz, lo que se verifica el día 31 de junio: era demasiado tarde.
Al día siguiente de la partida, el Cabildo de Córdoba, que había jurado fidelidad al Consejo de Regencia, con un mensaje de palabrerío servil se dirige a Ortiz de Ocampo solicitándole su intervención por la orfandad en que habían quedado, y al entrar en la ciudad como libertadores, el vecindario se disputó el honor de alojarlos.
«El 31 de julio -dice Groussac-, salieron de Córdoba los jefes realistas y demás funcionarios españoles, acompañados de unos 400 hombres de tropa, con el propósito de ganar el Alto Perú, según el antiguo plan de Liniers. Pero era tarde ya para realizarlo; la mayor parte de los oficiales estaban en connivencias con los patriotas para provocar la dispersión de soldados y retardar la marcha de los fugitivos. En la misma noche del 31 desertaron cincuenta hombres, y la desbandada se pronunció en los días siguientes hasta el grado de no quedar sino una compañía de Blandengues de la Frontera. En vano se sembraba el dinero para detener la deserción incoercible: entre el Totoral y Tulumba, la compañía restante abandonó en masa a sus jefes con gritos e insultos. Allí también se incendió el carro de municiones, y como los maestros de posta, instigados por varios patriotas que ocultamente seguían la expedición, se negaban a facilitar caballos, hubo que clavar los cañones y quemar las cureñas». ( ) Entre los que seguían en forma oculta a las tropas porteñas se hallaban Bernardino Rivadavia, Gaspar Corro, Santiago Carrera, Faustino Allende y otros ( )
Moreno encerró a los contrarrevolucionarios en un círculo de hierro -dice Rivanera Carlés-. «No solo estaban sometidas todas las autoridades de las Provincias limítrofes, sino ganadas a la causa revolucionaria y convertidas en cooperadoras suyas. Partidas armadas custodiaban los pasos de los ríos y las encrucijadas de los caminos, desde el Paraná hasta la Cordillera y desde la Pampa hasta las abras del Alto Perú. El alférez Luis Liniers que, con el doctor Alsogaray se dirigía a Montevideo, había caído en una de las diez trampas que a orillas del Paraná se le tenían armadas (…) Ya el 8 de julio, los Cabildos o comandancias de Cuyo, Santa Fe, Catamarca, Santiago, Tucumán y Salta tenían orden de aprehender a los , y el coronel Diego Pueyrredón vigilaba la línea de Jujuy». ( ) El dinero se utilizó, como era lógico, para la causa del Rey, y el tesorero Moreno dejó constancia que se tomaron 30 a 40 mil pesos de las Cajas Reales. Los insurgentes despojaron a Moreno de 30 mil pesos, los que desaparecieron». ( )
José María Salazar caracterizó los sucesos como «una guerra subterránea» llevada a cabo por los separatistas. Así se expresó en la reunión del 26 de junio donde se decidió que no era posible cumplir la orden de Liniers. Este firme defensor de España y el Rey sabía muy bien que era la Masonería y el poder oculto que movía los hilos de la insurgencia. En carta al secretario de estado del 28 de agosto, le manifiesta que «si esta devoradora irreligión y francmasonerismo no se apaga en un principio, pronto consumirá todo el continente americano».( )
Esta «guerra de terror» fogoneada por Moreno, tuvo un papel preponderante; no solo había que arcabucear a los rebeldes donde so los encontrara, sin juicio previo, sino que el nuevo Gobernador de Córdoba Juan Martín de Pueyrredón recibió un oficio de la Junta Gubernativa el 10 de agosto de 1810, a fin de «exterminar a todas las personas que se hallaren descontentas o guardasen una conducta sospechosa». ( )
El 8 de agosto entró en Córdoba el coronel Francisco Antonio Ocampo y ordenó a su segundo, Antonio González Balcarce, que con un contingente de trescientos hombres alcanzara a los sublevados aunque después éste lo redujo a una partida de setenta y cinco al mando del ayudante de campo José María Urien. Por sugerencia de Liniers, deciden separarse para confundir a sus perseguidores, pero fueron rápidamente capturados; Liniers en la Estancia de las Piedritas, en Santiago del Estero, ubicada cerca del Chañar. El delator fue un negro, que era peón de la estancia , y a quien Liniers le había entregado dinero para que lo ocultara . Groussac da cuenta que este traidor fue rechazado para siempre como un leproso ( ).
Al ser capturados, Urien, quien tres años antes había sido aceptado como recluta por Liniers, sometió a los prisioneros a toda clase de vejámenes, ensañándose con Liniers. a quien insultó vilmente y maniató con los brazos atrás de tal forma que se le reventaron las yemas de los dedos. Además le robó todas sus pertenencias.
«De este modo fue conducido en medio de soldados el Reconquistador de de Buenos Aires, el libertador de la América del Sur … un general, y llegó a aquel sitio con gritería y escarnio; pero nada de esto, ni la suma incomodidad de ir mal montado; ni cuantos actos de humillación le hicieron sufrir, fueron bastantes para abatir su heroico ánimo, y nunca le desamparó su presencia de espíritu, con la que guardó el cordel con el que fue atado, diciendo «que lo apreciaría siempre como una señal gloriosa de su fidelidad a la nación española y a su rey Fernando VII» ( ) Poco después, a pedido de la tropa, Urien fue reemplazado por Miguel Garayo, quien trató como corresponde a los prisioneros. Luego la Junta dispuso el procesamiento de Urien por «no haberse manejado con la pureza y honor que debía en la prisión de D. Santiago de Liniers» ( ). No ha quedado constancia, que sepamos de castigo alguno para aquél. Una farsa montada por la Junta para atenuar la canallada del asesinato de Liniers. Mal podía la Junta castigar a Urien cuando fue la propia Junta quien injurió a Liniers de todas formas.
El 14 de agosto la Junta comunicó las detenciones de los alzados de Córdoba y sobre Liniers se atreve a negar que fue el Reconquistador y Defensor de Buenos Aires en unos términos de una vileza difíciles de igualar, -dice F.R.Carlés- que demuestra no solo el odio de sus miembros, especialmente de Moreno, sino también la doblez de Saavedra, que hacía muy poco llenaba de elogios al hombre que lo encumbró. Pocos meses antes, el 3 de abril de 1810, Saavedra escribió una carta a Liniers, a quien se dirige llamándolo «mi venerado señor», en la cual se muestra como patriota español y señala que «la suerte de nuestra España es muy crítica y apurada». Y espera que si hubiera un cambio en el gobierno español, «podría prometerme alguna esperanza que V. Exa. saliese con el aire que sus servicios merecen y por consiguiente que los nuestros fuesen del agrado de S. Majestad. De lo contrario quedarán siempre en la obscuridad y olvido, y sólo la presencia de V. Exa. podría sacarlos de aquel triste estado» ( ). Aunque el texto es impreciso y se cuida bien de ocultar la conjura antiespañola, se advierte que los sediciosos querían valerse de Liniers contra Cisneros, pretendiendo ignorar su fidelidad absoluta a la Corona y a sus legítimas autoridades. Pero lo que importa de los párrafos expuestos -agrega Carlés- es la forma servil en que se dirige al Reconquistador, la duplicidad de Saavedra que tiempo después firmará su sentencia de muerte, y ademas, cómo simula amor a España, a la que traicionó al mes siguiente.( )
Y no conformes con el crimen cometido, lo injurian con la firma de Saavedra, Moreno y otros miembros de la junta, en una nota publicada el 16 de agosto de 1810 en la Gazeta de Buenos Aires:
«He aquí igualmente un justo castigo de la ingratitud con que D. Santiago de Liniers juró la ruina y exterminio de un pueblo generoso que con la sangre de sus hijos le produjo la corona de sus glorias, sacándolo de la obscuridad y olvido de que por propios esfuerzos jamás habría salido. Este es un argumento decisivo, de que no fueron obra de Liniers los triunfos de Buenos Aires, pues apenas le faltó el apoyo de este pueblo, todo ha sido errores, crímenes, cobardía, o insania. Los hijos de Buenos Aires labraron la fortuna de Santiago de Liniers, amaron su persona, le hicieron servicios de primer orden, y llegaron a comprometerse del modo más peligroso, por sostenerlo en un mando, de que lo habían precipitados sus propias locuras. Pero todo lo olvidó ese hombre ingrato» ( ). La vileza de la nota, tiene nombres y apellidos.
En el ínterin se había organizado un plan de fuga que, al parecer, con la participación de algunos soldados, con el cual se marcharía al desierto llevando los doscientos caballos de la escolta, la cual quedaría imposibilitada de perseguirlos. Sin embargo, el plan fue abandonado a instancias del propio Liniers, que interesado por la causa de Buenos Aires, propuso seguir hacia aquella ciudad, pues su sola presencia podría conmover al pueblo de la reconquista y detener el movimiento subversivo.
A Liniers se lo condena sin juicio previo, y el texto de la orden de fusilamiento, firmada por Moreno y el resto de los integrantes de la junta es el siguiente:
«Los sagrados derechos del Rey y de la Patria han armado el brazo de la justicia, y esta Junta ha fulminado sentencia contra los conspiradores de Córdoba, acusados por la notoriedad de sus delitos y condenados por el voto general de todos los buenos. La Junta manda que sean arcabuceados don Santiago de Liniers, don Juan Gutiérrez de la concha, el obispo de Córdoba, don Victorino Rodríguez, coronel Allende y el oficial real don Joaquín Moreno. En el momento que todos o cada uno de ellos sean pillados, sean cuales fueren las circunstancias, se ejecutará esta resolución, sin dar lugar a minutos, que proporcionen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden, y el honor de vuestra señoría. Este escarmiento debe ser la base de la estabilidad del nuevo sistema, y una lección para los jefes del Perú que se avanzan en mil excesos por la esperanza de la impunidad, y es al mismo tiempo la prueba fundamental de utilidad y energía con que lleva esa expedición los importantes objetos a que se destina. Dios guarde a vuestra señoría muchos años. Buenos Aires, 28 de julio de 1810. Cornelio Saavedra – Doctor Juan José Castelli – Manuel Belgrano – Miguel de Azcuénaga – Domingo Matheu – Juan Larrea – Juan José Paso, secretario, Mariano Moreno, secretario» ( ) Increíble el cinismo de la Junta, que invoca a Dios y alude a «los derechos del Rey», quien era precisamente al que ellos estaban haciendo la revolución. La sentencia, firmada por todos los integrantes de la junta, nunca fue cuestionada por ninguno de ellos. Tampoco cuestionaron la resoluciones terroristas y apresuradas dictadas de motus propio por Moreno.
Por su parte, el deán Funes, tratando de sacarse de encima la responsabilidad que le cabía, escribe que «La junta había decretado cimentar la revolución con la sangre de estos aturdidos, e infundir con el terror un silencio profundo en los enemigos de la causa» ( ) Acerca de su intervención manifiesta que «en la vigilia de ésta catástrofe pude penetrar el misterio. Mi sorpresa fue igual a mi aflicción cuando me figuraba palpitando tan respetables víctimas. Por el crédito de una causa, que siendo tan justa, iba a tomar desde este punto el carácter de atroz, Y aun de sacrílega, en el concepto de unos pueblos acostumbrados a postrarse ante sus obispos; por el peligro que se amortiguase el patriotismo de tantas familias beneméritas a quienes herían estas muertes; en fin, por lo que me inspiraban las leyes de la humanidad, yo me creí en la obligación de hacer valer estas razones ante D. Francisco Antonio Ocampo y D. Hipólito Vieytes, jefes de la Expedición, suplicándoles suspendiesen la ejecución de una sentencia tan odiosa. La impresión que estos motivos y otros que pudo añadir mi hermano D. Ambrosio Funes, hicieron en sus ánimos, produjo el efecto deseado pocas horas antes del suplicio». ( ) Además, Ortiz de Ocampo tomó esa decisión porque era un antiguo subordinado de Liniers durante las invasiones inglesas, al cual, como observa Nuñez, le debía su grado y las distinciones militares que le otorgó durante su mando ( ) Obsérvese que la actitud de Funes -dice F.R.Carlés- se basaba solamente en que las ejecuciones iban a desprestigiar a la Junta. Sin embargo ésta se indignó por lo resuelto por Ortiz de Ocampo, porque «tanta moderación no la estimó el Gobierno compatible con la seguridad del Estado», puesto que, entre otras cosas, «el sordo susurro a favor de Liniers entre unas tropas como las nuestras que habían sido consortes de sus triunfos, no dejaban otra opción que o la muerte de estos conspiradores, o la ruina de la libertad» ( ) .
La decisión de Ortiz de Ocampo de conducir a los prisioneros a Buenos Aires, -observa F.R.Carlés- hizo comprender a la Junta el peligro en que se encontraba. En efecto -acota Núñez ( )- «el General Liniers era el enemigo más temible que podía echarse la revolución, por el prestigio de sus anteriores victorias, porque tenía a su lado al gobernador de la misma provincia de Córdoba, capitán de fragata D. Juan Gutiérrez de la Concha, que había sido su segundo en la reconquista de Buenos Aires el año de 1806, Y su mentor en la defensa de 1807; y porque además de hallarse rodeado de otros personajes no menos influyentes, era todavía idolatrado entre el populacho de la capital y en todos los pueblos interiores» ( ) Y más adelante agregó que la Junta «concibió grandes alarmas viendo levantarse un coloso como Liniers contra la causa de la revolución».
Nótese la falsedad de la Junta, que argumenta hacer la revolución por voluntad popular, pero teme que Liniers aparezca en Buenos Aires, y que con su sola presencia, y ante el fervor del pueblo que lo veneraba, dé por tierra con la revolución. Para impedir la llegada de Liniers a Buenos Aires, la Junta intenta persuadirlo, interesando a los principales amigos de Liniers para que le escribiesen mostrándole «sus errores, su ceguera y su perdición, garantizándole a su vez una residencia tranquila y perfectamente compensada, en cualquier punto del pais que eligiese, con tal que se mantuviese neutral». ( ) Pero Liniers ya había tomado su decisión en defensa y fidelidad del Rey, la Patria y la Religión.
El secesionista Juan Manuel Berutti, hermano de Antonio Luis, dijo que «La Junta determinó quitarle la vida en este lugar, porque de traerlos a este capital hubiera todo el pueblo y tropas pedido por Liniers y habría sido ocasión de una sublevación general, y por obviarla se ejecutó en este paraje» ( ) Cuando se reunió la Junta para analizar el asunto, Moreno exhibió un pasquín que fue arrojado la noche anterior en el zaguán de su casa, que decía «Si no muere Liniers, ¡que viva!», lo que significaba, como señala Carranza, que «Si no lo matan ahora, pronto se gritará en estas calles ¡viva Liniers!» ( ) Por tal motivo Moreno sostuvo que la disyuntiva era clara: «O el Reconquistador perece o entra triunfante en Buenos Aires » ( ) El derrocamiento y expulsión del Virrey -observa F.R.Carlés- hacia más peligrosa la presencia de Liniers, puesto que «estando vacante el virreinato, de pleno derecho le correspondería el cargo interino por ser el jefe militar de mayor graduación, de manera que en el avance al frente de tropas del Perú, podría invocar legítimamente la representación del Rey» ( )
Cuando se puso a votación si se alteraba o no la orden de fusilamiento, Castelli, Matheu, Moreno y Paso se pronunciaron por la negativa, en tanto Saavedra, Belgrano y Azcuénaga por la afirmativa, produciendo un empate porque el voto del primero valía doble por su carácter de presidente de la Junta. Larrea desempató con su voto negativo y decidió el fusilamiento de Liniers y de sus camaradas ( ).
Otro hecho, prácticamente olvidado -observa F.R.Carlés ( )- cuya extraordinaria importancia salta a la vista, es que el voto que ratificó la condena a muerte fue el de un peninsular; pero no de uno cualquiera sino de un poderoso mercader, recién llegado en 1803, que se convirtió en «el banquero de la Revolución», y que con su decisión ahogó en sangre la contrarrevolución en el Plata, cuyo resultado final sería la caída del poderoso Virreinato del Perú y finalmente la pérdida del Imperio.
A fin de proceder al inmediato fusilamiento de los rebeldes Moreno designó a Castelli, con la advertencia de que no debería incurrir en la debilidad de Ortiz de Ocampo, y que si ello sucediera mandaría a Larrea, y en último caso. de ser necesario, iría él mismo ( ). Castelli fue designado representante de la Junta en la Expedición Auxiliadora, es decir, comisario político de la misma. Con excepción de éste, el resto de los nombrados habían sido subordinados de Liniers, como el secretario Nicolás Rodríguez Peña y el auditor Feliciano Chiclana ( ). Domingo French, que también actuó a órdenes del Reconquistador en las invasiones inglesas, los acompañó con cincuenta soldados para fusilar a los alzados, pero no eran miembros de los regimientos América y Húsares, como sostiene Chaves ( ), sino soldados ingleses «que habían quedado desde las invasiones; así lo había dispuesto Moreno para que no fueran argentinos los ejecutores de Liniers» ( ). De esta forma, Moreno cedía la los ingleses la posibilidad de tomar venganza por las vergonzosas derrotas inglesas de 1806 y 1807 ante Liniers, lo que es por parte de Moreno un hecho imperdonable.
«El argumento de Moreno no puede haberse basado en la desconfianza hacia los soldados criollos para ejecutarlos -dice F. Rivanera Carlés- , pues si algunos se rehusaban, lo que era harto difícil porque tal insubordinación se pagaría con la vida, otros podrían cumplir la orden. Lo hizo fusilar por soldados ingleses -agrega Carlés- como satisfacción para Inglaterra, herida en su orgullo por las dos derrotas catastróficas consecutivas que aquél les ocasionó, pero también por el resentimiento y el odio personal que sentía por el héroe de la Reconquista y la Defensa, quien además, lo procesó por su intervención en el motín de Álzaga. La presencia de un de un contingente de soldados ingleses al servicio de la Junta subversiva es de una gravedad inusitada, y no ha sido prácticamente tenida en cuenta. Otra prueba más de la intervención inglesa en la revolución antipatriótica de 1810». ( )
Al atardecer del 25 de agosto de 1810, Liniers y Gutiérrez de la Concha luego de confesarse, oír la Santa Misa y recibir los sacramentos, dictaron al presbítero Lázaro Gadea su última voluntad, «previa la invocación del auxilio divino y la intercesión de la Reina de los Ángeles María Santísima, Señora Nuestra» ( ). Al despuntar el fatídico domingo 26 los prisioneros fueron conducidos al monte de los Papagayos, donde esperaban Castelli, Rodríguez Peña y French con los soldados ingleses. El primero leyó la sentencia y el obispo de rodillas protestó porque se los sentenciaba a muerte sin oírlos y por la profanación del domingo. Liniers expresó valerosamente: «Más glorioso nos es morir que suscribir a las miras de la Junta; morimos por. defender los derechos de nuestro Rey y de nuestra Patria, y nuestro honor va ileso al sepulcro» ( ). Luego -prosigue la Relación-, .»calló y pidió al señor obispo le sacase del bolsillo el rosario y paseándose lo rezó y continuó paseándose preparándose para la confesión, todo con tal nobleza y entereza que aseguran algunos que estaban presentes que en aquel estado de ignominia y con los brazos atados, parecía más glorioso que en sus victorias de la reconquista y defensa en que con heroica intrepidez despreciaba las balas enemigas.» ( ) Y «El señor Liniers en el acto de vendarles los ojos dijo, < ¡Quita, nunca temido a la muerte y mucho menos cuando muero por mi fidelidad a la Nación y al Rey> ( ) En voz perceptible imploró el auxilio de María Santísima (bajo el título del Rosario de quien siempre fue muy devoto) hincado de rodillas, y con la vista fija en los soldados que estaban con las armas preparadas les dijo: y haciendo a este tiempo la señal del oficial Juan Ramón Balcarce se hizo la descarga con impericia o perturbación de los soldados; sin embargo de los seis tiros que le dirigieron cayó en tierra con todas las señales de vida, le dispararon dos tiros más, y no murió hasta que French le disparó una pistola en la frente» ( )
Ni siquiera los cuerpos recibieron un digno sepulcro, especialmente el de Liniers, ex-Virrey y Reconquistador, sino que se los trasladó en una carretilla hasta Cruz Alta donde se los enterró, sin separarlos, en un zanjón junto a la iglesia. Al siguiente día el teniente cura de la parroquia, fraile mercedario, les dio cristiana sepultura, separándolos. Debido al temor a las reacciones que pudieran provocar, la Junta porteña llegó al extremo de prohibir la celebración de exequias y el luto por los fusilados». ( )
La Junta dio a conocer un manifiesto sobre los fusilamientos, que apareció en la Gazeta de Buenos Ayres del 11 de octubre, firmada por Saavedra y Moreno. No solamente se advierte el odio infinito de este converso hacia las ilustres víctimas -dice F.Rivanera Carlés- resaltando especialmente el profundo resentimiento de su personalidad inferior frente al héroe de la Reconquista y la Defensa, sino que también Saavedra, otro de igual progenie -agrega F. R. Carlés-, vuelve a ratificar su absoluta deslealtad hacia el hombre que ingenuamente lo encumbró, al que se atreve a denigrar de forma miserable con inauditas calumnias y falsedades:
«[. . .] Ellos rompieron los vínculos más sagrados que se conocen entre los hombres, y se presentaron a vuestra vista unos enemigos tanto más dignos de vuestro odio, cuanto habían participado de vuestra veneración y confianza [. . .]
«Un eterno oprobio cubrirá las cenizas de D. Santiago de Liniers y la posteridad más remota verterá execraciones contra ese hombre ingrato, que por voluntaria elección tomó a su cargo la ruina y exterminio de un pueblo, al que era deudor de los más grandes beneficios. El que recuerde los sucesos de esta capital en los últimos cuatro años que han corrido; el que medite en los arroyos de sangre con que los patricios compraron la honra y glorias de D. Santiago de Liniers; el que observe, haberse refundido en sola su persona todos los premios debidos a las acciones heroicas de este pueblo; el que contemple la ternura con que el nombre de Liniers sonó siempre entre los hijos de la patria, los repetidos sacrificios que consagraron éstos a su persona, los comprometimientos a que se redujeron por sostenerlo, el ciego entusiasmo con que aceptaron sus asechanzas, haciéndolas valer en su propio daño, se llenará de indignación, contra el pérfido que así burló sus deberes, de que ningún hombre honrado pudo haber prescindido. Y vosotros, habitantes de Buenos Aires, asombraos viendo el aspid, que abrigasteis algún día en vuestro seno; temblad viéndolo empeñado en el sistema con que os anunció con descaro, de que la América seguiría la suerte de la España del mismo modo que en tiempo de Felipe Quinto, y suspendiendo los sentimientos que algún día prodigasteis, al que abusaba de vuestra confianza, para perpetuar vuestras cadenas, examinad con juicio sereno el crimen de haber atacado vuestros derechos, vuestra seguridad, y vuestra existencia (…)
“A la presencia de estas poderosas consideraciones, exaltado el furor de la justicia, hemos decretado el sacrificio de estas víctimas a la salud de tantos millares de inocentes. Sólo el terror del suplicio puede servir de escarmiento a sus cómplices (…) El terror seguirá a los que.se obstinaren en sostener el plan acordado con éstos» ( )
«Con una muerte ejemplar que coronaba una vida ejemplar -dice F.Rivanera Carlés ( )- a los cincuenta y siete años, Santiago de Liniers, aristócrata cristiano viejo y arquetipo del soldado de la gloriosa Marina Española, fue asesinado por los conversos secesionistas al servicio de Inglaterra. Los principales responsables del crimen muy pronto debieron rendir cuentas al Creador, y sin duda pasaron a peor vida. Estos pequeños hombres han tenido un fin muy diferente: la muerte de Moreno fue casi ridícula mientras viajaba a Londres como representante de la Junta, a raíz del purgante que para superar una constipación intestinal que le aquejaba le suministró el 4-III-1811 George Stephenson, capitán de la fragata mercante La Fama que lo transportaba, y su cuerpo fue arrojado al mar envuelto en la bandera inglesa. Castelli murió de cáncer en la lengua, nunca tan bien merecido -dice Carlés-, el 12-X-1812, y un tiempo antes perdió el habla pues hubo que amputársela.
( ) Urien, que tanto agravió a Liniers prisionero, después de varias vicisitudes y fracasos terminó pasado por las armas por orden de Rivadavia, el 9 de abril de 1823 ( )
Con el fusilamiento de Liniers y de sus compañeros, dice Corbiere, «El gobierno provisional iniciaba un régimen de terror» ( ) . Y de ese modo cesó la oposición realista en el Plata, excepto en Montevideo. La rapidez con que esto ocurrió fue un caso único en las mal llamadas guerras de la independencia, pues en todas partes las banderas del Rey fueron defendidas con fervor no sólo por las tropas, sino por guerrillas que integraban también mestizos, indios, negros, mulatos, etc. Lo ocurrido en el Virreinato en el Río de Río de la Plata -dice Carlés- debióse a que, si bien los conversos tuvieron singular gravitación en toda Hispanoamérica, su dominio en Buenos Aires fue tan abrumador, que por ello, en mi mencionado estudio de 20136, no encontré otro calificativo que nombrarla» ( )

Bibliografía

– Rivanera Carles. Federico. La Historia Ocultada. p 297. Bs.As.2019.
– Castagnino Leonardo. Las invasiones inglesas
– Castagnino Leonardo. Juan Manuel de Rosas, Sombras y Verdades


Fuente: La Gazeta Federal

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