Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Compartimos el siguiente artículo de Norberto Galasso escrito en el año 2003. Agregar, en este caso, para nosotros sería arruinar.
El Editor Federal
Referirse a la patria en un país como la Argentina, cuya historia se halla recorrida por la cuestión nacional, obliga, aunque parezca asombroso, a varias aclaraciones para disipar equívocos. Tal ha sido el uso, abuso, vaciamiento y tergiversación de ese concepto.
En 1910 -bajo la égida conservadora- la legitimación del orden necesitaba loas a la patria formal -tema de efemérides- las que fueron entonadas por grandes vates como Leopoldo Lugones y Rubén Darío. En la semicolonia agroexportadora -que poco antes, en 1904, había sido presidida por el Dr. Manuel Quintana, abogado del Banco de Londres- ostentar la escarapela, cantar el himno y enarbolar la bandera eran exigencias insoslayables para encubrir la dependencia. La patria formal reemplazaba a la patria real sin industrias, sin minería, sin hidroelectricidad, sin explotación pesquera. Las principales decisiones se tomaban en el River Plate House de Londres donde se reunían los dueños de los ferrocarriles, los frigoríficos, las empresas de seguros, la flota mercante, los puertos y diversas empresas de servicios públicos. La clase dominante, usufructuaria del modelo agroexportador, acallaba los reclamos de la patria postergada, para lo cual celebraba a la civilización -expresada en capitales y mercaderías importadas- y denostaba a la población nativa -india, negra, mestiza, gaucha- por bárbara, abúlica, incapaz de todo progreso. Para ello, ajustó una maquinaria de difusión ideológica -tanto en la escuela como en los medios de difusión- que idolatraba la teoría de los costos comparativos de David Ricardo y la consiguiente división internacional del trabajo, silenciando el alerta de Carlos Pellegrini en 1876: “Nosotros somos y seremos, por mucho tiempo, si no ponemos remedio al mal, la granja de las grandes naciones manufactureras… Es necesario que en la República se trabaje y se produzca algo más que pasto. Asimismo, la oligarquía vacuna fabricó una historia boba, legitimadora de la política predominante, donde los grandes patriotas eran, casualmente, amigos de los ingleses.”
De esta curiosa patria se hallaba ausente la soberanía. La minoría que detentaba el poder regenteaba a la semicolonia procurando cumplir con los deseos de su Majestad Británica, lo cual ocasionaba, entre otras cosas, un permanente abultamiento de la deuda externa. Pero no sólo había desaparecido la soberanía en tanto decisiones propias, sino también en cuanto las mayorías populares no podían expresar su voluntad, pues imperaba el fraude, ese fraude que pocos años después se adjetivaría sugestivamente como patriótico. La contradicción era evidente pues la patria -en su sentido equivalente a nación- como conjunto de hombres y mujeres que hablan un mismo idioma en un territorio continuo, tienen relaciones económicas entre ellos y poseen tradiciones culturales e históricas comunes, sólo puede expresarse a través de las mayorías populares. Así, pues, la patria, la verdadera patria se hallaba muda, sometida, expoliada y endeudada. Se manifestaba, sólo de tanto en tanto, a través de algún movimiento revolucionario como el de 1905 y se expresaba, además, pero en voz muy baja, en las coplas y leyendas que configuraban una identidad nacional no sólo en la patria chica sino también en la grande, latinoamericana, así como en sus recuerdos de gestas y luchas heroicas protagonizadas por hombres que decían, por ejemplo, “Seamos libres, lo demás no importa nada” o “No puedo concebir que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria… Una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer.
La circunstancia de que la identidad nacional de los argentinos se diluyese se vio favorecida por la inmensa masa inmigratoria que ingresó al país, no porque ella se negase a arraigar sino porque el conocimiento de la Argentina auténtica le pudo ser escamoteado: carente de tradición oral cayó en la fábula histórica; radicada en el litoral, ignoró al interior del país; atenta a Europa, no miró hacia América Latina. Mayor desencuentro aún se produjo -entre los inmigrantes- con la llegada de luchadores sociales, tanto anarquistas como socialistas, que venían impregnados del internacionalismo proletario y abominaban de la patria como obstáculo interpuesto por la burguesía para quebrar la hermandad de clase de todos los trabajadores del mundo. (Entre las singularidades de la Argentina estuvo precisamente ésta: tener socialistas antes de tener concentración obrera en industrias)
De tal modo, mientras en la semicolonia agroexportadora imperaba la patria formal recordada sólo en las efemérides escolares y militares, con discursos, fanfarrias y desfiles, la izquierda manifestaba su aversión a toda expresión patriótica como atentatoria del internacionalismo proletario. Sólo excepcionalmente algunos profetas solitarios procuraron enlazar las banderas de socialismo y patria. Así, por ejemplo, Manuel Ugarte proclamando, en 1912, la necesidad de un socialismo nacional, pero su voz fue acallada inmediatamente en un lamentable juego de pinzas entre la derecha oligárquica antinacional y la llamada izquierda internacionalista.
Dos décadas después, la patria sufrió una tergiversación mayor. Ante la importancia adquirida por los sectores medios -inmigrantes e hijos de inmigrantes confluyendo con el pobrerío del interior, en las llamadas chusmas irigoyenistas- desde los sectores reaccionarios brotó una reivindicación patriótica de contenido reaccionario, que vino a operar como un reaseguro del sistema. Si alguien osaba alejarse del internacionalismo proletario y asimismo denunciar el patriotismo formal con que el liberalismo oligárquico encubría la sumisión semicolonial, pisaría otra trampa y se metería en el callejón sin salida del nacionalismo. El autoritarismo uriburista instalado en el poder el 6 de setiembre de 1930 se calificó de nacionalista en tanto abominaba de los inmigrantes -resaca que nos envió Europa, según Lugones, uno de los mentores del golpe- y colocaba a la patria, allá lejos, en la tradición hispánica colonial de las botas, sotanas y chiripás. Este gobierno nacionalista, con olor a petróleo, tenía cuatro ministros -sobre un total de ocho- vinculados a la Standard Oil y había derrocado a un gobierno nacional y popular en las vísperas de la posible sanción de la ley de nacionalización petrolera. Reivindicar a la patria según esta versión pronorteamericana, sustentada en familias de abolengo del interior -Ibarguren, Padilla, etc.- consistía en reemplazar la constitución de 1853 por la Carta del Lavoro mussoliniana, hacer el saludo nazi en los desfiles de la Legión Cívica y si era posible, restaurar los abolengos, escudos nobiliarios y hasta la Inquisición de aquellos días anteriores al Mayo revolucionario.
Sin embargo, ese proyecto no pudo imponerse. El liberalismo oligárquico expresado en el Gral. Justo se impuso a los devaneos fascistas del Gral. Uriburu y el fraude, por supuesto patriótico, devolvió a la vieja clase dominante al poder. El concepto de patria que ella sustentaba lo expresó, sin vacilaciones, el vicepresidente Julio A. Roca (hijo) en recordado discurso en el Club Argentino de Londres, el 10 de febrero de 1933: Así, ha podido decir un publicista, sin herir su celosa personalidad, que la República Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, parte integrante del Imperio Británico. Ante la crisis económica mundial y ante el peligro de no poder vender sus vacas, la clase dominante se había decidido a llamar a las cosas por su nombre y a reconocer públicamente la condición vasalla, antes oculta.
Pero la crisis, al mismo tiempo, quebró el maquillaje a los ojos del pueblo y los forjistas dijeron dos años después: Somos una Argentina colonial. Queremos ser una Argentina libre. La reivindicación patriótica era aquí nacional y popular, totalmente ajena al enemigo nacionalista reaccionario. Los forjistas lo distinguían claramente: “Para los nacionalistas, la patria es el rezo del hijo ante la tumba del padre. Para nosotros, la patria es el canto de la madre ante la cuna del hijo. Para ellos, la patria ya existió, en el pasado lejano. Para nosotros, es un sueño de futuro”.
Incluso en algunos sectores de izquierda comenzó a replantearse la cuestión de la patria. Así, por ejemplo, en el Partido Socialista Obrero que hablaba de Liberación Nacional aunque se frustró poco después. También en una corriente del trotskismo -que luego constituiría el grupo Frente Obrero- desde donde explicaron que la verdad de Marx -los obreros no tienen patria- se limitaba a los países capitalistas cuya cuestión nacional había sido resuelta, como Francia e Inglaterra, pero que en el caso alemán -aún no unificada (en 1848) en un estado nacional- el mismo Marx había advertido la necesidad de que los socialistas peleasen junto a la burguesía contra la monarquía, entendiendo que esa revolución nacional sería preludio de una revolución obrera hacia el socialismo. Explicaron asimismo que al pasar el capitalismo a su etapa superior -el imperialismo- Lenin había advertido la importancia que adquiría la patria en los países coloniales y semicoloniales y que tanto él como Trotsky habían formulado la táctica socialista de participar en los movimientos nacionales de esos países, porque la cuestión patriótica era, en ellos, históricamente progresiva. Sin embargo, la casi totalidad de la izquierda tradicional no quiso o no pudo entender este replanteo y ello habría de llevarla, pocos años después, al desencuentro con los trabajadores..
Venían los tiempos del Perón o Braden y el movimiento popular asumió entonces, sin vacilaciones, la reivindicación de la patria, como aspiración de soberanía, que asoció, en su experiencia de avance, con crecimiento económico, pleno empleo, alta participación en el ingreso nacional, legislación social protectora, consolidación de una cultura propia. Más tarde, en 1973, nuevamente la cuestión nacional dividió las aguas. Se habló, entonces, de Liberación o dependencia.
Siempre la patria, pues. Hoy también, aunque con el correr de los años, la Historia -inagotable en la formulación de desafíos- parece alertarnos que la Patria Chica realizará su destino inevitablemente en la Patria Grande, lo cual significa reasumir el proyecto de San Martín y Bolívar, actualizándolo en función de las nuevas condiciones históricas.
Buenos Aires, julio 8 de 2003. Centro Cultural «E. S. Discépolo».
Fuente: Pensamiento Discepoleano