Tiemblen los Tiranos 19: La Profecía de Artigas

Es un buen momento para aflojarle a las harinas
4 marzo, 2022
Zona francamente ruinosa
5 marzo, 2022
ver todo

Tiemblen los Tiranos 19: La Profecía de Artigas

Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Compartimos el artículo del historiador de la Banda Oriental, Jorge Pelfort, respecto de los aconteceres de la Guerra de la Triple Alianza, donde Argentina, Brasil y Uruguay aniquilaron al pueblo paraguayo. Un conflicto que determinó para siempre, la historia de la América del Sur, y de la cual a 152 años de su finalización aún no hemos podido reponernos. La suerte de los aliados no se revertirá hasta que no reparemos esa masacre contra nuestro pueblo hermano.
El Editor Federal
«Si la acción general se pierde, si éste grande, si éste único esfuerzo de los americanos no tiene otro objeto que verter su sangre y hacer con sus cadáveres un monumento a la gloria de los tiranos, ¿de qué servirá a la Provincia del Paraguay haberse mantenido a la defensiva? El gemido y el llanto llenarán toda la América y su inundación llegará precisamente a ese territorio, el estruendo de las cadenas volverá a resonar en todas partes y ese sabio Gobierno se verá en la precisión de sentirlo en torno a sí sin poderlo remediar ya».
(Artigas a la Junta de Gobierno del Paraguay, el 3 de abril de 1812, proponiéndole una alianza, que será rechazada, para defenderse de la prepotencia del Directorio unitario porteño).

El cumplimiento de la profecía comienza a vislumbrarse medio siglo después. El 26 de diciembre de 1862 en el diario «El Nacional» de Buenos Aires, ya se leen párrafos como éste: «tenemos la obligación de ayudar al Paraguay, obligando a sus mandatarios a entrar en la senda de la civilización». Lo firma Domingo Faustino Sarmiento.
Son los mismos enemigos y detractores de Artigas, los que obligaron su exilio en la generosa tierra paraguaya. Aún más generosa desde que don Carlos Antonio López fue proclamado primer presidente, y lo llevó a vivir a su lado.
Sí, son sus mismos enemigos: la monarquía lusitana aliada al partido Unitario porteño. El mismo que, tras la imposición de la Constitución Federal Argentina de 1853 (de hondas raíces artiguistas), debió renunciar a su denominación de «unitario». Y está satisfaciendo ansiosa revancha bajo su flamante título de «Partido Liberal». Cambio de collar pero no de colmillos. Y con su vieja pasión por «civilizar». Ayer a la Banda Oriental, a Santa Fe, a La Rioja. Ahora toca el turno a Paraguay.
Civilizar al Paraguay que es la nación más alfabetizada de América del Sur, con más de 4.000 escuelas públicas y 24.000 alumnos que recibían gratuitamente los textos impresos en el país y donde todo sargento debía oficiar de maestro de primeras letras en los cuarteles. Donde se cultivaban el algodón y el tabaco originarios de Virginia, la vid de Normandía, la caña de azúcar de Java. Único país sudamericano que conoce el telégrafo, los ferrocarriles, los altos hornos, los astilleros. De éstos han salido nueve de los doce barcos que hacen la carrera Asunción – Buenos Aires, otros llegan a Europa. Y algo insólito para los imperialistas, intolerable: única nación latinoamericana que no tiene deuda externa, sus exportaciones duplican las importaciones.
Que prospera en paz desde 1811 (cuando derrotara al cuantioso ejército que enviara el Directorio porteño), bajo un paternalismo socioeconómico que vino a calzar justamente en el súbito vacío que dejara la civilización jesuita.
Que ha tenido fortuna de ser gobernada por dos sabios y honestos administradores: el José Gaspar Rodríguez de Francia y, a su muerte, don Carlos Antonio López. Francia, vocal de la Junta de Gobierno cuando la premonitoria advertencia artiguista de 1812, continuará ignorándola luego como gobernante absoluto, confiado en su espléndido aislacionismo. López, un par de veces intenta salir de él. Pero ambas constituyeron fatídicas decisiones. En 1845 envía tropas a Corrientes, al mando de su primogénito Francisco Solano, a luchar junto al ejército unitario de Paz contra Rosas. Y en 1859 volverá a enviarlo, ésta vez como mediador, salvando a los unitarios-liberales de Mitre de los federales de Urquiza tras la batalla de Cepeda.

La vaca empantanada

Trágico error ayudar a los enemigos de Artigas. El agradecimiento de éstos será el de la vaca empantanada: topar a quien la desatascó. Al apadrinar el pacto de San José de Flores ha decretado el joven López la ruina de su patria y la suya propia. Ni bien sale de Buenos Aires, su barco, el «Tacuarí», es cañoneado por buques ingleses, clara señal de que éstos no están dispuestos a seguir tolerando su exclusión de la economía paraguaya. Y comienzan a accionar los hilos de sus marionetas sudamericanas. Mitre, se hará el distraído ante la protesta paraguaya por el atropello perpetrado en aguas argentinas.
Es que en la banda izquierda del Plata no gobierna ya aquel militar gaucho de Purificación que, tras instruir al Comandante de la flota británica acerca de las condiciones necesarias para entablar relaciones comerciales, concluía: «Si no le acomoda, haga V.E. retirar sus buques de estas costas que yo abriré el comercio con quien más nos convenga».
Tampoco en la margen derecha manda el pulido gaucho de ojos azules que sometía a varios días de amansadora al ministro Southern que le solicitaba audiencia, despertando las horrorizadas iras de Sarmiento en «La Crónica» de Chile:
«Rosas… no quiere recibir al ministro inglés y pide satisfacción por todo. ¿Es un animal? ¿Es un salvaje? Escoja usted» Un gobernante criollo pidiendo satisfacciones a personaje tal… ¡qué audacia!
Sí, no cabía duda: las naciones del Plata habían entrado por la senda de la «civilización».
Y el 18 de junio de 1864 en Puntas del arroyo Rosario, Colonia, entre el canciller mitrista Elizalde, el plenipotenciario brasileño Saraiva y Venancio Flores, el ministro de Su Majestad Edward Thornton será padrino de bautismo de una horrenda criatura: la Triple Alianza.

Paysandú: Prólogo infame

En 1862 muere don Carlos A. López, es designado en su remplazo su primogénito Francisco Solano. Tiene 26 años, vasta cultura, probada energía y profundo amor a su patria. Su clara inteligencia le permite vislumbrar el peligro que acecha a su país por el error de su cerrado aislamiento. Comprende por fin la prédica tenaz del presidente blanco Bernardo Berro, la misma que medio siglo antes Artigas proponía en vano a la Junta del Paraguay: una sólida amistad capaz de mantener a raya a unitarios y lusitanos… los que derrocaron a Artigas, los que derrocaron a Rosas, los que tienen asfixiado al gobierno de Aguirre, sucesor de Berro. Y Francisco Solano decide intervenir con sus tropas para salvar a la sitiada Paysandú.
Pero el gobernador entrerriano Urquiza, quien prometiera franquearle el paso a través del litoral argentino, así como también acudir en apoyo de los sitiados, traiciona ambas promesas. Es que no quiere estropear un inesperado, fabuloso negocio: las tropas brasileñas que sitian la ciudad están mal montadas y el general Manoel Osorio ofrece comprarle 30.000 caballos al tentador precios de treces patacones por cabeza. Comenta un historiador brasileño: «Urquiza, embora inmensamente rico, tinha pela fortuna amor inmoderado. O general Osorio conocía-le o fraco e deliverou servir déle».
López, frustrada así de raíz su estrategia, pero determinado a salvar Paysandú, decide abrirse paso por territorio brasileño, para lo cual no estaba preparado. El comandante paraguayo Estigarribia ocupa Uruguaya, pero queda sitiado allí por fuerzas muy superiores.
Los 390.000 patacones engullidos por Urquiza han tenido por resultado dejar el ejército entrerriano de a pie, es decir a merced de Buenos Aires. Y en vez de pronunciarse contra Mitre, como prometiera a las provincias que lideraba y al propio López, Urquiza se le somete mansamente en medio de la airada protesta de los federales.
Es que el voluble caudillo está recibiendo extrañas visitas en su palacio «San José» y, sin duda, ya olfatea otro importantísimo negocio: el monopolio del abastecimiento de carne (de sus inmensas, innúmeras estancias) a los ejércitos de la Triple Alianza en ciernes. Su propio hijo Waldino, disgustado con la política paterna cruzará el Uruguay y combatirá junto a los blancos. Con él, también el coronel Telmo López, hijo de Estanislao, el caudillo santafecino de la Liga Federal artiguista. Será seriamente herido en la defensa, Rafael Hernández, hermano del futuro autor de «Martín Fierro», José. Este, impedido de cruzar el río para combatir por sus ideas, desde las columnas de «El Argentino» arroja al rostro de Urquiza un tremendo presagio que, siete años después, se cumplirá con cruda precisión: «Allí en ‘San José’, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el Partido Unitario! ¡En guardia, general Urquiza, el puñal está levantado!»
Y será en el palacio «San José». Y en medio de sus hijas. Y el puñal lo blandió Nicomedes Coronel, integrante de las fuerzas revolucionarias federales del caudillo entrerriano Ricardo López Jordán.

El secreto escandaloso

Ante la caída de Paysandú, la prensa federal (provinciana o porteña) fustiga duramente por la pluma de Guido Spano, Navarro Viola, Olegario Andrade, José Hernández, la complicidad mitrista y la traición de Urquiza. Y previene acerca de la posible alianza con Brasil contra Paraguay, ya sospechada a pesar del «secreto» del pacto de Rosario. Porque era evidente que la alta dirigencia del unitarismo porteño daba pie a la desconfianza.
Protesta López ante Buenos Aires por permitir el tránsito y abastecimiento de la escuadra brasileña por el Paraná rumbo a Asunción, mientras niega el paso de las fuerzas pararaguayas por el litoral correntino hacia Paysandú. Declara entonces la guerra a la Argentina e invade Corrientes, cuyo pueblo lo recibe como un aliado. Allí se incauta de correspondencia dirigida al gobernador correntino Lagraña por parte del canciller Elizalde, que evidencia la complicidad mitrista con los brasileños. Y captura dos barquichuelos que motivan estos eufóricos y significativos párrafos de Elizalde a Mitre: «Doy a usted la mejor noticia de Pascuas que podía esperar: López pisó la celada, nos llevó los vapores de Corrientes. Nada de reclamaciones. Tendremos guerra. Cambiamos dos cascos viejos por medio Paraguay. La bofetada que esperaba Rawson (Ministro de Guerra porteño) ya está dada. El oro del Brasil derramaráse a raudales por nuestro territorio». Todo un libro no definiría mejor que estos pocos renglones la catadura moral del gobierno mitrista.
El 1º de mayo de 1865 en «sesión secreta» se dan los últimos toques en Buenos Aires al Tratado de la Triple Alianza, nacido casi un año antes en nuestro país. Mitre informa (de inmediato, por supuesto) al Ministro Thornton; el canciller uruguayo De Castro se apresura a hacer lo propio con William Lettson, ministro de Su Majestad en Montevideo. Ambos titiriteros platenses lo comunican casi simultáneamente a Londres, donde el Primer Ministro Russell lo divulga y es debatido en la Cámara de los Comunes, ¡¡con detalles de los territorios a arrebatarle al Paraguay!! Los diarios de todo el mundo lo publican. Esto indigna a los brasileros, que exigen a Russell la cabeza del «chismoso». Impelido a quemar a uno, el Premier prefiere obviamente salvar a Mitre y echa el fardo a De Castro. Obligado a renunciar, éste incurre en la increíble candidez de sugerirle lo propio a Russell, «como gesto de solidaridad» ¡entre pares!. El británico ni se molestó en contestar. Pero imaginamos su socarrona sonrisa…

La balandronada de Mitre

Ávido de poder y gloria, Mitre, con su fastuosa imaginación, quiso dejar sentada una rimbombante jactancia para la posteridad: «En veinticuatro horas en los cuarteles, en quince días en Corrientes, entres meses en Asunción». Tres soberanas pifias. Olvidó que para tales vaticinios en nada ayudan la fantasía, la egolatría ni la soberbia.
Varios meses demoraron los aliados en pisar Corrientes, casi cuatro años en entrar en Asunción (5 de enero 1869). En cuanto a los tres días en los cuarteles… la simpatía por causa paraguayo-oriental se manifiesta casi unánime en las provincias y el gobierno se las ve amargas para reclutar tropas. Deserciones y motines están a la orden del día. Los 6.000 hombres que a duras penas Urquiza reúne en Yuquerí, se desbandan al enterarse que la cosa era contra Paraguay. El recién nominado General del Ejército de Vanguardia, otrora poderoso caudillo de la Confederación, se queda sin gente, que no impunemente traicionaría la causa federal. Y se dedicará al lucrativo papel de abastecedor mientras espera el puñal vengador.
El español León de Palleja, coronel del ejército florista, escribirá en su conocido «Diario de Guerra»: «…considero una guerra estúpida la que hagan entre sí Orientales y Paraguayos, naciones de origen casi idénticas». Y en marcha hacia el Paraguay dirá: «En Entre Ríos desertaban los entrerrianos, en Corrientes, los correntinos… y todos nos llevaban algunos orientales». Es famoso el mensaje con que un gobernador acompañaba el envío del contingente de su provincia: «Ahí van 300 voluntarios. Devuélvanme las maneas».
Oportunamente un desesperado Mitre escribirá: «Si la mitad de Corrientes no hubiese traicionado la causa nacional, si Entrerríos no se hubiese sublevado dos veces, si casi todos los contingentes incompletos de las provincias no se hubiesen sublevado, si una opinión simpática al enemigo no hubiese alentado la traición …¿quién duda que la guerra habría terminado ya?».
Claro que sí. Pero lo que Mitre no quería entender era que los hijos de los criollos que expulsaron a los españoles de Argentina, Chile y Perú, no habían degenerado en cobardes, ni traidores; simplemente comprendían que aquella guerra particular del Presidente y su círculo, no era una guerra de la nación argentina. Durante la misma se contabilizaron 117 levantamientos, entre ellos las importantes revoluciones del catamarqueño Felipe Varela.
La profecía de Artigas está cumpliéndose inexorablemente. Es que a los enemigos comunes hay que enfrentarlos en común. Frente a ellos, su intuición y experiencia lo decían, inútil ejercer la más leal conducta, inútil pretender aislarse y, menos aún, intentar el apaciguamiento en base a concesiones que jamás bastarán. Lo experimentaron también Oribe y Berro, así como las provincias argentinas lideradas tras su entregamiento por Urquiza, por el noble caudillo riojano Ángel Vicente Peñaloza, «El Chacho». Y ahora toca a Francisco Solano afrontar la tremenda premonición que más de medio siglo atrás enunciara el gran iluminado: «Si la acción general se pierde, si éste grande, si éste único esfuerzo de los americanos no tiene otro objeto que verter su sangre y hacer con sus cadáveres un monumento a la gloria de los tiranos, ¿de qué servirá a la Provincia del Paraguay haberse mantenido a la defensiva? El gemido y el llanto llenarán toda la América y su inundación llegará precisamente a ese territorio, el estruendo de las cadenas volverá a resonar en todas partes y ese sabio Gobierno se verá en la precisión de sentirlo en torno a sí sin poderlo remediar ya».

Una medida antiinflacionaria

Pero hay algo que Artigas jamás pudo imaginar: entre los verdugos del Paraguay se contará un gobernante oriental. Venancio Flores es hábil y valiente guerrero. Gracias a él (y a la venalidad de Urquiza) Mitre conquistó el poder. Y el caudillo oriental se alió a los eternos enemigos de su patria a la espera de la recíproca. Mitre y Tamandaré, auténticos herederos de Pueyrredón y Lecor, lo sentarán en nuestro gobierno (N del E.: el gobierno de la Banda Oriental). La probada capacidad guerrera de Flores conlleva lamentable contrapartida: es despiadado con el vencido. Cañada de Gómez, en Santa Fe; y Florida y Paysandú en nuestro país, son terribles jalones de su paso.
También en Paraguay dejará sangriento ejemplo de esa fiereza: al frente de 10.500 hombres derrota a 3.000 paraguayos en Yatay. Un corresponsal del «Evening Star» de Londres (y no olvidemos de qué lado jugaba Inglaterra) narra así el epílogo de la batalla: «Yatay entraña un sentimiento de horror para todos los que vieron el campo de batalla. Mil cuatrocientos paraguayos yacían en tierra, la mayor parte de ellos apretándose con las manos las gargantas degolladas. Es que fueron hechos prisioneros y después de desarmados los degollaron, en tanto que los más jóvenes fueron salvados para distribuirlos como esclavos». Pues no hemos de olvidar que una de las tres naciones que fueran a la guerra con el altruista fin de «liberar al Paraguay de un tirano» mantenía aún en tierra de América la democrática institución de la esclavitud… (1) .
Desde allí las fuerzas triunfadoras acuden a reforzar el sitio de los brasileños a Uruguayana que, muerta de hambre y sin municiones, se rinde. Sigamos con el «Diario» del coronel De Palleja: «Cuando la caballería riograndense vio que se trataba de rendición, avanzó las murallas en procura de algún paraguayito que alzaban en ancas y lo llevaban a su campo. En todos los cuerpos se recogieron paraguayos… Luego vino la noche durante la cual y todo el día siguiente, se estuvo sacando paraguayos por todo el mundo… El Gobernador (Flores), después de dar y sacar para éste y para el otro, ha destinado gran parte para reforzar los Cuerpos. Piensa, me ha dicho, mandar 600 a Montevideo para que se ocupen libremente en las faenas de los saladeros, los que, indudablemente harían bajar los salarios».
Libremente…mano de obra esclava serían, con un plato de comida y un jergón donde acostarse: sin duda que se convertirían en el elemento morigerador de salarios que nuestro gobernante esperaba. Y sobre su forzada incorporación al ejército oriental dice Palleja: «Hasta repugna dar armas a estos pobres hombres para que peleen contra su pabellón nacional y claven la bayoneta en el corazón de sus hermanos».

El precio de paseo

Nominado General en Jefe por el Tratado del 1º de Mayo, llega Mitre al teatro de la guerra y Flores le cede el mando. Para los paraguayos será un alivio: Ya lo había dicho cáusticamente Sarmiento: «la doble profesión de Mitre tiene sus ventajas: los militares lo creen un buen escritor y los escritores, un buen militar».
Su táctica no parece muy actualizada: es la de los emperadores persas Darío y Jerjes, cinco siglos Antes de Cristo: enviar oleadas de hombres contra el enemigo hasta imponerse por el número. Así, en Pehuajó hace retroceder a los paraguayos en desmedro de la fama de Pirro: pierde el 75% de los que entraron en combate. Su correligionario Carlos D’Amico (será gobernador de Buenos Aires en 1884) le acusa de haber seleccionado para enviar al sacrificio a sus enemigos reales o potenciales, como Dardo Rocha, fundador de La Plata. Ya veremos si existía razón para tan tremenda acusación.
En Estero Bellaco, 26 oficiales y más de 200 orientales, caen en aras del engrandecimiento territorial de Argentina y Brasil. Dice de Palleja: «Mi pobre batallón Florida ha sido víctima este día, más de media hora luchó solo contra el enemigo… estos sacrificios y otros mayores hay que hacer para llevar a término la campaña que muchos consideraron un paseo militar… Paseo, sí, pero regado con sangre de tantos mártires de la patria».
En Tuyutí mueren 6.000 de cada lado, un de los mayores holocaustos de la historia americana. Las cancillerías de Bolivia, Chile, Perú y Ecuador protestan contra los aliados (9 de julio 1866) ante la revelación de que su propósito era repartirse el Paraguay. En represalia, Brasil dará amplio apoyo a la flota de España (en guerra contra Chile y Perú), y lo propio hará el Gobierno uruguayo.
Boquerón será un infierno. Contra los bien atrincherados paraguayos de José Eduviges Díaz, Mitre envía al sacrificio división tras división, entre ella la de los orientales. Para evitar la hecatombe total, Flores desobedece las órdenes de Mitre y ordena retirada. Cinco mil aliados murieron allí.
Curupaytí es carnicería impresionante: ¡diez mil aliados muertos, contra sólo 92 bajas guaraníes! Tuyú-Cué colma la medida, 8.000 paraguayos ponen en fuga a 50.000 aliados, capturando todo el parque, bagajes y hasta la correspondencia del General en Jefe. Oportunamente (para la Triple Alianza) en Buenos Aires fallece Marcos Paz -que sustituía en la presidencia a Mitre- víctima de la epidemia de cólera importada por los lisiados repatriados de la guerra (sólo en nuestro departamento de Soriano – Banda Oriental – la epidemia cobró 3.200 muertes). Los brasileños convencen a Mitre que regrese a hacerse cargo de la Presidencia. Y queda en la Comandancia del ejército su segundo, el Duque de Caxias.
Este tenía ya formada opinión sobre Mitre y sus tácticas. De su profusa correspondencia con el Emperador extraemos: «Nuestros aliados no quieren acabar la guerra porque están lucrando con ella. Mitre ha procurado por todos los medios enredar (atrapalhar) las operaciones… cada vez estoy más persuadido de que Mitre no quiere acabar la guerra…». Y, por fin, la confirmación de la acusación del porteño D’Amico: «El general Mitre está convencido que deben exterminarse los restos de las fuerzas argentinas que aún le quedan, pues de ellos no divisa sino peligros para su persona».
Así de sencillo y práctico. El exterminio de los provincianos era para asegurar, como lo obtuvo, el predominio definitivo de Buenos Aires. Será sin lugar a dudas, su más grande obra. Digno medio para tal fin.

Caxias elucubra

Caxias, el nuevo Comandante, es hombre decidido y conoce bien el terreno que pisa. Desde el fatídico Tuyú-Cué informa a su -emperador (18.IX.67): «…los soldados paraguayos son caracterizados de una bravura, de un arrojo, de una intrepidez y de una valentía que raya a ferocidad, sin ejemplo en la historia del mundo. Su disciplina proverbial de morir antes de rendirse y caer prisioneros, viene a formar un conjunto extraordinario, invencible, sobrehumano. López tiene el don de magnetizar a sus soldados, infundiéndole un espíritu que no puede apreciarse bastantemente con la palabra… Vuestra Majestad tuvo a bien encargarme el empleo de oro (siempre tan eficaz con Urquiza, recordamos nosotros), pero el oro es material inerte contra el fanatismo de los paraguayos, desde que están bajo la fascinadora mirada y el espíritu magnetizador de López».Y tras el sincero y generoso reconocimiento, aflora nuevamente el espíritu de la Triple Alianza: «¿Cuánto tiempo, cuántos hombres, elementos y recursos necesitaremos para terminar la guerra, es decir par convertir en humo y polvo toda la nación paraguaya, para matar hasta el feto en el vientre de la mujer?…».
También Flores volverá al gobierno de su país, hastiado de esa guerra de compromiso («una guerra de bosta» la define Alberdi), en la que debe soportar desaires de sus aliados que lo consideran, no sin razón, un segundón. Nuestro Primer Mandatario escribe a su esposa: «No es para mi genio lo que aquí pasa…en estos días ha querido (Mitre) hasta ordenarme el modo de vestirme… Me dí vuelta y lo dejé». Deja en su lugar al general Enrique Castro a quien, obviamente, no podía irle mejor. Entabladas negociaciones de paz, luego frustradas, sus aliados ni se molestan en informarle. ¡Lo enterará el indignado Flores desde Montevideo! Es que la Triple Alianza para pelear, era sólo Doble para opinar…
El 19 de febrero de 1868, la escuadra brasileña consigue forzar el paso de Humaitá, anticipando la caída de Asunción. En esa misma fecha estalla en Montevideo una revolución acaudillada por el ex presidente Berro, al grito de «Viva la libertad oriental y del Paraguay».
El presidente Flores y el propio Berro serán asesinados ese día. El primero por gente que respondía a su correligionario el general Gregorio (Goyo) Suárez, a quien Flores mantenía bajo vigilancia por saberlo culpable de trabajos subversivos.
Berro, asesinado horas después en una celda del Cabildo por floristas -entre ellos Segundo Flores, hijo de Venancio – quienes sinceramente creyeron la difundida versión «goyista» de la culpabilidad de Berro en el asesinato del caudillo. Sobre un carro de basura fue paseado el cadáver desnudo del ex presidente, antes de ser arrojado a una fosa común. Esgrimiendo la «memoria» de Flores, Suárez, al mando de la situación, desató la más feroz matanza en todo el país, superando largamente las de Quinteros y de Paysandú.
El general Batlle, que inesperadamente relega a Suárez de la Presidencia, intenta el retorno del diezmado contingente oriental, pretextando precisamente su escaso número: quedan unos 1.500 de los 5.000 iniciales. ¡Qué esperanza! Que mientras queden orientales vivos se considera insaldada la deuda de Paysandú. Volverán 250.
Nunca sabremos la cantidad de compatriotas muertos a consecuencia de la guerra, tanto en Paraguay como en nuestro país, pues si el contingente inicial fue de cinco mil, otros envíos fueron constantes durante todo el conflicto. Los heridos graves y lisiados eran retornados al país, y con ellos importábamos el cólera, la fiebre amarilla, el dengue, la malaria, etc. Estas pestes eran difundidas también por las tropas brasileras en su constante tránsito de ida y vuelta de San Pablo. Montevideo-Asunción, con un par de días de reabastecimiento en nuestra capital, para alegría del comercio y los lupanares montevideanos, inmejorables focos de difusión de las consabidas pestes mencionadas.
Si en nuestra apartada Mercedes – según el historiador W. Lockhart «…en un mes fallecieron 1.200 coléricos, la cuarta parte de la población» (Revista Historia de Soriano Nº 4, ps. 33/34) -, ¡qué esfuerzos no habrá hecho nuestras autoridades y nuestros historiadores para que no trascendiera la cifra de muertos en nuestra capital!
Para realización del sueño mitrista, van quedando también pocos argentinos. El peso de la guerra lo lleva Brasil, que dispone aún de un inmenso manantial humano: todos los esclavos varones aptos del inmenso imperio. Son los terribles cambá, que en esa su pretendida «libertad», descargan sobre el enemigo todo el odio cosechado en el infierno de su vida. Y que, a su vez, son sustituidos por los prisioneros paraguayos en algodonales, cafetales, cañaverales y «fazendas».

El genocidio

Dos años y medio más demoraría en fructificar el plan «civilizador» tan bien esbozado en la carta de Caxias. De 1.500.000 paraguayos al comienzo de la guerra, murieron 1.250.000, es decir, 5/6 de sus habitantes… «monumento de cadáveres» del presagio artiguista.
Todo para que, de acuerdo con la pomposa grandilocuencia de Mitre, «… cuando nuestro guerreros vuelvan de su gloriosa campaña a recibir la merecida ovación que el pueblo les consagre, podrá el comercio ver inscripto en sus bandera los grandes principios que los apóstoles del librecambio (los ingleses) han proclamado para mayor gloria y felicidad de los hombres». Comenta el historiador José María Rosa: «Habíamos contribuido a aniquilar a un pueblo hermano, para enseñarle las ventajas que en economía tiene el librecambio… para quitarle lo que ganaba una tejedora de ñandutí y dárselo a las hilanderías de Manchester o Birmingham».
Claro que, cuando en áspera polémica periodística se defienda Mitre de muy duras acusaciones de Juan Carlos Gómez, aflorarán inesperadamente (La Nación, 1.XII.69) otras hasta entonces inconfesas razones: «Los soldados aliados y muy particularmente los argentinos, no han ido al Paraguay a derribar una tiranía….Han ido… a reconquistar sus fronteras de hecho y de derecho, y lo mismo habríamos ido si, en vez de un gobierno despótico y tiránico, hubiéramos sido insultados por un gobierno más liberal y civilizado». ¡Al suelo también, como Caxias, con la grotesca máscara liberal y civilizadora! Pobres los uruguayos que creyeron morir en aras de ciertos ideales…
A Mitre, el militar, sucede en la presidencia Sarmiento, el maestro, aquel que ya en la prensa de 1862 predicaba la necesidad de «civilizar» al Paraguay. ¿Cómo entiende el nuevo líder unitario-liberal la actual situación? Bastan un par de párrafos de una carta que envía a la educacionista norteamericana María Mann: «Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar a la Tierra de toda esa excrecencia humana». Como lenguaje de docente, muy claro en sus definiciones…
Designa Canciller a Mariano Varela quien, en las postrimerías del conflicto aventurará una al parecer generosa doctrina: «La victoria no da derechos». Mitre sale a la prensa atacando «…es máxima vacía de sentido, sin aplicación al caso, contraria a los intereses permanentes de la nacionalidad». El presidente concuerda, y el novel Canciller se ve obligado a renunciar. Paradojalmente la mayoría de los historiadores oficialistas argentinos adjudicará la famosa frase a Sarmiento, y como ejemplo de su grandeza y desinterés pasará a la Historia. Así como la paraguaya provincia de Formosa a la Argentina. Y 47.000 kilómetros cuadrados del oriente paraguayo al Brasil.
Según me refirió Pivel, la «generosa» condonación de la arbitraria deuda de guerra paraguaya y la devolución de los trofeos de guerra por parte de nuestro país, lo fue -obviamente en secreto- a cambio de grandes extensiones de campos paraguayos para nuestro embajador en Asunción y gestor del gran negociado, el abogado español (fugitivo de España y Brasil), Matías Alonso y Criado.
En orden decreciente -por estar más alejados de la piñata- apañaron también lo suyo el Canciller Carlos de Castro y nuestro presidente Tte. Gral. Máximo Santos. En compensación, una calle asunceña honra este nombre por aquel «solidario gesto americanista.». José Claudio Williman en su «Santos» (P.90) levanta una puntita de la manta.

El final

Francisco Solano se sabe derrotado pero ha jurado morir con su patria. Tiene prohibido, bajo pena de fusilamiento, hablar siquiera de rendición. Y cuando sus propios hermanos entran con dicho propósito en conexiones con el enemigo, los hace ejecutar. Avanza hacia el Norte a presentar la última resistencia. Le quedan apenas 409 hombres, muchos de ellos mujeres y niños, pero el término es exacto, pues como hombres pelean con lo que tengan a mano. Será la última batalla: Cerro Corá. Los pocos cañoncitos se cargan con piedras y botellas rotas. La caballería paraguaya carga al trote porque sus escuálidos jamelgos ya no dan más. Y son diezmados por las armas de largo alcance de los brasileños quienes, por los demás, son veinte contra uno.
López, mortalmente lanceado en el vientre por el soldado Francisco Lacerda, famoso desde entonces por su apodo de Chico Diavo, pretende defenderse aún desde el suelo con su espadín, mientras grita: «Muero con mi Patria».
Los generales Cámara y Silva Tabares y el sargento mayor Cimeón de Oliveira le disparan sus armas. Médicos brasileños le practicarán la autopsia para determinar la herida decisiva. Es que, verdadera cacería del hombre, había un premio de 100 libras para quien le diera muerte y varios candidatos reclamaban dicha «gloria». Pero el informe médico no se produjo, posiblemente porque reconocer el lanzazo mortal del soldado Lacerda podría indisponer con los más encumbrados postulantes. Y funciona la repartija de las 100 libras. Sin duda, un López prisionero habría significado toda una molestia ante la creciente grita internacional por el espantosos genocidio de la «Triple Infamia», como se le llamaba.
El octogenario vicepresidente Sánchez es interceptado en su carruaje y le ordenan entregarse. «Rendirme …¿rendirme yo? y descarga su bastón sobre el insolente para caer atravesado de un pistoletazo.
Otro carruaje transporta a la familia López y lleva de escolta una curiosa figura: un niño de 15 años en uniforme de coronel. Es Panchito López, el hijo mayor del Mariscal. Su padre le ha conferido ese grado y la responsabilidad de velar por sus hermanos y su madre, Elisa Lynch, aquella irlandesita que Francisco Solano conociera en París…
¡Cuán efímero fue el cargo, coronel Panchito, pero con qué suprema dignidad lo ejerciste! Los «cambá» alcanzan el vehículo y un oficial le intima: «Ríndete, filho da puta». Imaginamos la voz trémula de adolescente gritando: «Un coronel paraguayo no se rinde».Y carga sobre el enemigo para ser masacrado en el acto. El mayor Florencio Peixoto, que comanda la acción, se insolenta con la madre que abraza el cadáver del hijo. Pero ella conoce una fórmula muy eficaz entonces en estas regiones: «Cuidado, soy inglesa». Con lo cual contiene a ese oscuro oficial que, con los años, llegará a presidente del Brasil. Tres estados, Río Grande, Santa Catalina y Paraná, se levantarán un día contra su despotismo. Al frente dos orientales: Gumersindo y Aparicio Saravia.
A través de las épocas, significativo sino de enemigos comunes. De Artigas, federales, paraguayos y blancos…

Fuentes: Línea Blanca Nº 1 setiembre 1986 / Historia de la Confederación Argentina (Facebook)

Invitame un café en cafecito.app

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *