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Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Se dice que entre presentes y firmantes de distintos petitorios, 5.000 pequeños productores rurales protagonizaron el 25 de junio de 1912, la tal vez más genuina revuelta y rebelión agraria que haya ocurrido en Argentina, porque era gente que trabajaba la tierra. Tampoco reclamaban la perpetuación de privilegios que no tenían: sólo la tranquilidad de tener un precio sostén y previsibilidad productiva.
El Editor Federal
Cuentan que durante una asamblea de pequeños y medianos arrendatarios rurales realizada en la Sociedad Italiana de Alcorta, unos 300 Agricultores encabezados por Francisco Bulzani comienzan una rebelión agraria que se extendió por toda la región pampeana. El llamado “Grito de Alcorta” reclamaba la rebaja general de los arrendamientos y aparcerías, la entrega en las aparcerías del producto en parva o troje, como salga y contratos por un plazo mínimo de tres años.
En la asamblea, el abogado Francisco Netri enfatizó que los chacareros debían «constituir su organización gremial autónoma», proceso que culminó el 15 de agosto, cuando en la Sociedad Italiana de Rosario se fundó las Federación Agraria Argentina.
Más de dos mil agricultores de Alcorta, Bigand, Bombal, Carreras, Firmat y San Urbano (Melincué) asistieron a la asamblea en el local de la Sociedad Italia de Socorro Mutuo e Instrucción el 25 de junio de 1912. Además de los colonos presentes, las delegaciones de las localidades vecinas acercaron petitorios firmados por dos mil colonos más.
Al día siguiente, el diario La Capital de Rosario, describía estupefacto: «El aspecto era imponente, pues aquella gran masa de hombres acostumbrados a empuñar el arado, convertida en asamblea deliberante, causaba una impresión casi exótica y semejante en algo a la que producen en el ánimo del observador los grandes concursos populares en que se debaten cuestiones ideológicas, de índole política o doctrinaria, en pro del resurgimiento de las colectividades conscientes de sus derechos».

Había que remontarse al menos 60 años para comprender los orígenes del problema. Con la llegada de los primeros contingentes europeos – mayoritariamente italianos y españoles – de la fomentada inmigración a partir de mediados de la década de 1850, un poco entre las colonias agrícolas creadas para “el fomento de la producción agrícola” – en realidad, para que trabajaran la tierra que estaba en manos de la oligarquía, o las que paulatinamente se “le iban ganando al indio” -, los iniciadores de lo que hoy conocemos como la “pampa gringa” se encontraron con que sus pocos bienes no alcanzaban para adquirir tierras, y que los grandes tenedores de las mismas tampoco las vendían.
La oligarquía terrateniente había perfeccionado el histórico método de valorizar la tierra sin trabajarlas por sí mismos: el arriendo, o alquiler.
Así, con impulso gubernamental, el sistema instaurado determinaba que los arrendatarios -o inquilinos – se harían cargo de todo: sembrarían por su cuenta y riesgo; alquilarían a los propietarios –y sólo a los propietarios- los elementos de labranza y las trilladoras; les entregarían los cereales limpios y embolsados – en bolsas que sólo podían comprarles a los dueños del campo – listos para su traslado al puerto; y quedaría para los dueños entre el 40 y el 50% de la producción.
Pero el abuso no terminaba ahí: los arrendatarios, que comenzaron a ser llamados “chacareros”, no podían sembrar otro cultivo que los pactados con los dueños de la tierra; tampoco no podían criar ganado ni caballar, ni vacuno si no pagaban una abultada suma en carácter de “multa”. Además, la mayoría de los chacareros se veían obligados a comprar todos los elementos necesarios para su vida diaria en los almacenes de sus patrones – o arrendadores -, a precios varias veces superiores a los valores de mercado; lo que los llevaba a vivir endeudados de una cosecha a la otra.
Así, tras una campaña agrícola de 1911, donde la cosecha había sido particularmente mala y las deudas se habían multiplicado. La siguiente campaña, la de 1912, fue muy buena cosecha. Sin embargo, el sistema implementado en la actividad puso en evidencia que los productores apenas pudieron pagar lo que debían a sus propietarios en términos de arriendos, insumos, herramientas, víveres, multas y mejoras; y ni siquiera pudieron cancelar los importes de las libretas con los almacenes que no pertenecían a la patronal.
Fue justamente un almacenero, Ángel Bujarrabal, el que comenzó a coincidir con sus clientes en que las injusticias eran demasiadas, que trabajaban de sol a sol y cada vez estaban más pobres. Que él no era su enemigo y que estaba dispuesto a ayudarlos; que lo principal era organizarse para cambiar el sistema de arriendos.

Así, aquél 25 de junio de 1912, según las actas y los relatos, se inició la asamblea en el edificio de la Sociedad Italiana de Socorro Mutuo e Instrucción bajo la presidencia de Francisco Bulzani. Tomaron la palabra Luis Fontana, y a continuación el Dr. Francisco Netri; que puso a debate un modelo de contrato que él había confeccionado para discutir en el encuentro. Sus principales ejes eran:
* Se pagará por arrendamiento el 25% del bruto de la cosecha, en parva y troja.
* Los señores propietarios cederán gratuitamente 6% de la tierra arrendada con destino a potrero o pastoreo.
* El colono pasará aviso a los señores propietarios cinco días antes de trillar o desgranar, quienes tendrán ocho días de plazo para retirar la parte que les corresponde por arrendamiento. Pasados los ocho días, el colono podrá disponer de la parte que le corresponda.
* El colono se obliga a destruir malezas y conservar en buen estado los edificios con alambrado, etc., de que se haga entrega, salvo el deterioro por el uso. En caso de ser invadida por la langosta, se compromete a combatirla.
* La falta de cumplimiento de cualquiera de estas cláusulas por una de las partes, autoriza a la otra a pedir su rescisión, haciéndola responsable de los daños y perjuicios.
* La duración de los contratos no podrá ser menor de tres años.

Este modelo de contrato se aprueba por unanimidad y además se aprueba la declaración de huelga general propuesta por Francisco Bulzani:
“No hemos podido pagar nuestras deudas y el comercio, salvo algunas honrosas excepciones, nos niega la libreta. Seguimos ilusionados con una buena cosecha y ella ha llegado, pero continuamos en la miseria. Apenas si nos alcanza el dinero para pagarle al almacenero que nos viene surtiendo todo el año. Esto no puede continuar así. Debemos ponerle fin a tan triste como temeraria situación, caso contrario se producirá el éxodo campesino que debemos evitar a cualquier precio. Los propietarios se encuentran reacios a considerar nuestras reclamaciones y demandas. (…) Pero si hoy sonríen por nuestra protesta, puede que mañana se pongan serios cuando comprendan que la huelga es una realidad…”.

El comercio internacional de materias primas agropecuarias, o su pasito siguiente que es la “instrialización” de granos y oleaginosas (convertirlos en harinas, aceites, destilados o pellets), se ha perfeccionado en los 110 años que han pasado desde el Grito de Alcorta. Lo que no ha cambiado es su lógica de concentración y de subordinación hacia el que está – al menos – un escalón más abajo.
La oligarquía terrateniente ya no domina todo el espectro, aunque continua siendo parasitaria de la cadena de trabajo y producción. Tampoco el chacarero ya es dueño de su destino: salvo honrosas excepciones, la mayoría se percibe desde una condición que el mundo les desconoce: un productor agropecuario es un laburante más; al que le puede ir mejor o peor. No tiene “coronita”, ni es el payador perseguido, ni es el culpable de los males de la nación. Luego del peón, el productor es el último orejón del tarro de una cadena de valor internacional que cada vez le va a dar menos, aunque la producción valga cada vez más.
Por esto y otras cosas, tal vez sea necesario un nuevo Grito de Alcorta. No uno se esos que organiza la Sociedad Rural Argentina: sino un Grito de Alcorta del pueblo chacarero y trabajador.

Fuentes: Pensamiento Discepoleano / El Historiador

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