Nos enteramos de varias cosas que suceden en la cadena avícola nacional y de los países hermanos. Si uno las toma separadas – como habitualmente salen publicadas para vender informes de sector, el que está por fuera de la actividad entiende muy poco. Pero si ponemos todas la piezas en la mesa, al menos, un pedazo del rompecabezas se arma, y podemos darnos cuenta de cómo funcionan algunos sectores productivos en Argentina.
Redacción
En el marco de la Semana Mundial del Huevo, una de las caras argentinas del sector productivo de la actividad, la Cámara de Productores Avícolas de la República Argentina (CAPIA), afirmó en medios nacionales que el huevo en nuestro país está barato, aunque más bajos aún son los salarios que permiten comprar los huevos en el mercado.
Así, uno de los directivos de la entidad, contó que a nivel internacional una docena de huevos de gallina adquiere un precio de 3 a 4 dólares. En Argentina, la misma alcanza los 2 dólares, y el productor recibe U$S 1.
También dieron detalles de cómo impactó el dólar soja en la actividad. Por ejemplo, previo al 5 de septiembre, los insumos para la producción avícola que fijan su precio al compás de la soja, registraban un monto por tonelada de $ 60.000. Con el tipo de cambio específico para la oleaginosa, el costo pasó a ser de 72.000 pesos; un 20% de incremento en los costos base que no pueden ser trasladados en un sólo incremento a los huevos – fenómeno que sí ocurrió en otras actividades.
Asimismo, los anuncios que realizaron tanto Kulfas, Domínguez y Scioli mientras ocuparon lugares en la estructura nunca llegaron a materializarse. Los pocos recursos crediticios hacia la actividad, fueron hacia el subsector específico de la cría de pollos.
Claro… cuando uno no está empapado en el asunto, las cosas nos pasan por al lado y no podemos interpretarlas. Pero si estiramos el cuello por encima de la frontera vemos dos cosas: primero, Argentina necesita estimular la exportación de pollos para no quedar rezagada respecto de Brasil; que se apoderó del 30% del comercio internacional d ella carne aviar con una participación de 5 millones de toneladas. Pero además, el vecino país produce otras 95 millones de toneladas de carne de pollo que se consumen en su mercado interno. Los brasileños sí que están a pollo y pollo nomás.
Argentina, para no quedarse afuera, debe subsidiar o facilitar al sector exportador de carne aviar para que al menos figure en el espectro; y asimismo, el sector capte divisas para las reservas.
Si giramos la cabeza, veremos que en Paraguay, sus productores avícolas están siendo perjudicados por nuestros pollos. Más allá del comercio formal de carne aviar con el hermano país, lo que está reventando a los paraguayos es el contrabando tanto desde nuestro país como de Brasil. Ocurre que el tipo de cambio, hace más conveniente contrabandear con nosotros, los argentinos.
Un último dato para cerrar. Según el archivo de nuestra Redacción, en mayo pasado el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) publicó un informe que realizó en conjunto con el Centro de Empresas Procesadoras Avícolas (CEPA), respecto de la sustentabilidad industrial de la actividad, en función de la medición de huella hídrica y huella de carbono. Es decir, estudios que miden cómo las actividades productivas “impactan negativamente en el ambiente” a raíz de sus procesos internos.
Para no entrar en cuestiones técnicas específicas, diremos que dicha investigación se realizó en una docena de plantas de faena de pollos de cuatro provincias – Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos y Río Negro. Los resultados se expresaron en huellas ambientales equivalentes a un kilo (1kg) de pollo faenado y envasado con menudos, destinado al consumo interno, y con un ciclo productivo de 52 días, puesto en la puerta del frigorífico. El examen abarcó la producción del alimento balanceado que comen los pollos, más las granjas de huevos, las de recría, y faenas de parrillero o de carnicería (se distribuyen por dos circuitos comerciales diferentes y las aves poseen distintas características).
En cuanto a la huella de carbono, arrojó 1,5 kg de dióxido de carbono equivalente por sobre cada kilo de carne de pollo obtenido. Respecto a la huella hídrica, el informe determinó que se utiliza 0,54 metros cúbicos (540 litros) de agua por cada kilo de pollo producido.
No sabemos si las cifras que reproducimos significan mucho o poco – no nos vamos a hacer los interesantes y esconder baraja a esta altura -. Lo cierto es que en las conclusiones, INTI explica que de acuerdo a los cánones de los mercados que prefieren productos “amigables al ambiente”, estos requieren poca o ínfima carga de combustible quemado, energía utilizada, agua destinada al proceso, y la menor cantidad de otros insumos aplicados al proceso de producción.
Es decir, “los mercados del futuro” – que al mismo tiempo son los más contaminantes del universo – con la excusa del cuidado del ambiente, tienden a formatear los procesos productivos de los países agrominero exportadores, dentro del marco del primitivismo industrial pero con una producción de escala global. Ergo, tienden a quitar valor agregado a los productos finales de nuestros países, dotar de mayor automatización a los procesos, y fundamentalmente, sacar al hombre del mundo del trabajo.
Una distopía que se hace realidad, porque nuestro organismo oficial que debería custodiar el acervo técnico industrial nacional, se dedica a legitimar ese proyecto, calificando procesos de producción y firmando informes.
Hay una solución argentina bailando esa misma cueca, y que puede jugar a nuestro favor un tiempito: un menor gasto de energía y un menor gasto de agua, puede generarse si los procesos de producción se realizan en circuitos de cercanía, y a una escala menor a la que indica la matriz de costos comparados por la que nos quieren pasar por la piedra la Unión Europea y Estados Unidos (los chinos pinchan con otras cosas, no con el ambiente; son más frontales. Eso al menos los hace mejores oponentes; más honorables). Eso nos permitiría expandir por todo el territorio la matriz productiva de alimentos de consumo final. Los costos se achicarían, el trabajo crecería, y aumentaría el poder adquisitivo del salario.
Aquello que en apariencia nos juega en contra, con un pequeño cambio de roles y posiciones, nos empieza a jugar a favor. Eso lo enseñó Bilardo. Y lo enseñó haciéndolo.
Eso sí; se van a avivar rápido: los gringos inventaron el tongo. No los vamos a madrugar siempre. Pero para poder hacerlo esa vez que necesitamos nomás, habría que dejar de votar liberales.
Fuentes: INTI / La Nación (Paraguay) / CAPIA