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Argentina y su llave para salir de la cárcel colonial primarista

La “fina” arranca en unos días. Desde la Secretaría de Agricultura están haciendo malabares para poder cumplir con la cuota de fertilizantes que Rusia no está vendiendo. El combustible es impagable, y con él se da el aumento de todos los insumos de la cadena. Sin embargo, hay una oportunidad para revertir la situación para siempre: gobernar sin resignación.
Redacción
En dos semanas comienza la campaña agrícola 2022/2023 y los lobbies de los distintos sectores que pungnan por la mayor cuota de ganancia en la actividad operan en aras de conseguir los mayores dividendos a futuro: publicidad, ferias, ciclos de conferencias, circulación de informes de coyuntura y toda una serie de acciones que los ayuden a tomar posición.
Pero la actividad agropecuaria no es homogénea aunque en los grandes medios de comunicación se la presente de esa forma, y la referencia permanente sea la denominada zona núcleo de la pampa húmeda. Sin embargo, en las áreas apartadas del centro, las discusiones son un tanto diferentes y las alternativas son múltiples más allá de la acción de los lobbies.
Así, como cada año, ni bien termine la cosecha de “la gruesa” (soja, maíz), comienzan las tareas de preparación para la siembra de “la fina” (trigo, cebada): barbechos y fertilización.
Y en ese marco, están todos haciendo cuentas. El precio del gasoil es impredecible, y el de los fertilizantes está cada vez más alto. Un tercer factor es el más preocupante de todos: por más capacidad de producción que un productor agropecuario tenga, no incide en absoluto en el valor de cambio que adquiera su mercadería al final del camino. Esto es simple de comprender: el precio de la tonelada de cereales u oleaginosas se fija en Chicago, en Kansas o en cualquier parte, pero nunca en Argentina. Lo mismo sucede con los insumos: ni el combustible ni los agroquímicos poseen referencia nacional en cuanto a la formación de precios. Por lo tanto, la incertidumbre siempre es grande; y la misma se incrementa cuanto menor capacidad de producción tenga el chacarero.
De allí que las conversaciones y propuestas de solución estén volviendo tres décadas atrás, y sobre la mesa se analicen variables que se venían dejando de la lado a partir del uso de agroquímicos. Por ejemplo, para decidir sembrar trigo, ya no es suficiente con considerar las cotizaciones por tonelada de cereal a diciembre o enero, o las expectativas climáticas medias en cuanto a lo que a regímenes de lluvias y heladas se refiere. Esto es así, porque el costo y disponibilidad de fertilizantes y combustibles se ha convertido en una variable significativa, mucho más que el peso de impuestos, tasas y derechos de exportación, y los subsidios por obtener relativos a la actividad.
Asimismo, hay otro factor geopolítico determinante: el productor argentino, aunque no quiera producir y vender trigo (o soja, o lo que sea) al mundo o al mercado interno, debe hacerlo de todas maneras porque no tiene otra alternativa. No existen variables posibles a las cuales apelar, a partir de la retirada total del Estado Nacional de la cadena de producción.
Es cierto que los precios promedio de 300 dólares por tonelada para la fina no son despreciables, tampoco son la solución definitiva. Pero como dijimos, en la actual coyuntura tampoco hay otra opción de mercado.
Así, una de las tantas conversaciones que volvieron a tener sentido es la de siembra directa o labranza. Y la misma no es menor. Con la tecnología de siembra directa, el cultivo requiere del “arrancador” luego de un barbecho químico. Es decir, fertilizantes especiales, derivados de los hidrocarburos y sobre todo importados. Con éste método hay mayores rindes por hectárea pero la inversión sobre cada cuadro es mucho mayor.
La labranza tradicional requiere un menor costo de fertilización, con rindes menores, pero más cercanos al promedio histórico y “natural” por cada región. Además, requiere de maquinaria más simple, por lo que el costo de servicios de contratistas se reduce o incluso se elimina, habida cuenta que las tareas pueden realizarse con maquinaria propia.
Ante esta coyuntura, se observa una marcada intención de los productores pampeanos, sobre todo de los más pequeños, de retornar circunstancialmente al sistema de labranza. El motivo es que requiere menor inversión en agroquímicos y fertilizantes para lograr un nivel de producción que podríamos denominar promedio histórico para la región agrícola de la provincia de La Pampa.
Plantar trigo en siembra directa requiere de un barbecho químico y una fertilización denominada «arrancador». Estas dos cuestiones llevadas a dólares por hectárea representan un nivel de inversión muy grande. En el caso de la labranza tradicional el gasto baja sensiblemente.
Por otra parte, hay otros beneficios que van más allá del resultado final en cuento a rindes: a medida que se aplica el paquete tecnológico se siembra directa, la necesidad de utilizar agroquímicos se incrementa, habida cuenta que las denominadas malezas (o malas hierbas) son más resistentes y la acumulación de insectos también es mayor por el permanente residual de rastrojo que permanece en superficie.
La discusión irá cobrando dimensión en la medida que el año y la campaña avancen. Hemos expuesto que Argentina es el “vientre cautivo” de la cadena internacional de valor agropecuario, pero también está presa por propia voluntad política de quienes detentan los resortes políticos, económicos y productivos: desde el mercado y desde el Gobierno – los actuales y los anteriores -, no se aboga por otra cosa que no sea la profundización de la dependencia.
Pero, una coyuntura productiva que nos juega en contra puede convertirse en un elemento favorable. Por un lado, lo dicho, retomar los modelos de labranza tradicionales. Pero por otro, desde el mundo nos están haciendo un favorcito: Rusia es el principal exportador de fertilizantes del mundo, con un 40% del mercado. Un 15% de eso, viene para Argentina.
Más allá que desde el Ministerio de Agricultura ya le encontraron proveedor reemplazante (Polonia y Marruecos), es una buena alternativa para fomentar la sustitución de importaciones. El precio internacional de los agroquímicos subió un 55% en los últimos 60 días. Eso implica que por las 4 millones de toneladas de fertilizantes que Argentina importa, el año pasado pagó 2.200 millones de dólares (U$S 550 por tonelada); y este año gastará 3.400 millones por la misma cantidad (850 U$S/tn).
El país puede volver a fabricarse agroquímico eficiente, de buen rendimiento y precio razonable. Asimismo, el Estado pude incrementar el fomento hacia la investigación sobre la fertilización a partir de microorganismos. Estamos sobre el pucho pero es el momento: el barbecho y fertilización durante la fina, siena las bases de los resultados de toda la campaña agrícola.
Sólo faltan voluntad política, planificación y trabajo. Es espectro de desarrollo es infinito y la potencialidad ya está probada. Podemos romper la cárcel colonial primarista a la que estamos sujetos. Sólo hay que tener voluntad de conducir el proceso de producción.

Fuente: MAGyP / El Diario de La Pampa

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