Así en la tierra como en el chiquero

PEST-PIST-RASE: hacia la individualización del consumo energético
10 enero, 2023
Nadie es Haití (recargado al cuadrado)
11 enero, 2023
ver todo

Así en la tierra como en el chiquero

Con los chanchos podemos explicar por qué crecer no es lo mismo que desarrollar. En los últimos días se publicaron una serie de informes oficiales y privados respecto de la actividad porcina. Medios especializados también se hicieron eco de situación de la actividad.

Redacción

Según los números y las interpretaciones, el sector porcino mantiene cerca de dos décadas de crecimiento sostenido. Mayor cantidad de carne, mayor facturación y mayor concentración. Este tipo de datos, que para una parte de la cadena son indicadores del éxito de la actividad, para otros son la ruina. Es aquí como volvemos a ver con los chanchitos un ejemplo de que “crecimiento” no es lo mismo que “desarrollo”.

Según los informes, en 2022 la producción volvió a crecer un 5% respecto del año anterior, al tiempo que también aumentó la demanda interna de carne porcina. Sin embargo, habría en el total de la cadena productiva, 10.000 madres menos. Es decir, existió un incremento en la productividad promedio anual (o sea, es más “eficiente”) por madre del 9%; pero hay menos cantidad de cerdas (un 18% respecto de 2021).

Según los análisis, este fenómeno responde a que los productores chicos no pueden alcanzar el rango de tecnologización-costo, ni poseen espalda para “aguantar” en competencia con los “grandes” o los “medianos”. Entonces, las fuentes coinciden en que entre 450 y 470 pequeños productores porcinos se alejaron de la actividad y se desprendieron de las madres. Debe tenerse en cuenta que en el contexto actual, “irse” de la actividad implica “no volver”: poner una cerda en producción significa una inversión en el tiempo cercana a los U$S 10.000.

De allí que la faena en número de porcinos creciera un 4% respecto de 2021; y aumentara el “rinde promedio por cabeza” en cantidad de carne (700 gramos por animal). Sin embargo, si sectorizamos por tamaño de los productores, los datos de la estratificación son elocuentes.

Existirían en Argentina 2.780 establecimientos productores de porcinos: 2.100 denominados “chicos”, que reúnen entre todos 60 mil madres, y aportarían a la faena total 720.000 cabezas; habría 600 establecimientos denominados “medianos”, con 160 mil y 4.230.000 respectivamente. Los grandes, que son un total de 80, juntan 140.000 madres y algo más de 4.500.000 cabezas.

La diferencia además del número estaría en la productividad: entre los chicos, cada madre aporta anualmente 12 capones en promedio; los medianos 26; y los grandes 32. Las diferencias son espeluznantes. Los medianos y grandes productores porcinos, tienen más y mejor espalda, mejores condiciones comerciales y pueden invertir en tecnologías. Entonces vemos que, el 21% de los establecimientos totales, aporta a la faena anual 9,3 de cada 10 animales matados.

Además de las variables y mejoras tecnológicas, el punto determinante para la supervivencia es la matriz de costos y el precio de los insumos. Más allá de los gastos vinculados a servicios, instalaciones y mano de obra, el principal costo es el balanceado: soja más maíz, pero la que “tironea” hacia arriba es la primera, gracias a los tipos de cambio para incentivar la liquidación de cosechas, que enriquecieron alas exportadoras, pero reventaron la cadena de precios internos.

El daño provocado por estos desequilibrios internos, sacó del sector a casi 4.000 trabajadores durante la última década. La “brillante idea” del equipo económico del superministro casi presidente, Sergio Massa, de implementar tipos de cambio diferenciado y aplicarlos a los principales insumos de las cadenas productivas internas, terminó por aniquilar a medio millar de productores porcinos solamente en el último año.

Una canallada que sirve para graficar la dinámica del capitalismo como modo de producción: cada vez mayor concentración a costa de mayores costos de producción y menos mercados disponibles para comercializar los resultados.

Una canallada a todas luces. Un niño familiarizado con la actividad, sabe que al subir el tipo de cambio para la soja solamente, aumentan los insumos internos y los arriendos. A ellos van aparejados los combustibles y costos de energía, no porque se vean afectadas directamente esas cadenas, sino porque existe un “contexto de oportunidad” para aumentar.

Así, por aproximaciones concretas y sucesivas, aumenta todo. El productor chico desaparece y el laburante no come.

Fuente: SAGyPN / Portal Porcino / Bichos de campo

Invitame un café en cafecito.app

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *