Causas del Terrorismo de Estado III

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Compartimos la tercera y última parte de un documento publicado por Social 21, La Tendencia en noviembre de 2018, donde se detallan una serie de procesos, acontecimientos, y conquistas populares, que fueron las causales del Terrorismo de Estado y sus calamidades. Tengan a bien leer y difundir.
Redacción
Causas del Terrorismo de Estado III

La motivación política del golpe de estado de 1976 debe estar presente en el juicio de valor respecto del terrorismo de estado. La restauración del orden colonial capitalista es el motivo no suficientemente dicho de los crímenes de lesa humanidad. La exclusión de la ideología, el imperialismo y las rentas sangrientas a las que dieron lugar son convenientes a los victimarios de la flor y grana de la militancia popular argentina. Dejar vacío el lugar del móvil es hacer inexplicable al crimen. Pero no fue así. El terror vino a destruír con toda su violencia lo que la democracia había construido pacíficamente en estado de derecho. Y a recuperar las rentas capitalistas indebidas que, antes del gobierno peronista, los propietarios privados de los medios de producción obtenían de sus trabajadores, cercenando salarios, condiciones de trabajo e importando cosas innecesarias.
En la cabeza liberal, la oferta externa de bienes y servicios actúa como amenaza reguladora de los precios internos. En la cabeza imperial, el mundo fue siempre un mercado global, al que América se incorpora a partir de Colón, desde 1492. En la cabeza militar, la política es la continuación de la guerra por otro medio. Así piensa Estados Unidos desde 1861 por lo menos, cuando Lincoln se victimiza entregando al sacrificio el fuerte Sumter para convencer al norte industrialista de guerrear contra el sur terrateniente, y su asesor Segwald que propone declarar la guerra a Rusia, Francia, Inglaterra, España, para unificar norte y sur en la conquista, y su general Sherman, que privilegia la logística por sobre la táctica, la inteligencia y la estrategia, creando la producción industrial de la muerte. Estas tres ideas, victimización-guerra-producción industrial de la muerte, ya con un siglo de perseverancia política, son las instigadoras de golpe, secuestro, tortura y muerte en 1976.
Lo mismo puede decirse de la Europa imperialista, que obligó a América a hablar español, inglés y portugués, a India a hablar inglés, a Indochina, francés y al África esos más italiano, holandés, etc. Espíritu que mudó de portador, de nobles a burgueses, pero no de contenidos. Talante que se manifiesta no solo en los torturadores franceses importados de Argelia, sino también en las multinacionales de origen europeo, que se sirvieron del terrorismo de estado para subordinar al trabajador argentino a su estándar colonial, cuando el mismo había avanzado al siguiente nivel, aunque sin alcanzar al de Europa. A igual trabajo igual paga, es un derecho que estos extranjeros aplican, pero cuidando que los trabajadores del mundo desarrollado no se comuniquen nunca con los de las colonias. Porque, cuando sucede, los de abajo quieren subir y los de arriba se niegan a bajar. Por lo tanto, hay huelga por salarios en la colonia y exigencias de barreras para-arancelarias en el país central. Por eso la producción nacional de bienes y servicios atentaba contra la exagerada, abusiva ganancia de las empresas extranjeras, que eran proteccionistas cuando se trataba de su casa matriz y libre cambistas en lo atinente a su sucursal argentina. Esta injusticia capitalista fue el móvil del golpe.

La integración nacional alcanzada en la producción automotriz estaba en el orden del 95% de cada vehículo. La abundancia de repuestos baratos y originales se había naturalizado con la más olímpica de las ignorancias. Lo importado casi no existía, resultaba caro, innecesario y exótico, una vanidad más que una necesidad. La raíz de esto era el Estado Empresario, el modo argentino de propiedad social de los medios de producción, que es la forma de hacer, y con trabajo nacional, lo que el imperialismo se niega a fabricar en el país. Estado Empresario que se hartó de esperar a que Ford, Chevrolet, Peugeot, Renault, Dodge, Mercedes Benz, con ventas en Argentina desde antes de 1920, pusieran en el país algo más que una miserable línea de montaje. Entonces, en 1952 crea Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado, IAME, que produce el muy utilitario Rastrojero, el sedán, la camioneta, el furgón, la rural familiar para siete pasajeros y el deportivo Justicialistas, este último con motor Porsche y carrocería de fibra de vidrio, en paralelo al revolucionario Corvette norteamericano. Y, ya que estaba, se despachó también con la moto Puma y el avión Pulqui…
Complicando las cosas tanto como pudo, el golpe de 1955 no logró destruír la iniciativa ni la memoria colectiva de cómo había empezado todo. Por eso, en un acto de impotencia más que de fuerza, en 1957 le cambia el nombre a IAME y le pone DINFIA, Dirección Nacional de Fabricaciones e Investigación Aeronáutica, discontinuando varias líneas de producción, que para entonces se habían extendido, entre otras cosas, a tractores, lanchas y veleros… Pero la obstinación argentina en el ser nacional seguía en pie con el Rastrojero original, que mejoraba y evolucionaba a la par de sus harto satisfechos propietarios. Tanto hacía el humilde utilitario que en 1967, tratando de ocultar lo imborrable, le vuelven a cambiar el nombre a la fábrica por IME, Industrias Mecánicas del Estado, y al propio vehículo, al que pretenden bautizar Caburé con rotundo fracaso, porque la gente dice: …“ah, vos me querés decir el Rastrojero nuevo, ¿no?”… Por eso, hartos de la persistencia industrial argentina a través del Estado Empresario y el inmortal Rastrojero, José Alfredo Martínez de Hoz, en 1980, al amparo del terrorismo de estado y en beneficio de las multinacionales, cierra la fábrica y descontinúa el utilitario, que amenazaba el ´target´ de la Ford F-100 por precio y carga.
La destrucción de la industria nacional argentina, conducida desde el Estado Empresario al modo que el imperialismo lo hace desde las multinacionales, es el móvil ausente en los crímenes de lesa humanidad.
Las embajadas extranjeras, instigándolos por estrechas relaciones que el Pentágono norteamericano había desarrollado con los militares argentinos, son culpables que habría que incluír entre los acusados. Los empresarios privados, beneficiarios del aumento de su plusvalía en detrimento de salarios y condiciones de trabajo, deberían explicar su responsabilidad en resultados materiales obtenidos por medio del terror. La Patria argentina y su Pueblo trabajador, despojados de la propiedad social de los medios de producción por usurpadores al servicio del capital privado y las embajadas extranjeras, tendrían que ser incluídos como víctimas colectivas y materiales de la restauración ´manu militari´ del orden colonial. La transformación pacífica y democrática de la Argentina en un país cada vez más autosuficiente, con fuerte mercado interno, pleno empleo y una seguridad social que hoy se extraña, es la realidad oculta que el terrorismo de estado destruyó. Esa destrucción fue el móvil principal de los crímenes. Objetivo sin el cual se tiñen de absurdo, se acomodan a la disculpa “hubo excesos”, a los “efectos colaterales indeseados” y basuras argumentales así.

Interferir el Estado Empresario y sus benéficos efectos sobre el mercado interno fue la primera, inmediata tarea de los militares-funcionarios en las fábricas usurpadas. Así, el desarrollo de proveedores, que apuntaba en el criterio nacional argentino a abastecedores de insumos y materiales, no de mano de obra, fue trastocada en la tercerización norteamericana de la mano de obra y el abastecimiento de insumos y materiales por importación. La caída del valor agregado que semejante cambio produce es inmediato. Las tareas más rentables de la empresa son cedidas al subcontratista de mano de obra y el abastecimiento material de la línea de producción desnacionalizado a favor de la producción extranjera. Entonces, lo que no necesitaba subsidio lo empieza a reclamar para sobrevivir, lo que ya lo tenía lo pide en mayor cantidad y le basta al militar de turno manejar ese grifo para decidir quién vive y quién no, también industrialmente hablando. Así corrompió el terrorismo servil al capital y la extranjería al Estado Empresario promotor, regulador y usuario feraz del mercado interno de alto valor agregado. Perdida esa paternidad, la pyme retrocedió en su horizonte industrial.
La chapa naval con la que se construyen los cascos de los barcos puede estar en precio a 1 U$/kgr. El casco del barco, una vez construido, sube su precio a 3 U$/kgr. Pero si, en vez del casco, el mismo acero se usase para construír el motor, su precio subiría a 28 U$/kgr. La diferencia entre acero en bruto de laminación como lo entrega la acería, 1 U$/kgr, el casco elaborado por oxigenistas, caldereros y soldadores, 3 U$/kgr, y el motor, producto del trabajo de oxigenistas, caldereros, soldadores, fundidores, tratamientos térmicos, torneros, fresadores, ajustadores, electricistas, montadores, mecánicos, 28 U$/kgr, son las horas de trabajo humano que se agregan a la materia prima en cada caso. Por eso el gobierno peronista compra un tren de laminación de chapa ancha. Para auto abastecer al país con ese precioso comienzo desde SOMISA, estatal, San Nicolás de los Arroyos, Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina, a un precio justo y sin las demoras, a veces artificiales, teñidas de desprecio imperial hacia la colonia sudamericana, en las que incurrían acerías japonesas, europeas y norteamericanas por igual. Cadena de valor para nada despreciable, ya que el mineral de hierro de HIPASAN, estatal, Patagonia Argentina, o del Mutún, Bolivia, tenía un precio de 0,005 U$/kgr en boca de yacimiento, y una vez transformado en acero y laminado como chapa naval aumenta, ya se dijo, 1 U$/kgr… 200 veces más.
El móvil del terrorismo de estado fue destruír este modelo de país, el modo argentino de producción. Ideología, doctrina y práctica política que se negaban a aceptar el subdesarrollo en esos tres niveles. Porque su militancia revolucionaria, integrada por peronismo combativo, izquierda nacional, radicalismo de liberación y nacionalismo popular, lo consideraba un estadío permanente, colonial, no una etapa hacia el desarrollo. Sabía, porque leía la historia y se apoderaba de ella, que sin instrumentar sus deseos de justicia, libertad y soberanía en políticas concretas, se paralizaría en la retórica patriotera de los adoradores del bronce conservador. Así se dio a sí misma actualización doctrinaria, trasvasamiento generacional y socialismo nacional. Como superación del capitalismo colonial que los políticos profesionales, empresarios capitalistas, jerarcas religiosos y militares golpistas no aceptaban trascender, aunque todo se hacía en su medida y armoniosamente, respetando todas las opiniones democráticas, pero avanzando sin cesar hacia el mandato popular de las mayorías de justicia social, libertad económica y soberanía política. Así pensaban, así sentían y sobre todo vivían los 30.000 compañeros. Para ellos, el subdesarrollo no era una etapa más del progreso, algo intermedio y anterior al desarrollo. Era una injusticia permanente y consolidada. Las colonias no eran sino consecuencia de la centralidad capitalista, del imperialismo extranjero… De ahí su tremenda eficacia en la acción: de su lucidez política.

La militancia política de los 30.000 no era perfecta ni pretendía serlo. Tal vez ni siquiera fuese la mejor. Pero se sabía muy buena en lo que hacía. Su poder transformador en el barrio, la fábrica, la facultad, se hacía sentir de manera contundente y los resultados, todos ellos colectivos, generales, compartidos, hacían del individualismo algo fuera de lugar. El progreso era algo que se alcanzaba en manada, no solitariamente. Lo personal era algo secundario, un asunto privado que debía subordinarse al interés general. Entonces, el imperativo categórico de la hora era de tipo ético y social. Había que ser, estar, pertenecer. No militar en la Argentina era tan mal visto como no tener religión en EEUU. Dicen los norteamericanos que, si alguien no cree ni en Dios, difícilmente crea en los negocios y, por lo tanto, no es de fiar. Decían los argentinos que, el que no milita contra el imperio y el capitalismo, es funcional a la colonia y, por lo tanto, debería militar.
La realpolitik del luche y vuelve peronista, había puesto las cosas en su lugar. Se llamare como se llamase, Cordobazo, Rosariazo… Platazo, Ensenadazo, …azo, los liderazgos no eran ortodoxos ni orgánicos. Pero eran profundamente representativos de una insurgencia no-capitalista, no-colonial, anti-imperialista, y que, a diferencia de otros países, hacía un hábil uso de la democracia republicana para imponer sus ideas por medio del voto popular y la mayoría callejera. Esta acción directa de las masas, legítima y democrática, le quitaba interlocutores transables al capital que, si corrompía a algún dirigente, lo destruía en el mismo acto, quedándose sin su traidor a sueldo. Esta dialéctica solo se resolvía con la satisfacción del interés de los representados y no con la corrupción del representante, razón por la cual los reclamos de justicia y bienestar tendían a ser demonizados, sin el más mínimo éxito, por la derecha acorralada, que perdía todos los días.
En el hinterland empresario, escandalizarse con acento porteño de barrio norte era una identidad de clase. Las cuentas del capital, excelentes en facturación bruta, no toleraban tener que compartir con la masa trabajadora un porcentaje, una proporción, una parte, de lo que consideraban su pedazo de la torta. La ley no escrita del capitalismo, la del tercio, la que reparte en trozos iguales la factura, dando un tercio al costo, otro a los impuestos y otro a las ganancias, era puesta en cuestión por el Estado Empresario. Obligada a dar la ecuación económico-financiera de sus precios para hacer viables y previsibles sus actualizaciones después, la empresa privada transparentó para siempre sus íntimos manejos, su estructura económica. Los estudiantes universitarios que, por militancia, se ganaban el peso como obreros en la fábrica, hicieron el resto. Rápida y certeramente, la juventud supo por sí misma, gracias a la transparencia forzada por el desarrollo de pymes proveedoras del Estado Empresario, la ley del tercio que todas ellas aplicaban… y la gran empresa también.

En la subcontratación de mano de obra, todo el costo, el 33% de cada factura, deberían ser salarios. Otro 33% impuestos. Y otro 33% ganancias empresariales. Pero como las listas negras les bajaron el precio a las horas de trabajo humano hasta en un 40% y los patrones subcontratistas se quedaban con la diferencia: el costo real era de un 20% de salario… más otro 13% de ganancia espuria y oculta. Pero como también evadían impuestos, en lo mejor de la fiesta un empresario subcontratista podía recaudar: 13% de reducción de salarios
+ 33% de evasión impositiva + 33% de ganancia empresarial = 79% de cada factura por servicios de mano de obra. Altísima rentabilidad de quien de nada se hizo cargo más que de intermediar, ya que la conducción de obra era ejercida por quien lo contrataba y las empresas y sus dueños desaparecían pasado un tiempo, dejando un pagadiós por único recuerdo a: trabajadores con sueldos sin cobrar, clientes mancomunados y solidarios con sus deudas, y recaudadores impositivos frustrados en su tarea de hacerles cumplir las obligaciones.
Detectada antes de lo que canta un gallo, tamaña diferencia empezó a ser apetecida por jefes de compra, gerentes de contrataciones, inspectores de trabajo y todo aquel que tomara contacto con la abultada billetera del subcontratista. Esto dio lugar a un reparto, un spread de coimas bastante amplio, socializando los beneficios obtenidos a expensas del trabajador directo en un ejército chupasangre de burócratas, que nada tenían que ver con quienes producían el 100% del valor agregado y se llevaban solo el 20% de la torta. Pronto, los de abajo quisieron rebelarse. Pero lo más que lograban era mudar de un subcontratista a otro, ya que las listas negras que los incluían vedaban su retorno al trabajo formal, en blanco. Entonces, preocupados por perder parte de sus nefastas ganancias, los subcontratistas se cartelizaron, ofreciendo todos ellos más o menos la misma paga, esto es, el mismo 20% del total facturado que sus subordinados querían perforar hacia arriba.
Con el tiempo, la situación creada en los dos primeros años del terrorismo de estado, comenzó a permear hacia adentro del trabajo que permanecía dentro de la ley y dentro de la empresa de bienes o servicios que no fueran mano de obra de listas negras. Esto produjo una fuerte depresión del salario formal al punto de que no pocos de los trabajadores empezaron a migrar hacia el subcontratista que, al principio, lo seducía con un sueldo mejor, pero luego de extraído de la seguridad laboral, lo sometía a los bajos estándares de la época o se desentendía de él diciendo que ya no tenía más trabajo. En caso de arrepentirse y querer regresar, la puerta estaba contablemente cerrada por el costeo por absorción, que había hecho artificialmente más cara la mano de obra propia, absorbiendo la totalidad de los gastos indirectos sobre la espalda, cada vez menor, de los trabajadores directos remanentes. Así, también desde adentro del empleo formal, y más allá de las originarias listas negras, se favorecía a ultranza la subcontratación, la tercerización, el out sourcing de mano de obra.

La violencia desatada en las calles por secuestros, torturas y asesinatos, hizo de esta operatoria de restauración colonial un mal menor, prácticamente invisible. Ante cualquier contingencia adversa, se decía, como para ayudarse a aguantarla, que peor sería estar muerto. Así de atroz podía ser la naturalización del horror que acontecía. Y quien quisiera acordarse del pasado reciente, casi inmediato, de apenas dos años atrás, de cuando había directores obreros en los directorios del Estado Empresario y se los reclamaba en la empresa privada, era instantáneamente abandonado por quienes lo escuchaban, como se huye de un loco que no solo es peligroso para los demás, sino también para sí mismo. Defender la propia fábrica, el servicio que se prestase, la obra en construcción, la fuente de trabajo, del vaciamiento a manos del subcontrato de mano de obra se volvió algo peligroso, que contradecía el espíritu de la época, instalado a sangre y fuego.
Las ecuaciones económico financieras de respaldo a las ofertas y cotizaciones industriales, que luego facilitarían su actualización en un contexto inflacionario, y en uno no inflacionario también, pasaron de ser una transparencia, accesible a todo trabajador de la administración que se preocupara por ello, a un secreto guardado bajo siete llaves, encriptado para funcionarios militares y ejecutivos de alto rango de la estructura empresaria privada. La traza más visible de lo que allí se negociaba, era la prosperidad material acelerada de los implicados, que no habrían resistido un mínimo análisis patrimonial… como así tampoco la comparación con la miseria de sus trabajadores, que seguían siendo los productores reales de toda riqueza, tal y como explicaban los fundamentos de creación de la figura del director obrero. Esta desigualdad, esta restauración del orden colonial capitalista, que a las embajadas y a las multinacionales les habría resultado imposible en estado de derecho, fue el motivo fundamental del terrorismo de estado. Como la actualización doctrinaria, el trasvasamiento generacional y el socialismo nacional la causa revolucionaria de los 30.000.
Como en sus anteriores gobiernos, pero ahora desde el pie, desde la base, con un protagónico a cargo de jóvenes que, habiendo nacido en casa de material y con teléfono, migraban al barrio humilde o a la villa, y se ganaban el pan en una fábrica a pesar de estudiar en la universidad, el peronismo encarnó pacífica y democráticamente el socialismo fáctico, el movimiento que venía a emancipar la colonia capitalista. Era la liberación nacional de hecho: salario digno, pleno empleo, plan de vivienda, salud, educación, conciencia de sí y de la historia, juventud y futuro, bienestar y grandeza, identidad y alegría… Demasiado para cualquier facista. Más mercado interno protegido y en crecimiento, autonomía industrial y tecnológica, energía nuclear en desarrollo y autoabastecimiento de petróleo… Demasiado para cualquier geopolítica imperial. Mas 100% de la población económicamente activa con empleo formal, paritarias libres en todos los gremios, fifty-fifty entre capital y trabajo, directores obreros informados… Demasiado para cualquier mercado capitalista. Por eso el relato policial del terror es insuficiente como memoria, verdad y justicia. Hace falta esta causalidad: La materialidad económica, el beneficio capitalista que se restauró mediante secuestro, tortura y asesinato… Y el social, el político y republicano, el argentino y espiritual, no solo material, que el terrorismo destruyó.

Una arqueología económica argentina ubicaría rápidamente la raíz primera de su Estado Empresario en la Gobernación de Cuyo ejercida por San Martín para hacer caja y crear, con Fray Luis Beltrán, el Ejército de los Andes con el que liberó Argentina, Chile y Perú del imperialismo español. Continuidad del mismo plan, ahora contra el imperialismo de Inglaterra y Francia, la constituyó Rosas, la Vuelta de Obligado y su Ley de Aduanas. Basta para comprobarlo observar el cambio de manos, del primero al segundo, del legendario sable corvo. El tercer hito en este sentido lo constituye la creación de la primera petrolera estatal del mundo: la YPF argentina de Yrigoyen y Mosconi, contra los abusos petroleros de Estados Unidos, Inglaterra y Holanda. Iniciativa estatal que adelantó, en tanto propiedad social de este medio de producción, a la propia URSS de Stalin y Lenin. Cuartos, pero no por ello menos importantes, Perón y Savio repiten la iniciativa en el área siderúrgica con SOMISA y una pléyade de emprendimientos más del Estado Empresario en función social.
Así, la contradicción del argentino con el imperialismo de los países centrales, el capitalismo armado colonialista, está en el génesis mismo de la Patria argentina y su Pueblo trabajador: El fuerte rol del Estado Empresario argentino, sanmartiniano, rosista, yrigoyenista y peronista, atento a las necesidades y bienestar del Pueblo tanto como a la grandeza y soberanía de la Patria, también. Entonces, la voluntad industrial de hacer, fabricar, crear y producir, en el Estado Empresario argentino se ubican primero, antes y más arriba que el afán de lucro de la propiedad privada de los medios de producción, la empresa capitalista. Inmediata consecuencia de esta característica fundante es que el dinero es apenas un insumo más de la producción, y ni siquiera el más importante. La misión que el Estado Empresario recibe, desde el mismo día de su concepción, es integrar eslabones estratégicos de cadenas de valor agregado que el interés extranjero jamás concedería al país colonial porque con ellos se emanciparía de su control y explotación… He ahí el móvil imperialista del terrorismo.
Por eso hasta que Perón y el brigadier San Martín no acometen con IAME la producción automotriz, nadie fabricaba aquí, solo se ensamblaba. Pero ante la amenaza de sustitución de importaciones por el Estado Empresario, sí se avinieron a fabricar en el país. Primero en llegar fue el norteamericano Kaiser, factótum de la producción seriada de los buques Liberty durante la segunda guerra mundial, a razón de un buque por día. Es decir, un ritmo de producción superior al de hundimiento que podían provocar los U-boots, la jauría de lobos del Atlántico, la flota de submarinos alemanes que cortaban las líneas de abastecimiento aliadas. Pronto, el espanto de los importadores llegó a las casa matrices extranjeras, que tan alegremente disfrutaban del mercado interno argentino hasta ese momento, sin invertir ni dar trabajo. El poder de la IAME estatal más la IKA privada, Industrias Kaiser Argentina, podían autoabastecer a saturación el mercado interno y cerrar toda la importación, sin mayor daño para los argentinos pero catastróficamente para los extranjeros. Entonces, ante la posibilidad de perderlo todo, aceptaron compartir un poco: invertir y dar trabajo en el país. No antes. Lo mismo había pasado con el petróleo. Igual con el acero. Exactamente como con los barcos. Y también…

La pérdida de valor agregado en los bienes de capital que el Estado Empresario producía no tardó en llegar con el terrorismo de estado. El Astillero Río Santiago, ARS, en producción desde 1948, había ido mutando de una empresa integrada a terminal naval mediante el sistemático desarrollo de proveedores. Obligada a auto abastecerse de todo en un principio, con los años interesó a las pymes a proveerla de insumos de poco valor para una gran empresa naval: válvulas, tornillería, revestimientos, metales no ferrosos, fundiciones, forjados, muebles, cables, luminarias, pinturas, etc. Y, en el caso de bienes de capital, el ARS llegó a nacionalizar el 75% de los grandes motores diesel, con el FIAT AB 757, antes del golpe de 1976, luego de 38 años de perseverancia en el esfuerzo industrial. Pues bien, al regreso de la democracia, había retrocedido a menos del 30% la participación nacional, y perdido o envejecido su mano de obra y tecnología, gracias a los militares y las listas negras, la subcontratación de mano de obra y la desinversión.
Lejos de ser un efecto colateral indeseado, el retroceso del Estado Empresario antagónico a las multinacionales extranjeras y su subordinación ficticia a una rentabilidad inalcanzable, fue el corazón de una política de destrucción que lo tenía en la mira. Porque no se tuvo conciencia de esto, o no se lo admitió, se lo negó, es que la reivindicación del gobierno democrático, los resultados positivos e inmediatos de su gestión, y el futuro de bonanza creciente de la mano de la coordinación de las Sociedades y Corporaciones del Estado, SyCEs, pasó desapercibida en la maraña de relatos truculentos de los secuestros, la tortura y la muerte. Pero tal vez sea hora de hacerlo hoy. Quizás ahora sea posible dar testimonio de la Patria argentina y el modo de vida del Pueblo trabajador al que los 30.000 consagraron la suya. Aunque no tan escabrosa ni mediática como la del terror mismo, la causa patriótica y popular que el imperialismo tronchó a través de él, también merece memoria, verdad y justicia. Ahí está el meollo de la cuestión, su mayor fuerza. Porque lo mismo que para el militante justificaba su vida y su compromiso, para el imperialismo justificaba su muerte.
Argentina es un país superavitario en la producción de alimentos. Produce más de once veces lo que su población necesita. Sin embargo, hay habitantes, compatriotas que pasan hambre en su territorio.
La Patria es un país rico en recursos naturales. La pampa húmeda argentina es la más fértil del planeta, las aguas de sus mares las de mayor oxígeno y fauna ictícola, sus reservas minerales de primer nivel mundial, su territorio amplio y acogedor. Pero su Pueblo es pobre y pasa necesidades.
El país lo tiene todo para ser una potencia benéfica, la sede de una prosperidad material y espiritual no imperialista, no capitalista. Recursos en abundancia y gente comparativamente instruída, hábil para el trabajo. Y, a pesar de ello, todo está por hacerse. Se vive bajo amenaza, con preocupación y a la defensiva.
Este es el resultado del terrorismo de estado que los gobiernos liberales y keynesianos del retorno a la democracia no han logrado revertir. Porque lo que el terrorismo de estado secuestró, torturó y asesinó no fue una Argentina gobernable, una república partidocrática y demoliberal, sino una Patria económicamente libre, socialmente justa y políticamente soberana. La Patria estaba parada sobre sus pies, tan hermosa… y desafiante del capitalismo. Tan anti imperialista como lo fueron, entre otros, San Martín, Rosas, Yrigoyen, Perón. Contra toda aquella belleza fueron el golpe y el terror. Contra la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Patria. Felicidad y grandeza que fueron causa de compromiso y vida para los nuestros, y que merece toda la memoria, la verdad y la justicia de la que seamos capaces. Si no, es como si las volviesen a matar, hoy.

El juicio que contemple aquel tiempo, aquel espacio y aquella materialidad, los hechos concretos de la historia, no puede eximirse de la causalidad que los explique. La ley debe ser justa para ser ley. No una tela de araña que rompen los bichos grandes y solo atrapa a los chicos. Y excluír los beneficios económicos que la empresa capitalista obtuvo mediante el terrorismo de estado, es dejar a éste sin fundamento y considerar a sus secuestrados, torturados y asesinados poco menos que víctimas de la mala suerte, de una banda de locos muy violentos. Y autónomos, que no recibían órdenes de ninguna embajada ni favorecían a ningún mandante… No fue así. Los delitos de lesa humanidad engordaron cuentas bancarias con dinero sangriento. Patria argentina y Pueblo trabajador retrocedieron en la historia material y espiritualmente mucho más allá de la libertad cívica.

Finalmente, aunque no pueda dar testimonio como de lo expuesto, argumentos del corazón que la razón no entiende me fuerzan a referir algunos nombres: Beatriz Ronco, Jorge Astudillo, Ricardo Huergo, Gustavo Fernandez. Es la certeza de que, al morir sin batir para que sus compañeros pudiesen huír, en medio de la tortura y con la propia muerte aproximándose, solos y lejos de todo, los amaron como nunca antes.

Ver “Causas del Terrorismo de Estado I”, aquí.

Ver “Causas del Terrorismo de Estado II”, aquí.

Fuente: Social 21, La Tendencia

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