Estados Unidos y la insoslayable China

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Estados Unidos y la insoslayable China

Estados Unidos ha resuelto generarles conflictos de baja y alta intensidad a las dos potencias a las cuales teme militarmente. Lo que viene aconteciendo entre Rusia y Ucrania es una muestra. El conflicto que desean generar entre China y Taiwan es otro.
Redacción
El ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, enfatizó en la ciudad de Yakarta que «si el principio de un solo país es saboteado habrá nubes oscuras e incluso tormentas feroces a lo largo del estrecho». El gobierno de China reafirmó este lunes el principio de una sola nación mientras denunció la política de “doble rasero” de Estados Unidos con respecto a Taiwán tras la segunda reunión del mecanismo de diálogo y cooperación de alto nivel China-Indonesia.
En este sentido, el alto diplomático chino destacó que el gobierno estadounidense pretende «usar la carta de Taiwán para interrumpir y contener el desarrollo de China», lo cual atenta contra la soberanía e integridad territorial de Beijing. Wang afirmó que «Estados Unidos no puede practicar dobles estándares o incumplir constantemente sus promesas o cambiar sus posiciones» luego de la firma de acuerdos vinculantes que expresan la soberanía de China sobre el territorio taiwanés.
En consonancia, el titular de la diplomacia china ratificó que «Ningún pueblo, fuerza o país deberían hacerse ilusiones sobre la separación de Taiwán de China».
La alocución del canciller chino se produce tras el encuentro sostenido este sábado con el secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, en el marco de una reunión de cancilleres efectuada en la isla indonesa de Bali. El aumento de las presiones occidentales mediante el apoyo a los intentos separatistas en Taiwán exacerban las tensiones en la región asiática, ante lo cual China ha ejecutado una serie de entrenamientos militares defensivos.

LA INSOSLAYABLE CHINA Escrito por Yolaidy Martínez y titulado:”China, Un jugador incómodo para Estados Unidos”

China con su ascenso como potencia económica, tecnológica y militar, afianza la posición de jugador clave en el tablero internacional para disgusto de Estados Unidos, que pone todas sus cartas en función de conservar su poder y hegemonía en el mundo.
Este país es sin dudas referente por conseguir -entre muchos logros- una peculiar transformación bajo el mando del Partido Comunista que le permitió ser la segunda economía del planeta, un imán para el capital extranjero y asegurar una solidez financiera e industrial capaz de soportar cualquier altibajo.
Tal progreso significó escalar peldaños de liderazgo global, ampliar intercambios diplomáticos y comerciales en todos los continentes, y fortalecer su peso en la Organización de Naciones Unidas al convertirse en miembro del Consejo de Seguridad con derecho al veto y el envío de tropas en las misiones de los cascos azules.
Igualmente, se reflejó en un asombroso despegue tecnológico con la aplicación de sistemas revolucionarios y soluciones inteligentes en cada aspecto de la sociedad, al punto de que decir China actualmente es asociarla con la expresión más concreta del futurismo.
En lo militar, la meta de tener un Ejército de primer orden se tradujo en un crecimiento del gasto en la Defensa, la compra de equipos avanzados, modernización de las estructuras y el desarrollo del sector armamentístico hasta reducir de modo significativo la brecha con los fabricantes occidentales.
Pero ante los ojos de Estados Unidos, todo lo anterior es pecado y le resulta imperativo acelerar una política de contención a China que espera ayude a socavar su fortaleza económica, mientras Washington retiene el liderazgo del orden mundial, la supremacía y ventajas en cualquier terreno de carácter estratégico.

La era Trump

Los últimos años son testigos de una confrontación tan fuerte entre la primera y segunda potencia del orbe que por momentos bordearon el peligro y dieron lugar a aseveraciones sobre la llegada de otra Guerra Fría, colocando a las relaciones en su nivel más crítico en décadas y con una profundización de la desconfianza.
Con el republicano Donald Trump (2017-2021), la Casa Blanca inició un largo período de choques en temas sensibles como supuestos abusos a los uigures de Xinjiang y apoyo al separatismo en Taiwán, por las restricciones en suelo norteamericano a la prensa china, las trabas a la tecnológica Huawei y la injerencia en Hong Kong.
La pugna incluso incluyó a la Covid-19, con acusaciones a Beijing por la presunta responsabilidad en el origen de la enfermedad, ocultar información, sacar provecho comercial de la pandemia y hasta intentar piratear investigaciones sobre potenciales vacunas o terapias.
El punto de mayor fricción fue el económico-comercial, pues dio paso al proteccionismo y a una guerra mercantil que si bien era entre dos, puso al mundo en vilo, con casi dos años de incertidumbre y desplome financiero.
Una pesquisa de Washington que arrojó el supuesto robo de tecnología, propiedad intelectual y competencia desleal de China en el mercado estadounidense abrió en 2018 el cruce de tarifas, sanciones y barreras a los negocios hasta que 22 meses después, un acuerdo satisfizo las inquietudes mutuas.
El pleito resultó insostenible, contraproducente y lesivo para las metas de desarrollo de ambas potencias, pero igual puso a la economía del planeta bajo el fuego cruzado y en 2020 el Producto Interno Bruto casi cedió 0,8 por ciento, o sea casi 700 mil millones de dólares.
Muchas voces coincidieron en que se trató de una estrategia de Trump con fines electorales, pues pretendió apuntar su permanencia en la Oficina Oval con promesas como trasladar la producción desde China y reducir la dependencia de la cadena de suministro.
Según un plan del magnate contra el gigante asiático que se filtró, Estados Unidos necesitaba en casa “preservar el orden constitucional, fomentar una economía en crecimiento basada en un mercado libre, cultivar una sociedad civil vibrante y mantener el ejército más poderoso, ágil y tecnológicamente sofisticado del mundo” para proteger sus intereses comerciales.
Es por ello que la población debía conocer sobre la “amenaza china”, porque solo así respaldaría “la compleja combinación de políticas exigentes que permitirán a Estados Unidos asegurar la libertad”.
Mientras en el escenario global, el programa buscó reevaluar el “sistema de alianzas y la panoplia de organizaciones internacionales, reformarlos donde fuera posible y reemplazarlos cuando fuera necesario por otras nuevas construidas” por el país norteamericano.
Washington -subrayó el texto- todavía tendría que cooperar con Beijing simplemente por su poder económico, pero uno de sus principales objetivos sería eliminar la dependencia en materiales y bienes críticos para sí mismo y para sus aliados.
Sin embargo, lejos de anotarse puntos a favor, Trump y su proteccionismo solo condujeron a China a optar por el arte de la diplomacia para defender el multilateralismo, el libre comercio y la paz del orbe.
La nación oriental hizo gala de su famosa prudencia y optó por consolidar los contactos con otros actores claves del panorama internacional para mantener el orden socioeconómico y hasta reforzarlo con herramientas que la libren de turbulencias futuras.
Unido a la ofensiva diplomática, siguió adelante con la profundización de su política de reforma y apertura con iniciativas destinadas a minimizar el impacto del choque y proteger el sector empresarial.
Entre otras acciones, su sector manufacturero se reorganizó y los fabricantes exploraron otros mercados, incluido el local, a fin de aminorar las consecuencias del conflicto mercantil.

Biden, nuevo estilo y el mismo objetivo

China siempre acogió con mesura la salida de Trump y el ascenso de Joe Biden (enero, 2021) a la presidencia de Estados Unidos, pues aunque avizoró la distensión en algunos frentes, está convencida de que continuará el mismo enfoque en las relaciones bilaterales.
Para los observadores locales, el mandato del demócrata en efecto sería el fin del período más complejo de los lazos Beijing-Washington y daría paso a la comunicación de alto nivel, la reconstrucción de la confianza estratégica y el impulso a la cooperación.
El académico Jin Canrong auguró que manejaría con moderación y madurez los asuntos exteriores e incluso sumaría a su equipo diplomático figuras proclives a un cambio en los nexos con el gigante asiático.
Al igual que otros colegas, llamó a disminuir las expectativas porque contener y confrontar a China es un consenso bipartidista en Estados Unidos, y por supuesto, Biden dará continuidad a esa postura aunque con diferentes métodos.
Estimó muy probable que uno de sus legados sea precisamente la manera de aplicar esa política y distanciarse de la beligerancia alimentada bajo el mandato del antecesor, Donald Trump.
Aunque vaticinaron un alto al desacoplamiento económico, menos incertidumbre comercial y un trato racional, los estudiosos chinos vieron la necesidad de diálogos intergubernamentales sobre la implementación del acuerdo de fase uno destinado a sepultar la guerra tarifaria.
Respecto a Taiwán, enfatizaron en el interés tanto republicano como demócrata de mejorar los vínculos, pero Biden buscaría una estrategia balanceada, favorable a la estabilidad y de no confrontación con Beijing, lo cual reduciría una potencial acción militar en la isla.
Bajo su gestión -acotaron- seguirían las medidas de Trump contra Hong Kong sin usarlo como peón de ajedrez y cedería un poco la ofensiva tecnológica si firmas como Tik Tok o WeChat evitan conflictos.
En el caso de Huawei podría persistir la discordia, especialmente, por el despliegue de la red 5G, y por tanto muchas voces insistieron en que China debe seguir apegada a su plan de ser autosuficiente en la tecnología e innovación.

Predicciones hechas realidad

A un año y medio del mandato de Biden, todas esas predicciones son una realidad y la evidencia más fehaciente es la estrategia diplomática de su administración, revelada en mayo pasado para contrarrestar a Beijing.
Ese documento indica que Estados Unidos invertirá en la infraestructura y tecnología doméstica para reforzar su competitividad, se aliará con naciones potencialmente vulnerables y competirá contra China.
Washington definió al país oriental como la amenaza más grave a largo plazo para el orden internacional porque es el único con intención de reformarlo y además tiene el poder económico, diplomático, militar y tecnológico a su favor.
“La visión de Beijing nos alejaría de los valores universales que han sostenido el progreso del mundo por 75 años”, comentó el secretario de Estado, Antony Blinken, al desglosarlo.
Como parte de esa ofensiva, la Casa Blanca se esfuerza por fortalecer el Aukus, Quad, los Cinco Ojos y otros grupos que congregan a los aliados europeos, Japón, Corea del Sur, Australia e India con Beijing en la mira.
Más recientemente, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) actualizó su Concepto Estratégico y etiquetó a China como un “desafío sistemático a los intereses, valores y seguridad de Occidente”.
El bloque militar por primera vez señaló a China entre las alertas rojas por su creciente desarrollo castrense, capacidad nuclear, la eventual reunificación de Taiwán y las disputas territoriales en Asia-Pacífico.
Para el politólogo chino Xin Ping, la estrategia norteamericana bajo el mando de Biden difícilmente llegará a alguna parte, porque está definida por la confrontación de bloques, la mentalidad de la Guerra Fría y el cálculo geopolítico egoísta.
Recordó que a Estados Unidos lo mueve la imposición de su visión y voluntad a otros, como tampoco le preocupa beneficiar a nadie con iniciativas como el Marco Económico del Indo-Pacífico o el programa de inversiones del G7.
Ese último mecanismo está pensado para estados del África subsahariana, América central, el sudeste asiático y Asia central, prevé el desembolso de 600 mil millones de dólares y claramente apunta a rivalizar con el proyecto chino de la Franja y la Ruta de la Seda.
La obsesión norteamericana empuja a la tercera guerra mundial y a una nueva ronda de la carrera armamentista, pues enfrenta a la Casa Blanca con poderes emergentes que se rebelan contra un mundo unipolar y fundamentado en la acumulación de beneficios.
China, por su parte, siempre apuesta porque ambas potencias manejen con mesura sus diferencias, prioricen la cooperación y cesen el conflicto, pues es perjudicial en el plano bilateral e internacional.
No obstante, insiste en que nada ni nadie la hará renunciar a la defensa de la soberanía, seguridad y derechos al desarrollo, como tampoco admite interferencia en el separatismo de Taiwán y aprovecha cada espacio para recordar que es peligroso jugar esa carta para contenerla.
Al respecto el ministro de Defensa, Wei Fenghe, remarcó: “La reintegración de Taiwán es una tendencia histórica y ninguna fuerza puede detenerla porque China neutralizará todo intento de independencia allí y no dudará en luchar hasta el final, aunque ello represente el comienzo de una guerra”.

Fuente: Telesur / Prensa latina

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