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La tradición nacional y el neutralismo

Existe una larga tradición nacional que sostiene el neutralismo en los conflictos ajenos, siempre con la mirada puesta en nuestros intereses nacionales y la dedicación de los esfuerzos a la resolución de las problemáticas de la Patria, entendiendo también que la unidad necesaria para esta tarea está sobre el conflicto.
Por Juan Godoy

“Para decidir nuestra actitud no debemos levantar los ojos hacia el Norte, sino consultar nuestras propias posibilidades y conveniencias” (Manuel Ugarte).
“El mantenimiento de la neutralidad rigurosa y leal es, precisamente, la afirmación primaria de la libertad, porque establecerá el hecho de que una voluntad propia determina la conducta internacional de la República, y porque importará mantener la posibilidad de la contracción de las naciones americanas homogéneas, cuya reunión, exenta de la presencia de imperios dominantes, constituirá la fuerza que ampare a cada una, y nos ayude a cumplir los fines propios de esta Nación, que anunció al mundo una nueva forma de sociedad humana, sin opresores ni oprimidos y sin exclusivismos de sangre ni de raza” (Declaración FORJA).
“Nosotros no discutimos hegemonías ni supremacías. Queremos trabajar en paz para nosotros mismos y para nuestra posteridad. No ambicionamos sino lo justo: nuestra independencia y nuestra soberanía. Por ellas lucharemos si es preciso. Por otras causas, no” (Juan Perón).

Existe una larga tradición nacional que sostiene el neutralismo en los conflictos ajenos, siempre con la mirada puesta en nuestros intereses nacionales y la dedicación de los esfuerzos a la resolución de las problemáticas de la Patria, entendiendo también que la unidad necesaria para esta tarea está sobre el conflicto. Así fue tanto en la primera como en la segunda guerra mundial, aunque en esta última es sabido que sobre el final, cuando la guerra ya estaba prácticamente terminada y con un claro triunfador, ante una situación sumamente compleja para nuestro país, se decide romper esa postura, lo que no deja de ser anecdótico, ya que durante el conflicto la postura fue la mencionada anteriormente, a pesar de las enormes presiones tanto de los bandos en pugna como de parte de la sociedad que seguía con el “pulso agitado” estos conflictos. En este breve artículo tomamos tres exponentes en diferentes momentos históricos que dan cuenta de esta tradición, a la vez que encontramos los fundamentos de esa posición.
El primer exponente que tomamos es el gran latinoamericano Manuel Ugarte que, casi en soledad, sostiene una consecuente postura neutral a lo largo de la Primera Guerra Mundial. Recordamos que en este conflicto el gobierno yrigoyenista también sostiene en forma altiva dicho posicionamiento. La prensa en su inmensa mayoría se define por uno u otro bando, con excepciones como el diario radical La Época, o bien el caso de La Unión, y el otro que nos interesa aquí particularmente: La Patria, dirigido justamente por Manuel Ugarte. Se puede trazar un paralelismo entre esta patriada del autor de Mi campaña hispanoamericana y la creación del periódico Reconquista por parte de Raúl Scalabrini Ortiz en la Segunda Guerra Mundial, que saca 41 números sosteniendo en alto la bandera de la neutralidad, afirmando que “no hemos tomado partido en el asunto europeo, porque queremos tenerlo únicamente en cosas del país”.
La Patria sale desde el 24 de noviembre de 1915 hasta el 15 de febrero de 1916. Son 70 números, en los cuales el neutralismo es una de las cuestiones principales, aunque también se escribe de otros temas. Las páginas del periódico terminan expresando la denuncia sobre las potencias imperialistas y una suerte de programática en torno a la resolución de la dependencia de nuestro país en base a la ruptura de la estructura semi-colonial –es en estos artículos donde Ugarte, que mayormente se ocupaba del imperialismo norteamericano, hace una profunda crítica al accionar del imperialismo británico en nuestro país–, la unificación de la Patria Grande y el avance en la industrialización. Acerca de este programa expresado en el ideario de Ugarte en las páginas de dicho periódico, Norberto Galasso argumenta que constituye en esos años “el programa más avanzado de esa Argentina agraria”.
La cuestión es abordada por Ugarte en ligazón a la cuestión por la soberanía nacional, fijando que ese es el camino correcto para nuestra Nación, pues nuestro país “se mantiene neutral y no quiere saber nada en los remolinos que provoca el conflicto europeo; la Argentina ansía el buen acuerdo y la fraternidad con todos los pueblos del mundo, pero la Argentina no tolera que la disminuyan o la depriman porque tiene una tradición ininterrumpida de altivez”. Incluso el apresamiento, en el marco de la guerra, por parte de Gran Bretaña del vapor argentino Presidente Mitre no lleva a La Patria a romper la defensa de la neutralidad, sosteniendo al respecto que “es intolerable que los pueblos que están en lucha en Europa transporten la guerra a nuestro país, interrumpan nuestras comunicaciones, molesten a nuestros nacionales, fiscalicen nuestra vida y lleguen hasta atribuirse el derecho de arriar nuestra bandera”.
Ugarte liga la cuestión de la neutralidad a una posición nacional soberana. Al fin y al cabo, continúa desde las páginas de La Patria la lucha que lo mantuvo en pie toda su vida: ver a la América Latina unida, libre de toda injerencia de los imperialismos. De esta forma plantea el mantenimiento de relaciones cada vez más amistosas y estrechas con los países latinoamericanos, en el sentido de una alianza defensiva y ofensiva de cooperación mutua en el avance del desarrollo de los países hermanos, y en la defensa del avance del imperialismo. Asimismo, al mismo tiempo, afirma la independencia de las potencias imperiales que puedan atentar contra la soberanía nacional de cualquiera de los países del continente latinoamericano.
Quien fuera uno de los embajadores del primer gobierno de Perón, también toma consecuentemente la misma postura durante la Segunda Guerra Mundial. En el marco de la primera contienda había aseverado: “cuando estalló la guerra, fui hispanoamericano ante todo, (…) no me dejé desviar por un drama dentro del cual nuestro continente sólo podía hacer el papel de subordinado o de víctima, y lejos de creer, como muchos, que con la victoria de uno de los dos bandos se acabaría la injusticia en el mundo, me enclaustré en la neutralidad, renunciando a fáciles popularidades, para pensar sólo en nuestra situación después del conflicto”. Este pensamiento que sostiene Ugarte marca su derrotero y la profundización de su ideario. Miguel Barrios comenta que “en el fragor de la defensa de su posición neutralista emergerá una dimensión que no había sido explorada o agotada en su concepción continentalista: su nacionalismo industrial, es decir, integra su neutralismo dentro de un modelo latinoamericano de desarrollo industrial”.
El segundo caso que tomamos aquí en relación a los fundamentos de la política neutralista es el de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). Agrupación político-cultural que recordamos tuvo su accionar desde junio de 1935 hasta la emergencia del peronismo en 1945, cuando se desintegra. En este caso entonces nos referimos a la postura adoptada durante la Segunda Guerra Mundial por los forjistas, que son un caso emblemático en torno a la construcción de una posición nacional y a la adopción de un criterio nacional para el abordaje de la realidad. Una mirada que pone en primer lugar nuestros intereses. Recordamos que FORJA, como su sigla lo indica, provenía del yrigoyenismo y fue adoptando un nacionalismo popular que lo llevó a ser un importante influjo sobre el ideario peronista. El forjismo mantiene una postura neutral, consecuente con la visión de ese yrigoyenismo que había levantado la bandera del neutralismo, como ya mencionamos, y también se había propuesto un Congreso de neutrales y negado a integrar la Liga de Naciones, en tanto se pretendía dejar fuera a los vencidos –existe un libro de Alen Lascano al respecto: Yrigoyen, Sandino y el panamericanismo. Manifiestan: “la neutralidad es la única política auténticamente argentina y por eso solo FORJA puede sostenerla”.
La neutralidad aparece como una manifestación –la única posible– soberana. Se apunta a no embanderarse fuera para lograr hacerlo adentro, en virtud de nuestros intereses y en función de no dividirnos en el enfrentamiento de nuestros enemigos para la solución de las problemáticas nacionales. En ese sentido, más allá de los intereses individuales de los militantes forjistas por uno u otro bando, la adopción por uno u otro bando estaba vedada como agrupación. Al igual que en el caso de Ugarte, lo ligan a los intereses latinoamericanos: “esa empresa común de todas las naciones de América oprimida, como lo fue en la hora heroica de su surgimiento, que se realizará por la acción conjunta de los pueblos para el cumplimiento de su destino libertador”. Jauretche, fiel a su estilo, se pregunta: “¿qué puede interesarle a ellos, de uno y otro bando, la miseria de los santiagueños o riojanos, si su alma es extraña a nuestro drama y están absorbidos por el odio que desatan las brutalidades de los campos españoles? Porque para muchos argentinos vale más la vida de cualquier marinero del mundo que la del propio hermano”. En otra manifestación, los forjistas vuelven a interpelar con otra pregunta-reflexión: “¿los argentinos somos zonzos? Gandhi está con la libertad y la democracia, pero quiere que empiece por la India. Empecemos aquí con los frigoríficos, los ferrocarriles, el comercio de cereales, el servicio de luz y demás fuentes de nuestras riquezas nacionales, que son las prendas de nuestra libertad. Ni las plutocracias, ni el nazifascismo pelean por nosotros. Esta tarea es nuestra”. No hay pronunciamientos en relación a la guerra por uno u otro bando, las intervenciones son todas en la lógica y el esquema de la neutralidad.
El neutralismo de los forjistas aparece por un lado como la única postura genuinamente nacional, y por otro, como un pilar en el despertar de la conciencia nacional, que como vimos está ligada a los pueblos de Nuestra América. Se trata de no dejarse arrastrar, romper con el seguidismo de los conflictos extraños, ajenos a nuestro interés como pueblo oprimido. Por eso insisten en que FORJA “lo exhorta a usted a postergar sus preocupaciones personales y a dedicar íntegramente sus pensamientos y voliciones a la formación de una conciencia auténticamente argentina que pueda resistir a la presión de las diplomacias y de las empresas extranjeras”.
El último caso que tomamos en este recorrido es el de Juan Perón. En la referida posición neutral de la Argentina en el conflicto mundial, el mismo se encuentra entre los que sostienen una postura neutral –más allá del momento final al que también hicimos referencia. Perón mismo afirmó que en relación a la política internacional “se había seguido la política de neutralidad, completamente explicable, en este caso, porque nuestra política neutralista tenía una tradición de cincuenta años”. Este posicionamiento resulta estructural en el pensamiento del líder argentino, lo que se corrobora en sus diferentes intervenciones a lo largo de su vida, como en su accionar político.
Vale mencionar que, como indica Carlos Escudé, “hacia principios del año 1944, el derrocamiento del gobierno argentino era la política oficial del gobierno de los Estados Unidos. La necesidad de lograrlo era aceptada por los departamentos de Tesoro, Guerra y Estado”. Por su parte, Juan Archibaldo Lanús afirma que, no obstante las presiones de fuerte hostigamiento económico del gobierno norteamericano, el gobierno “mantuvo inalterable una posición independiente en la formación de su política externa, no negoció principios políticos por ventajas económicas ni renunció a sostener una posición crítica frente a las pretensiones continentales que al parecer inspiraban la política regional de los Estados Unidos”. Recordemos por el lado norteamericano el accionar de Braden, y por el británico el de Sir David Kelly, caracterizado como “el poder detrás del trono” –Jorge A. Ramos editó bajo el mismo título la parte de sus memorias correspondiente a su accionar en nuestro país entre 1942-1946– con fuerte influencia en el sector anglófilo de la sociedad argentina, ya sea mediante intrigas, “colectas”, “fundaciones”, o bien facilitando artículos para el diario La Nación o La Prensa. Se trata de esa “política invisible” que refiere Scalabrini Ortiz. El peronismo bien puede caracterizarse como nuestra revolución nacional contra esa dominación semicolonial británica –acompañado de la obstaculización de la penetración de otros imperios.
En relación al posicionamiento internacional mencionado por Perón, más tarde hace referencia a que “cuando se dice ‘la lucha de Oriente contra Occidente’, ‘el choque de dos ideologías’, ‘el conflicto de la democracia y el totalitarismo’, y aun ‘la guerra de dos imperialismos’, se busca involucrar a todos los países en los bandos, para evitar que, al final, ésta sea una guerra como todas, en que dos naciones dirimen entre sí y por la fuerza el choque de dos intereses”.
Muchos han querido ver en Perón a un militar pro-nazi, fascista, o bien pro-británico, entre otros rótulos premoldeados en que se lo ha querido encasillar, sin dar cuenta que resulta –fruto de su profunda y diversa formación que lograr rearticular virtuosamente, sin rechazar las ideas ajenas, pero no incorporándolas como absolutas, y con los pies y la cabeza en función de la realidad nacional– un elemento original y creativo, lo que va a sintetizar tanto en la doctrina que crea como en diversas categorías –parte de la misma– como la tercera posición, o bien la Comunidad Organizada, por ejemplo. Quizás en el análisis de los “pensadores coloniales” la búsqueda del espejo ajeno se deba a no concebir que una idea pueda emerger al margen de los centros que detentan el poder mundial. Mientras la sociedad se divide mayormente en sectores aliadófilos o germanófilos, el periodo que se abre con la revolución juniana bien puede caracterizarse en parte como las diversas batallas –triunfantes– que el entonces coronel Perón debe dar, tanto contra los sectores pronazis, como contra los sectores aliadófilos. Él levanta una posición nacional –con la flexibilidad necesaria– en defensa de los intereses de la Patria.
A esta defensa Perón la piensa tempranamente a través del establecimiento de la unión sudamericana, partiendo de la alianza, como núcleo básico de aglutinación, entre Argentina, Brasil y Chile (ABC). “El signo de la Cruz del Sur puede ser la insignia de triunfo de los penates de la América del hemisferio Austral. Ni Argentina ni Brasil ni Chile aisladas pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar un destino de grandeza. Unidos forman, sin embargo, la más formidable unidad a caballo sobre los dos océanos de la civilización moderna. (…) Unidos seremos inconquistables; separados, indefendibles”. Claro también que este posicionamiento no significa no tener una política de defensa nacional, como lo expresa en forma rotunda Perón en la inauguración de la cátedra de Defensa Nacional en la Universidad Nacional de La Plata, en junio del 44, y la conformación de una doctrina de guerra de “carácter defensivo”.
Se puede establecer un vínculo entre este posicionamiento internacional de “no intervención” y la emergencia de la noción de tercera posición, aunque, claro, ésta rebasa por mucho a aquélla, ya que está pensada en un sentido integral –queremos significar que no se reduce a la política internacional. El mismo Perón se ocupó de aclarar este punto, en tanto la Tercera Posición no implica una posición neutral frente a los problemas. Es más bien la solución o alternativa propuesta por el peronismo que encuentra sus primeros esbozos en una “tercera concepción” que Perón menciona en el famoso discurso en la bolsa de agosto del 44 –incluso poco después a través del doctor Arce se plantea la “no intervención” en la cuestión española– y luego se va conformando en forma profunda y clara hacia 1947. Se trata de una concepción filosófico-política.
Desde ya no significa que esté en el medio del individualismo y el colectivismo, en una posición neutral o estática, sino más bien es dinámica, y la denomina tercera por venir luego de la segunda. Decíamos que esta noción en parte deriva y rebasa el posicionamiento en materia internacional, pues, como bien sostiene Fermín Chávez, “la idea de que el hombre está sobre los sistemas constituye el núcleo antropológico y filosófico de la Tercera Posición. Se trata del hombre integral, rescatado de las filosofías naturalistas, sociobiologistas, economicistas y materialistas dialécticas que reconocen como raíz el pensamiento de la ilustración, por el cual la persona humana quedó parcialmente vaciada, por exclusión de componentes sustanciales: las creencias, la fe, las potencias no racionales, el sentido de lo sagrado. El justicialismo reconoce su centro de irradiación en un hombre recuperado en la totalidad de su ser. Y se proyecta de lo interno a lo externo como Tercera Posición humanista y cristiana”.

Fuente: Revista Movimiento

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