Los “salieris” de Kissinger y la “mayoría silenciosa”

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Los “salieris” de Kissinger y la “mayoría silenciosa”

Esta publicación es extensa. Por eso la publicamos hoy, para que aquellos lectores interesados tengan el fin de semana para su abordaje.  Hace unos días, Henry Kissinger cumplió 100 años. Sigue haciendo de las suyas, el tal vez mayor operador que tuvo el imperialismo yanqui desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Tiene sus “salieris” por todas partes, e incluso inconscientes repetidores. Compartimos aquí un artículo de periodistas norteamericanos que escribieron a propósito de su cumpleaños; y un documento histórico.

Redacción

Criminal de guerra y hombre del jet-set: Papá Kissinger cumplió 100 añosBhaskar Sunkara y Jonah Walters*

El golpe en Chile, con Nixon presidente. Y también, entre tantas cosas, los bombardeos aéreos de Estados Unidos, que bajo su supervisión dejaron 350.000 civiles laosianos y 600.000 civiles camboyanos muertos. Ícono de una era, acaba de cumplir un siglo.

Henry Kissinger cumplió 100 años, pero su herencia nunca ha estado en peor forma. Aunque muchos comentaristas hablan hoy de un “legado torturado y mortífero”, durante décadas Kissinger recibió alabanzas de todos los sectores del establishment político y mediático.

Kissinger, refugiado judío adolescente huido de la Alemania nazi, recorrió una improbable senda hasta algunos de los cargos más poderosos de la Tierra. Y lo que es aún más extraño, como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado de Nixon y Ford, se convirtió en una especie de icono pop.

Por aquel entonces, un perfil adulador del joven estadista lo definía como “el sex symbol de la administración Nixon”. En 1969, según dicho perfil, Kissinger asistió a una fiesta llena de miembros de la alta sociedad de Washington con un sobre marcado como “Top Secret” bajo el brazo. Los demás invitados a la fiesta apenas podían contener su curiosidad, así que Kissinger desvió sus preguntas con una ocurrencia: el sobre contenía su ejemplar del último número de la revista Playboy (al parecer, a Hugh Hefner [creador de la revista] le pareció divertidísimo y a partir de entonces se aseguró de que el asesor de seguridad nacional recibiera una suscripción gratuita).

Lo que realmente contenía el sobre era un borrador del discurso de Nixon sobre la “mayoría silenciosa”, un discurso ahora famoso que pretendía trazar una línea nítida entre la decadencia moral de los liberales antibelicistas y la inquebrantable “realpolitik” de Nixon.

Bombas, flashes, actrices

El trabajo de alto secreto que realizaba en la década de 1970 también envejeció mal. En pocos años, organizó bombardeos ilegales en Laos y Camboya e hizo posible el genocidio de Timor Oriental y Pakistán Oriental.

Mientras tanto, Kissinger era conocido entre la alta sociedad del Beltway [las zonas residenciales de Washington] como “el playboy del Ala Oeste”. Le gustaba que le fotografiaran, y los fotógrafos le complacían. Era un fijo de las páginas de cotilleos, sobre todo cuando sus escarceos con mujeres famosas saltaban a la luz pública, como cuando él y la actriz Jill St John hicieron saltar inadvertidamente una noche la alarma de su mansión de Hollywood una noche mientras se escapaban a su piscina (“Le estaba enseñando ajedrez”, explicó Kissinger posteriormente).

Mientras Kissinger deambulaba por el jet set de Washington, él y Nixon -una pareja tan unida por la cadera que Isaiah Berlin los bautizó como “Nixonger”- estaban ocupados ideando una marca política basada en su supuesto desdén por la élite liberal, cuya moralidad decadente, afirmaban, sólo podía conducir a la parálisis.

Kissinger desdeñaba el movimiento antibelicista, calificando a los manifestantes de “niños universitarios de clase media alta” y avisando: “No van a ser los mismos que gritan ‘Poder para el pueblo’ los que tomen las riendas de este país si eso se convierte en una prueba de fuerza”. También despreciaba a las mujeres: “Para mí las mujeres no son más que un pasatiempo, una afición. Y nadie le dedica demasiado tiempo a un pasatiempo”. Pero es indiscutible que a Kissinger le gustaba el liberalismo dorado de la alta sociedad, las fiestas exclusivas, las cenas de buenos filetes y los flashes.

La alta sociedad le correspondía. Gloria Steinem, compañera ocasional de cenas, llamaba a Kissinger “el único hombre interesante de la administración Nixon”. Joyce Haber, columnista de cotilleos, lo describió como “mundano, humorístico, sofisticado, un caballero con las mujeres”. Hef [Hugh Hefner] le consideraba un amigo, y en una ocasión afirmó en letra impresa que una encuesta entre sus modelos revelaba que Kissinger era el hombre más deseado para tener citas en la mansión Playboy.

Ese encaprichamiento no terminó con la década de 1970. Cuando Kissinger cumplió 90 años en 2013, su celebración de cumpleaños con alfombra roja contó con la asistencia de una multitud bipartidista entre la que se contaba Michael Bloomberg, Roger Ailes, Barbara Walters, y hasta el “veterano de la paz” John Kerry, junto con otras 300 personalidades.

Un artículo de Women’s Wear Daily informaba que Bill Clinton y John McCain pronunciaron los brindis de cumpleaños en un salón de baile decorado en estilo chino para complacer al invitado de honor de la noche. (McCain, que pasó más de cinco años como prisionero de guerra, describió su “maravilloso afecto” por Kissinger, “a causa de la guerra de Vietnam, que fue algo que tuvo enormes repercusiones en la vida de ambos”). El chico mismo del cumpleaños subió entonces al escenario, donde recordó a los invitados el “ritmo de la historia” y aprovechó la ocasión para predicar el evangelio de su causa favorita: el bipartidismo.

Nadie más respetado

La capacidad de Kissinger para el bipartidismo era célebre. (Los republicanos Condoleezza Rice y Donald Rumsfeld asistieron a primera hora de la noche, y luego llegó con los brazos abiertos la demócrata Hillary Clinton por una entrada de carga, preguntando: “¿Listos para el segundo asalto?”) Durante la fiesta, McCain se jactó de que Kissinger “ha sido consultor y asesor de todos los presidentes, republicanos y demócratas, desde Nixon”. McCain hablaba probablemente en nombre de todos los presentes en el salón de baile cuando añadió: “No conozco a nadie más respetado en el mundo que Henry Kissinger”.

En realidad, gran parte del mundo vilipendia a Kissinger. El ex secretario de Estado evita incluso visitar varios países por miedo a que le detengan y le acusen de crímenes de guerra. En 2002, por ejemplo, un tribunal chileno le exigió que respondiera a diversas preguntas sobre su papel en el golpe de Estado de 1973 en dicho país. En 2001, un juez francés envió agentes de policía a la habitación del hotel de Kissinger en París para entregarle una solicitud formal de interrogatorio sobre el mismo golpe, en el curso del cual habían desaparecido varios ciudadanos franceses.

En esa misma época, Kissinger canceló un viaje a Brasil tras los rumores de que sería detenido y obligado a responder a preguntas sobre su papel en la Operación Cóndor, el plan de los años 70 que unió a las dictaduras sudamericanas para hacer desaparecer a sus oponentes exiliados. Un juez argentino ya había nombrado a Kissinger como posible “acusado o sospechoso” en una futura acusación penal.

Pero en los Estados Unidos, Kissinger es intocable. Allí, a uno de los carniceros más prolíficos del siglo XX lo quieren bien los ricos y poderosos, independientemente de su afiliación partidista. El atractivo bipartidista de Kissinger es sencillo: fue uno de los principales estrategas del imperio estadounidense del capital en un momento crucial del desarrollo de ese imperio.

No es de extrañar que la clase política haya considerado a Kissinger como un activo y no como una aberración. Encarnaba lo que comparten los dos partidos gobernantes: la determinación de garantizar condiciones favorables a los inversores estadounidenses en la mayor parte posible del mundo. Ajeno a la vergüenza y a las inhibiciones, Kissinger fue capaz de guiar al imperio estadounidense a través de un traicionero periodo de la historia mundial, cuando el ascenso de Estados Unidos hacia el dominio mundial parecía a veces al borde del derrumbe.

La doctrina Kissinger persiste hoy en día: si los países soberanos se niegan a participar en los planes más generales de los Estados Unidos, el Estado de seguridad nacional norteamericano actuará rápidamente para minar su soberanía. Para los Estados Unidos, es lo de siempre, independientemente del partido que ocupe la Casa Blanca, y Kissinger sigue siendo, mientras viva, uno de los principales guardianes de este status quo.

El historiador Gerald Horne contó una vez que Kissinger estuvo a punto de ahogarse mientras navegaba en canoa bajo una de las cataratas más grandes del mundo. Lanzado a aquellas aguas agitadas, el estadista se vio obligado a enfrentarse al terror de perder el control, de afrontar una crisis en la que ni siquiera su increíble influencia podía aislarle del desastre personal. Pero el pánico sólo fue temporal: su guía enderezó el barco y Kissinger volvió a salir ileso.

Quizá el tiempo logre pronto lo que las cataratas Victoria no lograron hace tantos decenios.

*Bhaskar Sunkara es presidente de The Nation, editor fundador de Jacobin, columnista de la edición norteamericana de The Guardian. Jonah Walters es periodista.

Fuente: Artículo publicado en The Guardian, 27 de mayo de 2023, a través de sinpermiso.info. Nuestra fuente fue el portal Socompa.

En las entrañas de la bestia: la Doctrina de la “mayoría silenciosa”

Nota del Editor: A esta altura, esa expresión se transformó en un concepto de la ciencia política. La denominada “mayoría silenciosa”, se refiere a aquella gran mayoría de la población que no tiene canales masivos de expresión pública por los cuales hacer manifiesta su opinión respecto de temas políticos, económicos o sociales. Sin embargo, que esas mayorías no tengan a disposición permanente esas cajas de resonancia, no significa que carezcan de posición al respecto de esas cuestiones aludidas.

Si bien las redes sociales, habrían corrido parcialmente esa barrera de “silencio”, es más que evidente que no son suficientes por el momento; o bien, no generan “movimiento”.

La expresión “mayorías silenciosas” fue conocida mundialmente a través de un discurso de Richard Nixon – expresidente norteamericano -, quién el 3 de noviembre de 1969 por cadena televisiva, se refería a aquella “mayoría” de la población norteamericana que no tenía acceso o no era buscada, por las cadenas mediáticas de ese país, para manifestar su postura ante la invasión yanqui en Vietnam.

Por entonces, lo que se llamó la “contracultura” estadounidense, integrada por liberales progresistas, sectores universitarios, movimientos pacifistas, entre otros; se expresaban permanentemente en los medios masivos en contra de la mencionada invasión.

Nixon – en realidad, Kissinger – apeló a la estrategia de ampararse en esa “mayoría silenciosa” de origen suburbano, rural y habitante de los centros urbanos distantes de Washington y las grandes ciudades del país, para plantear su postura respecto de la invasión militar, la guerra desatada, y la disputa con la Unión Soviética.

Supuestamente, el hecho de que la “mayoría” no se expresase, significaba para Nixon/Kissinger que había aceptación popular hacia sus políticas.

La historia argentina está llena de esos ejemplos; no vamos a enumerarlos hoy. Lo que debe tenerse en cuenta es que dicha postura o visión hacia las mayorías, es propia de modos de Gobierno liberales sean de sesgo imperialista o semicoloniales.

Compartimos seguidamente, el discurso de Nixon de aquel noviembre del ’69. Sabiendo ya todo lo que ocurrió después, tanto en Vietnam, en Estados Unidos y en el mundo, se trata de un documento histórico nacido de las propias entrañas de la bestia.

***

Discurso de la ‘mayoría silenciosa’ de Nixon – 3 de noviembre de 1969

“Buenas noches, mis compatriotas estadounidenses:

Esta noche quiero hablarles sobre un tema de profunda preocupación para todos los estadounidenses y para muchas personas en todas partes del mundo: la guerra en Vietnam.

Creo que una de las razones de la profunda división sobre Vietnam es que muchos estadounidenses han perdido la confianza en lo que su Gobierno les ha dicho sobre nuestra política. Al pueblo estadounidense no se le puede ni se le debe pedir que apoye una política que involucre los temas primordiales de la guerra y la paz a menos que sepa la verdad sobre esa política.

Esta noche, por lo tanto, me gustaría responder algunas de las preguntas que sé que están en la mente de muchos de ustedes que me escuchan.

¿Cómo y por qué Estados Unidos se involucró en Vietnam en primer lugar?

¿Cómo ha cambiado esta administración la política de la administración anterior?

¿Qué ha sucedido realmente en las negociaciones en París y en el frente de batalla en Vietnam?

¿Qué opciones tenemos si queremos poner fin a la guerra?

¿Cuáles son las perspectivas de paz?

Ahora, permítanme comenzar describiendo la situación que encontré cuando asumí el cargo el 20 de enero.

–La guerra llevaba 4 años.

–31.000 estadounidenses habían muerto en acción.

–El programa de entrenamiento para los survietnamitas estaba retrasado.

–540.000 estadounidenses estaban en Vietnam sin planes de reducir el número.

–No se había avanzado en las negociaciones de París y Estados Unidos no había presentado una propuesta de paz integral.

–La guerra estaba causando una profunda división en casa y críticas de muchos de nuestros amigos, así como de nuestros enemigos en el extranjero.

En vista de estas circunstancias, hubo algunos que instaron a que terminara la guerra de una vez ordenando el retiro inmediato de todas las fuerzas estadounidenses.

Desde un punto de vista político, este habría sido un camino popular y fácil de seguir. Después de todo, nos involucramos en la guerra mientras mi predecesor estaba en el cargo. Podría culpar a él por la derrota que sería el resultado de mi acción y salir como el Pacificador. Algunos me lo dijeron sin rodeos: esta era la única forma de evitar que la guerra de Johnson se convirtiera en la guerra de Nixon.

Pero tenía una obligación mayor que la de pensar sólo en los años de mi administración y en las próximas elecciones. Tenía que pensar en el efecto de mi decisión en la próxima generación y en el futuro de la paz y la libertad en Estados Unidos y en el mundo.

Entendamos todos que la pregunta que tenemos ante nosotros no es si algunos estadounidenses están a favor de la paz y algunos estadounidenses están en contra de la paz. La cuestión en cuestión no es si la guerra de Johnson se convierte en la guerra de Nixon.

La gran pregunta es: ¿Cómo podemos ganar la paz de Estados Unidos?

Bueno, pasemos ahora a la cuestión fundamental. ¿Por qué y cómo se involucró Estados Unidos en Vietnam en primer lugar?

Hace quince años, Vietnam del Norte, con el apoyo logístico de la China comunista y la Unión Soviética, lanzó una campaña para imponer un gobierno comunista en Vietnam del Sur instigando y apoyando una revolución.

En respuesta a la solicitud del Gobierno de Vietnam del Sur, el presidente Eisenhower envió ayuda económica y equipo militar para ayudar al pueblo de Vietnam del Sur en sus esfuerzos por evitar una toma del poder comunista. Hace siete años, el presidente Kennedy envió a 16.000 militares a Vietnam como asesores de combate. Hace cuatro años, el presidente Johnson envió fuerzas de combate estadounidenses a Vietnam del Sur.

Ahora, muchos creen que la decisión del presidente Johnson de enviar fuerzas de combate estadounidenses a Vietnam del Sur estuvo mal. Y muchos otros, entre ellos yo, he sido muy crítico con la forma en que se ha llevado a cabo la guerra.

Pero la pregunta que enfrentamos hoy es: Ahora que estamos en la guerra, ¿cuál es la mejor manera de terminarla?

En enero solo pude concluir que la retirada precipitada de las fuerzas estadounidenses de Vietnam sería un desastre no solo para Vietnam del Sur sino también para Estados Unidos y para la causa de la paz.

Para los vietnamitas del sur, nuestra retirada precipitada inevitablemente permitiría a los comunistas repetir las masacres que siguieron a su toma del poder en el norte 15 años antes.

–Entonces asesinaron a más de 50.000 personas y cientos de miles más murieron en campos de trabajos forzados.

–Vimos un preludio de lo que sucedería en Vietnam del Sur cuando los comunistas entraron en la ciudad de Hue el año pasado. Durante su breve gobierno allí, hubo un reinado sangriento de terror en el que 3.000 civiles fueron apaleados, asesinados a tiros y enterrados en fosas comunes.

–Con el repentino colapso de nuestro apoyo, estas atrocidades de Hue se convertirían en la pesadilla de toda la nación, y en particular para el millón y medio de refugiados católicos que huyeron a Vietnam del Sur cuando los comunistas tomaron el poder en el Norte.

Para Estados Unidos, esta primera derrota en la historia de nuestra nación resultaría en un colapso de la confianza en el liderazgo estadounidense, no solo en Asia sino en todo el mundo.

Tres presidentes estadounidenses han reconocido lo mucho que está en juego en Vietnam y han entendido lo que se debe hacer.

En 1963, el presidente Kennedy, con su característica elocuencia y claridad, dijo: “. . . queremos ver un gobierno estable allí, luchando por mantener su independencia nacional.

“Creemos firmemente en eso. No vamos a retirarse de ese esfuerzo. En mi opinión, para nosotros retirarnos de ese esfuerzo significaría el colapso no solo de Viet-Nam del Sur, sino también del Sudeste Asiático. Así que nos vamos a quedar ahí”.

El presidente Eisenhower y el presidente Johnson expresaron la misma conclusión durante sus mandatos.

Para el futuro de la paz, una retirada precipitada sería, pues, un desastre de inmensa magnitud.

–Una nación no puede seguir siendo grande si traiciona a sus aliados y defrauda a sus amigos.

–Nuestra derrota y humillación en Vietnam del Sur sin duda promovería la temeridad en los consejos de aquellas grandes potencias que aún no han abandonado sus objetivos de conquista mundial.

–Esto provocaría violencia dondequiera que nuestros compromisos ayuden a mantener la paz: en el Medio Oriente, en Berlín, eventualmente incluso en el hemisferio occidental.

En última instancia, esto costaría más vidas.

No traería paz; traería más guerra.

Por estas razones, rechacé la recomendación de poner fin a la guerra retirando inmediatamente todas nuestras fuerzas. En cambio, opté por cambiar la política estadounidense tanto en el frente de negociación como en el frente de batalla.

Para poner fin a una guerra librada en muchos frentes, inicié la búsqueda de la paz en muchos frentes.

En un discurso televisivo el 14 de mayo, en un discurso ante las Naciones Unidas, y en varias otras ocasiones, expuse con gran detalle nuestras propuestas de paz.

–Hemos ofrecido la retirada completa de todas las fuerzas exteriores en el plazo de 1 año.

–Hemos propuesto un alto el fuego bajo supervisión internacional.

–Hemos ofrecido elecciones libres bajo supervisión internacional con los comunistas participando en la organización y conducción de las elecciones como una fuerza política organizada. Y el Gobierno de Saigón se ha comprometido a aceptar el resultado de las elecciones.

No hemos presentado nuestras propuestas sobre la base de «tómalo o déjalo». Hemos indicado que estamos dispuestos a discutir las propuestas que ha presentado la otra parte. Hemos declarado que todo es negociable excepto el derecho del pueblo de Vietnam del Sur a determinar su propio futuro. En la conferencia de paz de París, el Embajador Lodge demostró nuestra flexibilidad y buena fe en 40 reuniones públicas.

Hanoi se ha negado incluso a discutir nuestras propuestas. Exigen nuestra aceptación incondicional de sus términos, que son que retiremos todas las fuerzas estadounidenses de inmediato y sin condiciones y que derroquemos al Gobierno de Vietnam del Sur cuando nos vayamos.

No hemos limitado nuestras iniciativas de paz a foros públicos y declaraciones públicas. Reconocí, en enero, que una guerra larga y amarga como esta generalmente no puede resolverse en un foro público. Por eso, además de las declaraciones y negociaciones públicas, he explorado todas las vías privadas posibles que podrían conducir a un acuerdo.

Esta noche estoy dando el paso sin precedentes de revelarles algunas de nuestras otras iniciativas por la paz, iniciativas que emprendimos en privado y en secreto porque pensamos que de ese modo podríamos abrir una puerta que se cerraría públicamente.

No esperé a mi toma de posesión para comenzar mi búsqueda de la paz.

–Poco después de mi elección, a través de una persona que está directamente en contacto personal con los líderes de Vietnam del Norte, hice dos ofertas privadas para un arreglo rápido y completo. Las respuestas de Hanoi pedían en efecto nuestra rendición antes de las negociaciones.

–Dado que la Unión Soviética proporciona la mayor parte del equipo militar para Vietnam del Norte, el Secretario de Estado Rogers, mi Asistente para Asuntos de Seguridad Nacional, el Dr. Kissinger, el Embajador Lodge y yo, personalmente, nos hemos reunido en varias ocasiones con representantes de la Gobierno soviético para obtener su ayuda en el inicio de negociaciones significativas. Además, hemos tenido amplias discusiones dirigidas a ese mismo fin con representantes de otros gobiernos que tienen relaciones diplomáticas con Vietnam del Norte. Ninguna de estas iniciativas ha dado resultados hasta la fecha.

–A mediados de julio me convencí de que era necesario dar un paso importante para salir del estancamiento de las conversaciones de París. Hablé directamente en esta oficina, donde estoy sentado ahora, con una persona que conocía personalmente a Ho Chi Minh [presidente de la República Democrática de Vietnam] durante 25 años. A través de él envié una carta a Ho Chi Minh.

Hice esto fuera de los canales diplomáticos habituales con la esperanza de que, eliminada la necesidad de hacer declaraciones con fines propagandísticos, pudiera haber un progreso constructivo para poner fin a la guerra. Déjame leerte esa carta ahora.

«Querido Señor Presidente:

“Me doy cuenta de que es difícil comunicarse de manera significativa a través del golfo de cuatro años de guerra. Pero precisamente por este abismo, quería aprovechar esta oportunidad para reafirmar con toda solemnidad mi deseo de trabajar por una paz justa. Creo profundamente que la guerra en Vietnam ha durado demasiado y la demora en ponerle fin no beneficiará a nadie menos que a todo el pueblo de Vietnam. . . .

“Ha llegado el momento de avanzar en la mesa de conferencias hacia una pronta resolución de esta trágica guerra. Nos encontrará abiertos y de mente abierta en un esfuerzo común para llevar las bendiciones de la paz al valiente pueblo de Vietnam. Dejemos que la historia registre que en este momento crítico, ambos lados se volvieron hacia la paz en lugar de hacia el conflicto y la guerra”.

Recibí la respuesta de Ho Chi Minh el 30 de agosto, 3 días antes de su muerte. Simplemente reiteró la posición pública que Vietnam del Norte había tomado en París y rechazó rotundamente mi iniciativa.

El texto completo de ambas cartas está siendo entregado a la prensa.

–Además de las reuniones públicas a las que me he referido, el Embajador Lodge se ha reunido con el jefe negociador de Vietnam en París en II sesiones privadas.–Hemos tomado otras iniciativas importantes que deben permanecer en secreto para mantener abiertos algunos canales de comunicación que aún pueden resultar ser productivo

Pero el efecto de todas las negociaciones públicas, privadas y secretas que se han emprendido desde que cesaron los bombardeos hace un año y desde que esta administración asumió el cargo el 20 de enero, se puede resumir en una frase: No se ha logrado ningún progreso excepto acuerdo sobre la forma de la mesa de negociaciones.

Bueno, ahora, ¿quién tiene la culpa?

Ha quedado claro que el obstáculo para negociar el fin de la guerra no es el presidente de los Estados Unidos. No es el gobierno de Vietnam del Sur.

El obstáculo es la negativa absoluta de la otra parte a mostrar la menor disposición a unirse a nosotros en la búsqueda de una paz justa. Y no lo hará mientras esté convencido de que todo lo que tiene que hacer es esperar nuestra próxima concesión, y nuestra próxima concesión después de esa, hasta que obtenga todo lo que quiere.

Ahora ya no puede haber ninguna duda de que el progreso en la negociación depende únicamente de que Hanoi decida negociar, de negociar seriamente.

Me doy cuenta de que este informe sobre nuestros esfuerzos en el frente diplomático es desalentador para el pueblo estadounidense, pero el pueblo estadounidense tiene derecho a saber la verdad: las malas noticias y las buenas noticias en lo que respecta a las vidas de nuestros jóvenes.

Sin embargo, permítaseme pasar ahora a un informe más alentador en otro frente.

En el momento en que lanzamos nuestra búsqueda de la paz, reconocí que tal vez no lográramos poner fin a la guerra a través de la negociación. Por lo tanto, pongo en práctica otro plan para lograr la paz, un plan que pondrá fin a la guerra, independientemente de lo que suceda en el frente de negociación.

Está en consonancia con un cambio importante en la política exterior de EE. UU. que describí en mi conferencia de prensa en Guam el 25 de julio. Permítanme explicar brevemente lo que se ha descrito como la Doctrina Nixon, una política que no solo ayudará a poner fin a la guerra en Vietnam, pero que es un elemento esencial de nuestro programa para prevenir futuros Vietnam.

Nosotros, los estadounidenses, somos un pueblo que hace las cosas por sí mismo. Somos un pueblo impaciente. En lugar de enseñar a alguien más a hacer un trabajo, nos gusta hacerlo nosotros mismos. Y este rasgo se ha trasladado a nuestra política exterior.

En Corea y nuevamente en Vietnam, Estados Unidos proporcionó la mayor parte del dinero, la mayor parte de las armas y la mayor parte de los hombres para ayudar al pueblo de esos países a defender su libertad contra la agresión comunista.

Antes de que se enviaran tropas estadounidenses a Vietnam, un líder de otro país asiático me expresó esta opinión cuando viajaba por Asia como ciudadano privado. Él dijo: “Cuando intentas ayudar a otra nación a defender su libertad, la política de EE. UU. debe ser ayudarla a pelear la guerra, pero no pelear la guerra por ella”.

Bueno, de acuerdo con este sabio consejo, establecí en Guam tres principios como pautas para la futura política estadounidense hacia Asia:

–Primero, Estados Unidos mantendrá todos sus compromisos de tratados.

–Segundo, proporcionaremos un escudo si una potencia nuclear amenaza la libertad de una nación aliada con nosotros o de una nación cuya supervivencia consideramos vital para nuestra seguridad.

–Tercero, en casos que involucren otros tipos de agresión, proporcionaremos asistencia militar y económica cuando se solicite de acuerdo con nuestros compromisos de tratados. Pero miraremos a la nación directamente amenazada para que asuma la responsabilidad principal de proporcionar la mano de obra para su defensa.

Después de anunciar esta política, descubrí que los líderes de Filipinas, Tailandia, Vietnam, Corea del Sur y otras naciones que podrían verse amenazadas por la agresión comunista dieron la bienvenida a esta nueva dirección en la política exterior estadounidense.

La defensa de la libertad es asunto de todos, no solo asunto de Estados Unidos. Y es particularmente responsabilidad de las personas cuya libertad está amenazada. En la administración anterior, americanizamos la guerra en Vietnam. En esta administración estamos vietnamizando la búsqueda de la paz.

La política de la administración anterior no solo resultó en que asumiéramos la responsabilidad principal de pelear la guerra, sino que, lo que es más importante, no enfatizó adecuadamente el objetivo de fortalecer a los vietnamitas del sur para que pudieran defenderse cuando nos fuéramos.

El plan de vietnamización se lanzó tras la visita del secretario Laird a Vietnam en marzo. Según el plan, ordené primero un aumento sustancial en el entrenamiento y equipamiento de las fuerzas de Vietnam del Sur.

En julio, en mi visita a Vietnam, cambié las órdenes del General Abrams para que fueran consistentes con los objetivos de nuestras nuevas políticas. Según las nuevas órdenes, la misión principal de nuestras tropas es permitir que las fuerzas de Vietnam del Sur asuman la plena responsabilidad de la seguridad de Vietnam del Sur.

Nuestras operaciones aéreas se han reducido en más del 20 por ciento.

Y ahora hemos comenzado a ver los resultados de este cambio largamente esperado en la política estadounidense en Vietnam.

–Después de 5 años de que los estadounidenses entraran a Vietnam, finalmente estamos trayendo hombres estadounidenses a casa. Para el 15 de diciembre, más de 60.000 hombres se habrán retirado de Vietnam del Sur, incluido el 20 por ciento de todas nuestras fuerzas de combate.

–Los sudvietnamitas han seguido ganando fuerza. Como resultado, han podido asumir las responsabilidades de combate de nuestras tropas estadounidenses.

Otros dos acontecimientos significativos han ocurrido desde que esta administración asumió el cargo.

–La infiltración enemiga, la infiltración que es esencial si van a lanzar un gran ataque, en los últimos 3 meses es menos del 20 por ciento de lo que fue en el mismo período del año pasado.

–Lo más importante: las bajas estadounidenses han disminuido durante los últimos 2 meses al punto más bajo en 3 años.

Permítanme pasar ahora a nuestro programa para el futuro.

Hemos adoptado un plan que hemos elaborado en cooperación con los vietnamitas del sur para la retirada completa de todas las fuerzas terrestres de combate estadounidenses y su sustitución por las fuerzas vietnamitas del sur en un calendario programado ordenado. Este retiro se hará desde la fuerza y ​​no desde la debilidad. A medida que las fuerzas de Vietnam del Sur se fortalecen, la tasa de retirada estadounidense puede aumentar.

No he anunciado ni pretendo anunciar el calendario de nuestro programa. Y hay razones obvias para esta decisión que estoy seguro que comprenderá. Como he indicado en varias ocasiones, el ritmo de retirada dependerá de la evolución en tres frentes.

Uno de ellos es el progreso que puede o podría lograrse en las conversaciones de París. Un anuncio de un calendario fijo para nuestra retirada eliminaría por completo cualquier incentivo para que el enemigo negocie un acuerdo. Simplemente esperarían hasta que nuestras fuerzas se retiraran y luego entrarían.

Los otros dos factores en los que basaremos nuestras decisiones de retirada son el nivel de actividad del enemigo y el progreso de los programas de entrenamiento de las fuerzas de Vietnam del Sur. Y me complace poder informar esta noche que el progreso en ambos frentes ha sido mayor de lo que anticipamos cuando comenzamos el programa en junio para el retiro. Como resultado, nuestro cronograma de retiro es más optimista ahora que cuando hicimos nuestras primeras estimaciones en junio. Ahora bien, esto demuestra claramente por qué no es prudente quedarse congelado en un horario fijo.

Debemos mantener la flexibilidad para basar cada decisión de retiro en la situación actual en lugar de en estimaciones que ya no son válidas.

Junto con esta estimación optimista, debo, con toda franqueza, dejar una nota de precaución.

Si el nivel de actividad del enemigo aumenta significativamente, es posible que tengamos que ajustar nuestro horario en consecuencia.

Sin embargo, quiero que quede completamente claro en un punto.

En el momento en que se detuvo el bombardeo hace apenas un año, había cierta confusión sobre si el enemigo comprendía que si deteníamos el bombardeo de Vietnam del Norte, ellos detendrían el bombardeo de ciudades en Vietnam del Sur. Quiero estar seguro de que no hay malentendidos por parte del enemigo con respecto a nuestro Programa de retiro.

Hemos notado el nivel reducido de infiltración, la reducción de nuestras bajas, y basamos nuestras decisiones de retiro parcialmente en esos factores.

Si el nivel de infiltración o nuestras bajas aumentan mientras intentamos reducir la lucha, será el resultado de una decisión consciente del enemigo.

Hanoi no podría cometer mayor error que suponer que un aumento de la violencia será ventajoso para él. Si llego a la conclusión de que el aumento de la acción enemiga pone en peligro nuestras fuerzas restantes en Vietnam, no dudaré en tomar medidas enérgicas y eficaces para hacer frente a esa situación.

Esto no es una amenaza. Esta es una declaración de política que, como Comandante en Jefe de nuestras Fuerzas Armadas, hago para cumplir con mi responsabilidad de proteger a los combatientes estadounidenses dondequiera que se encuentren.

Mis conciudadanos, estoy seguro de que pueden reconocer por lo que he dicho que realmente solo tenemos dos opciones abiertas para nosotros si queremos poner fin a esta guerra.

–Puedo ordenar una retirada inmediata y precipitada de todos los estadounidenses de Vietnam sin tener en cuenta los efectos de esa acción.

–O podemos persistir en nuestra búsqueda de una paz justa a través de un acuerdo negociado si es posible, o mediante la implementación continua de nuestro plan de vietnamización si es necesario, un plan en el que retiraremos todas nuestras fuerzas de Vietnam en un calendario de acuerdo con nuestro programa, a medida que los vietnamitas del sur se vuelvan lo suficientemente fuertes como para defender su propia libertad.

He elegido este segundo plato.

No es el camino fácil.

Es la manera correcta.

Es un plan que pondrá fin a la guerra y servirá a la causa de la paz, no solo en Vietnam sino en el Pacífico y en el mundo.

Al hablar de las consecuencias de una retirada precipitada, mencioné que nuestros aliados perderían la confianza en Estados Unidos.

Mucho más peligroso, perderíamos la confianza en nosotros mismos. Oh, la reacción inmediata sería una sensación de alivio de que nuestros hombres regresaran a casa. Pero al ver las consecuencias de lo que habíamos hecho, el remordimiento inevitable y la recriminación divisiva marcarían nuestro espíritu como pueblo.

Hemos enfrentado otras crisis en nuestra historia y nos hemos vuelto más fuertes al rechazar la salida fácil y tomar el camino correcto para enfrentar nuestros desafíos. Nuestra grandeza como nación ha sido nuestra capacidad de hacer lo que había que hacer cuando sabíamos que nuestro rumbo era el correcto.

Reconozco que algunos de mis conciudadanos no están de acuerdo con el plan de paz que he elegido. Los estadounidenses honestos y patriotas han llegado a diferentes conclusiones sobre cómo se debe lograr la paz.

En San Francisco, hace unas semanas, vi manifestantes con carteles que decían: “Pierda en Vietnam, traiga a los niños a casa”.

Bueno, una de las fortalezas de nuestra sociedad libre es que cualquier estadounidense tiene derecho a llegar a esa conclusión y defender ese punto de vista. Pero como Presidente de los Estados Unidos, sería infiel a mi juramento si permitiera que la política de esta Nación sea dictada por la minoría que sostiene ese punto de vista y que trata de imponerlo a la Nación organizando manifestaciones en la calle.

Durante casi 200 años, la política de esta Nación ha sido elaborada bajo nuestra Constitución por aquellos líderes en el Congreso y la Casa Blanca elegidos por todo el pueblo. Si una minoría vocal, por ferviente que sea su causa, prevalece sobre la razón y la voluntad de la mayoría, esta Nación no tiene futuro como sociedad libre.

Y ahora me gustaría dirigir una palabra, si se me permite, a los jóvenes de esta Nación que están particularmente preocupados, y entiendo por qué están preocupados, por esta guerra.

Respeto tu idealismo.

Comparto su preocupación por la paz.

Quiero la paz tanto como tú.

Hay poderosas razones personales por las que quiero poner fin a esta guerra. Esta semana tendré que firmar 83 cartas a madres, padres, esposas y seres queridos de hombres que han dado su vida por Estados Unidos en Vietnam. Me satisface muy poco que esto sea solo un tercio de las cartas que firmé la primera semana en el cargo. No hay nada que desee más que ver llegar el día en que no tenga que escribir ninguna de esas cartas.

–Quiero terminar la guerra para salvar la vida de esos valientes jóvenes en Vietnam.

–Pero quiero terminarlo de una manera que aumente la posibilidad de que sus hermanos menores y sus hijos no tengan que pelear en algún futuro Vietnam en algún lugar del mundo.

–Y quiero acabar con la guerra por otra razón. Quiero terminarlo para que la energía y la dedicación de ustedes, nuestros jóvenes, ahora con demasiada frecuencia dirigidas al odio amargo contra los responsables de la guerra, puedan convertirse en los grandes desafíos de la paz, una vida mejor para todos los estadounidenses, un vida mejor para todas las personas en esta tierra.

He elegido un plan para la paz. Creo que tendrá éxito.

Si tiene éxito, lo que digan los críticos ahora no importará. Si no tiene éxito, nada de lo que diga entonces tendrá importancia.

Sé que puede no estar de moda hablar de patriotismo o destino nacional en estos días. Pero creo que es apropiado hacerlo en esta ocasión.

Hace doscientos años esta Nación era débil y pobre. Pero incluso entonces, Estados Unidos era la esperanza de millones en el mundo. Hoy nos hemos convertido en la nación más fuerte y rica del mundo. Y la rueda del destino ha girado de modo que cualquier esperanza que el mundo tenga para la supervivencia de la paz y la libertad estará determinada por si el pueblo estadounidense tiene la resistencia moral y el coraje para enfrentar el desafío del liderazgo mundial libre.

Que los historiadores no registren que cuando Estados Unidos era la nación más poderosa del mundo pasamos al otro lado del camino y permitimos que las últimas esperanzas de paz y libertad de millones de personas fueran sofocadas por las fuerzas del totalitarismo.

Y entonces, esta noche, a ustedes, la gran mayoría silenciosa de mis compatriotas estadounidenses, les pido su apoyo.

Me comprometí en mi campaña por la Presidencia a poner fin a la guerra de manera que pudiéramos ganar la paz. He iniciado un plan de acción que me permitirá mantener esa promesa.

Cuanto más apoyo pueda tener del pueblo estadounidense, más pronto se podrá redimir esa promesa; pues cuanto más divididos estemos en casa, menos probable es que el enemigo negocie en París.

Unámonos por la paz. Unámonos también nosotros contra la derrota. Porque entendamos: Vietnam del Norte no puede derrotar ni humillar a Estados Unidos. Solo los estadounidenses pueden hacer eso.

Hace cincuenta años, en esta sala y en este mismo escritorio, el presidente Woodrow Wilson pronunció palabras que captaron la imaginación de un mundo cansado de la guerra. Dijo: “Esta es la guerra para acabar con la guerra”. Su sueño de paz después de la Primera Guerra Mundial se hizo añicos en las duras realidades de la política de las grandes potencias y Woodrow Wilson murió destrozado.

Esta noche no les digo que la guerra de Vietnam es la guerra para acabar con las guerras. Pero sí digo esto: he iniciado un plan que pondrá fin a esta guerra de una manera que nos acercará a esa gran meta a la que se han dedicado Woodrow Wilson y todos los presidentes estadounidenses en nuestra historia: la meta de una guerra justa y duradera. paz.

Como Presidente, tengo la responsabilidad de elegir el mejor camino hacia esa meta y luego guiar a la Nación por ese camino.

Les prometo esta noche que cumpliré con esta responsabilidad con toda la fuerza y ​​la sabiduría que pueda disponer de acuerdo con sus esperanzas, consciente de sus preocupaciones, sostenido por sus oraciones.

Gracias y buenas noches.”

Fuente: Watergate.Info

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