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No importa cuándo leas esto

No hay que ser un experto en economía y producción, poseer múltiples condecoraciones de los organismos y universidades internacionales, o chorrear cataratas de títulos y menciones, para darse cuenta que Argentina es un país atado y sometido a la exportación de materias primas de cualquier índole.

Por Pablo Casals

El 2023 es un año electoral, de candidaturas presidenciales y mandatarios provinciales. De eso se entiende que nadie está desprevenido. Por lo tanto, de repetirse lo tradicional, todos los grupos de presión – de mayor o menor cuantía e influencia -, jugarán sus roles y sus juegos, en la medida que sus poderes de movilización y alineamientos así lo permitan.

Tratemos de hacer un pequeño ejercicio de memoria solamente acotado a 2022. No para sacar conclusiones, sino solamente para recordar hechos, excusas y argumentos. Sólo mencionaremos un puñado de ellos para ilustrar la idea.

Por ejemplo, la sequía y los incendios eran un motivo de preocupación – y especulación – hace un año atrás, al mismo tiempo que se esperaba “una cosecha récord” como casi todas las campañas agrícolas en las últimas dos décadas. Asimismo, comenzaba el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, para lo cual los precios internacionales de los principales cereales, oleaginosas y derivados (aceites, harinas, pellets, etc.), aumentaron a cifras nunca vistas. Lo mismo ocurrió con los combustibles y la energía en general.

La escalada inflacionaria en Argentina se mantenía firme. Siempre había una excusa u otra. Tampoco se liquidaban exportaciones, o se hacían a cuentagotas porque los precios eran importantes, sin dejar de lado el conflicto permanente por el tipo de cambio y los derechos sobre ventas externas (“retenciones”). Al mismo tiempo, se daba una suba masiva de todos los insumos importados sin excepción; acompañada de una todavía más pronunciada e irrisoria de los alimentos.

Decimos “irrisoria”, porque son muy pocos los productos comestibles que se compran en el exterior. En criollo: no tiene gollete que la comida tenga el precio que tiene; sea ahora en enero de 2023, o en marzo de 2022. No importa cuando leas esto.

Recuerden también que el “símbolo” de la “guerra a la inflación” fue el precio de la harina, los fideicomisos al sector, y la enésima versión de programas de control de precios que no dieron resultado – nunca dan resultado -.

Teniendo en cuenta lo mencionado, los invitamos a reflexionar sobre una constante de las últimas décadas para Argentina: el 70% de las exportaciones proviene del agro; sea este evaluado en granos y oleaginosas, carnes, lácteos, o los productos primarios regionales (frutas, cítricos, azúcar, vinos, y la larga lista de etcs.). A esto se suma en los últimos años, que han convertido a nuestro país en exportador de hidrocarburos, metales y minerales.

Es decir: no hay que ser un experto en economía y producción, poseer múltiples condecoraciones de los organismos y universidades internacionales, o chorrear cataratas de títulos y menciones, para darse cuenta que Argentina es un país atado y sometido a la exportación de materias primas de cualquier índole. Materias primas que el mundo demanda a granel y que está dispuesto a pagar muy bien por ellas; y que en nuestro suelo están concentradas en muy pocas manos que en su mayoría son extranjeras.

Por lo tanto, aunque oficialismo y oposición – en ambos roles según las épocas – se esfuercen en trucarse y retrucarse con múltiples argumentos, la vida del trabajador argentino está signada por los precios internacionales de nuestras materias primas y lo necesario para producirlas: tierra, agua y energía.

Un ejemplo que podemos dar, que es tradicional y se reedita todos los años, es el del precio del kilo de pan: el trigo, en el monto final que compramos, supuestamente no tiene una mayor incidencia que en un 5 al 10% según la época del año y la cercanía a los polos logísticos de distribución de insumos. Sin embargo, el valor de referencia del trigo lo aporta la Bolsa de Kansas (Estados Unidos), y no un criterio de referencia local.

Pero eso no es todo, el combustible tiene una referencia externa basada en el barril de petróleo; el alquiler de locaciones, se molienda, producción, acopio y comercialización al público, está basado en metros cuadrados con estrecha relación con el precio de los arriendos agropecuarios; que a su vez miran hacia la cotización de la soja en Chicago… Y así podríamos agarrar cada cadena productiva de lo que venga, hacer las cuentas, analizar su composición de concentración empresaria, y nos daremos cuenta que el precio de las cosas, no está referenciado con el valor del trabajo aplicado, sino que está agarrado de otro tipo de variables ajenas ala realidad del 99% de los argentinos.

Entonces, volvamos unos párrafos atrás, y hagamos ese ejercicio de memoria, porque mañana mismo van a comenzar a tirarse con argumentos de toda índole, y sacándole el traste a la jeringa de la discusión de fondo.

El ejemplo del pan, la harina, y los cereales “de invierno” – la siembra se realiza en esa estación – son clarísimos. Ya hablaremos de la sequía y sus consecuencias. El mercado interno de trigo consume 6 millones de toneladas. Para esta campaña se esperaba al principio, una cosecha que giraría entre los 12 y 13 millones de toneladas. Pero, dado que los organismos oficiales nacionales y de las provincias coinciden que – según la zona – por la seca se ha perdido entre el 35 y 50% de la producción, la lógica indicaría que no quedaría excedente para exportar trigo. ¿O no?

Ahora bien, ¿quién decide qué se exporta y qué no? ¿Podría el Gobierno Nacional, el Estado argentino, ¿prohibir o limitar o determinar la exportación? Sí, por supuesto; el Estado de Derecho lo asiste, le otorga esa atribución. Es parte esencial del ejercicio de soberanía.

La realidad nos está indicando que el ejercicio de conducción política en materia de comercio exterior de los Gobiernos nacionales de las últimas cuatro décadas, lejos está de poder interceder en esa decisión. No tiene siquiera poder de maniobra para fijar una política sustentable y duradera de abastecimiento equitativo en todo el territorio nacional de los bienes de consumo básicos.

Entonces y para cerrar. Preparémonos argentinos para ejercer esa memoria de corto plazo, y exigir a las fuerzas electorales en pugna, que tomen posición respecto de algo de lo mencionado en esta nota.

Solamente hicimos hincapié en el ejemplo del trigo y sus derivados: harina y pan. El trigo – junto con la cebada – en los resultados exportables, aportan alrededor de 4.500 millones de dólares sobre 55.000 millones que genera el total del complejo agropecuario. Es decir, los cereales de invierno, la fina, llegan al 8% del total. Sin embargo, son elemento esencial de nuestra dieta.

Por lo tanto, hay que prestar atención sobre lo que informen en materia de resultados finales de la cosecha de trigo. Ese dato estará disponible a fines de enero o la primera semana de febrero. Si los daños de la sequía son los que publicitan, puede volver a reeditarse lo del pan de mijo pero con tres agravantes: no está Perón, no está Cafiero (Antonio, el original), ni tampoco tenemos mijo suficiente.

No importa cuándo leas esto. Lo que importa es que recuerdes y hagas tu parte.

Fuente: SAGyPN / FAUBA

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