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Tiemblen los Tiranos 120: La Unión Americana

Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Se trata de una de las cinco banderas del ideario federal popular: la unidad continental. A poco de cumplirse 161 uno de sus intentos de formalización, repasemos algunos hechos y testimonios de aquello que siempre se opuso, se opone y se opondrá.

El Editor Federal

Felipe Varela, jefe de la montonera se presentaba a los combates como “representante de Sud América” y de la “Unión Americana”.  Su lucha por la “América Unida”, por la “unidad del Sud del Nuevo Mundo”, no era una cuestión accidental.

La “Unión Americana” tenía un antecedente histórico remoto, en las tentativas de Bolívar y su Congreso de Panamá, y otro inmediato, la situación que en 1862, los hombres que promueven la “Unión Americana” anuncian irónicamente:

“Civilizar al nuevo mundo.  Magnífica empresa, misión cristiana, caridad imperial; para civilizar es necesario colonizar, y para colonizar, conquistar.  La presa es grande.  Dividamos la herencia.  Hay para España las Antillas; para Inglaterra la zona del Amazonas, el Perú donde hay bastante algodón y alcohol, y Buenos Aires por sus lanas y cueros; para la Austria que agoniza, una promesa; para la Francia, México y el Uruguay.  Después veremos lo que deba hacerse con nuestra vanguardia del Brasil y el Paraguay”. (1)

La “Unión Americana” es al principio sólo un sentimiento.  Pero se institucionaliza, organizándose.  Surge a raíz de los ataques de Francia a México, y específicamente, por la protesta del gobierno de Perú contra España, ante la invasión a Haití. En Chile también se instala la “Unión Americana”, al principio en Valparaíso, el 17 de abril de 1862 y se propone los siguientes objetivos:

“Compondrán la sociedad todos los interesados en el porvenir de las repúblicas americanas y en todos los principios en que se basó su independencia.  Su objetivo principal será:

1º) Trabajar por la unificación del sentimiento americano y por la conservación y subsistencia de las ideas republicanas en América, por todos los medios a su alcance.

2º) promover y activar las relaciones de amistad entre todos los hombres pensadores y libres de la América republicana a fin de popularizar el pensamiento de la “Unión Americana” y acelerar su realización por medio de un congreso de plenipotenciarios”.

En Chile, en Santiago, Copiapó, La Serena, Quillota, y en el Perú, Bolivia, Uruguay y Buenos Aires, la “Unión Americana” instaló sedes inicialmente.  Sería en la filial de Copiapó, que Felipe Varela se imbuiría de la doctrina de la Unión Americana, al ingresar a la agrupación revolucionaria continental.

“El Mensajero Franco-Americano”, había hecho referencia al tratado de alianza suscripto entre El Salvador, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Perú y Venezuela.  Tratado estipulado por quince años, y que debía ser ratificado por plenipotenciarios en Lima, a los dos años.

El Foreign Office temió la consolidación de la alianza.  Cuando el Congreso se realizó, en la fecha prevista, en 1864, Sarmiento asistió invocando una confusa representación argentina. Reaccionaba, por su inveterado odio a todo lo español, contra el ataque de España al Perú. Pero no tardó en “comprender”, gracias a las cartas que le enviaran Elizalde y Mitre, que Inglaterra estaba detrás de España, y que por consiguiente, la Argentina no debía apoyar de ningún modo, ni al Perú ni al Congreso de Plenipotenciarios.  Con lo que su aversión hacia España se extendía a la América Hispánica. Sarmiento, desmentido, abandonó el Congreso.

“Usted parece haber olvidado –le escribió Mitre al sanjuanino- la historia del pretendido Congreso.  Bolívar lo inventó para dominar a la América y el móvil egoísta que lo aconsejó mató la idea por cuarenta años”.

El ministro Elizalde le escribiría a Balcarce, el 23 de mayo de 1864, encargándole averiguar, “de una manera cierta qué haría Inglaterra”, “¿Nos dejará solos?”.  Pero no quedarían solos…

S. M. Británica imponía, en total combinación con el gabinete de San Cristóbal, su férreo puño diplomático a la complaciente servidumbre mitrista. Nada mejor, como prueba de este aserto, que leer la carta de Elizalde a Saraiva, del 11 de octubre de 1864:

“… Nosotros, y con nosotros todo el país estamos íntimamente persuadidos que nuestra Alianza es la condición, no sólo de la solución de las dificultades presentes, sino del progreso y bienestar de los pueblos del Río de la Plata y del Brasil.  Cultivo y cultivaré siempre con los Agentes del Gobierno Imperial las más íntimas y cordiales relaciones y les he transmitido cuanto creo útil y conveniente”.

Meses después le reiterará:

“Hoy es preciso ser más que aliados, es preciso ser hermanos; es preciso que argentinos, brasileños y orientales seamos una misma cosa.  Nosotros vemos ya al Brasil como vemos a nuestro país y de esa gran idea nacen todos nuestros medios de proceder.  Como hermanos pedimos al Gobierno Imperial lo que necesitamos y estamos dispuestos a dar cuanto tenemos…”.

Por eso, la “Unión Americana” encontraba que:

“su tarea (…) queda reducida a tratar una sola cuestión, pero la más elevada, la más ardua, y compleja cuestión de oportunidad para la América en todo tiempo y hoy más que nunca: la de la “Unión de las naciones del continente. La conclusión, altamente dolorosa a la que he de llegar, es que hemos ya pisado la era funesta de la reacción, en orden a Unión Americana, y que el Gobierno de Chile es el que se presenta con un valor bien poco envidiable por cierto, como el adalid de esa reacción.  Si nuestro Gobierno tiene bastante entereza para combatir de frente la más cara aspiración de los americanos, es preciso que éstos, y principalmente los chilenos, la tengan también para poder dirigir a esa incalificable reacción.  El indiferentismo, en estas circunstancias, sería un crimen, todavía mayor que la intentona proditoria, que vemos en plena campaña contra las tendencias.  Clara y elocuente manifestadas, de nuestros pueblos (…)  ¿Quién no ha oído preconizar esta grandiosa idea en todos los tonos, hasta el último diapasón del ditirambo?  ¿Qué hombre público, de los que hoy figuran en América, si se exceptúa a ciertos corifeos de la República Argentina, no le ha vendido culto de un modo ferviente?  ¿Cuántos no han enarbolado esa bandera para congraciarse con los pueblos y acaso para hacerse perdonar pasadas faltas?” (2)

La “Unión Americana”, toma conciencia de que debe superar la balcanización efectuada por el Imperio Británico desde la época de Canning, porque:

“Las secciones aisladas de la América, serán siempre entidades políticas insignificantes, incapaces de inspirar respeto a los que desprecian y conculcan las leyes de la moralidad, que unidos no formarán, es cierto, un poder muy fuerte, pero se bastarán a sí mismos para la defensa de su autonomía e independencia”. (3)

Imbuido de estos principios, como caudillo de la Unión Americana, Varela sostendría, con elevada visión americana: “Los pueblos generosos de la América, como se ha dicho, acogieron llenos de entusiasmo la iniciación de esa grande idea, porque ella es el escudo de la garantía de su orden social, de sus derechos adquiridos con su sangre”.

Pero así como el Congreso de Panamá convocado por Bolívar en defensa americana frente a los intentos de la Santa Alianza, fracasaría por la acción entorpecedora británica, ejercida a través de Mr. Dawking, la “Unión Americana”, tampoco tendría éxito, merced a la acción destructiva de la diplomacia de Su Majestad.

Notas

(1) Francisco Bilbao, “La América en peligro”, 1862.

(2) Marcial Martínez, La Unión Americana, Santiago (1869).

(3) Idem anterior.

Material Bibliográfico

Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).

Portal Revisionistas

Fuente: Revisionistas

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