Tiemblen los Tiranos 14: Chacabuco dice que es posible

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Tiemblen los Tiranos 14: Chacabuco dice que es posible

Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Reproducimos dos artículos en uno referidos a la Batalla de Chacabuco, que librara el Ejército de los Andes al mando del General José de San Martín. A 205 años del 12 de febrero de 1817, celebramos la liberación del hermano pueblo de Chile.

El Editor Federal

Este importante episodio de la Revolución Americana, es más que conocido ya que representa un verdadero hito en la campaña independentista del continente, pues no sólo constituye la victoria más resonante de las armas patriotas hasta ese momento sino que, además, marca el principio del fin de la dominación realista en Sudamérica.

Sin embargo y pese a que tal encuentro armado ha sido tratado por innumerables autores, hay uno de sus pasajes que no ha sido muy difundido, pese a que quedó estampado en las memorias y las obras de muchos de sus protagonistas directos quienes, por ventura, ya veteranos soldados de la guerra de independencia, no callaron un hecho de tanta importancia que da lugar a un análisis muy rico y extenso el que, por supuesto, no se agota en estas líneas.
Es que, pese a lo asegurado por la tradición sanmartiniana, en realidad la acción de la Cuesta de Chacabuco no se desenvolvió de la manera en que el Jefe del Ejército de los Andes la había planificado minuciosa y anticipadamente desde su “ínsula cuyana”.

Preliminares

La noche era de luna. Al mismo tiempo que la vanguardia realista se acordonaba sobre la cumbre de la «Cuesta Vieja», el ejército argentino formaba al pie de ella en el orden de batalla prescripto.
Repartiéronse las municiones a razón de 70 cartuchos por hombre; los soldados abandonaron sus mochilas para marchar al combate con más desembarazo, y a las 2 de la mañana del 12 empezó a ascender la montaña en columna sucesiva. Al llegar a la bifurcación de los dos caminos antes indicados, la división de Soler tomó el de la derecha, precedida por el batallón de cazadores, y la de O’Higgins el de la izquierda (rumbo sur ambas) siguiendo el general en jefe a retaguardia de ellas con su estado mayor y la bandera de los Andes custodiada por el resto del batallón de artillería, cuyos cañones de batalla no habían llegado aún. Ya no era San Martín el sableador de Arjonilla o de Bailen y San Lorenzo; ganaba las batallas en su almohada, fijando de antemano el día y el sitio preciso, y justamente en ese mismo día estaba aquejado de un ataque reumático nervioso que apenas le permitía mantenerse a caballo. Era su cabeza y no su cuerpo la que combatía.
La división de Soler se internó silenciosamente en los tortuosos desfiladeros de la derecha, cubierta por una larga cerrillada. La división de la izquierda trepó la cuesta formada en columna. Una guerrilla del núm. 8, con su correspondiente reserva, cubría su flanco izquierdo por un sendero paralelo separado por una quebrada, con el doble objeto de llamar la atención y reconocer la posición enemiga a la vez que precaverse de un ataque de flanco. Un piquete de caballería exploraba los rodeos del camino a fin de levantar las emboscadas en los recodos y descubrir si se habían construido fortificaciones. La guerrilla flanqueadora se posesionó de unas breñas inmediatas a la cumbre y rompió el fuego, que fue contestado por otra guerrilla que salió a su encuentro; pero apenas habían cambiado algunos tiros cuando inopinadamente apareció la cabeza de la columna de O’Higgins dando vuelta un recodo a tiro de fusil, tocando los tambores a la carga. La vanguardia realista, que no esperaba el ataque, y que había visto la columna de la derecha argentina asomar por su flanco izquierdo al término de la cerrillada que hasta entonces la enmascaraba, y que a la vez se veía acometida por el flanco y la retaguardia, abandonó precipitadamente la posición sin pretender hacer resistencia.
La cumbre fue coronada por los atacantes con las primeras luces del alba al son de músicas militares, y desde su altura pudieron divisar la vanguardia que se retiraba en formación cuesta abajo, y al pie de ella al ejército enemigo formado en la planicie de Chacabuco. El primer obstáculo estaba vencido, y la batalla se daría punto por punto, con algunas variantes, según las previsiones de San Martín.

Disposicines de los Realistas

El general realista, contando disponer de dos días más y recibir en este intervalo mayores refuerzos, se había movido en la madrugada de ese día de las casas de Chacabuco y establecido su línea a cinco kilómetros hacia el Este al pie de la «Cuesta Vieja». La marcha anticipada del ejército argentino y lo rápido y bien combinado del ataque no le dieron tiempo ni para ocupar la cumbre como lo había proyectado, ni para proteger siquiera su vanguardia que descendía en fuga, perseguida por la caballería argentina.
Las disposiciones que tomó en tan crítico momento fueron acertadas, cooperando eficazmente a ellas el valeroso Elorreaga, que según la tradición, fue el verdadero general en jefe. Tendió su línea de batalla plegada a la falda de los cerros opuestos a la serranía de Chacabuco, extendiéndose por su perfil que se elevaba como una plataforma sobre el llano, protegida en parte por tapiales y cercos de espinos, de manera de cubrir la bajada de la «Cuesta Vieja» y dominar con sus fuegos el lecho de un estero como de 400 metros de ancho, por donde corría un arroyuelo que descendía de un profundo barranco del este. Apoyó su derecha en este barranco, que era invulnerable, donde estableció dos piezas de artillería que batían diagonalmente la boca de la «Quebrada de los cuyanos», por donde debía asomar el ala izquierda argentina, y su izquierda en un mamelón escarpado que coronó de infantería.
Entre estos dos extremos formó sus batallones en columnas cerradas, intercalando entre ellas sus tres piezas restantes. La caballería fue colocada a retaguardia sobre el flanco izquierdo, y parte de ella en guerrillas para proteger la retirada de la vanguardia. En esta actitud esperó pasivamente pero con firmeza el ataque, no obstante el desaliento visible de su tropa de que él mismo participaba, aun antes de sospechar el movimiento de la columna que debía tomarlo por el flanco izquierdo y la espalda, cerrándole la retirada del valle. Eran las 9 de la mañana cuando la vanguardia realista, en fuga, pero no deshecha, alcanzó la planicie.

Momentos previos

Al tiempo de coronar la cumbre el ala izquierda argentina, los tres escuadrones de Granaderos mandados por el coronel Zapiola tomaron la vanguardia y picaron la retirada de los realistas , sosteniendo un fuerte tiroteo; pero lo escabroso del terreno no permitía a la caballería maniobrar con ventaja, y su avance hubo de ser lento, de manera que sólo pudo llegar a la boca de la quebrada a eso de las 10 de la mañana cuando la división de O’Higgins se hallaba todavía a media cuesta. La boca de esta quebrada, que da acceso a la parte más estrecha del valle de Chacabuco, se desenvuelve en un suave plano inclinado al tocar el llano, y está flanqueada por un elevado cerro al este y por un morro destacado al oeste, que desde entonces se llamó de «Las tórtolas cuyanas».

Si los enemigos hubiesen ocupado esta fuerte posición, habrían dificultado la marcha de O’Higgins; pero el avance de los Granaderos no les dio tiempo para ello, aunque lo intentaron. En un principio destacaron una guerrilla sobre el morro del oeste o de las Tórtolas, que puede contornearse por barrancos que son como caminos cubiertos; pero fue contenida por una compañía dispersa en tiradores, mientras un escuadrón impedía el aproche (trincheras, barricadas, etc) del cerro del este y los dos escuadrones restantes ocupaban el espacio intermedio. En ese momento las dos piezas situadas sobre la derecha realista, rompieron un vivo fuego a bala, y el coronel Zapiola, considerando inútil exponer su tropa a descubierto, tomó una posición más segura a retaguardia. Eran las 11 de la mañana. En ese momento llega el ala izquierda con O’Higgins a su cabeza, ocupa a paso de trote la boca de la quebrada y despliega en línea de masas sus batallones dejando en reserva los Granaderos plegados en columna.

La batalla

O’Higgins, al ver retirarse la vanguardia realista perseguida por los Granaderos, pidió autorización para esforzar la persecución a fin de impedir se reorganizase al pie de la cuesta, y el general se la dio, pero le recomendó que no empeñase la acción, pues su papel era meramente concurrente y sólo debía comprometerla cuando la columna de Soler hubiese ejecutado el movimiento decisivo que le estaba asignado.
O’Higgins era un héroe en el combate, pero carecía de las cualidades del general y de la sangre fría de un jefe divisionario, estando además animado de pasiones tumultuosas que lo precipitaban, como él mismo lo ha dicho disculpándose; así es que, arrastrado por el movimiento impetuoso que imprimió a sus tropas, olvidó lo acordado en la junta de guerra y las prevenciones del general en jefe, y tomó imprudentemente la ofensiva no obstante la inferioridad numérica de su fuerza.
Apenas la columna de infantería argentina hubo pisado el último plano de la «Cuesta Vieja», desplegó su línea sobre la boca de la quebrada, según queda explicado.
Enseguida se adelantó hasta el llano buscando campo para desplegar, y trabóse inmediatamente un combate de fuegos de posición a posición dentro del tiro de fusil, que se prolongó por más de una hora. A las primeras descargas cayó muerto Elorreaga, que mandaba el ala derecha del ejército realista y que constituía su nervio, experimentando por su parte algunas pérdidas los argentinos. La acción estaba parcialmente empeñada, y el ataque concurrente se convertía en principal, pero sin prometer un resultado inmediato.
La situación era crítica, pues si la retirada tenía sus peligros, el avance era temerario, y cuando menos inútil aun triunfando, pues según el plan combinado, los realistas estaban irremisiblemente perdidos desde que habían aceptado la batalla dentro de un recinto sin retirada. Si el general español hubiese tenido iniciativa, habría podido llevar en aquel momento un ataque ventajoso; pero se limitó a amagar débilmente los flancos de su contrario con guerrillas que fueron rechazadas, sosteniendo pasivamente el fuego de fusil y de cañón.
Por su parte O’Higgins, con sus instintos heroicos, y deseoso tal vez de decidir por sí solo la victoria sin el concurso de Soler con quien estaba enemistado, ordenó el avance repitiendo las históricas proclamas del Roble y de Rancagua: «¡Soldados! ¡Vivir con honor o morir con gloria! ¡El valiente siga! ¡Columnas a la carga!». Los tambores dieron la señal con el toque estremecedor de calacuerda, y lanzóse a paso acelerado en columnas de ataque con 900 bayonetas, de los batallones 7 y 8 mandados por Conde y Crámer contra 1.500 infantes bien posesionados y sostenidos por artillería, ordenando a Zapiola que con los Granaderos procurase penetrar por su derecha sobre la posición enemiga.
Los batallones argentinos marcharon valerosamente a la carga sin disparar un tiro, inflamados por las palabras y el ejemplo del general; pero antes de llegar a la falda de los cerros que ocupaban los enemigos, encontráronse con el obstáculo del arroyo que baja del barranco en que éstos apoyaban su derecha, a la vez que las piezas situadas en este punto los tomaban por el flanco y la fusilería los quemaba dentro de la zona peligrosa del punto en blanco por el frente.
A pesar de esto, hicieron tenaces esfuerzos para arrebatar la posición; pero no pudiendo salvar el perfil de la barranca en que estaban acordonados los realistas, hubieron de retroceder en desorden a su primera posición de la boca de la quebrada en que se rehicieron fuera del alcance de los fuegos. Por su parte los Granaderos habían intentado en vano penetrar por entre el flanco izquierdo del centro enemigo y el mamelón en que apoyaba este costado, que era un verdadero castillo, y volvieron en orden a situarse tras el morro de «Las tórtolas cuyanas».
San Martín, contando llevar la victoria en el bolsillo y a la espera del desenvolvimiento de su plan, que no sólo se la aseguraba sino que le prometía la rendición del enemigo, llegó a temer por la suerte de la división de O’Higgins al verla imprudentemente comprometida contra sus órdenes, y extendiendo el brazo hacia la «Cuesta Nueva», en la actitud en que lo representa su estatua ecuestre, gritó a su ayudante de campo Álvarez Condarco: «Corra usted, y diga al general Soler, que cargue lo más pronto posible sobre el flanco del enemigo».
Enseguida, lanzó su caballo cuesta abajo con toda la velocidad que permitía lo escabroso del terreno, y llegó a la boca de la quebrada en circunstancias en que O’Higgins se había adelantado otra vez sobre el llano con el propósito de renovar el combate, y ya no podía retroceder. Era la una y media del día.
A esa hora notó que la línea enemiga vacilaba, y que algo extraordinario pasaba en sus filas. Era que la vanguardia del ala derecha argentina, cuyo movimiento no había alcanzado Maroto, desembocaba al valle de Chacabuco y avanzaba a paso de trote y al galope sobre la izquierda de la posición. E1 momento decisivo había llegado.

Juicios acerca de la batalla

Lanzadas de nuevo las columnas de O’Higgins al ataque, San Martín ordenó a los tres escuadrones de Granaderos mandados por los comandantes Melián, Manuel Medina y mayor Nicasio Ramallo, con Zapiola a su cabeza, dieran una carga a fondo hasta chocar con la caballería realista situada a la izquierda de la retaguardia enemiga.
El escuadrón de Medina, pasando atrevidamente por un claro de la línea de infantería en marcha, cayó sobre la izquierda del centro enemigo acuchillando a sus artilleros sobre sus cañones, mientras Zapiola con los otros dos penetraba por su costado derecho, al mismo tiempo que los batallones N° 7 y N° 8 encabezados por O’Higgins tomaban a la bayoneta la posición. Los fuegos del mamelón se habían apagado, y la infantería realista formaba cuadro en el centro de su campo.
Simultáneamente el coronel Alvarado, que con el Batallón N° 1 llevaba la vanguardia del ala derecha argentina, desprendía dos compañías al mando del capitán Lucio Salvadores, y teniente Zorrilla que se apoderaban del mamelón, matando a Marqueli que lo sostenía. Necochea con el escuadrón Escolta, sostenido por el 4. de Granaderos de Escalada, penetraba por la retaguardia y arrollaba a la caballería realista por la izquierda a la vez que Zapiola ejecutaba idéntica maniobra por el otro extremo.
Todas las fuerzas vencedoras convergieron sobre el cuadro, que en menos de un cuarto de hora fue hecho pedazos, retirándose sus últimos restos dispersos a la hacienda de Chacabuco por entre los cerros de su espalda. Allí encontraron cortada su retirada por la división de Soler que ya ocupaba el valle, y pretendieron hacer resistencia parapetados tras las tapias de la viña y del olivar contiguo, pero fueron rendidos a discreción. Los que buscaron su salvación huyendo por el estero y en la prolongación del valle hacia el sur, fueron exterminados en la persecución, quedando el camino sembrado de muertos desde Chacabuco hasta cerca del portezuelo de Colina. Los sables afilados de los Granaderos hicieron estragos: en el campo de batalla encontróse un cráneo dividido en dos partes y el cañón de un fusil tronchado como una vara de sauce.

Trofeos

Los trofeos de esta jornada, fueron: 600 prisioneros, su mayor parte de infantería; la artillería, un estandarte y dos banderas; el armamento y parque de los vencidos y la restauración de la revolución chilena. Las pérdidas realistas fueron: 600 muertos. Las pérdidas de los argentinos fueron: 12 muertos y 120 heridos; lo que demuestra numéricamente, que si el plan de San Martín se hubiese ejecutado punto por punto, como pudo y debió hacerse, la batalla habría terminado por una rendición del enemigo, sin la inútil aunque escasa efusión de sangre que causó la temeridad de O’Higgins, quien sin embargo fue el héroe del día, como combatiente. El general vencedor al dar cuenta de esta victoria compendiaba su memorable empresa en estos concisos términos: “Al Ejército de los Andes queda la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile”.

Gloria de Chacabuco

El mérito militar de la batalla de Chacabuco consiste precisamente en lo contrario de lo que constituye la gloria de las batallas. Resultado lógico de las hábiles combinaciones estratégicas de la invasión, estaba ganada por el General antes que los soldados la dieran, respondiendo a un plan metódico en que hasta los días estaban contados y los resultados previstos. Fue una sorpresa a la luz del día en que nada se libró al acaso.
El hecho de batir a una fuerza menor con otra mayor, – que es el primer resultado que se busca en la guerra para triunfar con seguridad -, fue la consecuencia necesaria de los ardides y movimientos calculados que la precedieron, dando a ciencia cierta al enemigo un golpe de muerte y apoderándose en un solo día del territorio invadido, y esto con la mayor economía de tiempo, de medios, de sangre y de esfuerzos.
Con más precisión táctica que la batalla de Hohenlinden – que en algo se le parece -, tiene la originalidad de un plan que se adapta a un terreno, en que las operaciones se encierran dentro de líneas matemáticas, a la manera de un problema geométrico con su método riguroso de solución. Habría dado por resultado – como se ha visto- una rendición completa, tal vez con una sola carga, si el plan hubiese sido ejecutado puntualmente, bastando asimismo que él se desenvolviese en parte en las condiciones más desventajosas para asegurar una victoria decisiva.
Por lo tanto, puede presentarse como un modelo clásico del arte militar, en que la habilidad debilita al enemigo y lo desmoraliza, la previsión asegura el éxito final, y la inteligencia es la que combate en primera línea, interviniendo la fuerza como factor accesorio.
Como acontecimiento político y en relación con los destinos americanos, su importancia es mayor aún, como lo han reconocido los primeros historiadores y hasta los mismos adversarios vencidos. Ella dio la primera señal de la guerra ofensiva de la independencia sudamericana, y conquistó para siempre su sólida base de operaciones en el mar y las costas del Pacífico. Dio sobre todo, el ejemplo del plan de campaña continental a la revolución del nuevo mundo emancipado, aislando al poder español en sus colonias dentro del estrecho recinto del Perú, donde había de ser vencido en palenque cerrado por efecto de su impulsión inicial.
Salvó a la revolución argentina de su ruina y contuvo la invasión que la amenazaba por el Alto Perú, suprimiendo un enemigo peligroso que la amenazaba por el flanco, y dio le expansión, sin lo cual habría tal vez sido sofocada en su cuna. Fue la primera batalla americana con largas proyecciones históricas.
El virrey del Perú, Pezuela, confiesa que marcó el momento en que la causa de España empezó a retrogradar en América y su poder a ser conmovido en sus fundamentos. «La desgracia que padecieron nuestras armas en Chacabuco, poniendo el reino de Chile a discreción de los invasores de Buenos Aires, trastornó enteramente el estado de las cosas, fue el principio de restablecimiento para los disidentes, y la causa nacional retrogradó a gran distancia, proporcionando a los disidentes puertos cómodos donde aprestar fuerzas marítimas para dominar el Pacífico. Cambióse el teatro de la guerra: los enemigos trasladaron los elementos de su poder a Chile, donde con más facilidad y a menos costa podían combatir al nuestro en sus fundamentos».
Un historiador español, general que a la sazón militaba bajo las banderas del rey, sintetiza sus resultados generales con tanta tristeza como concisión. «La fácil pérdida del reino de Chile fue un suceso de inmensa trascendencia para las armas españolas».

Fuentes: La Gazeta Federal / Asociación Cultural Sanmartiniana / Pensamiento Discepoleano

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