Tiemblen los Tiranos 5: Los dolores de la Patagonia

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Tiemblen los Tiranos 5: Los dolores de la Patagonia

Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Una lectura histórico sobre la huelga y los fusilamientos de Santa Cruz para extraer claves de análisis y acción para nuestro presente y futuro.

Por Juan Manuel Soria

“La historia de los negados
enfrentará a la historia de vencedores”
Eterna Inocencia – Barret y las Misiones

I.

La historia de la Patagonia Rebelde es la historia de un modelo de país. A partir de mediados del siglo XIX, la economía argentina se articulará en torno al modelo agroexportador con la producción de carnes y cereales. Según los datos del investigador argentino Ezequiel Adamovsky, para 1910 nuestro país era el tercer proveedor mundial de granos, expansión acompañada por la llegada de mano de obra inmigrante –principalmente europea- y de las nuevas tecnologías que ofrecía el proceso de modernización capitalista.

Este proceso de expansión económica tenía como contracara un aumento de la dependencia de capitales británicos (ya sea en forma de inversiones o en forma de créditos), la concentración de la propiedad de la tierra y también el desequilibrio regional, ya que la región pampeana crecería en desmedro del interior del país, acentuando las diferencias entre las economías regionales a lo largo y ancho del territorio nacional. Esta fuerte dependencia del capital extranjero y la poca intervención estatal en la economía generaron una fuerte vulnerabilidad que se vio reflejado en las crisis económicas de 1873 y 1890, además de la crisis generada por el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Pero la Argentina del período que va entre mediados del siglo XIX y 1930 también vería modificada su estructura social. La enorme oleada inmigratoria del período 1880 – 1914 convirtió a nuestro país en uno de los principales centros receptores de inmigrantes, que expulsados de Europa por la pobreza o la persecución política o religiosa, verían en la Argentina una tierra de oportunidades para ellos y sus familias. En su mayoría se sumaban a un mundo popular criollo que también atravesaba grandes cambios, marcados por la imposición de las relaciones sociales capitalistas en torno al trabajo, a la expulsión de las tierras comunes y a la amenaza constante de la cárcel o el servicio militar para quienes no accedieran a vender su fuerza de trabajo. De la mano de este proceso también se asistirá en la época a un fuerte crecimiento urbano, como resultado de la llegada de inmigrantes pero también de un pasaje del campo a la ciudad de una gran cantidad de población.

En términos políticos, el éxito del modelo agroexportador no estuvo acompañado –por lo menos hasta el final- de una ampliación de los derechos políticos de la mayoría de la población. El período que abarca entre 1880 y 1912 –conocido como “régimen oligárquico”- estuvo marcado por la exclusión de la dinámica electoral de amplios sectores sociales. Será recién con la sanción de Ley Sáenz Peña que se integrará a la vida político – institucional a los varones mayores de 18 años, aunque seguía dejando fuera de las elecciones a las mujeres y extranjeros. Esta legislación debe ser comprendida bajo los términos en que la plantea Hernán Camarero: una suerte de salida “transformista” para un régimen que se veía amenazado desde varios flancos.

Con la llegada de Hipólito Yrigoyen y la Unión Cívica Radical al poder en el año 1916 mediante el voto masculino, secreto y obligatorio se pasa a una “hegemonía burguesa pluralista”, un intento fallido por parte de los sectores dominantes del país para “modernizar” el juego político transformándolo a través de una dinámica de partidos más “plural”.

II.

Este modelo también trajo aparejada la formación de una clase obrera amplia y diversa. Este fue un proceso paulatino, estuvo marcado por la heterogeneidad cultural de la mano de obra –local y extranjera- así como de las viejas y nuevas formas de trabajo y relaciones sociales. Más que pensar que la instauración del capitalismo en Argentina trajo automáticamente aparejado el nacimiento de una clase obrera y su conciencia de clase, tenemos que analizar el proceso en términos históricos.

La movilización de los sectores populares no era una novedad en nuestro país. Lo plebeyo había formado parte fundamental de la vida política desde principios del siglo XIX a través de movilizaciones, motines, participación militar, reclamos, etcétera. Para mediados del siglo XIX comenzaron a nacer las primeras sociedades de socorros mutuos o resistencia, definidos por oficio e impulsados por la llegada de militantes socialistas y anarquista de origen europeo.

Retomando los aportes de Camarero, durante las últimas décadas del siglo XIX existió un embrionario proceso de lucha de clases que tomará un nuevo vigor a partir de las sucesivas crisis económicas y el resultado de las mismas para los sectores populares. Para finales de siglo, comenzarán a verse algunas rupturas que marcaban lo novedoso de este proceso de organización y movilización popular. A partir de la clausura política y las crisis económicas, los sectores de trabajadores urbanos comenzarán a ensayar nuevas formas de lucha y organización. Para 1875, la formación de la Unión Tipográfica marcará un hito clave al convertirse en el primer sindicato de la historia argentina.  El año 1902, por ejemplo, sería testigo de la primera huelga nacional.

En este amplio y dinámico proceso existieron diferentes tendencias y orientaciones políticas, marcadas por las ideas anarquistas y socialistas. Los anarquistas fueron la principal tendencia del movimiento obrero durante sus primeros años. Gracias a su enorme actividad organizativa, cristalizada no solo en gremios, sino también en periódicos, escuelas, teatros, bibliotecas populares y organizaciones feministas lograron detentar un lugar clave en el conflicto social. En 1904 establecieron la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), la primera central de trabajadores del país.

El socialismo, por su parte, había acercado al país las ideas del marxismo, principalmente a través de militantes alemanes, franceses e italianos. Con la formación del Partido Socialista en el año 1896 el movimiento obrero asistirá al nacimiento de una tendencia que, a diferencia del anarquismo, afirmaba que era posible reformar el capitalismo a través de las instituciones democráticas y la participación electoral. Apostando a la formación y lucha cultural, pero también a la disputa gremial a través de la UGT como forma de llegar a los sectores trabajadores y medios, a principios de siglo XX Alfredo Palacios será electo como el primer diputado socialista de América Latina.


III.

Como comentábamos anteriormente, el período en el cual se enmarca el conflicto patagónico es un período de crisis económica. El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 frenó la economía internacional y, por consiguiente, la economía argentina al problema del –ahora- no acceso a bienes y capitales se le sumaron malas cosechas y bajas en las exportaciones, que generó un gran déficit en la balanza de pagos del Estado. Por consiguiente, cayeron los salarios y aumentó la desocupación: casi un 20% de la población argentina estaba desocupada para 1917. Por otro lado, soplaban vientos de revolución desde Europa: la experiencia de los bolcheviques en Rusia era mirada por millones de trabajadores a lo largo y ancho del mundo como la posibilidad palpable de establecer una sociedad más justa.

Según lo planteado por Hernán Camarero en Tiempos Rojos, tras alcanzar un punto cúlmine en 1917, la desocupación comenzó a mermar. Sin embargo, el malestar y los reclamos por condiciones de trabajo continuaban en la agenda del movimiento obrero. El período que abarcan los año 1917 – 1921 es uno de los períodos de conflictividad social más altos de nuestra historia, llegando a un punto de 367 huelgas en 1919, con casi 310.000 participantes en las mismas.

La UCR, recién llegada al gobierno, buscó una postura más “conciliadora” y de escucha con los sectores obreros, en búsqueda de armonía social y de un Estado que pasara a mediar en los conflictos entre capital y trabajo. Sin embargo, no dudó en reprimir con mano dura distintos reclamos de los sectores populares. Es en ese contexto marcado por el cambio político, la crisis económica y el ascenso de la conflictividad social que debemos comprender las huelgas patagónicas de 1920 – 1921.

La lucha por condiciones dignas de trabajo había llegado hasta las estancias laneras de Santa Cruz. En las mismas se producían lanas para la exportación bajo el predominio de capitales ingleses. Estos grupos no solamente controlaban lo relacionado a la industria lanera, sino también redes comerciales, portuarias y empresas mineras. Gracias a un alto grado de tecnificación, subcontratación y organización “racional” del trabajo, Ezequiel Adamovsky afirma en Historia de las clases populares en la Argentina que estas empresas pudieron ahorrar en mano de obra.

La alta demanda de mano de obra por parte de estos establecimientos acercó a miles de trabajadores de diverso origen nacional a las estancias patagónicas, donde prontamente comenzó la organización de los trabajadores a través de la Federación Obrera (FO) de Río Gallegos en el año 1910, para reclamar por mejoras en las condiciones laborales y salarios más altos. En ella se nucleaban desde empleados de hoteles hasta los peones de las estancias. A la cabeza del mismo estaba el español Antonio Soto, un trabajador de 23 años que promovía las ideas del anarquismo. Las condiciones miserables de trabajo y vivienda llevaron a que se lance una huelga urbana y rural en noviembre de 1920. Acaudillados por Soto, pero también por “el Toscano” y “el 68”, un grupo de obreros a caballo con banderas rojas y negras iba estancia por estancia, llamando a los trabajadores a sumarse a la lucha y tomando de rehenes a patrones y adminstradores.

Frente a esta situación, los sectores patronales se vieron obligados a negociar con la FO. Pero sus reclamos resultaban exorbitantes a los ojos de los dueños de la tierra: salario mínimo de 100 pesos, velas para iluminarse en la noche y ventajas en la radicación de los trabajadores y sus familias. Si bien la Sociedad Rural y la Liga Patriótica (grupo de choque de derecha, creado en 1919 para aplastar las movilizaciones obreras) junto a la Embajada Británica exigían la represión de los huelguistas, el Estado medió entre los trabajadores y la patronal, que terminó cediendo a los reclamos obreros. Sin embargo, algo resultaba inquietante: el teniente coronel Héctor Varela había sido enviado junto a tropas del ejército para reprimir en caso de que fuese necesario. Entraría en acción dentro de poco tiempo.

Los estancieros rápidamente incumplieron los acuerdos. Denunciando complots de “anarquistas” y “chilenos” que querían apropiarse de la Patagonia, difundieron noticias falsas sobre saqueos y delitos varios, para conseguir el envío de tropas del  Ejército. La Federación Obrera decidió reanudar la huelga en las estancias donde se incumpliera lo pactado en las negociaciones. Al estallar la huelga, la represión policial avanzó sobre los trabajadores, lo que provocó una huelga general. Las estancias fueron ocupadas y para noviembre de 1921 Santa Cruz estaba paralizada. Los obreros recorrían los campos con banderas rojas y negras, organizando asambleas y llamando a combatir a los patrones y a las fuerzas represivas.

Frente a esto, Hipólito Yrigoyen volvió a enviar a Varela y al Ejército. Esta vez la sangre no tardaría en derramarse: al llegar a Santa Cruz la ley marcial fue decretada y los fusilamientos fueron la forma utilizada para disciplinar a los rebeldes. Agrupados en bandas apoyadas por los estancieros, las tropas del Ejército desataron una cacería de obreros, fusilando a los capturados sin juicio previo. Fueron asesinados también quienes, a pesar de no participar en las huelgas, resultaban “incómodos” a los ojos de los patrones. Los cuerpos de los fusilados fueron quemados o enterrados en fosas comunes. Se calcula que alrededor de 1500 trabajadores fueron asesinados. Antonio Soto huiría a Chile, donde moriría muchos años después. El Coronel Héctor Varela sería muerto por el anarquista alemán Karl Gustav Wilckens, como represalia por los fusilamientos.

Luego de la feroz represión, los estancieros anunciaron la vuelta al trabajo: los sueldos serían rebajados y no había noticias de las mejoras en las viviendas de los trabajadores. Luego de las persecuciones, las torturas y los fusilamientos no quedaban obreros dispuestos a protestar. El trabajo sucio estaba hecho. Yrigoyen recompensó a Varela por los servicios prestados, designándolo como director de la Escuela de Caballería de Campo de Mayo. La Unión Cívica Radical impediría cualquier tipo de investigación oficial al respecto. Las únicas que pusieron el grito en el cielo fueron cinco prostitutas del puerto de San Julián, que se negaron a atender a los soldados que habían masacrado a los obreros.


IV.

Un siglo nos separa de los fusilamientos de la Patagonia Rebelde: ¿cómo evitar caer en la mera conmemoración de un hecho lejano en el tiempo? 

En principio, es necesario leer a la Patagonia Rebelde en el marco de una serie de conflictos entre el capital y el trabajo durante los albores del siglo XX a lo largo y ancho del país. Desde las huelgas de inquilinos o la de Ingeniero White de 1907, el 1ero de mayo de 1909 o, más cercanas a los sucesos patagónicos, la Semana Trágica de 1919 hasta la huelga de La Forestal de 1921, lo que podemos observar no solamente es el ascenso del conflicto social, sino también un fortalecimiento de las formas organizativas obreras y su capacidad de respuesta frente a la lucha de clases.

Por otro lado podemos observar que, lejos de garantizar la armonía social y el crecimiento de todos los sectores sociales, la Argentina del modelo agroexportador estaba atravesada por el crecimiento de la miseria, el hacinamiento y la explotación de vastas mayorías. La idea de una Argentina “potencia mundial”, rica y desarrollada –plantea Adamovsky en Historia de la Argentina: biografía de un país– es más bien un espejismo, resultado de una coyuntura internacional de alta demanda de productos primarios, la llegada de enormes contingentes de mano de obra y de capitales extranjeros, que sin embargo no “derramaba” sus riquezas entre esta población, a la vez que excluía a grandes sectores de la participación política institucional.

También podemos pensar al conflicto de clases como uno de esos “ríos subterráneos” que recorren nuestra historia más allá de las rupturas y los cambios, al decir del historiador Juan Carlos Garavaglia. La violencia estatal como modo de solucionar las tensiones entre capital y trabajo no fue privativa de este período, sino que se repitió y repite a lo largo del siglo XX, y es necesario que sea pensada en diálogo con el temor de las clases dominantes a una insurrección que decante en la pérdida de sus privilegios.

La organización y solidaridad de los sectores populares frente a la pauperización de sus condiciones de vida, a la explotación y a la represión, pero también movilizada por ideas de sociedades más justas es, también, otra de las constantes de nuestra historia. Porque es imposible pensar una historia sin conflicto, sino más bien es necesario pensarla como una dialéctica constante entre fuerzas sociales que se forman y dan forma al antagonismo, del cual resulta el proceso histórico. Este conocimiento histórico no necesariamente nos servirá de “guía” o “receta” para pensar nuestro presente, sino que más bien, al decir de E.P. Thompson, puede “ayudarnos a entender las posibilidades de transformación y las posibilidades que tienen las personas” de accionar sobre su realidad para producir cambios. A través de la historia no sólo podemos comprender nuestro pasado y presente, sino también educar sobre las posibilidades de cambio y acción a quienes hoy buscan construir un futuro diferente.

Fuente: Notas de Periodismo Popular

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