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Tiemblen los Tiranos 82: No fue en Pavón, fue en Cepeda

Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. A 163 años de la batalla de Cepeda que sellaría el destino nacional por los próximos dos siglos. Sí, a como viene la mano, para el 2063 todavía estaremos lidiando con los unitarios.

El Editor Federal

Seguidamente, compartimos el trabajo del historiador Leonardo Castagnino respecto de la batalla de Cepeda, que tuviera lugar el 23 de octubre de 1859 (no confundir con la batalla que en el mismo lugar tuviera lugar en 1820, con distintos actores, pero casi por los mismo motivos).

Mucho se habla de la “traición” de Urquiza al pueblo federal en Pavón (1861). Pero desde nuestra interpretación, la génesis de lo que ocurriría dos años después, sentó cimientos en Cepeda. De aquí en adelante, reproducimos el trabajo de Castagnino.

La batalla de Cepeda – 23 de Octubre de 1859

La manera más insólita de perder una batalla

Si no fuera por la sangre derramada por los pobres gauchos que entregaban su vida tal vez sin saber los motivos, los próximos episodios de la lucha de federales y porteños, en lugar de capítulos de la historia, bien podrían formar parte de una especie de miniserie tragicómica, apta para todo público.
Hacia tiempo que ambos bandos, divididos, se miraban con ganas, pero ante la falta de apoyo externo, ninguno de los dos se animaban.
Urquiza mientras tanto negociaba con Solano López, de Paraguay, para que le facilitara algunos vapores que le permitieran cruzar el Paraná, a cambio de reconocerle la soberanía paraguaya sobre el Chaco, pero el desconfiado Supremo quería primero “el reconocimiento” y después “los vapores”. Para cuando Urquiza le mandó a Luis José Peña con autorización para el reconocimiento, los porteños ya lo habían sitiado a Urquiza en Paraná y López le negó los vapores: “Urquiza está perdido. Se ha dejado sitiar en su propia capital y es imposible que reaccione. Todos sus planes han fracasado. Yo no he tratado con semejante gobierno. Los vapores que había ofrecido son ya inútiles, no los entrego” le hace saber López a Peña.
Urquiza, enfurecido, quiso tomarse la revancha con López, y de paso ganarse el apoyo inglés. López descubrió el complot de James Canstatt (Oriental de origen inglés) para asesinar a Solano López, y lo mandó preso. El cónsul Henderson de Asunción salió en defensa de “la libertad del súbdito ingles” pero López, que no era de arriar con el poncho, le contestó que “el ciudadano oriental Santiago Constatt estaba sometido como todo habitante, a las leyes del país”.
Como Henderson le retrucara “por la injusticia notoria”, López le mandó los pasaportes como para que baje el tonito de voz.
Más tarde Thornton se presentaría ante López para pedir explicaciones pero Don Carlos lo recibe “sentado y con el sombrero puesto” porque la Reina Victoria había recibido al representante paraguayo en el trono con la corona puesta, y él no era menos que la reina, ni Inglaterra era más que Paraguay.

Urquiza vio entonces la oportunidad de vengarse de Solano López (su compadre) y de paso agarrarse de alguna tabla para seguir flotando, y le ofreció todo el apoyo a los ingleses: “si a consecuencia de la ofensiva conducta del gobierno del Paraguay, el gobierno ingles cree necesario enviar una expedición a la capital de esa república (Paraguay), Su Excelencia (Urquiza) no solo consideraría favorablemente tal procedimiento, sino que ofrecería todas las facilidades que estuviesen en su poder, tal como abastecer las fuerzas con carne y provisiones (¿un negocito?), permitir depósitos de carbón, etc. y hasta proporcionaría hombres y caballos si fuera necesario”, (los ingleses libras esterlinas y nosotros la sangre de los gauchos) agregando “que haría un gran servicio a la causa de la civilización obligando al presidente López a cambiar su política exclusivista por una más liberal (…)” (¡Flor de compadre tenía López!) Es de hacer notar que Urquiza ofrecía fácilmente “hombres y caballos” pero nunca un peso de su incalculable fortuna personal. Como los ingleses “ni le contestaron”, Urquiza se quedó en Paraná, encerrado en su casa, como loco malo, y sin atender a nadie.
La Confederación estaba construyendo una flotilla en Montevideo, financiada con fondos del barón de Mauá (el brasileño financista de Caseros, testaferro de Rothschild y virtual dueño de Uruguay). Por su parte Buenos Aires, que había artillado Martín García para cortarles el paso a la Confederación, les mandó dos naves a bloquearles el puerto de Paraná para que Urquiza no pudiera cruzar el río con su ejército, acantonado en Paraná. Con los federales encerrados en Entre Ríos la guerra estaba ganada sin pelear, y bastaba que Bs.As. mandara los bomberos a Santa Fe y dejarlo a Urquiza que se entendiera en su Mesopotamia.
El jefe militar natural de Buenos Aires, bien podría haber sido el experimentado general Hornos, pero los mitristas preferían darle a Mitre la oportunidad de una gloria militar (que nunca tuvo) que le sirviera de pedestal para sus ambiciones políticas. El argumento era que había que remplazar los militares “intuitivos” por militares “científicos” , en este caso el coronel artillero Mitre, que se había leído todos los libros de estrategia francesa. Al conocer estos argumentos para darle el mando a Mitre, el general Hornos, al mejor estilo de los geniales monólogos de Tato Bores, comentaría irónicamente: “Si el general en jefe quiere ganarle a Urquiza a la europea, acabaremos disparando a la criolla”. (Cárcano, JMR.t.VI. p. 267) Los hechos, bien pronto le darían la razón Hornos.
Encerrado entonces Urquiza en Paraná sin medios para cruzar el río, el ejército porteño al mando del militar científico Mitre, con la orden del ministro de guerra (Obligado) avanzó “a la mayor brevedad posible” hasta San Nicolás, donde estableció su base. Era tal la euforia y confianza porteña, que Vélez Sársfield le encargó a Mitre “el caballo en que entre triunfante en Rosario para usarlo yo en esta primavera y verano”
Mitre se demoró inexplicablemente en San Nicolás, (tal vez armando su escritorio para redactar los partes de la próxima victoria, o repasando sus tácticas de guerra francesas) hasta que un hecho inesperado vino a cambiar la situación; en el vapor Pinto, una de las dos naves que bloqueaban Paraná, se produjo el levantamiento de un sargento y de un cabo que entregó a los federales la nave con toda la oficialidad. El otro vapor escapó a Buenos Aires. tiroteado desde las batería de Rosario. Urquiza entonces rebautizó el vapor “9 de julio” y lo incorporó a la flotilla que desde Montevideo logró forzar a duras penas el paso de Martín García y remontar el Guazú. Tenía entonces Urquiza los medios para cruzar el río.
En el interín aparecería también como actor de reparto el representante norteamericano Yancey, que en agradecimiento de la mano que le dio anteriormente Urquiza en su entredicho con Paraguay, se ofrece como mediador. Hace varios viajes entre Rosario y Buenos Aires, sin conseguir nada de los porteños que se sentían fuertes con Urquiza del otro lado del Paraná y un militar “científico” en la orilla opuesta.
Con la flotilla, Urquiza pasa el río con 10.000 hombres, con el cintillo punzó de Rosas, aunque levemente cambiado el texto por “Defendemos la ley federal jurada. Son traidores quienes la combaten” que sonaba un poco más “civilizada” que aquella de “Viva la Santa Federación. Mueran los Salvajes Unitarios”
Mitre, que buscaba un escenario digno de sus futuras glorias, se traslada bordeando el arroyo del Medio hasta el campo de Cepeda, con un ejército que, si bien con menos caballería, doblaba al de Urquiza en infantería, cañones y armamento. (El mayor ejército, descartando el de Caseros) Se establece entonces en Cepeda, donde Ramírez y López vencieron a Rondeau en 1820, que le pareció adecuado a su trayectoria histórica futura “Aquí fue la cuna del caudillaje, aquí será su tumba” diría Mitre pomposamente..

Disparando a la criolla

Mientras repasaba sus lecciones de estrategia francesas, mandó a la caballería que “vichara” el ejército enemigo, aunque sin dar batalla. Allá fueron Hornos y Flores con 4.000 jinetes, pero al encontrarse sorpresivamente con el ejército federal se desbandaron inmediatamente a los cuatro vientos. La caballería porteña “despareció como el humo. Sin combatir” dirá el parte de batalla en palabras del propio Mitre. Se cumplía entonces la profecía de Hornos: “Si el general en jefe quiere ganarle a Urquiza a la europea, acabaremos disparando a la criolla”
Mientras tanto Mitre, que ya se había decidido por la táctica francesa del “orden oblicuo”, formó sus tropas en el campo de Cepeda en esa formación defensiva: “ya verán esos gauchos ignorantes – habrá pensado el tísico – lo que es enfrentarse con una técnica “científica”. Atrás suyo puso la caballería que Hornos había alcanzado a salvar “disparando a la criolla”.
Urquiza, que había avanzado apresuradamente sin esperar el parque de municiones atrasado, se encontró de pronto frente al “orden oblicuo” del ejercito porteño, sin poder atacarlo sin municiones. Se quedaron todo el día mirándose, desorientado tal vez Urquiza (como había previsto Mitre) ante la nueva táctica porteña, sin entender porque no aprovechaba Mitre la oportunidad. Es que Mitre, no podía atacar sin romper “el orden oblicuo” …“a Mitre no se le ocurre nada en el campo de batalla” diría D`Amico, oficial porteño.

¡Victoria…Victoria!

Cuando a media tarde llegó el parque federal, Urquiza avanzó su ejército, pero en vez de hacerlo de frente, (tal vez en un gesto de caballerosidad, por no romperle las filas a Mitre) lo hizo por ambos flancos, rodeando al ejército porteño. Mitre, que vio el Campo despejado, desenvainó su espada y al grito de “¡Victoria, Victoria!” avanzó hacia donde suponía estaba el ejército federal. Pero no tenía en frente ni el ejército federal y ni siquiera molinos de viento con quien pelear, de manera que al llegar la noche, decidió acampar. Estaba completamente rodeado por los federales.
Mitre no tenia idea de lo que había pasado: “recorriendo la línea la saludé vencedora en el campo de batalla” dirá, y entre vivas a Buenos Aires cantaron el Himno Nacional. Mientras tanto Urquiza, instalado en la propia carpa que Mitre dejó en Cepeda, y tal vez desorientado todavía por el “orden oblicuo”, se preguntaba qué había hecho “el farsante general en jefe, cuya impericia se había puesto de manifiesto desde el primer momento” (Urquiza)

La «heroica retirada»

Conesa y Adolfo Alsina, mostrándole al «tísico» los fogones federales, apenas logran convencerlo que estaban vencidos y completamente rodeados por una fuerza sumamente superior.
En consejo de oficiales lograron convencerlo a Mitre de que al menos dejara escabullirse en la noche a Conesa con 2.000 infantes, que recorrieron las 16 leguas que los separaba de San Nicolás en solo 15 horas, menos de la mitad de las 36 horas que empleara Rondeau en su disparada de 1820.
Mitre con su verborragia habitual la llamaría “la heroica retirada”. Algo de razón tenía: recorrer esa distancia a pie, de noche y a campo traviesa, vadeando arroyos y lodazales, arrastrando 10 cañones, y a un promedio de 5,3 km./h., era una verdadera proeza, digna de laureles en otro tipo de competencias.
Mitre, que todavía no se convencía de la derrota, o no quería convencerse, pidió «la lapicera de escribir partes de victoria» y le comunicó a Obligado, en San Nicolás, que a pesar de la “cobarde dispersión de la caballería» había “aniquilado al enemigo” y se retiraba “con la infantería y artillería en completo orden” (por supuesto no le decía nada de todo lo que había dejado atrás: todo el parque casi completo en el campo de Cepeda, incluido 5 cañones al vadear el arroyo del Medio)
El siguiente desorientado fue Obligado, que totalmente confundido con los victoriosos partes adelantados por Mitre, lo esperaba como triunfador en San Nicolás con las fanfarrias, pero al ver llegar las maltratadas tropas y enterarse un poco más, se quedó “como pollo que lo cambian de patio”.
Decidieron entonces embarcar las tropas a Buenos Aires y Mitre, aún no vuelto a la realidad, redactaba otro parte de batalla “No había conseguido un triunfo completo” pero lograba “salvar en el Campo de batalla el honor de nuestras armas y las legiones que el pueblo me confió en el día del peligro devolviendo a Buenos Aires todos sus hijos cubiertos de gloria ”Nunca se supo a que honor ni a que gloria se refería. Como para confiarle “los hijos en los días de peligro”!!!
Lo que tampoco nunca se supo, es porque Urquiza no aprovechó la fácil ocasión de coparle totalmente todo el ejercito, incluido a Mitre, y lo dejó escapar. Tal vez prefería que sigan los mitristas en Buenos Aires antes que surja un federal que le hiciera sombra, o tal vez, prefería dejarlo escapar para vencer fácilmente en la próxima batalla al “farsante general en jefe” (soldado que huye sirve para otra batalla).


El guerrero de Maratón

Los dispersos de la caballería de Cepeda llegaban a Buenos Aires esa misma noche con la noticia del desastre, y en la confusión hasta daban por muerto a Mitre, desparecido a Hornos y suicidado a Conesa. Pero Mitre, acostumbrado a las derrotas militares en el campo de batalla y a las victorias militares en el campo literario, se encargaría de levantarle el ánimo a los decaídos porteños.
El 25, tras 32 horas de remo por el Paraná, llega Dardo Rocha a Buenos Aires “fatigado pero lleno de patriotismo como el guerrero de Maratón” (No faltaban entre los mitristas las comparaciones heroicas con Carlomagno, Napoleón o “el guerrero de Maratón”) Como Rocha encontró la casa de gobierno vacía, se fue hasta el domicilio de Alsina, que estaba con visitas tratando de tragarse el sapo de la derrota. Como escuchara que traían un parte del “general en jefe” pidió lámparas para leer el parte, y levantado el ánimo imprevistamente, dio la noticia de la victoria a la prensa, y comenzó la euforia de los festejos, equivocados por cierto.
Luego llegaría el segundo parte de Mitre: “Si la fortuna o la composición o número de los elementos puestos bajo mis órdenes no me han permitido obtener un triunfo completo, tengo la satisfacción de haberme batido uno contra cuatro, y de haber salvado casi intactas las legiones que el pueblo me confió en el día del peligro” Lo que no le había permitido a Mitre “obtener un triunfo completo”, no era por deficiencias en “la composición o número de elementos puestos bajos sus órdenes” sino más bien otras cosas que siempre le faltaron. Considerando que el número de hombres en lucha era similar, lo que nunca se supo es si Mitre dijo “haberme batido uno contra cuatro” por agrandar una victoria (de la que estaba convencido equivocadamente), por disimular la completa derrota o porque en el susto de la noche había visto tres fantasmas que se agregaban al ejercito enemigo. Era tal el triunfalismo de Mitre, que hasta dio a publicidad una carta a su esposa, donde le decía que a pesar de verse reducido sus efectivos por la “deserción” de la caballería, le bastaron los dos tercios restantes para “quedar dueño del campo”. No se sabe quien sería el “dueño del campo” de Cepeda, pero la derrota de Mitre fue completa, y su desempeño lamentable y ridículo.

El triunfo Romano

Pero la literatura de Mitre en sus “partes de batalla” habían trasformado para los porteños la derrota en “un triunfo Romano” y sin reparar en el estado de las tropas ni en su reducido número, vivaban al nuevo héroe y su “gloriosa retirada” y hasta se acuñaron medallas conmemorativas con la leyenda “Vencedor de Cepeda – 23 de octubre de 1859” A la hora de diseñar el cuño, seguramente el acuñador debe haber dudado si poner la figura de Mitre o la de Urquiza.
Sin embargo las noticias traídas por los oficiales de la escuadrilla no eran tan alentadoras, y hablaban de un completo desastre militar. Las tropas de Urquiza estaban a las puertas de Buenos Aires y de un momento a otro vendría Urquiza a clavar el asador frente al fuerte de Bs.As. sin ninguna dificultad. Así y todo el optimismo liberal no disminuía, y “Tribuna” decía que, sin infantería, “el gaucho entrerriano podría solamente robar vacas, su ocupación favorita” Mientras tanto en Bs.As. circulaban los partes de Urquiza, que modestamente atribuía su triunfo a la “impericia del farsante general”, que le dejan veinte piezas de artillería, dos mil prisioneros, todo el parque, municiones, bagajes y hasta la propia carpa de Mitre. Mariano Varela reclamaba: “que se termine con la farsa, y se diga si Urquiza se viene o no se viene”
Pero el reverso de Mitre, (que lo que perdía en la batalla lo ganaba en la literatura), era Urquiza, que lo ganado en el campo de batalla lo perdía en los tratados y negociaciones posteriores, (que no se cumplirían) mareado ante los argumentos de los doctores. Así es que, con indulgencia, dice que “Ofrecí la paz antes de combatir y de triunfar. Dos mil prisioneros tratados como hermanos, son la prueba que os ofrezco de la sinceridad de mis buenos sentimientos y de mis leales promesas” y tal vez tratando de ganarse el agradecimiento del pueblo porteño (que siempre lo rechazó) agrega que “No vengo a someteros bajo el dominio arbitrario de un hombre. Vengo a arrebatar de vuestros mandones el poder con que os conducen por una senda extraviada. (…) desde el campo de batalla os saludo con el abrazo de hermano. Integridad nacional, libertad, fusión, son mis propósitos”. De nada le servirían esas palabras grandilocuentes tiradas al vacío, porque los porteños comenzarían a cavar trincheras, no se sabe si para defenderse o “desaparecer”.
Alsina pretende remplazar a Mitre por Conesa para la defensa, pero Mitre, a excepción de las cargas de caballería, resiste cualquier cosa, y la prensa ataca a Alsina y su “gobierno infatuado y ciego” que no había facilitado a Mitre una “composición o número de elementos” suficientes para “completar la victoria.”
Apareció entonces el milagro que necesitaba Buenos Aires para que Urquiza no paseara su caballería hasta el centro de la ciudad: Solano López, que ofrecía sus oficios de mediador. Los porteños, viendo de cerca a “la montonera”, aceptaron en principio la mediación, aunque seguía el aire triunfalista en la prensa, que pensaba resistir con los 2000 hombres vapuleados en Cepeda, los 16.000 que Urquiza había puesto a las puertas de Buenos Aires. Alsina pidió a la legislatura “los medios necesarios para una resistencia heroica”, pero la legislatura, en vez de “los medios necesarios” le mandó “una comisión que le exigía la renuncia”, cosa que Alsina presentó en el acto.
La cosa no fue tan fácil en el bando federal; Urquiza, que en principio aceptaba la mediación, no quería detener su marcha mientras los porteños cavaban trincheras apresuradamente. La discusión fue tan agria que Urquiza y López casi se van a las manos. “Se cruzaron palabras inspiradas en hondo descontento – relata Tomás Guido – que hubo de degenerar en una seria desavenencia. El Doctor Delfín Huergo, que presenciaba la escena, salió a buscarme y me halló cerca; me pidió encarecidamente que entrase a cortar, si era posible, el progreso de aquel disgusto…y tuve la fortuna de que, aclarados los puntos de disidencia, los ánimos se calmaran.”. Por fin López convenció a Urquiza para que dejase a los liberales en Buenos Aires. Caro le costaría a Solano López su gesto, sufriendo luego por los mismos actores la guerra del Paraguay .

El «agradecimiento» porteño

Solano López recibió agradecimientos y agasajos por la mediación lograda; Urquiza le regala la espada de Cepeda y Mitre le hace un álbum en su honor. Pero no necesitaría López esperar hasta 1865, (con motivo de la guerra de la triple alianza ) para comprobar la ingratitud porteña. Le bastarían unos pocos días, cuando terminada la mediación, se embarca en el Tacuarí para regresar a Paraguay, y es cañoneado por un buque inglés en la misma rada del puerto de Buenos Aires, tomándose la revancha por el asunto de Canstatt. López presentó un nota de protesta: “Hollados lo principios del derecho internacional y marítimo, pido a V.E. se sirva aclarar si responde de la inviolabilidad de su rada”. Tejedor contestaría despectivamente que “sus gestiones con la escuadra inglesa no habían tenido resultado” y que el gobierno “no conocía de las relaciones entre la república del Paraguay y el reino de Inglaterra” Probablemente en esta respuesta se inspirarán las generaciones futuras para acuñar la conocida frase popular del “Yo, Argentino”. López, después de salvar a los porteños, se volvería a Paraguay por tierra.

Pacto del San José de Flores (11 de noviembre de 1859)

Finalmente se llegaría al pacto del 11 de noviembre de 1859 (San José de Flores), que los porteños no cumplirían, fieles a su tradición de que lo prometido ayer, y firmado hoy, no debía ser necesariamente cumplido mañana.
El pacto de 11 de noviembre, en resumen establece tres cosas principales: 1) la reincorporación de Buenos Aires a la Confederación 2) cedía la aduana de Buenos Aires a la Nación 3 ) se retiraría de la provincia de Buenos Aires el ejército de la Confederación 4) elegiría representantes para examinar la constitución. Retirado el ejército de la Confederación, Buenos Aires no cumpliría con las otras.
En 1863, dice Alberdi: “El convenio de noviembre y la reforma de la Constitución, que suprimen el gobierno Nacional, entregando a Buenos Aires todos los recursos de la Nación, y sume a ésta, andrajosa y ensangrentada, en el abismo y la anarquía sin fin, son obras del general Urquiza. Él los quiso, por él se mantienen». (Juan B. Alberdi. Escritos Póstumos, tomo IX. Buenos Aires, 1899)
Francisco F. Fernández en las columnas de su “Obrero Nacional” escribía: “ Notemos que en 1859 en los mismos campos de Cepeda y por la misma causa, las armas federales de toda la Nación, comandadas por el general Urquiza, obtuvieron un triunfo igual, yendo enseguida hasta las puertas de Buenos Aires, pero ya no a imponer condiciones sino a recibirlas”. (Aníbal S. Vázquez. José Hernández en los entreveros jordanistas. Paraná. 1953)

El Washington de Sudamérica

En los quince días convenidos Urquiza embarca su ejército para Entre Ríos con un manifiesto de despedida y disculpa a los federales porteños que dejaba en la estacada. Hablando de “transacción honorable” y que deben dejarse de lado “aspiraciones individuales (…) por interés del país, por los altos principios que han armado la nación” “ por la civilización y la humanidad” , aclarando que la guerra había sido “para borrar las calumnias que se han lanzado contra mi nombre” como si la guerra debiera hacerse para limpiar las calumnias del nombre de Urquiza. Como veremos, no solo no se limpió ningún nombre, sino que luego se ensuciaría más, y no solo de calumnias.
Mitre diría entonces al día siguiente que “Los sucesos han hecho del general Urquiza el hombre más expectable de la República Argentina…” y más tarde lo llamará “El Washington de Sudamérica” (ya lo empezó a envolver alimentando su incorregible vanidad ) Sin embargo dirá también que “…nadie puede jactarse de habernos impuesto la ley…” y algunos porteños inmediatamente disgustados con “quienes transigieron con el vandalaje” querían seguir la guerra contra el “tirano” . No pararían hasta no salirse con la suya imponiendo al resto del país “sus hombres y sus leyes.”

Bibliografía

– Castagnino Leonardo Juan Manuel de Rosas. La ley y el orden
– Castagnino Leonardo Juan Manuel de Rosas, Sombras y Verdades
– (JMR) Rosa, José María : Historia Argentina.
– Saldías, Adolfo . Historia de la Confederación Argentina.
– D´Amico. Carlos . Bs.As., sus hombres su naturaleza, sus costumbres. México 1890
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Fuente: La Gazeta Federal / Leonardo Castagnino

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