La elevada incidencia cada vez más visible de la informalidad en todas sus formas tiene múltiples consecuencias nefastas para los trabajadores, las empresas y las sociedades y es, sobre todo, un gran desafío para la realización de trabajo decente para todos y el desarrollo inclusivo y sostenible.
Por Eduardo Camín*
Hace mucho tememos que el trabajo decente se afianza en la promesa, pero se diluye en la realidad de la informalidad. El trabajo informal es la mayor fuente de empleo precario
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) afirma que más de dos mil millones de personas, es decir más del 61 por ciento de la población activa, se gana la vida en la economía informal, dejando en evidencia que la transición hacía la economía formal es una condición para hacer realidad el trabajo decente.
En efecto, para cientos millones de trabajadores, la informalidad implica una falta de protección social, de derechos en el trabajo y de condiciones laborales decentes, y a la vez para las empresas significa baja productividad y falta de acceso al crédito.
Los datos sobre estas cuestiones son esenciales para elaborar políticas apropiadas e integradas que se ajusten a la diversidad de situaciones y necesidades. En unos de los informes de la OIT el ejército de reserva mundial constaba de más de 2.300 millones de personas, en comparación con los 1.660 millones en el ejército de trabajo activo, muchos de los cuales tienen empleos precarios.
El número de parados o desempleados está en más de 207 millones de trabajadores, y alrededor de 1.500 millones son clasificados como «empleados vulnerables», trabajadores que trabajan por cuenta propia (informales y rurales), así como trabajadores familiares (trabajo de cuidados y doméstico). Por su parte, otros 630 millones de personas con edades entre 25 y 54 años se clasifican como económicamente inactivos.
De toda evidencia, la globalización que nos vendieron -los mismos que ahora claman por una reglobalización- ha perturbado las estructuras de producción mundiales, lo que ha tenido importantes efectos sobre las empresas y el empleo, y las condiciones de los trabajadores. Las cadenas mundiales de suministro, que representan uno de cada cinco puestos de trabajo en todo el mundo, son un reflejo de la creciente diversificación de la producción.
Si bien han creado puestos de trabajo ofreciendo oportunidades para el progreso económico, las relaciones laborales y la dinámica de la producción, han tenido consecuencias negativas en las condiciones generales de trabajo.
Para los actores laborales, el reto consiste en mejorar la gobernanza de estas cadenas mundiales de suministro y garantizar el cumplimiento de las normas internacionales del trabajo, en particular los derechos fundamentales.
Las cadenas mundiales de suministros
Otra de las facetas emblemáticas de la economía contemporánea es la financiarización de los negocios con énfasis en la rentabilidad financiera, a expensas de la inversión real.
A falta de una regulación adecuada, esta financiarización tiene el efecto de aumentar la volatilidad y la vulnerabilidad de la economía y del mercado de trabajo, alentando los beneficios a corto plazo y ocasionando efectos redistributivos perniciosos, con consecuencias para la creación de empleo, la productividad y la sostenibilidad de las empresas.
Las razones de la crisis financiera y económica de 2008 y sus efectos devastadores sobre la economía real son bien conocidas., entre ellas, las deficiencias en la gobernanza y en la regulación de los mercados financieros. Sin embargo, persiste la incertidumbre sobre si se han aprendido realmente las lecciones de esos acontecimientos, todo hace pensar que no. A pesar de algunos beneficios, es evidente que la globalización no se ha traducido en una nueva era de prosperidad para todos.
Por lo tanto podemos decir que la elevada incidencia de la informalidad en todas sus formas tiene múltiples consecuencias nefastas para los trabajadores, las empresas y las sociedades y es el gran desafío para la realización del trabajo decente para todos y el desarrollo inclusivo y sostenible.
Durante mucho tiempo el análisis de Marx de la «ley general de la acumulación capitalista» que señalaba las condiciones de precariedad creciente y el empobrecimiento relativo de la población trabajadora, fue rechazado de plano por los principales científicos sociales. Sin embargo, en los últimos años la noción de precariedad como una condición general de la vida de la clase obrera ha sido redescubierta.
En contraste con estos puntos de vista con variados discursos que emanan principalmente de sectores de izquierda influenciados por el posmodernismo, los sociólogos del grupo de poder normalmente conceptualizan la precariedad de los trabajadores en términos más prosaicos como una brecha cada vez mayor entre «buenos y malos» puestos de trabajo.
Además, con una fuerte tendencia a adoptar una visión corporativista en la que el objetivo de todas las clases es restablecer un contrato social entre los «trabajadores organizados y el capital organizado»
Sin embargo, la idea es tratada de forma ecléctica, reduccionista y típicamente ahistórica de las ciencias sociales y humanas de hoy en día, desconectadas de la teoría global de la acumulación derivada de Marx. El resultado es un conjunto de observaciones dispersas sobre lo que consideran desarrollos, que responden en gran medida al azar.
La cuestión en pocas palabras, seria regular las condiciones de trabajo con el fin de convertir el empleo informal en formal. Naturalmente este proyecto es visto como una respuesta natural al declive real de la organización de los trabajadores. Pero estos análisis tan superficiales y reformistas rara vez exploran la dinámica histórica de la acumulación del capital que ha impulsado el resurgimiento de la precariedad al centro de la economía mundial. Prejuicios conceptuales de hace más un siglo bloquean su visión, ausentes de los debates.
*Periodista uruguayo, exmiembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de Naciones Unidas (ACANU) en Ginebra. Analista Asociado al Centro de Análisis Estratégico (CLAE)
Fuente: CLAE