Una Capital soberana, federal y popular

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Las vociferaciones en torno al cambio de emplazamiento de la Capital Federal, tuvieron nuevo vuelo durante la mitad del mes pasado, entre anuncios, vociferaciones y marketing político. Sin embargo es un tema serio, urgente; y al cual la clase política no se lo toma en serio.

Por Pablo Casals

Cada tanto es bueno comenzar una nota con una frase hecha o un lugar común. Todos lo hacemos. Es fácil además. En éste caso, diremos lo siguiente: el lugar donde se emplaza la Capital de un país, tiene que ver con el tipo de país que se construye o se proyecta.

Cada tanto también, el proyecto de traslado de la Capital Federal vuelve a aparecer. En algunos casos avanzó más (como el caso de Viedma-Carmen de Patagones-Guardia Mitre durante el gobierno de Alfonsín); y en otros fueron sólo declaraciones de principios (como los proyectos Río Cuarto, o Realicó, o General Pico, o Bahía Blanca; por mencionar algunos). Algún día habrá que historiarlos todos juntos y seriamente.

La designación de Buenos Aires como Capital Federal en 1880, obedeció al triunfo de un proyecto de país aún vigente: el de la Colonia Próspera. Allí confluyeron los intereses de los abogaditos de Buenos Aires atendiendo todos los lados de la mesa; las empresas exportadoras e importadoras, los intereses ingleses; y los proyectos de las dos facciones de la oligarquía (la de los herederos de los fundadores de la Sociedad Rural Argentina, y la de los hijos “segundones”, incorporados al círculo a fuerza de victorias políticas, económicas y militares, que lograron amasar fortuna y hacer más sólida la de sus parientes).

Pasó casi un siglo y medio desde entonces y poco a ha cambiado. Las familias de esos sectores se fueron mezclando. La inmigración europea puso su parte, dado que una facción de la mal denominada “burguesía nacional” no dudó en arrimarse a la élite, y que durante el último cuarto del siglo XX constituirse en “Patria Contratista” y abonada frecuente en los procesos de privatizaciones de las empresas estatales; y que incluso en las primeras décadas del XXI han conseguido conformar una fuerza política propia y con legitimidad para ganar elecciones.

Lo que se le opone institucionalmente a esto aún está en formación, y a pesar de la historia. Los herederos directos de dos de los tres movimientos populares más importantes de la historia nacional (aunque son el mismo movimiento, pero ya llegaremos ahí), se han transformado en un espacio de alternancia liberal-progresista que poco tiene que ver con las bases, postulados y acción política de sus referentes: Hipólito Irigoyen y Juan Perón.

Estos “descendientes”, a pesar de todo lo realizado e intentado por sus “viejos”, no han logrado construir nada alternativo más allá de las “Capitales Alternas”: la designación de una ciudad por provincia, generalmente distinta a su sede Capital, pero donde al mismo tiempo transcurren una serie de negocios y proyectos de desarrollo económicos, diametralmente distintos a los que las “banderas” de sus impulsores representan.

Podríamos también, seguir discurriendo por estos caminos argumentativos durante páginas y páginas y no agregar nada consistente. Sin embargo hay algo de lo ya dicho que tendrá vigencia toda la vida: “el lugar donde se emplaza la Capital de un país, tiene que ver con el tipo de país que se construye o se proyecta”.

Para eso es necesario responder una serie de preguntas: ¿Qué es Argentina? ¿Cuál es su historia? ¿Dónde está? ¿Qué dimensiones tiene?

Y nos encontramos que Argentina es una país repartido en dos continentes, el americano y el antártico; el dos océanos, el Atlántico y el Pacífico; con un territorio inmenso y despoblado cuyo centro geográfico en la ciudad de Ushuaia. Con una población que a fuerza de todo lo acontecido en los algo más de 200 años de historia, posee una sabiduría no sacada a la luz y un potencial despreciado.

Un pueblo que permanentemente de debate de extremo a extremo en proyectos y posiciones políticas ajenas a su propia historia y a sus propios intereses. Un pueblo al que le corren el arco todos los días. Un pueblo que teniendo todo para transcurrir en paz y armonía, es permanentemente atacado, robado, aterrorizado y conmovido por desgracias y barbaridades de todo signo.

Un pueblo que posee el territorio invadido por la nación más vil que ha desarrollado la humanidad en los últimos tres siglos: Inglaterra. Y de cuya invasión mucho se habla en términos demagógicos, y poco se actúa en iniciativas políticas de cara a recuperar del invasor lo que es nuestro.

Un pueblo cuyo tesoro más sagrado está en su historia, su tierra y su gente. Argentina, como parte de la gran Nación Latinoamericana, guarda en su memoria colectiva el ideario invencible del federalismo popular, del “naides es más que naides”, del trabajo, la producción, la industria, la salud, la educación, el coraje y el disfrute colectivo.

Entonces y a esta altura, ¿qué se puede decir de un posible traslado de la Capital Federal? Que es urgente para descentralizar y descomprimir la alta densidad demográfica del Conurbano, o la franja central del territorio es lo que dicen todos.

Argentina necesita marchar hacia el Sur, hacia su centro geográfico – la Tierra del Fuego -; hacia la zona invadida, el Atlántico Sur y sus islas; hacia la tierra del futuro, la Antártida; a proteger lo más caro para su gente: su suelo y sus riquezas.

Ese debe ser el Proyecto de Desarrollo Argentino. Cada decisión política debe ser abordada en ese sentido. Cada sueño, debe contribuir al futuro; al destino de nuestro pueblo. Nuestra historia así lo indica.

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