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Una sombra con piel de luz

Uno de los elementos clave para comprender al mundo y las relaciones geopolíticas, es el avance de la extrema derecha en el escenario internacional. Con posicionamientos demagógicos en contra de la globalización neoliberal, con sus prédicas racistas y xenófobas, y argumentos antisistémicos y anti establishment que bregan por la liberalización total de la economía, conforman una corriente ultra que va emergiendo en el contexto mundial y cobra cada vez mayor visibilidad.

Por Gabriel Laesprella*

Las referencias más destacadas de líderes políticos vinculados a la extrema derecha son las del estadounidense Donald Trump o del brasileño Jair Bolsonaro.

Pero es notorio el avance del neofascismo en otras latitudes. Ex repúblicas de la extinta Unión Soviética como la República Checa, Eslovaquia, Bielorrusia o Ucrania, son muestra cabal de este fenómeno político. O los ex países del campo socialista como Hungría y Polonia.

El fenómeno del partido ultraderechista Vox en España tampoco puede pasarse por inadvertido.

La extrema derecha apunta fundamentalmente a ganar en la subjetividad del colectivo social, en la denominada “batalla cultural”. Su discurso visceralmente anticomunista, sus posicionamientos demagógicos en contra de la globalización neoliberal, sus prédicas racistas y xenófobas (satanizando fundamentalmente a la cultura musulmana, como agentes del “terrorismo internacional”), su hostilidad hacia las minorías sexuales con su discurso homófobo, su ultra catolicismo relacionado con aristas cristianos y evangélicas, su posición antisistémica y antiestablishment, su prédica a la liberalización total de la economía, entre otros aspectos, que nos hacen visualizar la heterogeneidad política e ideológica de esta corriente neofascista emergente en el contexto mundial actual.

En lo que se refiere a los planteos discursivos de la derecha en Hungría, visualizamos un odio hacia los pobres, la aporofobia en su expresión máxima. Esto se refleja en no subsidiar a sectores socialmente vulnerables, a los desempleados, el cuestionamiento a los jubilados y pensionistas por considerarlos grupos “improductivos”. Se estigmatiza a estos sectores y se los tilda despectivamente como “gitanos”.

Lo más preocupante de este accionar ultraconservador es como se genera en la sociedad la horizontalización de la pobreza. Es decir, “el discurso de pobres contra pobres”, los activos laboralmente cuestionando a los desocupados, a los indigentes.

Las teorías de la conspiración o conspiranoicas forman un aspecto fundamental en la estructuración discursiva de la extrema derecha. Así como los nazis afirmaban que un grupo acaudalado de banqueros judíos financiaron a los bolcheviques rusos para desbancar al zarismo e implantar el comunismo en Rusia, para lograr la extinción de la raza aria; o la lógica del dictador español Franco que afirmaba que una “conspiración judeomasónica” quería acabar con su régimen; observamos que uno de los argumentos de la ultraderecha contemporánea para oponerse a la izquierda y al marxismo “cultural”, es que estos grupos se financian por George Soros, Bil Gates y una serie de burócratas de los organismos internacionales de crédito.

Lo que habría que preguntarse es si los sectores políticos de izquierda, los movimientos sociales y el llamado “progresismo internacional” tienen la habilidad de construir un discurso adecuado a las circunstancias históricas del actual siglo XXI, para ganar espacios en el terreno de la subjetividad en la sociedad civil, en eso que de forma tan continua se define como la “batalla cultural”.

* Sociólogo uruguayo. Colaborador de varios medios y portales de América Latina.

Fuente: Colaboración para Chasqui Federal Noticias

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