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Atlantismo: todo sudamericano de bien debe leer este artículo

Dice el autor del siguiente texto titulado “Una lógica del atlantismo desde Palmerston hasta nuestros días”: “para comprender la lógica del atlantismo, incluida la moderna, basta con considerar un ejemplo ilustrativo: los acontecimientos de la década de 1830”.

Por Maxim Medovarov*

De 1830 a 1841 las palancas del atlantismo mundial estuvieron en realidad en manos de Palmerston, que tenía el apodo de Palm (PAM) – el Mago Pan-Atlántico.

Siendo formalmente sólo ministro de Asuntos Exteriores bajo los falsos primeros ministros Gray y Melbourne (un hombre y una ciudad australiana), Palmerston determinó en realidad toda la geopolítica británica en esos 11 años (excluyendo una brevísima pausa en 1834-35, cuando el rey Guillermo IV nombró por última vez en la historia a un primer ministro, concretamente a Wellington, en contra de la voluntad del Parlamento, pero Palmerston volvió a hacer de las suyas y puso al rey bajo su férula).

Palmerston es un precursor directo de la OTAN, y el sistema que creó se adelantó a su tiempo, frente a la inmadurez de la situación internacional de entonces, su falta de preparación para aplicar el programa atlantista hasta el final. Por esta razón, no se realizó plenamente en vida de Palmerston (que dominó absolutamente la escena política británica desde 1827 hasta su muerte en 1865).

Para comprender la lógica en la que se mueven todavía hoy los atlantistas, lo mejor es fijarse en la geopolítica de Palmerston, ya que era mucho más pronunciada que la de sus no siempre coherentes y desvaídos sucesores. Hoy todo el mundo discute el problema de Guyana-Esekibo, que Venezuela viene arrastrando desde Palmerston hasta nuestros días desde hace 192 años. Pero entonces no se trataba de un acontecimiento aislado, sino de una estrategia bien pensada, de una cadena de acontecimientos similares.

La lógica de las acciones de Palmerston y de sus predecesores y sucesores directos era sencilla y sin complicaciones, incluso burda, y podía ser comprendida por un escolar. Sorprendentemente, sólo unos pocos dirigentes de otros Estados la comprendieron y se atrevieron a oponerse, mientras que a la mayoría les cogió por sorpresa.

Las acciones del Mago Panatlántico y compañía fueron tres:

-despedazar a todos los grandes estados continentales muy pequeños en territorio, pero increíblemente favorables en puertos marítimos con las zonas circundantes y convertirlos en puestos avanzados del poder naval británico como estados títere (y sólo si tenían mucha suerte, fragmentar los propios estados continentales en pedazos);

-apoyando una alianza de liberales e izquierdistas para organizar la actividad revolucionaria y librar guerras civiles contra los conservadores (en otras palabras, exportando la revolución);

-todo ello acompañado de un trato absolutamente bestial a su propia población y de un deterioro constante de su nivel de vida. Paradójicamente, el atlantismo siempre trabaja en beneficio de un estrecho círculo de élites y nunca de las masas de sus propios países, que no obtienen ningún beneficio real de la explotación colonial del resto del mundo.

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Veamos ahora dónde las dos técnicas mencionadas han proporcionado a los atlantistas de la era PAM un éxito rotundo, y dónde han fracasado, y por qué. La conexión con nuestro tiempo es directa: las tácticas geopolíticas de los atlantistas no han cambiado de forma significativa.

Una y otra vez, a finales de los años 20 y principios de los 40 del siglo XIX, los atlantistas utilizaron el mismo truco geopolítico llamado «quitar una pieza costera y convertirla en un puesto avanzado del mar». Así se realizaron los siguientes acontecimientos:

-los británicos arrancando un trozo de territorio disputado durante las guerras argentino-brasileñas y convirtiéndolo en el Estado títere de Uruguay (1828), que más tarde (en su zona costera) pasó a depender de la Francia atlantista;

-los británicos arrancando de los Países Bajos el nuevo reino títere de Bélgica (1830) como contrapeso a Francia, los Países Bajos y Prusia;

-el arrancamiento al Imperio Otomano de un trozo inviable del sur de Grecia, dependiente de las fuerzas del Mar, el posterior asesinato del presidente prorruso Kapodistria (1831) y la transformación de Grecia en una marioneta de Londres con el simultáneo empuje de los turcos;

-el desmembramiento de la Gran Colombia en pedazos con la muerte de Bolívar (1830-31), incluido el despojo de la región del río Essequibo de ésta a la Guayana Británica (Guyana);

-confiscación de las islas Malvinas a Argentina (1833);

-desmembramiento de las Provincias Unidas de Centroamérica tras el derrocamiento del protegido británico allí en cinco estados enanos y débiles (1838-40), con la elevación simultánea de Honduras Británica (Belice);

-apropiación británica de la esfera de influencia en las zonas costeras durante las guerras civiles de España, Portugal y Uruguay;

-desembarcos británicos a los circasianos en la costa del Cáucaso durante la guerra contra Rusia;

-la Guerra del Opio y la toma de Hong Kong a China (1839-40).

-por supuesto, la coronación de la estrategia de desplumar el continente un poco más tarde sería el hijo predilecto de Palmerston: la guerra de Crimea contra Rusia, que, sin embargo, no alcanzó sus máximos objetivos debido a los éxitos rusos en la defensa y al enfriamiento de los aliados europeos hacia la Gran Bretaña de Palmerston.

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En todo esto, la clara estrategia de Palmerston y de sus predecesores y sucesores inmediatos, los atlantistas, era evidente. Sus oponentes continentales solían resultar o bien comprensivos, pero francamente débiles en términos militares o políticos, o bien fuertes, pero sin entender nada a la hora de contrarrestar los golpes geopolíticos de los estrategas atlantistas. Si tomamos la década de 1830, sólo había dos gobernantes en el planeta lo bastante inteligentes y fuertes como para que el mago panatlántico se rompiera los dientes con ellos: el emir afgano Dost-Mohammed y el gobernante supremo paraguayo, el Dr. Francia. Todos los demás cayeron en manos de los atlantistas de la forma más patética.

La estrategia atlantista formada por Palmerston y compañía no ha cambiado esencialmente hasta hoy. Si su primer pilar es la mordedura de territorios costeros, el segundo es el apoyo británico a movimientos subversivos y terroristas en otros países: en la década de 1830, lo más frecuente eran los izquierdistas y liberales, pero también los montañeses caucásicos (la misión de Urquhart) y la alta burguesía polaca y húngara. Palmerston dio un importante paso adelante al convertir Londres en un cuartel general revolucionario mundial, al tiempo que reprimía brutalmente cualquier protesta social y oposición dentro de la propia Gran Bretaña.

Por lo tanto, cuando en 1848-1853 Fiódor Tyutchev y Friedrich Engels se opusieron solidariamente a Rusia y a la Revolución (el primero del lado de Rusia, el segundo del lado de la Revolución), hay que tener en cuenta que fue a partir de la década de 1830 cuando se fue formando una fuerte alianza entre la élite británica (y la francesa, cada vez más dependiente de ella) y la Revolución global. Así que Marx y Engels y Herzen y Bakunin fueron desde el principio los vendidos de Londres.

La palabra Revolución es demasiado polisémica y es utilizada por todo tipo de fuerzas en sentidos opuestos. Pero especialmente para los comunistas debe explicarse que el Occidente liberal-plutocrático tiende a atribuirse el monopolio de la Revolución, que se interpreta como una lucha común de la burguesía y los izquierdistas contra las instituciones y los valores tradicionales por la emancipación completa del individuo de todo (empezó con Dios y el monarca, siguió con los estamentos y las iglesias, terminó con el género). En los últimos años, los ideólogos del atlantismo han empezado a llamar a estos procesos la «Revolución Atlántica», contraponiéndola a las Revoluciones Conservadoras – continentales, si no por su diseño, sí por sus resultados. A este respecto, de nuevo, es ilustrativo el ejemplo de decenas de casos en los que grandes figuras comenzaron en su juventud con el revolucionarismo de izquierdas, pero, desde el principio, dándole un carácter antiburgués, pronto llegaron a posiciones conservadoras, sacrales, tradicionales. Por favor, ése fue el secreto del Dr. Francia y su revolución paraguaya, contra la que nada pudo hacer todo el poder naval combinado de Gran Bretaña y Francia en la era Palmerston.

Nuestros comunistas están a menudo demasiado aferrados al dogma de que son supuestamente revolucionarios, mientras que el Occidente capitalista se volvió supuestamente conservador hace mucho tiempo. Pero no es así. Desde el punto de vista de los atlantistas-mundialistas, el imperialismo moderno de la OTAN y de la UE es precisamente una revolución contra las fuerzas y los regímenes tradicionales; además, para ellos es una continuación de las viejas revoluciones burguesas y de la revolución «proletaria» marxista-engelsiana, entre otras. Por el contrario, veían a la difunta URSS o a los regímenes nacionalsocialistas árabes como un «despotismo reaccionario», justo según Marx y Engels.

Esta es la razón por la que los izquierdistas de ayer se convierten constantemente en los mayores ideólogos de Occidente: fue así con Swinburne, fue así con Adorno y Horkheimer, es así ahora con Glucksmann y Cohn-Bendit, Bernard-Henri Lévy y Žižek. Los trotskistas del entorno de Leo Strauss se convirtieron en neoconservadores estadounidenses y educaron a Bush. Los izquierdistas de los años 60 y 70 John Kerry, Joschka Fischer, Jens Stoltenberg se convirtieron en pilares del capitalismo y del imperialismo estadounidenses, por supuesto, no por casualidad. No se trata sólo de venalidad, sino de que la idea original de la izquierda de que «hay que emancipar al individuo» y «hay que apoyar al capitalismo frente a las sociedades tradicionales porque es más emancipador» simplemente no podía conducir a otra cosa si se seguía al pie de la letra.

En la década de 1830, los atlantistas de Palmerston y compañía perfeccionaron las técnicas de fomento de las revoluciones que, en muchos sentidos, se convirtieron en el modelo de las revoluciones de colores de principios del siglo XXI; la escuela es la misma. Veamos a quién y cómo apoyaron los liberales británicos.

Para los países de Europa Occidental se trataba de una red de estructuras masónicas y paramasónicas (Carbonara) como la «Joven Italia» y otras, sobre cuyo modelo aparecerían más tarde nuevos clones en Europa Oriental en la segunda mitad del siglo XIX (y Mijaíl Katkov en la década de 1860 temería que los británicos retomaran la organización de las «Jóvenes Yakutias» y las «Jóvenes Mordovias»).

El destino del Ejército Rojo italiano, que recibió financiación de los whigs británicos y el apoyo de la intelectualidad británica de izquierdas, fue poco envidiable: fueron utilizados y luego abandonados. Ni Garibaldi ni Mazzini consiguieron ningún poder real. Pero ambos consiguieron trabajar como tropas mercenarias del atlantismo en Uruguay, y para la nobleza polaca, y al final de sus vidas en la guerra franco-prusiana.

La epopeya uruguaya fue particularmente vergonzosa. Hubo una guerra civil entre los blancos continentalistas dirigidos por el ex presidente tradicionalista Oribe y los atlantistas-colorados, que se encerraron en el puerto de Montevideo y, con el apoyo de la marina francesa, sitiaron la ciudad durante ocho años (el asedio más largo de una ciudad en tiempos modernos en el mundo). Con tal de mantener la cabeza de puente marítima de Montevideo en manos de los capitalistas anglo-franceses y estrangular a los continentalistas de Oribe y Rosas, los revolucionarios europeos fueron echados a perder por sus amos liberales.

La jugada clásica de Palmerston fue apoyar a los liberales españoles y portugueses en sus guerras civiles contra los conservadores de allí: los carlistas y los miguelistas respectivamente. Por cierto, fueron los carlistas los primeros en autodenominarse «tradicionalistas». El plan de Palmerston tomó la forma de la firma de la Cuarta Alianza de fuerzas subversivas: los gobiernos de Gran Bretaña, Francia y las juntas liberales de España y Portugal. Es cierto que esta alianza se derrumbó al cabo de diez años debido a las contradicciones, pero ésa es otra historia. Lo principal es que se sentó un precedente para la consolidación de las fuerzas de la Revolución liberal en un bloque militar, el prototipo de la OTAN.

Sin embargo, Palmerston no tuvo en cuenta la internacionalización del conflicto. Resultó que la partida podía jugarse en dos. Y mientras los masones liberales suministraban armas y contingentes a los liberales españoles y portugueses, los conservadores de toda Europa (incluida la propia Inglaterra) viajaban como voluntarios para luchar por los carlistas y los miguelistas. Los monárquicos franceses de la Vendée cabalgaron, los monárquicos prusianos dirigidos por el príncipe Lichnowsky cabalgaron en ayuda de los carlistas (más tarde sería asesinado en la revolución de 1848 por una turba de comunistas que de nuevo trabajaron como títeres británicos). Estos esfuerzos no fueron en vano: aunque los carlistas no ganaron, sí lo hizo el régimen liberal de Isabel, que pronto vio un golpe interno del general Prim, que llevó al poder a los conservadores antibritánicos (el ideólogo Donoso Cortés), con los que Palmerston rompió relaciones diplomáticas en 1848.

Pero lo más importante es que los tradicionalistas de Inglaterra y de la propia Escocia también viajaban en ayuda de los carlistas. Además, si la «Joven…» en Europa era una herramienta de Londres y París contra las fuerzas tradicionales, la «Joven Inglaterra» (y más tarde la «Joven Irlanda»), por el contrario, se convirtió en un punto de reunión de los tradicionalistas británicos contra el régimen liberal atlantista de Londres. Las razones de ello deben mencionarse por separado, pues en ello reside la tercera característica más importante del atlantismo.

El tercer signo (después de arrancar a mordiscos territorios insulares y costeros y de alimentar artificialmente las revoluciones) del atlantismo puede parecer insólito y extremadamente ilógico, irracional, incluso ridículo. Pero sin él, el atlantismo no sería atlantismo.

Reside en el hecho de que mientras obtienen enormes beneficios de la explotación del resto del mundo conquistado, los regímenes atlantistas no se muestran en absoluto inclinados a gastar el botín en el desarrollo de sus propios países. Mantienen persistentemente a la población de sus propios países en horrendas condiciones sociales, no desarrollan las prestaciones sociales disponibles, estropean las infraestructuras, etc. Las élites atlantistas gastan todo el botín en sí mismas, no en la población bajo su control, de la que sólo reclutan a ciertos individuos.

En otras palabras, no es casual sino natural que en sus propios países (Gran Bretaña, EEUU, Francia, Australia, Japón, etc.) los sólidos regímenes atlantistas mantengan al grueso de la población en condiciones absolutamente bestiales desde hace décadas e incluso siglos. Nivel aproximadamente nulo de vivienda y servicios públicos, suciedad y drogadicción en el centro de las megaciudades, ausencia de asistencia sanitaria como sistema nacional gestionable (lo que condujo a su vergonzoso colapso en 2020), caos en la educación, infraestructuras de ferrocarriles y transporte público deliberadamente destruidas (con el propósito especial de perjudicar a los ciudadanos de su propio país)… Todo esto no es en absoluto una innovación del siglo XXI. Así era el atlantismo en el siglo XIX «clásico»: en las metrópolis, e incluso en relación con sus colonos en las colonias insulares y de ultramar (la forma en que el gobierno británico trató a los colonos de las islas estratégicamente clave de Ascensión y Santa Elena es un tema aparte, y también hubo todo tipo de historias del Pacífico). Más recientemente, Trump observó correctamente que «Estados Unidos es un país del Tercer Mundo por dentro» (aunque modestamente se olvidó de añadir que él mismo no ha hecho nada en absoluto para remediar esta situación).

El comportamiento de los gobiernos atlantistas, que aplican políticas abiertamente caníbales y antisociales no sólo hacia países y pueblos extranjeros, sino también hacia los suyos propios, pone de relieve una vez más la naturaleza parasitaria de estas élites. Los pueblos de sus países (incluidos los de etnia anglosajona, francesa, etc.) no son «suyos» para ellos, sino sólo material prescindible, salvo un poco más caro que los pueblos del «Tercer Mundo». El atlantismo es extremadamente elitista y clasista, sólo reporta fabulosos beneficios a la capa «viajera» de los cosmopolitas globalistas. Los propios habitantes de los países atlantistas -tanto de las zonas rurales como de las barriadas urbanas- han sufrido a estos parásitos durante siglos no menos que nosotros, y son considerados por los atlantistas no sólo como súbditos, sino también como peligrosos enemigos internos que no deben recibir nada bueno de ninguna manera: ni carreteras, ni servicios públicos, ni salarios, ni atención sanitaria, ni educación.

Cuando hablamos de la brillantez y demostratividad de los años 1830 y, en algo menor medida, 1840 para descubrir los tres principales signos del atlantismo, entonces, una vez constatada la orientación social-darwinista, antipopular y antihumana de la política socioeconómica de los regímenes atlantistas de entonces (Gran Bretaña, en primer lugar, aunque también Francia y EEUU), se abre el espacio para hablar de la oposición tradicionalista a este mal, que justo en esta época comenzó a consolidarse activamente.

Este podría ser el tema de muchas conferencias y libros, pero me gustaría llamar la atención sobre nuestro gran trabajo sobre la historia y la teoría del «socialismo feudal/socialismo cristiano» del siglo XIX en material británico como base de todo tradicionalismo, que es a la vez anticapitalista y antimarxista. Este trabajo, enmarcado como dos artículos en un número de la revista «Cuaderno sobre el conservadurismo» de 2020 [1], incluye toda una galería de vívidos retratos de grandes pensadores sociales poco conocidos en Rusia, aunque ya a principios del siglo XX el P. Sergius Bulgakov inició el proceso de su estudio sistemático. Los dos artículos abarcan la primera y la segunda mitad del siglo XIX, respectivamente. Al trabajar con los escritos de los grandes «socialistas feudales», uno queda invariablemente sorprendido por el hecho de que, a pesar de la enorme brecha tecnológica entre su época y la nuestra, en esencia nada ha cambiado y todos sus argumentos e ideales son más que pertinentes. Tal es la lección de la importancia de volverse hacia el «periodo formativo» del atlantismo y el tradicionalismo de los años 1830-40, cuyos rasgos genéricos aún nos rodean hoy en día.

*Profesor Asociado de la Universidad Estatal Lobachevsky de Nizhni Novgorod, Rusia.

NOTA

[1] Medovarov M.V. El devenir del socialismo feudal y cristiano en el pensamiento social británico de la primera mitad del siglo XIX // Cuaderno sobre el conservadurismo. 2022. № 4. С. 129-142; Medovarov M.V. El socialismo feudal y cristiano en el pensamiento social británico de la segunda mitad del siglo XIX – principios del XX y su percepción en Rusia // Notebook on Conservatism. 2022. № 4. С. 169-182.

Traducción: Enric Ravello Barber

Fuente: GeopolitikaRu

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