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Los reyes del complejo internacional de oleaginosas impulsan el cultivo e industrialización de la colza, porque se viene un negocio global y descomunal con los biocombustibles. ¿Quién pagará la investigación y los ensayos? El INTA.  

Redacción

Al igual que varias exportadoras multinacionales como Cargill, Bunge o Dreyfus, la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (CEC), ve una oportunidad interesante en volver a fomentar el cultivo de la colza para la temporada invernal a punto de comenzar, habida cuenta de las no muy buenas perspectivas que presentarían los tradicionales planteos de la estación.

Para ello, aprovechó la ocasión para difundir la firma del acuerdo con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), que busca el desarrollo de cultivos bioenergéticos en nuestro país, y fundamentalmente orientado a la mencionada oleaginosa. Este cultivo tiene diversas aplicaciones, pero la demanda internacional está centrada en la industria del alimento balanceado y la producción de biodiesel.

Este tipo de convenios, viene de la mano con la “nueva onda” que postula la Secretaría de Bioeconomía, de cara centrar la matriz agropecuaria nacional hacia cultivos que puedan tener un uso industrial más allá de lo específicamente alimentario, y que pueda agregar valor en el plano de la sustitución de fuentes energéticas.

Según CIARA, a nivel global, la colza es la segunda oleaginosa en volumen de producción, mientras que en Argentina – según datos oficiales -, acumuló solamente 32.500 hectáreas en la campaña 2022/23. Casi un tercio de lo sembrado una década antes (87.555 ha en 2012/13). Además, según datos de los denominados “Mercados a Término”, el precio de referencia a febrero 2025 ronda los 415 dólares por tonelada, lo que pone a la oleaginosa con precios similares a los que actualmente consigna el girasol.

Por su parte, INTA especificó que el convenio firmado busca potenciar la colza en nuestro país, y desarrollar tecnología aplicada para insumos y procesos.

Entre los ejes principales del mencionado convenio, se encuentran: la ampliación de la red de ensayos de INTA; el fortalecimiento de los programas de mejoramiento del cultivo de colza (variedades o híbridos) de los semilleros, tanto del sector privado como público; colaborar con los actores de la cadena para la definición de estrategias de difusión y extensión sobre el cultivo de colza; desarrollar tecnologías para la obtención de materias primas y de procesos que provean eficiencia a la etapa de industrialización; elaboración conjunta de informes económicos, comerciales y productivos; elaboración de informes técnicos para considerar al cultivo en determinadas zonas del país en su condición de bajo riesgo de cambio indirecto del uso del suelo (ILUC) para su transformación en biocombustibles.

La propuesta de Gustavo Idígoras – titular de CIARA – involucra tanto a la colza como a la camelina y la carinata. Es decir, todos cultivos presentados como de “servicio” que más allá de su posible uso industrial tendrían alto potencial en cuanto a recuperadores de suelos.

Las multinacionales mencionadas al principio integran CIARA. LA estrategia parece estar en ganar cada vez mayor influencia en el mercado internacional de los biocombustibles. Según la Cámara, en 2022 el mercado mundial de biodiesel fue de 46,7 millones de toneladas y en los últimos diez años, su producción se duplicó.

Las empresas estiman que el consumo de biocombustibles para aviación representará un fuerte impacto en la demanda de combustibles de origen sustentable y de materias primas acordes para su producción, ya que Estados Unidos apostará al empuje del mismo en ese segmento específico.

Ese país también apuesta al incremento de la demanda internacional de Biocombustibles Renovables para su incorporación en la matriz energética. En 2022, la producción mundial de esta variante fue cercana a los 10 millones de toneladas, con lo que su participación en el total de biodiésel fue del 20% aproximadamente y se espera que en 2024 este porcentaje aumente hasta el 25%.

Con este panorama internacional, donde las tres empresas mencionadas (Dreyfus, Cargill y Bunge) poseen una alta participación e influencia, el convenio rubricado con el INTA se enmarca en la cadena tecnológica y experimental que permitirá una serie de beneficios y ventajas competitivas a dichas multinacionales para comenzar a expandir la superficie de esta oleaginosa en nuestro país.

De esta manera, se podrán establecer planes de extensión específicos para el desarrollo de mejora genética, difusión de prácticas de manejo más adecuadas a cada zona, desarrollo de tecnologías de laboreo, aplicación de fertilizantes y fitosanitarios, entre otros. 

Es decir, el rol del Estado no es malo en este caso. Ya ven como tres de las principales empresas multinacionales a nivel mundial, costearán sus investigaciones a costa de los bolsillos argentinos.

¡Con la tuya contribuyente!

Fuente: INTA / CIARA-CEC

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