Tanto en los Estados Unidos como en los países de la UE, la gente está efectivamente alienada de la toma de decisiones, y los grupos neoliberales gobernantes están cada vez más incapacitados, hay intentos de señalar como dictadores a muchos de los líderes de los Estados que se oponen al fascismo corporativo. Estos casualmente son los líderes de los países donde el Estado está socialmente orientado.
Por Leonid Savin*
Cuando hablamos de fascismo, cada uno de nosotros suele hacer sus propias asociaciones. En Rusia, esta se relaciona con la Segunda Guerra Mundial y las numerosas víctimas del pueblo soviético. En América Latina se recuerdan las tristes experiencias de las dictaduras. En Europa, esto recuerda sus propios experimentos políticos, los que finalmente llevaron al Tribunal de Núremberg. Sin embargo, no se puede pasar por alto que el fascismo es un producto directo de la sociedad burguesa con sus aspiraciones e imperativos específicos. Consideraremos esto con más detalles.
En el artículo “La situación internacional”, que fuera publicado el 20 de septiembre de 1924, José Stalin aseguraba que: «…el fascismo es la organización de combate de la burguesía, apuntalada en el activo apoyo de la socialdemocracia…”. En ese caso podemos asumir que la socialdemocracia es el ala objetivamente moderada del fascismo.
No hay razón entonces para suponer que la organización combativa de la burguesía pueda alcanzar éxitos decisivos en las batallas, o en el gobierno de un país, sin el irrestricto apoyo de la socialdemocracia. De la misma manera, pocas son las razones para pensar que la socialdemocracia puede lograr éxitos decisivos en sus batallas o en la administración de un determinado país sin el activo apoyo de la organización combativa de la burguesía: las organizaciones fascistas.
Estas organizaciones no se niegan, sino que se complementan entre sí. No son antípodas, sino Géminis. El fascismo es el bloque político no estructurado de estas dos organizaciones fundamentales, que surgió en el contexto de la crisis del imperialismo de la posguerra y está diseñado para luchar contra la revolución proletaria. La burguesía no puede mantenerse en el poder sin el apoyo de dicho bloque. Por lo tanto, sería un error pensar que el “pacifismo” conduce a la eliminación del fascismo. En realidad, el “pacifismo” en la situación actual es la afirmación misma del fascismo, con su ala moderada y socialdemócrata en primer plano».
Esta es una caracterización bastante exacta y precisa de la interrelación entre estos fenómenos políticos, que no ha perdido su relevancia después de cien años. Debemos ser honestos con nosotros mismos y reconocer que la mayoría de los partidos políticos actuales en Europa siguen siendo una suerte de “ala moderada del fascismo”, con pequeñas diferencias. E incluso, muchos de los partidos que se asumen a sí mismos como izquierdistas, también apoyan el fascismo, que ha cambiado un poco en sus matices, pero esencialmente sigue siendo el mismo. Sólo ahora la organización de combate de la burguesía es el bloque militar de la OTAN, ya que los capitales mismos se han vuelto transnacionales.
Estos autoproclamados “pacifistas” que forman parte de los partidos parlamentarios europeos apoyaron unánimemente el bombardeo sobre Libia en 2011 y también apoyaron la destrucción de Siria. Luego, en 2014, apoyaron de manera abierta el golpe de Estado en Ucrania, primero presionando al presidente constitucional Víktor Yanukovich, y luego tomando partido por la Junta golpista, que comenzó a matar a sus propios ciudadanos que no estaban de acuerdo con la prohibición de hablar su propio idioma. Sabiendo por experiencia histórica a qué podría conducir tal política en Ucrania, Rusia se apresuró a defender a la población de habla rusa, pero de inmediato fue condenada por los “pacifistas” fascistas de los Estados Unidos y la UE.
Las advertencias sobre este fenómeno llegaron no solo de Rusia. Fidel Castro, durante una reunión con Max Lesnick, dijo proféticamente que en algún momento Rusia tendría que luchar nuevamente contra el fascismo en Europa, solo que el fascismo ahora se llamaría democracia.
En julio de 2014, Fidel Castro también descubrió, con la sagacidad que le era propia, la relación entre los acontecimientos en Ucrania y en la Franja de Gaza, señalando la similitud entre las acciones hostiles de contenido pro imperialista, anti-ucraniana y antirrusa del gobierno agresivo de Petró Poroshenko, y el asesinato sistemático de cientos de niños palestinos por parte de Israel, lo que el entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, describió como un acto de autodefensa.
Sin dudas que el papel de los Estados Unidos en el patrocinio de sus satélites fascistas en otras regiones del mundo es enorme. El autor estadounidense John Goldberg no tituló accidentalmente su libro “Fascismo Liberal”, que describe la transformación del sistema político de los Estados Unidos y el uso de métodos totalitarios en la administración del Estado.
De hecho, a pesar de la retórica democrática en los Estados Unidos, podemos ver muchos de esos elementos que estaban presentes en la versión original del fascismo italiano con la idea de un Estado-corporación. El sistema de gobierno del país en los Estados Unidos se basa en el principio del triángulo de hierro, donde los comités del Congreso, los funcionarios y los grupos de interés (lobby), representan el poder real que toma las decisiones en función de sus intereses interconectados.
Y dado que, tanto en los Estados Unidos como en los países de la UE, la gente está efectivamente alienada de la toma de decisiones, y los grupos neoliberales gobernantes están cada vez más incapacitados, hay intentos de señalar como dictadores a muchos de los líderes de los Estados que se oponen al fascismo corporativo. Estos casualmente son los líderes de los países donde el Estado está socialmente orientado.
Es por ello que en la prensa liberal estadounidense y europea vemos constantemente acusaciones contra Vladimir Putin, Nicolás Maduro, Xi Jinping, Miguel Díaz-Canel y varios otros.
Las doctrinas y documentos oficiales de Washington también muestran el deseo de la élite de ese país de mantener su hegemonía, y muchos países son abiertamente considerados como una amenaza para los Estados Unidos, aunque ni siquiera tienen una frontera común con ellos. La propaganda mediática y la censura de los clanes político-oligárquicos de Occidente no se limitan a los periódicos y la televisión controlados, sino que intentan manipular las redes sociales y llevar a cabo la llamada “abolición de la cultura”, como el régimen hitleriano, que quemó libros de autores indeseables, o la dictadura de Augusto Pinochet, bajo la cual también se destruyeron obras de teóricos de izquierda y marxistas.
Por lo tanto, de aquí resulta la cuestión de articular una cooperación internacional más estrecha para detener estas tendencias peligrosas. Los frentes militar, político, diplomático y mediático están ahora estrechamente interrelacionados. La próxima victoria del ejército ruso en algún lugar cerca de Jerson contribuye a la derrota no solo del fascismo integral ucraniano, sino que también refuta la justificación de la asistencia militar de la OTAN y demuestra lo inútil de apoyar al régimen neonazi de Kiev.
Así las cosas, la publicación de textos de crítica ideológica al neoimperialismo estadounidense en los países de América Latina proporciona una base teórica adicional y una comprensión más profunda de los métodos destructivos que usa Washington en su política exterior. La conciencia situacional, la sincronización de acciones y la solidaridad, son las claves de nuestra victoria común.
*Analista en geopolítica. Editor de GeopolíticaRu. Artículo publicado el pasado 19 de diciembre.
Fuente: Geopolítica.Ru / Prensa Latina