El desafuero de las acciones bélicas y la manipulación de la opinión pública, vía confusión e información falsa, han servido para fomentar el caos a nivel global. El dominio hegemónico de EEUU está en juego. Aun cuando el eje de su estrategia es escalar los conflictos sin límites hasta imponer sus intereses, las condiciones económicas no permitirán que el apoyo de sus aliados se extienda de manera ilimitada.
Redacción*
El desafuero de las acciones bélicas y la manipulación de la opinión pública, vía confusión e información falsa, han servido para fomentar el caos. Buscan que con esto la capacidad reflexiva y el disenso por parte de la ciudadanía se conviertan en miedo e inestabilidad que conduzcan a la aceptación subliminal y pasiva. Tanto a nivel estratégico como operativo, el sabotaje se inserta de manera perfecta en esta reacción del hegemón ante la pérdida de condiciones para imperar.
Nada es nuevo en los Nord Stream
El sospechoso atentado a los gasoductos rusos Nord Stream 1 y 2 aumentó el control de Washington y sus corporaciones sobre el abastecimiento de gas europeo. Actualmente contemplan la posibilidad de recortar las exportaciones para controlar los precios domésticos del gas. Sin embargo, el sabotaje al gas ruso no es un evento nuevo.
En septiembre de 2007, el líder revolucionario cubano Fidel Castro publicaba una de sus reflexiones titulada «Mentiras deliberadas, muertes extrañas y agresión a la economía mundial», una extensa reseña sobre cómo EEUU utilizó la guerra y el sabotaje como herramientas para generar cambios y subyugar a las personas de la extinta Unión Soviética (URSS).
En el texto describe cómo desde Washington se ha hecho uso de la ciencia y la tecnología con fines hegemónicos y refiere un artículo del exoficial de Seguridad Nacional de EEUU, Gus W. Weiss, titulado «Engañando a los soviéticos». Allí el autor se atribuye la idea de hacerle llegar a la URSS los softwares que necesitaba para su industria, pero ya contaminados con el objetivo de hacer colapsar la economía de aquel país.
Desde que gobernó Nixon, EEUU se planteó distender las relaciones con Moscú, lo que en realidad fue una estrategia para captar agentes y funcionarios soviéticos acompañada de una «enorme transferencia de tecnología en radares, computadoras, máquinas-herramientas y semiconductores de EEUU a la Unión Soviética». Los resultados quedaron plasmados en el llamado Dossier Farewell, que revela las diversas actividades de grupos de trabajo en agricultura, aviación civil, energía nuclear, oceanografía, computadoras y medio ambiente para comenzar a construir «puentes de paz» entre las superpotencias. Sus miembros debían intercambiar visitas a sus centros.
El sabotaje cuya estructuración tuvo efecto fue a la producción y transporte de petróleo y gas, en particular al gasoducto transiberiano que debía llevar gas natural desde los yacimientos de gas de Urengoi en Siberia a través de Kazajstán, Rusia y Europa Oriental hasta el Hemisferio Occidental. Los soviéticos penetraron y compraron softwares a proveedores canadienses para automatizar la operación de válvulas, compresores e instalaciones de almacenaje que fueron intervenidos por la inteligencia estadounidense.
Todo acompañado de guerra psicológica, sabotaje, guerra económica, engaño estratégico, contrainteligencia, guerra cibernética, según un artículo publicado en The New York Times. La operación utilizó casi todas las armas al alcance de la CIA y destruyó la inteligencia soviética, su economía y desestabilizó su Estado. Agrega Castro que «De haberse hecho a la inversa (los soviéticos a los norteamericanos), pudiera haberse visto como un acto de terrorismo».
Nuevos conceptos militares sobre infraestructura
Como es evidente, la nueva doctrina militar de Biden no parte de la nada, EEUU ha desbloqueado ese no tan nuevo nivel de la guerra desde hace más de 40 años y recientemente se ha orientado a buscar «detener» una eventual amenaza cibernética que ha estado estimulando desde que decidiera usar a la información como campo de batalla.
De hecho, la ciberseguridad se ha elevado a la cima de la agenda de la administración Biden después de que una serie de ataques de alto perfil contra entidades como la empresa de gestión de redes SolarWinds, la empresa propietaria del oleoducto Colonial Pipeline, la compañía de procesamiento de carne JBS y la empresa de software Kaseya que afectaron gravemente el suministro de combustible y alimentos en varias regiones de EEUU mientras el Congreso discutía un presupuesto de entre 1 mil millones y 3 mil 500 millones para modernizar la infraestructura nacional.
La ciberguerra es parte de los conceptos militares estadounidenses que incluyen a la infraestructura como «problema» más allá de las estructuras físicas y que «entra en el ámbito de las personas y los servicios que brindan». El documento «Insurgencias y lucha contra las insurgencias» publicado por el Ejército estadounidense propone un debate respecto al concepto de infraestructura utilizado por cada uno de los distintos entes militares y civiles del país norteamericano. Uno de los «serios problemas» que hallan en la definición lo ejemplifican con el hecho de considerar una escuela civil como una pieza de infraestructura a menos que esté siendo utilizada por los militares de alguna manera.
Al cuestionar si una misión militar debería asumir a un plantel como espacio neutral afirman que podría ser un «terreno clave» porque podría ser la estructura más influyente en una red de conexiones que unen al pueblo con el gobierno y mantienen a raya al enemigo. Agregan que «ignorar su papel como infraestructura o asumir que no impacta en la misión es un problema».
Otro pasaje: «Dentro de la doctrina de contrainsurgencia, vemos que algunos militares entienden cómo la infraestructura se extiende mucho más allá de las estructuras físicas y entra en el ámbito de las personas y los servicios que brindan».
El debate pareciera buscar un replanteamiento de la guerra, y este incluye un rol más central de las instalaciones (edificios y equipos), el personal y los servicios necesarios para el funcionamiento de una comunidad o sociedad. «Las sociedades tienen diferentes necesidades de infraestructura. Por ejemplo, las expectativas de horas de electricidad disponibles varían mucho», apunta el manual.
Continúa diciendo el texto:
«La infraestructura puede ser importante para la población y el papel del gobierno en el mantenimiento del control civil y la seguridad. Un ataque a la infraestructura puede socavar la legitimidad del gobierno en una zona. Sin embargo, lo contrario también es cierto. Un ataque a las infraestructuras también puede socavar la insurgencia si la población culpa a la insurgencia y se vuelve hacia el gobierno».
De manera que los conceptos que guían la guerra, convencional o no, tienen como aspecto crítico algo más que la logística cotidiana de la población bajo asedio, sino que al tener control (o descontrol) de la infraestructura «puede cambiar la forma en que una persona ve el mundo y cambiar los valores de esa persona».
Biden ha buscado trascender a la llamada Doctrina de Agresión Positiva (o Doctrina Bush), a partir de la cual se implementó la política de guerra preventiva que sostenía que EEUU debía invadir o deponer gobiernos que representaran una posible «amenaza para la seguridad nacional», incluso si esa amenaza no era inmediata e incierta, como ocurrió con Irak.
La nueva doctrina militar de Biden, publicada en 2021, plantea más diplomacia y menos fuerza militar, sin embargo señala a China y Rusia como principales amenazas. Alexei Fenenko, del International Security Problems Institute de la Academia de Ciencias de Rusia (PAH, por sus siglas en ruso), aseguraba en 2017 que los métodos de Washington para reducir el poderío y la influencia de Rusia en el mundo incluyen «guerras, sabotajes y revoluciones».
La desarticulación de Estados-Nación como estrategia integral
La estrategia general a largo plazo es poder demoler tantos Estados-nación sea posible para asegurarse aliados e impulsar su propia industria económica. Esto pasa por imponer políticas para implementar el concepto estadounidense de democracia en todo el mundo y estandarizar imaginarios acordes a su visión del mundo e intereses.
En distintos y recientes escenarios de guerra, convencional o no, el sabotaje se ha repetido como táctica de desestabilización. Venezuela ha visto repetirse cíclicas escaladas de sabotaje a la infraestructura eléctrica acompañadas de campañas mediáticas, sin mencionar los ataques a la industria petrolera. Todo a partir del decreto que emitiera Obama en 2015 en el que declaraba a Venezuela una amenaza «inusual y extraordinaria».
Algunos datos:
– El asedio por parte de EEUU y sus países satélites ha ocasionado una intermitente escasez de gasolina por años de desinversión y mantenimiento en la red de refinación estatal, con capacidad de producir 1,3 millones de bpd, a lo que se suman las limitaciones para importar combustible.
– EEUU ha robado petróleo y otros activos a Siria, Libia, Irak, Irán y Venezuela, países a cuyas poblaciones asedia para lograr cambios de régimen.
– Sectores del antichavismo nacional y gobiernos aliados desataron ataques a la red venezolana de telecomunicaciones realizando cortes y sustracción de fibra óptica y el incendio a instalaciones de depósitos de equipos.
– Países vecinos e intereses económicos que los han gobernado participaron en la generación de daños importantes, y hasta extraordinarios, en la infraestructura venezolana. Tal es el caso del contrabando estimulado por las administraciones de Juan Manuel Santos e Iván Duque y la extracción de cobre hacia Aruba que causó un repunte de sus exportaciones del mineral entre 2015 y 2019.
La semilla del caos desde Ucrania
Las acciones en torno a la Operación Militar Especial (OME) rusa en Ucrania han develado la intencionalidad detrás de la ampliación al concepto de infraestructura. Los medios han informado poco sobre un ataque terrorista contra la seguridad alimentaria global perpetrado por Kiev bajo la dirección británica. Se trata de los 16 drones, tanto aéreos como marítimos, que atacaron barcos rusos, algunos de ellos implicados en la exportación de grano ucraniano desde la ciudad portuaria de Sebastopol, en Crimea.
Sus autores intelectuales y materiales aprovecharon el corredor de exportación de cereales de Ucrania a través del mar Negro, acordado el pasado mes de julio y celebrado por EEUU y Reino Unido. Ante ello el Ministerio de Defensa ruso denunció la posibilidad de que el lanzamiento se realizara «desde un barco civil que transportaba productos agrícolas desde puertos ucranianos», tras haber analizado un receptor de navegación encontrado entre los restos de los drones destruidos.
Fuentes de inteligencia rusa afirman que el denominado corredor también fue utilizado para traficar el explosivo que dañó el Puente de Crimea, por lo que Moscú decidió retirarse del acuerdo de exportación de granos ucranianos, lo que generó declaraciones como que «Moscú utiliza un pretexto falso para bloquear el corredor de cereales que garantiza la seguridad alimentaria de millones de personas».
Entretanto The New York Times informó que los drones que atacaron Sebastopol fueron suministrados a Ucrania por EEUU y la Unión Europea, mientras medios europeos afirman que bandas de delincuentes están exportando «una cantidad significativa de armas de fuego y municiones» a Europa. El canal de televisión alemán SWR ha citado un informe confidencial de Europol (policía internacional de la Unión Europea) enviado al Consejo de la UE.
El más significativo ataque terrorista contra la seguridad energética europea ocurrió el pasado 26 de septiembre cuando la empresa Nord Stream 2, operadora del gasoducto ruso, avisó de una caída de presión en los tramos del gasoducto en aguas danesas del mar Báltico cerca de la isla de Bornholm (isla de Dinamarca). Más tarde, se informaron que, además de Nord Stream 2, dos líneas del gasoducto Nord Stream 1 habían sufrido sabotajes.
Mucho hermetismo ha habido respecto a la responsabilidad, pero medios y gobiernos europeos señalaron a Rusia sin pruebas concretas. El secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Nikolái Pátrushev, anunció recientemente que los representantes de las fuerzas navales británicas participaron en la planificación e implementación de las explosiones, mientras que condenó a EEUU por utilizar las tecnologías más modernas, y formar un campo de información que le beneficia a sí mismo, para así transferir la responsabilidad de tales explosiones a Rusia.
La Cancillería rusa convocó a la embajadora británica Deborah Bronnert para presentarle alegadas pruebas de la implicación del Reino Unido en el sabotaje.
Más diplomacia, en términos del injerencismo estadounidense, significa más fondos para actividades de desarticulación y sabotaje. Es lo que EEUU puede hacer ante la imposibilidad de los acostumbrados despliegues militares, síntoma de su peligroso declive.
*Escrito y firmado por Misión Verdad.
Fuente: La Haine