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El sector vitivinícola esperaba una caída en el volumen de producción tras los incidentes climáticos de la primavera, aunque confiaba en un espaldarazo del mercado interno y del precio internacional. Bueno; no les salió nada…

Redacción

Por cuarto mes consecutivo los números de la vitivinicultura van en descenso. Así lo asegura el informe anticipado sobre el sector que publicó el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV). Las cifras por un lado, dan una significativa baja en el volumen exportado entre enero y abril de 2023 comparado con 2022.

Según el INV, la cantidad exportada disminuyó un 40%, y los precios además lo hicieron en un 28%. Además, en el mercado interno, la provisión entre el mencionado periodo comparada, también descendió un 21%.

Escuchando a distintos eslabones de la cadena, el panorama venidero no es mejor, dado que aún no se termina de salir de los daños ocasionados por la sequía, pero más aún por las heladas tardías durante la primavera 2022. Es decir, además de que hubo viñateros que perdieron totalmente su producción, el ciclo productivo considerando la cadena en términos integrales aún no finalizó, y la cantidad de vino, mostos y fresco disponible es sensiblemente menor; al tiempo que todo el esquema de costos no para de aumentar.

Asimismo, el INV informa que entre enero y abril la disminución en las ventas al exterior acumuló 29,4% y en el mercado interno la caída en el primer trimestre fue de 13,4%.

El problema central además de precios, volúmenes y costos, es poner las fincas nuevamente a producir en condiciones óptimas. Según cooperativas y asociaciones de productores, se observa un “achicamiento” de empresas y chacras. En criollo, se prevé menos personal afectado a las tareas y menos hectáreas acondicionadas para producir. Según los datos del sector, el costo de producción por hectárea ronda en un promedio de 1.000.000 de pesos; siempre y cuando, se aquí a junio, la moneda no siga perdiendo margen en la brecha cambiaria.

Así, entre algunas de las alternativas que el sector está volviendo a evaluar, es el no aumento de precios al ritmo inflacionario, tal como se implementó desde 2018 a 2020 inclusive.

El temor en cuanto a las ventas, corre por dos carriles. Por un lado, en cuanto a los vinos que no son de alta gama y se comercializan en el mercado interno, se corre el riesgo de que el consumidor deje de comprar vino dado que no es un bien esencial.

Por el lado de los que producen en el segmento de los vinos de alta gama, y cuyo circuito comercial se restringe a unos pocos nichos locales y el mercado externo, también expresan preocupación. Las pérdidas desde 2018 en adelante, más la baja del precio internacional mencionada anteriormente, pone un tope a las pretensiones de dicho segmento en cuanto a facturación, y por ende, eso se traslada hacia “abajo” – hacia el viñatero -.

¿Qué se espera? Además de que el clima este año acompañe, que el Estado adquiera un rol más protagónico en la asistencia.

El asunto es que volvemos a lo de siempre: el empresario sólo ve al Estado como un garante de sus pretensiones comerciales – “dame ya para esto y te devuelvo lo que puedo en este plazo”. El Estado por su parte, traduce todo lo que implica un circuito productivo regional desde una mirada fiscalista – “cuánto estimar producir implica cuanto espera recaudar -.

Ahí termina a grandes rasgos el secreto, donde ganan siempre los mismos: aquellos que poseen espalda económico financiera para paliar las siete plagas de Egipto y que al mismo tiempo forman parte del esquema de integración vertical de la cadena productiva, desde la viña hasta la bodega.

Fuente: INV / MDZ On line

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