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Los distintos análisis sobre la cadena láctea son netamente productivistas. Acá hacemos el nuestro, pero eso no es lo importante. Lo fundamental es que la leche se aleja a pasos agigantados de las mesas argentinas.

Redacción

Como todos los meses, la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación (SAGyPN) publica los datos de la producción lechera. Desde esa información, las distintas consultoras y observatorios desparraman una serie de informes de evolución de coyuntura, sobre los cuales se realizan los distintos planteos políticos del sector. Obviamente cada actor hace su recorte, y más allá de las vueltas que les den a los datos, las cifras fuente, son las mismas.

Así, según la SAGyPN, durante marzo de 2023, se produjeron 822 millones de litros en el complejo lechero argentino. Eso implica una caída de casi 2% respecto de febrero; y del 3% con relación al mismo mes de 2022. Respecto del primer trimestre, el acumulado resultó negativo comparado con enero, febrero y marzo del año anterior: apenas un 0.2% menos.

Como dijimos, a partir de ahí se desandan las interpretaciones y proyecciones. Algunas con relativa coherencia, y otras con notable exageración. Cada cual atiende su juego. Tengan en cuenta que en Argentina hay alrededor de 10.000 tambos de distinta escala, y 600 establecimientos de elaboración producción láctea.

Así, desde el Centro de la Industria Lechera (CIL) se espera una caída anual del 7 %. Los tamberos por su parte, en sus distintas facciones, van del 10 al 15%. Desde la Asociación de Pequeñas y Medianas Empresas Lácteas (APYMEL), directamente, canalizan sus proyecciones en el reclamo de un “dólar lácteo” y que se incorpore a la leche en polvo (el producto reúne al 80% de las exportaciones del sector, y en promedio cotiza internacionalmente en una baja pronunciada estableciéndose en 3.000 dólares la tonelada).

Hay un factor que es concreto: las consecuencias de la sequía. Por más estimuladas que las vacas estén en términos genéticos y vitamínicos, si la vaca como menos o alimentos de menor calidad nutritiva, da menos leche. Asimismo, si cada animal da menos leche, los costos empiezan a quebrarse y los tamberos se deshacen de animales para recuperar un poco de margen de maniobra. Si el tambo es grande, el margen es mayor. Si es chico, apenas sirve para amortiguar mayores costos.

Por lo tanto, como las pasturas han descendido por la sequía y más allá de las proyecciones de lluvias en la primavera, hay que pasar el invierno, el sector prevé que la producción descenderá. Además, el sustituto alimentario tradicional – el maíz -, tiene dos factores asociados previos a un posible destino lácteo: la demanda internacional del cereal y la reserva de valor en silo.

Tras la magra cosecha, hay menos maíz disponible; y viendo cómo viene chocando la calesita el “superministro casi presidente”, en materia de protección de las cadenas de valor internas, es probable que si a los tenedores de maíz no les conforma el tipo de cambio de los próximos meses, “acobachen” el grano en silobolsas y esperen.

Por lo tanto, eso subirá el precio del maíz en el mercado interno. Trascartón la escasez de forraje por la propia sequía y las bajas pasturas que acarrea el invierno, la cosa viene difícil para la productividad. Es decir, los pronósticos de baja de saldos lácteos son acertados. El punto estará en cuál será el porcentaje de descenso, porque a partir de él, el sector reclamará políticas de compensación.

En criollo, los lácteos seguirán aumentando en góndola y mostrador y el consumo seguirá en picada. Eso se traduce en que la calidad nutricional del pueblo argentino sigue en franco deterioro. Cada vez menos niños acceden a ese compuesto nutritivo elemental.

Fuentes: SAGyPN / OCLA / CIL / APYMEL

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